EL AGUAMANIL Y LA PRINCESA

EL AGUAMANIL Y LA PRINCESA

Labraba un día un platero un aguamanil -genuino oro de Alí Bab , pedrería del Oriente, corales polinesios- por encargo del gobernador de Capelandia Minor, que pensaba ofrecérselo como regalo de cumpleaños a la hija mayor -una solterona resabiada y lujuriosa, llena de recovecos psicoanalíticos- del rey de Capelandia Magna. Por todos los rincones civilizados de aquel reino -que no eran muchos- se pegaron pasquines que anunciaban la valía del regalo, y tristes pregoneros afónicos lo iban proclamando además por tabernas y conventos, por plazas y cuarteles, pues no deseaba el magnánimo gobernador que su dispendio quedase en secreto, ya que valoran no poco los obsequiosos la propaganda de su magnanimidad -gracias, sin duda, a un procedimiento mental parecido al que lleva a los donjuanes a la necesidad de relatar sus astutas conquistas, espolvoreadas con dulzuras petrarquistas y provenzales, pero salvajamente espolvoreadas a fin de cuentas-.

En la víspera del cumpleaños de la solterona real, durante un momento de descuido del platero, entró un mendigo en el taller, vio el hermoso aguamanil y se lo llevó -esos ojos de animales acorralados que utilizan en esas ocasiones los delincuentes- para malvenderlo en el mercado clandestino.

A partir de ese momento, la máquina de la fatalidad comenzó a funcionar de manera espantosa: el gobernador ordenó que le cortasen la cabeza al descuidado platero, el gobernador cayó en desgracia ante el rey por no haber cumplido su muy pregonada promesa de regalarle a su hija -esa altanera esquizofrénica- el ansiado aguamanil y fue descendido al cargo de subinspector de Pájaros Mudos -la eterna vigilancia de esos bosques patéticos de Capelandia Minor en los que no se oía el tranquilizador piar de los colibríes, de los jilgueros ni de las eléctricas urracas… -, en tanto que la hija del rey -ochenta kilogramos de engranajes freudianos- cayó en una depresión profunda al verse privada de su soñado aguamanil, que pensaba llenar de agua de rosas y de lirios para perfumar su cabeza psicótica y camuflar así sus efluvios azufrosos de demencia.

El imprudente escritor que adelanta a la prensa el contenido de su nueva novela sobre el alma femenina está expuesto a defraudar luego a las princesas maníacas que suelen constituir su mayor porcentaje de lectores potenciales.

Felipe Benítez Reyes, de Fábulas morales (inédito).

Comentario lingüístico.-

El autor de El aguamanil y la princesa ha empleado una serie de rasgos lingüísticos para conseguir unos determinados fines comunicativos, de cuáles son vamos a tratar en lo que sigue. Desde el punto de vista fonológico, el texto que vamos a presentar no presenta rasgos que nos hagan pensar que estamos fuera del español normativo actual. Nos llama la atención el adjetivo freudiano, que puede pronunciarse con un diptongo /oi/ según la fonología germánica: ello nos advierte que estamos ante un texto cuyo emisor conoce extranjerismos. Puede ser que este hecho nos lleve a un emisor que maneja un código elaborado, es decir, un registro propio del nivel culto. Es éste un dato que nos puede ayudar a encuadrar al emisor en una sinstratía culta.

En lo que al plano prosodemático se refiere, el grupo fónico predominante en este texto es más largo de lo común en español estándar, que está entre ocho y once sílabas: el emisor se recrea en curvas de entonación largas con una finalidad retórica. Sirva de ejemplo extremo el último párrafo: El imprudente escritor que adelanta a la prensa el contenido de su nueva novela sobre el alma femenina está expuesto a defraudar luego a las princesas maníacas que suelen constituir su mayor porcentaje de lectores potenciales. En él nos encontramos con una ausencia de dos pausas sucesivas en el habla durante más de cuarenta sílabas: esta enorme longitud del grupo fónico es propia, en los textos elaborados, de un afán de detallar por parte del emisor, rasgo que cumple nuestro texto, según veremos más adelante.

