0. PUNTO DE PARTIDA
Durante los tres años de la conflagración, fueron muy escasas las novelas de una cierta entidad que vieron la luz. Se puede mencionar, entre los leales adictos a la República, el reportaje Contraataque (1379, de Sénder, Acero de Madrid, obra en que se ensalza la revolución, Puentes de sangre, donde se exalta al miliciano, o Cumbres de Extremadura, glorificación de las guerrillas extremeñas, de José Herrera Petere, publicadas las tres en 1938, y Río Tajo (1938), de César M. Arconada; entre los rebeldes, Eugenio o la proclamación de la primavera (138), de Rafael García Serrano, y Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá.
Tras la eclosión de la literatura partidista, comprometida y perecedera, durante la contienda (bastante escasa en el terreno de la narrativa), al finalizar la Guerra Civil, el panorama de las letras españolas era bastante desolador. Existía un enorme vacío entre los novelistas, bastantes de ellos trasterrados en el exilio e intentando aclimatarse a sus nuevas tierras y condiciones; otros, mudos por un tiempo; unos terceros, los más jóvenes, sin haber iniciado la publicación de sus primeras obras.
Al estallar la paz comienza un nuevo ciclo presidido por la represión, entre otros aspectos, cultural de los vencedores. Para controlar las nuevas tendencias literarias dedicadas a ensalzar el nuevo régimen se fundan revistas como El Español y La Estafeta Literaria o Vértice, nacida durante la guerra. Como resulta obvio, la otra media España escribe desde el exilio (Corpus Barga, Jarnés, Madariaga, Salinas, Santullano, Zamacois, Aub, Ayala, Chacel, Sénder). La lectura de escritores tradicionales, del tipo de Galdós, Clarín y Unamuno, se encuentra medio prohibida o prohibida del todo y solamente perdura el trasnochado costumbrismo realista y alguna que otra caduca fórmula naturalista. Del extranjero, se traduce todo lo que en él se publica de mediocre e intrascendente, mientras que Joyce, la generación maldita americana y cualquier autor mínimamente sospechoso de haber simpatizado con la República son sistemáticamente ignorados, cuando no combatidos. No se debe olvidar, a este respecto, la férrea opresión de una censura, tan carente de criterio, que llega a perseguir obras de tipo falangista, como La fiel infantería, de García Serrano, y Javier Mariño, de Torrente Ballester, o a obstaculizar a otras, como La familia de Pascual Duarte, a pesar de que su autor, como la propia novela estaban amparados desde el ministerio de cultura. Por consiguiente, uno de los efectos de la Guerra Civil fue la interrupción del proceso de investigación de los camino s novelescos que había tenido lugar entre los años veinte y treinta.
Paralelamente, se inicia una novelística maniquea, poco exigente en lo formal, retórica y altisonante; de temática pobre, evasiva, pasional o propagandística de la que, anecdóticamente, puede servir el ejemplo del relato Raza (1942), una suerte de guión que cristalizó en una película. Empieza a proliferar el relato corto, con mayores posibilidades divulgativas.
Esta situación perdura entre 1939 y 1942, al año en que Camilo José Cela da el aldabonazo que resuena en la vacuidad del panorama novelístico español, con la ya mencionada publicación de La familia de Pascual Duarte, a la que siguió una corta serie de novelas que exhiben quizá un mayor interés histórico que intrínseco, como Nada, de Carmen Laforet, Mariona Rebull, de Ignacio Agustí o Las últimas horas, de José Suárez Carreño.
1. LA INMEDIATA POSGUERRA
Las negativas consecuencias de la Guerra Civil y la magnitud del exilio entre los escritores determinaron que algunos narradores ya consagrados entraran en un declive de calidad y se dedicaran a realizar una literatura de propaganda o a expresar sus propios rencores personales.
Azorín prosigue con su actividad, recopilando su obra, escribiendo artículos sobre temas artísticos y políticos y varias novelas. Así, tenemos El escritor (1942) y El enfermo (1943), donde vuelve a su literatura reflexiva de comienzos de siglo y, sobre todo, Capricho (1943), más experimental. Al año siguiente, acentúa su declive al publicar tres obras más: María Fontán, Salvadora de Olbenga y La isla sin aurora, donde, según algunos, no mantiene la dignidad de sus tiempos anteriores, mientras que, según otros, La isla sin aurora, es una de las más bellas obras de Azorín.
