Tema 60A – El uso práctico de la razón en Kant.

Tema 60A – El uso práctico de la razón en Kant.

0. INTRODUCCIÓN.

Ni la naturaleza ni la razón son el fin último en el pensamiento kantiano. El fin de la filosofía y de toda la cultura para Kant está en la moralidad. La gran tarea es la de moralizarnos. Según él, en la ciencia especulativa se había logrado la obra perfecta de Newton, Había que llevar a cabo una labor similar en la moral.

De este modo, los dos grandes pilares sobre los que se asienta la filosofía kantiana son la “naturaleza” y la “libertad”. En el estudio de la naturaleza, Newton es el modelo de Kant; este ultimo trata de construir una teoría del conocimiento que justifique la ciencia newtoniana. Pero más importante es el reino de los fines, el de la libertad. Es aquí donde el hombre debe asumir la suprema responsabilidad de su propia vida.

1. El paso de la razón pura a la razón práctica.

Que el hombre no solo sea naturaleza sino también libertad, nos lleva a enfrentarnos con otra dimensión de nuestra conciencia: la dimensión moral. Sólo el hombre es capaz de sentir el imperativo del deber, gracias al cual se sitúa fuera de la concatenación causal y puede ejercitar la causalidad por libertad. El hombre no se conforma con el conocimiento de los objetos de la naturaleza, sino que desea además, actuar en ella, rompiendo el orden de lo causalmente determinado. Si a la actividad teórica del hombre hay que añadir la actividad práctica, es porque nuestra razón es a la vez razón teórica y práctica.

La razón ha de ser criticada para mostrar sus limitaciones y finitud. Una vez ejercida la crítica, se comprenderá que es la moral, y no la ciencia, la que ha de enfrentase a los interrogantes últimos de nuestra razón.

Para Kant la razón tiene dos dominios fundamentales: el de los conceptos de la naturaleza y y el del concepto de la libertad. En el plano especulativo sólo el entendimiento es legislador en la consecución de la objetividad del saber. En este sentido, la razón no puede hacer otra cosa con sus ideas que plantear hipotética y regulativamente la necesidad de una unidad sistemática de los conocimientos aportados por el entendimiento. La razón únicamente puede ser auténtica legisladora de su “uso práctico”. Las leyes que la razón prescribe a la voluntad son las leyes prácticas o de la libertad, mediante las cuales yo me represento lo que “debe ser”. Tales leyes se oponen a las leyes objetivas de la naturaleza, pues estas últimas expresan únicamente lo que “es”.

“Práctico” en la filosofía kantiana se le llama a todo aquello que es posible mediante la libertad. Para saber si algo es o no practico, debe precisarse el fundamento que ha determinado a la voluntad, entendida como facultad de desear, a actuar. Esta facultad se caracteriza por ser capaz de obrar según la representación de una ley que no es producto del entendimiento, sino de la razón. La moral no es un saber basado en la metafísica destinado a seguir las vicisitudes de ésta, sino que es la raíz de una fe. Todo hombre tiene presente la “voz de la conciencia”, que sería incomprensible si fuera separada de tal fe.

2. La nueva Hegemonía de las ideas.

En el plano teórico las ideas no eran más que hipótesis meros fundamentos explicativos para llevar al conocimiento a una mayor unidad sistemática. En el uso práctico, sin embargo, son presentadas como esenciales “a priori” para la realización del supremo bien, que, a su ve, también es necesario. Han dejado de ser hipótesis para convertirse en “postulados”. Estos últimos son proposiciones teóricas porque se refieren a existencias, pero en absoluto se identifican con dogmas teóricos que amplíen nuestro conocimiento especulativo.

Cabe hablar de hipótesis teóricas, pero con necesidad únicamente subjetiva. La razón práctica no requiere en ningún momento la existencia de esa realidad; simplemente exige que creamos en ella en beneficio de uso práctico de la razón.