Aprovechando esta flexibilidad de entonación, el narrador se permite introducir múltiples incisos acotados por guiones. Esto hace más patente ese afán de detallar al que nos referimos: véanse, como ejemplo, las aposiciones que hace del aguamanil –genuino oro de Alí Bab, pedrería del Oriente, corales polinesios -, u otros, como veremos de modo detallado en el apartado sintáctico. Las curvas correspondientes a los incisos no son pues anacolutos propios de los registros coloquial y vulgar, sino detalladas aclaraciones acerca de lo narrador.

No obstante, esto no es óbice para que afirmemos que los sintonemas que dominan este discurso corresponden a las entonaciones enunciativas: predomina en ellas la función referencial en cuanto el narrador se limita a dar cuenta de una historia sin implicarse emotivamente en ella: adelantamos que la postura del narrador respecto a lo narrado es constatativa y reflexiva, según iremos viendo. Cualquier oración nos confirma lo que decimos: el gobernador ordenó que le cortasen la cabeza al descuidado platero.

Como conclusión a este plano podemos sintetizar que el narrador se encuadra en un registro culto y elaborado, no ya por la aislada aparición de un extranjerismo, sino por su uso de la entonación enunciativa y de los grupos fónicos amplios. Esto último nos lleva a entrever una primera intención comunicaticva del emisor: el afán de aclarar y detallar todo lo que narra. Su posición respecto a lo narrado es, en virtud del absoluto predominio de la función referencial, distanciada emotivamente y reflexiva.

En cuanto al plano morfológico, vamos a ir viendo cómo se vale el emisor de las distintas categorías gramaticales para actualizar sus intenciones comunicativas. Los sustantivos que predominan en el texto, como es usual en los textos narrativos, son comunes, no abstractos: trata de dar cuenta de una situación que, aunque ficticia, ha de ser vivida como una realidad perceptible sensorialmente por el receptor. A un mundo imaginario le corresponde un tratamiento virtualmente real, es decir, verosímil, según es común en los textos literarios: la eterna vigilancia de esos bosques patéticos de Capelandia Minor en los que no se oía el tranquilizador piar de los colibríes, de los jilgueros ni de las eléctricas urracas…

Por tal razón de dar cuenta de un país imaginario de un modo verosímil, el autor sitúa la acción en Capelandia Minor y Magna, topónimos que responden a una topotesia –es decir, a una descripción de lugares imaginarios- propia de los ambientes exóticos de los cuentos. En la misma línea comunicativa se encuadra el único antropónimo del texto, Alí Bab, nombre árabe adaptado al español –lleva tilde- pero que evoca los cuentos orientales en virtud de su relación paronímica con el popular Alibabá de Las mil y una noches. Los antropónimos y topónimos del texto obedecen, pues, a una intencionada ambientación en el tópico mundo exótico de ciertas tradiciones cuentísticas, que es tratado como si uno real se tratara.

Por otro lado, encontramos un morfema facultativo aumentativo usado de modo lingüísticamente valorativo: solterona, esta palabra está casi lexicalizada en nuestro idioma para designar a mujeres de prolongada soltería con un matiz peyorativo añadido al aumentativo de su tiempo de no casada. El narrador designa a la princesa con un cierto matiz irónico y despectivo que otros recursos lingüísticos nos irán corroborando.

En cuanto a los adjetivos, notamos una gran aparición de ellos en el texto. Ello se debe a la intención, antes apuntada, de afán de detallar lo narrado: de un lado, el emisor especifica mediante la posposición de los adjetivos muchos de los sustantivos: pregoneros afónicos, dulzuras petrarquistas y provenzales, mercado clandestino o corales polinesios, son ejemplos que nos informan de lo que decimos.