También Baroja exhibe una novelística extensa después de la guerra, pero, como Azorín, sin aportaciones originales y, quizá, con menos garra para el lector. Vuelve a sus queridos temas marineros (El caballero de Erlaiz, 1943) o a sus escenarios cosmopolitas (Laura o la soledad sin remedio, 1939), a utilizar la novela para exponer sus propias ideas a modo de ensayo (Las veladas del chalet gris, 1952) y, según su costumbre, a iniciar trilogías sobre héroes voluntaristas que, en esta ocasión, no llega a terminar (El hotel del cisne, 1946; El cantor vagabundo, 1950). Quizá lo mejor de esta época no sean sus novelas, sino sus extensas memorias Desde la última vuelta del camino (1943-1949).
Concha Espina, desde su componente humanitaria cristiana se puede considerar seguidora del Realismo al reflejar el ambiente rural del Bierzo y describir una huelga minera en Riotinto en algunas de sus obras (La esfinge maragata, El metal de los muertos) sigue escribiendo durante la guerra (Retaguardia, 1937; Las alas invencibles, 1938) y tras su finalización sigue loando a los vencedores (Princesas del martirio, 1941) pero, posteriormente, vuelve a sus inquietudes de anteguerra (Victoria en América, 1945; El más fuerte, 1947).
Dedicado a la vez a la renovación de la novela realista (Volvoreta, El malvado Carabel), a la novela realista de humor (Relato inmoral, Por qué te engaña tu marido) a la novela de crítica social (El secreto de Barba Azul, Las siete columnas), el gallego Wenceslao Fernández Flórez representa un caso muy singular. Las novedades que ofrece su producción son el humorismo y la crítica filosófica y humorística, incluso en sus obras de tendencia social. En su novela realista, sucumbe a algunas tentaciones costumbristas y localistas, pero también exhibe muestras de desencanto y una visión pesimista del mundo.
De los militantes de la Falange el narrador más importante es Rafael García Serrano, con una obra de valor testimonial, panegírica y propagandística, que gira alrededor de la guerra y en la que llegan a borrarse las diferencias entre el autor, el narrador y el protagonista. Destacan su trilogía La guerra y obras como Al otro lado del río (1954), Los ojos perdidos (1958) y La ventana daba al río (1963).
2. PRIMERA PROMOCIÓN
2.1. El realismo tradicional: La autarquía alcanzó también a la literatura, ya que los narradores extranjeros que habían apoyado a la República o que representaban ideales contrarios a los del régimen (Marlaux, Aragón, Dos Passos, Hemingway, Sinclair, Greene, Ehrenburg, etc.) estaban prohibidos, así como los que escribían en el exilio, por lo que ni se seguían los modelos extranjeros, ni la propia tradición española. Por ello, la primera promoción, que dominará la década de los cuarenta y se levantará de modo autodidáctico y carente de experiencia. En estas circunstancias, no es de extrañar que las historias relatadas sean de raíz autobiográfica e imitación de lo decimonónico, los modelos costumbristas y realistas.
Juan Antonio de Zunzunegui fue un escritor constante, de copiosa producción y con gran capacidad de fabulación. Toda su obra, dirigida bajo el prisma conservador, va asistiendo al derrumbe de la burguesía tradicional, de sus hábitos y principios, y a la eclosión de las nuevas costumbres más licenciosas, por lo que en cada nuevo volumen cae desesperadamente en el pesimismo (Ay… estos hijos, 1943; El barco de la muerte, 1945; La quiebra, 1947; La úlcera, 1948). Tras haber sido galardonado por la cultura oficialista por una novela de título anticipativo (El premio, 1961), su visión de la España degradada y sin moral de los años cincuenta y sesenta le hace enfrentarse con los vencedores, sus antiguos compañeros, por lo que empieza a tener problemas de publicación y, por ejemplo, El don más hermoso (1979) tarda doce años en ser editado. Su mejor obra es Esta oscura desbandada (1952), visión crítica de Madrid de los cuarenta con las clases medias y los rentistas en plano declive y moviéndose por un total pragmatismo sin ideales de ningún tipo. Carmen Laforet ganó el premio Nadal con su escandalosa obra Nada (1945). Tanta sinceridad y autenticidad había en sus páginas, que auguraba una nueva senda para la novelística hispana, pero sus obras posteriores La isla y los demonios (1952), La mujer nueva (1955), y La insolación (1963), no lograron confirmar las esperanzas depositadas en ella.