Tales afirmaciones no son conocimiento (como el teórico), pero tampoco son meras opiniones. El estatuto epistemológico que les corresponde es el de creencias, pero se trata de creencias “racionales”. El impulso hacia la búsqueda de Dios, la inmortalidad y la libertad, es una exigencia de la propia razón. Como postulados, las ideas consiguen una realidad objetiva de la que antes carecían. Para la razón teórica eran trascendentes y regulativas, y ahora se convierten en inmanentes y constitutivas. Es importante señalar que Kant insiste en que no se ha producido ningún aumento de nuestro conocimiento. El aumento tiene relación lo práctico; y la realidad objetiva que la ley moral concede a las ideas es muy distinta de la que proporcionan las categorías del entendimiento a los objeto de experiencia.

  1. EL IMPERATIVO CATEGÓRICO. FORMALISMO UNIVERSAL KANTIANO.

El punto de partida de la crítica kantiana es la experiencia moral, pero no en su totalidad. Fundamentalmente, Kant se centra en un elemento de la moral: el “juicio moral”. La razón humana no sólo es la suprema unificación de la diversidad sensible, sino que también determinan la voluntad.

La voluntad humana ¿está únicamente determinada por la razón?. En Absoluto. La voluntad está determinada por órdenes, prescripciones,” principios prácticos”, que la impulsan a esto en vez de aquello. Tales principios prácticos presuponen ciertos impulsos y deseos que se refieren a objetos empíricos. La máxima de comer bien, por ejemplo, que uno puede prefijarse, es un principio práctico que presupone un deseo particularmente intenso hacia la comida.

El individuo humano detecta como válidos todos los principios prácticos de este tipo sólo por su voluntad, entendida como facultad de desear. Sin embargo, no es en estos casos cuando la voluntad está determinada por la razón.

Estas reglas son racionales, se trata de “imperativos hipotéticos”, que todavía no son lo que deben guiar el comportamiento moral del hombre. Tales imperativos son condicionados, esto es, se apoyan en hipótesis o condiciones. El imperativo hipotético puede ser:

· a) problemático: expresa la necesidad de una acción como medio para un propósito posible, se trata de “reglas de habilidad” que prescriben lo que ha de hacerse para conseguir determinado fin que el hombre Ueda proponerse (p.e: los preceptos de las artes o de las ciencias.

b) asertórico: también llamados “consejos de la prudencia”, indican lo que debe hacerse para obtener un fin presuntamente supuesto en todo ser humano, la felicidad. Son asertóricos porque todos los hombres persiguen la felicidad, mientras que no todos buscan los mismos fines, técnicamente definibles, como ocurría con los imperativos hipotéticos, puesto que mandan una acción, no por sí misma, sino en orden a la felicidad.

Todos los principios prácticos determinados por objetos empíricos, y por lo tanto “a posteriori”, no pueden ser universales, no pueden ser imperativos categóricos. Un principio práctico no goza de universalidad por su materia, por su contenido, sino por su forma. La forma es lo que permanece cuando se hace abstracción completa de su materia. La forma de un principio práctico universal es “a priori”. Es la razón pura la que se presenta como legisladora universal a la voluntad.

El imperativo categórico nos ordena cumplir nuestras acciones, ordenar nuestras máximas, sin ninguna otra representación que la de la ley. La fórmula que Kan propone es la siguiente: “obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se tome en ley universal”,de aquí derivará tres fórmulas derivadas:

· a) “obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza” (Fundamentación de la Metafísica de las costumbres)

· b) “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en su persona como en la persona de cualquier otro, siempre como fin al mismo tiempo, y nunca solamente como medio”(Fundamentación de la Metafísica de las costumbres)

· c) “obra según la máxima que pueda hacerse a sí misma al propio tiempo ley universal (Fundamentación de la Metafísica de las costumbres)