No obstante, estos matices no nos indican asépticamente procedencia, cualidad objetiva o materia, sino que intentan matizar valores: la mayoría de los adjetivos tienen como fin comunicativo la valoración de los sustantivos a los que acompañan, independientemente de su posición antepuesta: tenemos, de un lado, genuino oro, imprudente escritor, tranquilizador piar o descuidado platero, pero también tenemos adjetivos valorativos pospuestos. Éstos dan un matiz de objetividad a una valoración del narrador: manera espantosa, efluvios azufrosos, solterona resabiada y lujuriosa o cabeza psicótica nos lo confirman.

En lo tocante a los verbos, observamos el uso mayoritario de los de tercera persona, que nos indican un narrador omnisciente, propio de los textos narrativos tradicionales y que resalta el aparente distanciamiento afectivo del narrador respecto a lo que cuenta –por ejemplo, entró un mendigo en el taller -.

Los verbos que predominan son predicativos, no copulativos, pues el autor está interesado en narrar las acciones derivadas del regalo del aguamanil más que abordar las cualidades en sí mismas. De hecho, sólo observamos una construcción copulativa como verbo de oración principal de manera clara en la parte última de la moraleja, donde se cesa de narrar para moralizar acerca de cualidades sancionables: en este caso, la del peligro que corren ciertos autores en caso de actuar como en el cuento: El imprudente escritor (…) está expuesto a defraudar (…)

Por otro lado, el modo indicativo, que predomina en todo el texto, expresa la actitud del narrador frente lo narrado de una manera aparentemente objetiva, de modo que no introduce su subjetividad. Utiliza un modo propio de textos objetivos para dar mayor verosimilitud al cuento y para aparentar una ausencia de valoración que ya hemos visto que no es absoluta: disfraza de constataciones lo que valora: gracias, sin duda, a un procedimiento mental parecido al que lleva a los donjuanes a la necesidad de relatar sus astutas conquistas, espolvoreadas con dulzuras petrarquistas y provenzales, pero salvajemente espolvoreadas a fin de cuentas.

Por otro lado, el narrador, usa los tiempos habituales en las narraciones tradicionales, cuyo estilo está empeñado en imitar: los pretéritos imperfecto e indefinido. El indefinido nos cuenta los hechos como pasados desde un punto de visto perfectivo: entró un mendigo en el taller, vio el hermoso aguamanil y se lo llevó. Mientras que en estos textos se aprovecha el carácter del imperfecto de acción en su duración, es decir, imperfectiva, con valor de evocación: de ahí que el texto se inicie con un tiempo evocativo: Labraba un día un platero un aguamanil. Este traer el pasado como algo vivo se intensifica con el uso de algunas perífrasis verbales durativas: tristes pregoneros afónicos lo iban proclamando.

Otras perífrasis verbales funcionan como incoativas para hacer avanzar la acción: la máquina de la fatalidad comenzó a funcionar de una manera espantosa.

El uso reiterado del artículo indefinido subraya el carácter exótico, por desconocido e indeterminado, de las coordenadas espacio-temporales de la acción, como es propio en los cuentos tradicionales: Labraba un día un platero un aguamanil. Por la misma razón aparecen nombres sin actualizar: tristes pregoneros afónicos lo iban proclamando.

El carácter evocativo que trata de comunicar el narrador se intensifica con el uso de los adjetivos demostrativos como valor de actualización afectiva: esos ojos de animales acorralados, esa altanera esquizofrénica o esos bosques patéticos de Capelandia Minor.

En lo tocante a la sintaxis, el autor hace un uso abundante de las oraciones subordinadas, propio de un emisor culto, que elabora su discurso. Por un lado abundan las adverbiales temporales y de lugar en cuanto el emisor desea situar de un modo claro cómo avanza la trama y dónde se sitúa ésta: Por todos los rincones civilizados de aquel reino, En la víspera de cumpleaños o A partir de ese momento. He respetado las mayúsculas en los ejemplos para hacer ver que todos ellos se han dispuesto al principio de sendos párrafos: el autor adelanta estas construcciones al orden lógico sintáctico para potenciar de modo claro la progresión espacio-temporal de la acción.

Por otro lado no son pocas las oraciones subordinadas adjetivas de relativo, cuya función es la de ir detallando los matices de los núcleos nominales que complementan, potenciando así la misión comunicativa de los ya mencionados adjetivos, aposiciones (a su hija –esa altanera esquizofrénica-) y complementos del nombre (la propaganda de su magnanimidad):que pensaba ofrecérselo como regalo, que no eran muchos, que utilizan en ocasiones los delincuentes, que adelanta a la prensa,…

Como anunciamos en el apartado prosodemático, los abundantes incisos tienen una finalidad aclaratoria, normalmente como aposiciones: la hija mayor –una solterona resabiada y lujuriosa (…)-, un aguamanil –genuino oro de Alí Bab (…)-; o incluso con una valor añadido de amplificación evocativa: se lo llevó –esos ojos de animales acorralados -, subinspector de Pájaros Mudos –la eterna vigilancia de esos bosques (…) –.

Como es común en los textos narrativos, la estructura predicativa predominante es la verbal, no la nominal, por que se da cuenta de una sucesión de hechos realizados por diversos actuantes con diversos resultados; en nuestro caso se narran los avatares del aguamanil a causa de las acciones de los distintos actantes que aparecen en la narración: Labraba un día un platero un aguamanil.

La voz pasiva, por tanto, es escasa; de hecho los sujetos pacientes que aparecen son castigados por acciones reprobables, es decir, se les sanciona su actitud, actuando así la narración con un cierto carácter moral, como es propio de las fábulas: el gobernador (…) fue descendido al cargo de subinspector de Pájaros Mudos y el imprudente escritor (…) está expuesto a defraudar.

En cuanto al nivel léxico, el autor se encuadra por su precisión léxica en un estrato culto que desea matizar, como vimos, todo lo narrado; buenas muestras de lo que apuntamos son: se pegaron pasquines que anunciaban la valía del regalo o no deseaba el magnánimo gobernador que su dispendio quedase en secreto. Esta intención se subraya con la abundancia de tecnicismos propio del ámbito de las Humanidades: psicoanalíticos, esquizofrénica, freudiana, petrarquistas, provenzales, freudianos,…

Este último aspecto nos lleva, ya en el plano semántico-pragmático, a ver cómo hay un desfase entre el mundo remoto de las fábulas exóticas y el tratamiento moderno que reciben muchos de los personajes: así, la princesa y los lectores potenciales se designan como llena de recovecos psicoanalíticos, altanera esquizofrénica, ochenta kilogramos de engaranajes freudianos, cabeza psicótica, efluvios azufrosos de demencia y príncipes y princesas maníacos. Con ello se crea un campo semántico de desequilibrios psicológicos de los actuantes no pertinente en el mundo tradicional de las fábulas tradicionales que espera el receptor. Con esto el narrador crea una narración atípica: emplea la ironía mediante la ruptura con las convenciones semánticas propias de este género, atrayéndolo a la realidad actual, que es donde se aplica la enseñanza para los vigentes escritores.

El entorno en el que se sitúan estos actantes es propio de un entorno degradado: Por todos los rincones civilizados de aquel reino, que no eran muchos, los pregoneros son tristes y afónicos, el delincuente tiene ojos de animales acorralados, los bosques son patéticos,…

Incluso, con la doble intención de matizar e ironizar, el autor genera una serie de metáforas de índole hiperbólica ayudado de la hipálage, es decir de la atribución de semas a núcleos cuyos archisememas carecen de él: engranajes freudianos, bosques patéticos, eléctricas urracas, efluvios azufrosos de demencia,…