Podemos decir con todo lo visto hasta ahora que no toda voluntad es buena necesariamente. En realidad lo que se ha de decir es que la voluntad mantiene una eterna lucha con las disposiciones naturales. La idea de deber, de obligación así nos lo muestra. El grado máximo de la moralidad se halla en el cumplimiento del deber, y la buena voluntad es aquella que obra por deber. Si la buena voluntad fuera el único criterio de valoración moral, tendríamos buenos y malos por naturaleza, por inclinación. Sin embargo, al convertir el criterio de valoración moral a término de “deber”, obtenemos la fórmula “haz el bien, no por inclinación sino por deber”

Para explicar cómo la voluntad es determinada a actuar conforme al deber, Kant acude a dos conceptos: el de “respeto” y el de “ley”. El deber es concebido como la obediencia a una ley. Toda cosa en la naturaleza obra según leyes, pero sólo un ser dotado de razón puede obrar según la representación de las leyes, sólo él tiene voluntad. El valor moral de una acción realizada por ser con voluntad residirá siempre en que el principio determinante de nuestra acción sea siempre la representación de la ley por sí misma, y no el efecto que de ella se espera.

Además de racional, el hombre es también sensible, y es preciso reconocer la presencia de cierto componente irracional en nuestras acciones. La conciencia de deber siempre va acompañada de un sentimiento de adhesión o agrado hacia lo bueno y de desagrado repulsión hacia lo malo. Así, podemos decir que si el principio determinante, el motivo moral de la buena voluntad era la obediencia al deber por el deber mismo, el móvil de ésta será un sentimiento original que surge de la representación de la ley. Tal sentimiento se llama respeto, y será el que sienta la buena voluntad hacia la ley.

  1. Autonomía y libertad.

La tercera fórmula del imperativo categórico kantiano enuncia la “autonomía” como principio fundamental de la moralidad. Esto significa que la afirmación de la racionalidad de la ley implica, o mejor, se identifica, con la autonomía. Para que el imperativo categórico sea posible, tendrá que ordenarnos a obrar de manera que nuestra voluntad pueda ser considerada siempre como legisladora de la ley universal a la que se somete.

Según la “Crítica de la razón práctica”, los principios prácticos son proposiciones que contienen un conjunto de reglas para la determinación de la voluntad. Se agrupan en dos grandes bloques: principios “materiales” y principios “formales”. A la primera clase pertenecen todos aquellos principios y teorías de la moralidad defendidos por los distintos sistemas filosóficos contra los que va dirigida la critica kantiana.”Todos los principios prácticos que suponen un objeto (materia) de la facultad de desear como fundamento o determinación de la voluntad, son todos ellos empíricos y no pueden proporcionar ley práctica alguna”.

Los principios materiales ponen como fundamento de determinación de la voluntad la representación de la realidad de un objeto, en caso de que la consecución de tal objeto procure placer al sujeto. Sin embargo, el placer o en dolor no son posibles de determinar “a priori”, sino que hay que acudir a la experiencia para comprobar si efectivamente son procurados. Precisamente por ser empíricos los principios materiales no pueden suministrar leyes prácticas, puesto que una ley, par ser tal, ha de poseer una necesidad objetiva fundada a priori. La crítica a las éticas materiales descansa en el carácter empírico de sus principios.

Kant establece la siguiente tabla de los motivos materiales determinantes de la vida moral:

Motivos materiales determinantes de la vida moral.

1. Subjetivos.

  • Externos: de la educación (Montaigne)

del gobierno civil ( Mandeville)

Internos: del sentimiento físico (Epicuro)

Del sentimiento moral (Hutcheson)

2. Objetivos:

  • Internos: de la perfección (Wolf y los estoicos)
  • Externos: de la voluntad de Dios (Crusius y los demás moralistas teólogos)

Los motivos subjetivos, tanto internos como externos, son todos empíricos y no pueden servir como fundamento a una obligación. De ser así, tal obligación estaría determinada por causas externas, o bien por un sentimiento, y no estaría justificada en su validez universal.

Lo mismo puede decirse de los motivos objetivos. Además, como se deduce del formalismo de la moral kantiana, el bien o el mal no deben ser determinaos antes que la ley moral, sino únicamente después de ella y mediante ella.

Kant, además del materialismo, critica de tales éticas su “heteronomía”. Ninguno de los principios prácticos materiales pueden explicar la verdadera esencia del obrar moral porque todos responden a una” heteronomía” de la voluntad, es decir, en todos aquellos el principio que mueve a la voluntad le viene dado desde fuera por algo ajeno a su propia racionalidad. Sólo un principio puramente formal puede dar la razón de la idea de autonomía como principio supremo de la moralidad.

De esta autonomía moral, expresada en la última formulación del imperativo categórico, se concluye la identidad entre la libertad y la moralidad, En efecto, por autonomía ha de entenderse autodeterminación de la voluntad. La voluntad tiene capacidad para obrar al margen de los estímulos sensibles y para actuar sin que una causa externa le impulse a ello. Así pues, la autonomía se identifica con esa libertad trascendental, exclusiva de la voluntad de los seres racionales. La libertad de la voluntad no significa ausencia de toda ley, sino sujeción a la propia ley, a la ley que ella se dicta a si misma.

  1. Los postulados de la Razón Práctica.

En la crítica de la razón pura, la Dialéctica debía desvelar la ilusión teórica con el fin de poner límites a una razón que, enfrentada a ciertos objetos, se descubría incapaz de alcanzarlos y determinarlos como susceptibles de conocimiento objetivo.

Pero la razón pura práctica produce sus propios objetos ( el bien y el mal), de manera que su dialéctica o doctrina de la ilusión no puede en este ámbito surgir como limitación de la pretensión de conocer objetos que excedan a su propia capacidad. De este modo, la razón pura práctica, cuando ha establecido la ley moral como la condición incondicionada de la moralidad, busca el “incondicionado” como la totalidad del objeto de la razón pura práctica, el supremo Bien.

· Por ello, como nuestra razón es una razón finita y limitada, se hace necesario “postular” algunas condiciones que nos permitan lograr la consecución del supremo Bien. Estas condiciones son :

· A) La inmortalidad del alma.

· B) La existencia de Dios.

· C) La libertad.

Con respecto a la inmortalidad del alma, a pesar de que el hombre desea el acuerdo entre la virtud y la felicidad, la adecuación completa de la voluntad con la ley es la santidad, y ésta no puede ser lograda por ningún ser racional durante su existencia en el mundo. La inmortalidad del alma viene a asegurar el progreso que permitirá al hombre acercarse a la santidad, entendida como último grado de la virtud.

En lo que respecta a la existencia de Dios, el supremo Bien ponía como primera condición de su posibilidad que la inmortalidad del alma asegurarse el mayor grado de virtud del hombre. El postulado de la existencia de Dios garantiza el acuerdo pleno entre la felicidad y la moralidad, pues Él es el único ser capaz de lograr que tal acuerdo se cumpla. La felicidad, dice Kant, no es otra cosa que la completa armonía de nuestra naturaleza sensible con nuestra voluntad. Pero la ley moral nada tiene que ver con las leyes de la naturaleza. La existencia de Dios es la condición indispensable del supremo bien, este último no puede hallarse en este mundo, el hombre ha de trabajar para lograr acercarse a ese ideal que la razón práctica le ordena cumplir. Para ello, necesita “creer” en ese Ser, garante de la felicidad que le recompense por el deber cumplido.

La razón práctica es la que nos conduce hasta el concepto de Dios. El hombre se eleva a Dios desde la ley moral, no desde su naturaleza. Esta puede asegurar la existencia de Dios y concebirlo como un ser dotado de la perfección absoluta, puesto que Él es exigido como condición de la existencia del supremo bien.