Sin embargo, el marco referencial de todo el texto obedece a las convenciones de las fábulas y los cuentos exóticos: se crea un marco exótico: aguamanil, corales polinesios, Capelandia Magna y Minor, príncipes y princesas, reinos, gobernadores, agua de rosas y lirios, pedrería, Pájaros Mudos,…

Este tratamiento actual, irónico e hiperbólico corresponde a un intento de caricaturizar un pasado, que, a su vez, es alegoría del tiempo presente al que se alude en la moraleja que ocupa todo el párrafo final: los personajes del cuento de desvelan ulteriormente como reflejo de escritores imprudentes y lectores que cifran expectativas desquiciantes en las obras de éstos. De ahí que el texto obedezca a una estructura temática clara: el autor ha dispuesto el texto según los cánones de la progresión temática de la narración tradicional en tres partes que, simétricamente, ostentan sendos párrafos: planteamiento de la creación y anuncio del regalo, desarrollo y obstáculo que hace variar la trama, el robo del aguamanil, y desenlace con la decapitación del platero, la caída en desgracia del gobernador y la depresión de la princesa.

Al final el autor añade una síntesis doctrinal, propia de las fábulas: la moraleja aplicada a la actualidad –adelanta a la prensa -. Mediante la creación de tal estructura sintética, el autor ha actualizado todas las intenciones comunicativas que ha ido urdiendo durante la creación de todo el escrito, que podemos resumir así:

El autor ha pretendido parodiar de modo paradigmático los cuentos tradicionales de ambientación oriental, para ello ha seguido una serie de recursos lingüísticos:

La ambientación se logra por un enorme afán de detallar: el autor se recrea en grupos fónicos amplios para dar campo a su pormenorización y precisión léxica –especialmente por el campo léxico de elementos exóticos y sensuales- , por ejemplo, introduciendo incisos y aposiciones entre guiones, numerosos adjetivos especificativos, subordinadas adjetivas de relativo y complementos del nombre. Predominan los nombres comunes para dar cuenta de una situación que, aunque ficticia, ha de ser vivida como una realidad perceptible sensorialmente por el receptor. Esta intención de intensificar se potencia con antropónimos y topónimos topotésicos propios del mundo oriental esperado.

Estos elementos exóticos son narrados mediante el tradicional indefinido, pero especialmente por imperfecto, que actúa como predicación evocativa de hechos también indeterminados por el artículo indefinido y algunas aposiciones que amplían las connotaciones de los núcleos nominales

Por un lado, ha tratado de distanciarse afectivamente de lo narrado: para ello ha empleado la entonación enunciativa y la función referencial; la voz narrativa es, en tercera persona, la tradicional omnisciente, por encima de los avatares afectivos de los personajes y hechos; predomina en toda la narración el modo indicativo

No obstante las expectativas del receptor de estar ante un cuento convencional se rompe por el tratamiento psíquico de los personajes, surgiendo la ironía y la parodia moral: en general a ellos se les aplica múltiples adjetivos valorativos que disfrazan su subjetividad bajo su posición pospuesta: de ese modo se crea un desfase en el tratamiento tradicional de éstos: los personajes son designados mediante unos amplios campos léxicos y semánticos, metáforas hiperbólicas ayudado por la hipálage de desequilibrios psíquicos en marcos que son alegorías de su estado mental. La princesa es tratada con cierto matiz despectivo: por un morfema facultativo afectivo, solterona,

En la moraleja el autor realiza un paralelismo de lo narrado con la situación actual de muchos escritores, desvelándose el sentido de la ironía al final –aprovechando la clásica disposición del texto-: pero, aun aquí, imita el estilo de la cuentística: introduce el presente de indicativo con valor atemporal característico de las verdades morales de los cuentos doctrinales; usa de la predicación atributiva para hacer ver las cualidades que hay que del sujeto sancionable, el escritor imprudente. Éste, como su correlato en el cuento, es castigado o expuesto al castigo, de ahí que ambos sean sujetos pacientes en las pocas pasivas que tiene el texto.