La libertad. En la crítica de la razón práctica, Kant habla de la libertad en dos secciones. Por un lado, en la “Analítica” demuestra su realidad objetiva a través de la exposición trascendental de la ley moral como “factum de razón”. Además, en el prólogo a la Crítica afirma que la libertad es la única idea de la que conocemos “a priori” su posibilidad, porque es ella la “ratio essendi” de la ley moral. Sin embargo, Kant también afirma en el prólogo que Dios y la inmortalidad del alma no son realidades que pueden ser percibidas, porque no son condiciones de la ley moral, sino sólo del objeto necesario de una voluntad libre el supremo Bien.

Estas dos afirmaciones nos obligan a no confundir la libertad como autonomía y la libertad como postulado. La segunda constituye la confianza que el hombre tiene de poder llegar a vencer los obstáculos de la sensibilidad que se oponen al cumplimiento del deber. Como nada nos asegura que podamos alcanzar en éste mundo un grado de virtud tal que nos convierta en merecedores del supremo bien, la libertad hay que considerarla como mero postulado.

  1. La fe moral.

Al final de la Dialéctica de la razón práctica, Kant hace ver que una certeza cualquiera que el hombre pudiese tener acerca de la realidad suprasensible, destruiría la vida moral del hombre.

Si, efectivamente, Dios y la eternidad estuvieran continuamente delante de nuestro ojos, o lo que es lo mismo, pudiéramos demostrar su existencia, la transgresión de la ley sería impedida, cuanto se mandará sería cumplido. La intención que origina nuestras acciones nos sería impuesta desde fuera, y la razón no tendría necesidad de esforzarse para resistir a las inclinaciones. De este modo, la mayoría de las acciones conformes con la ley responderían al temor; unas pocas a la esperanza, y ninguna al deber.

La moralidad de las acciones, de la que depende el valor de la persona y del mundo a los ojos de la sabiduría suprema, no existiría en absoluto. La conducta del hombre se transformaría en un mero mecanicismo en el que todo funcionaría perfectamente.

Estas afirmaciones de Kant , que recuerdan a las de Pascal sobre el “Dios que se esconde” , aclaran exactamente el alcance del llamado primado de la razón práctica, y hacen de los postulados del uso práctico una analogía exacta de las ideas de la razón pura. Así como éstas últimas son las condiciones de la investigación científica, la cual en virtud de ellas puede avanzar en extensión y unidad hasta el infinito, del mismo modo, los postulados son las condiciones del empeño moral del hombre y de su indefinido perfeccionamiento.

Como condiciones del empeño moral, los postulados deben tener el mismo carácter que las ideas de la razón pura: deben valer “problemáticamente”, esto es, no pueden ofrecer certeza irreductible, ya que sería contrario a la condición del hombre y haría imposible la vida moral misma. El postulado no autoriza a decir “yo se”, sino únicamente “yo quiero”.

“El hombre justo puede desde luego decir: yo quiero que haya Dios, que mi existencia en este mundo, aun fuera de la conexión natural, sea también una existencia en un mundo puro del entendimiento y, por último, que mi duración no tengo fin; yo persisto en esto y no me dejo quitar esta fe, siendo éste el único caso en que mi interés, ya que no puedo descuidar nada, determina inevitablemente mi juicio, sin atender sofisterías” (Crítica de la razón practica).

Bibliografía:

ABBAGNANO, N.: La ilustración, en HISTORIA DEL PENSAMIENTO, vol. 4. Sarpe. Madrid. 1988.

MACEIRAS, M.: Sobre la práctica de la razón, en ANALES DEL SEMINARIO DE HISTORIA DE LA FILOSOFIA, nº II (1981). Univ. Complutense de Madrid.

RÁBADE, S. Y OTROS: Kant: conocimiento y racionalidad. El uso práctico de la razón. Cincel. Madrid. 1987

SEVERINO, E.: La filosofía moderna. Ariel. Barcelona. 1986.