v Camilo José Cela: La publicación, en 1942, de La familia de Pascual Duarte significa un hito para la novela del siglo XX al, inaugurar la denominada novela tremendista; primera señal de renovación por su interés humano y fuerza expresiva. En ella, a partir de la técnica del manuscrito hallado, se cuenta la autobiografía de Pascual Duarte, condenado a muerte que explica sus crímenes como consecuencia del ambiente de primitivismo y brutalidad Hay que esperar hasta 1951 para encontrar otra obra a la altura de La familia de Pascual Duarte y ésta es La colmena, más larga y orquestal, novela con visos de crítica social que, según el propio autor, consiste en “un montón de páginas por las que discurre, desordenadamente, la vida de una desordenada ciudad.” En ella figuran más de trescientos personajes, pertenecientes a distintas capas sociales, desde una burguesía venida a menos, a los sectores más humildes, pasando por los medradores excombatientes y los estraperlistas en auge que bullen en un incesante deambular de unos pocos días en la posguerra. La novela tiene bastante de sátira, mucho de sexualidad y muy poco de doctrina, no se trata de una descripción costumbrista, sino de la fidelidad que el autor quiere proclamar al momento histórico que vive y a las pobres gentes que lo habitan. Desde el punto de vista literario tiene sencillez, naturalidad, desgarro y está completamente al servicio de la narración, con un cierto lirismo a lo barojiano. Los diálogos de los personajes, fluidos y naturales, algunos dotados de tics personales, sirven a un tiempo a la narración de los hechos y a la caracterización de los mismos. Tras un largo silencio, publica Cela Oficio de tinieblas 5 (1973), donde, al límite de su experimentación, hace desaparecer la trama novelesca que es sustituida por una yuxtaposición de aforismos y pensamientos sin aparente conexión. Posteriormente, publica Mazurca para dos muertos (1983) sin argumento ni trabazón, colección de pinceladas costumbristas, que tiene su correlato en Madera de boj (1999).
Como escritor de narrativa corta tiene una gran producción, entre la que destaca El bonito crimen del carabinero y otras invenciones, Tobogán de hambrientos, Garito de hospicianos y El ciudadano Iscariote Regás.
v Gonzalo Torrente Ballester: A diferencia del anterior, a pesar de su dilatada vida literaria y del innegable valor de su obra, no ha adquirido un cierto prestigio y una significativa difusión hasta el año 1972. A lo largo de su vida, ha dedicado mucho tiempo a la reflexión y la búsqueda de la más pertinente de las alternativas formales para narrar una historia determinada.
En 1943 publica Javier Mariño, obstaculizada por la censura y no editada otra vez hasta la edición de sus Obras Completas. Se trata de un relato partidista, típico de las fechas de posguerra. Es, seguramente, un ejercicio de circunstancias y el cumplimiento de una cierta necesidad de confesión, obra muy distinta a casi toda la suya posterior, mucho más polarizada hacia la profundización de los mitos. Evidentemente, el novel escritor no había depurado aún su estilo, ni había aún encontrado el perspectivismo adecuado, que hallaría posteriormente al dotar a sus páginas con una función más relevante de la ironía y del humor.
Con la trilogía Los gozos y las sombras, publicada ya entre 1957 y 1962, el autor sufre un cambio en su evolución novelística. Se trata de un relato tradicional, un tanto decimonónico, de reconstrucción histórico-ambiental. Con esta obra, el autor se aproxima al realismo crítico imperante en la generación de medio siglo. Obras posteriores son Don Juan (1963), una nueva y heterodoxa perspectiva sobre el mito; Off–Side (1969), novela del Madrid moderno, del mundo de su cultura y su arte, entre cuyas numerosísimas páginas desfilan personajes tan sugestivos como el de la prostituta intelectual; La saga / fuga de J. B. (1972), obra divertida y fabulosa, situada en un pueblo gallego imaginario, donde todo sucede al modo de realismo mágico hispanoamericano; y La isla de los jacintos cortados (1980) con un claro predominio de la fantasía y la libertad imaginativa.
v Miguel Delibes: Un gran novelista de nuestro tiempo, regular, longevo y, por consiguiente, con mucha obra, muy apreciado por la crítica y los lectores ya desde sus principios, es Miguel Delibes. Su aparición tiene lugar con la publicación, en 1948, de La sombra del ciprés es alargada, una historia fatalista con la que obtuvo el codiciado premio Nadal, que, junto con su segunda obra, la conformista Aún es de día (1949), compone su primera etapa. Ésta es la de un escritor que se encuentra tanteando el mejor modo de comunicar un mundo interior poco elaborado, henchido de vivencias y reflexiones superficiales, y que elige un esquema tradicional que desarrolla con no demasiada fortuna, pero con una gran habilidad en la pintura de los ambientes. Empieza su segunda época con Mi idolatrado hijo Sisí (1953), una crítica a la burguesía caduca y conservadora que algunos tratadistas consideran un retroceso por su construcción poco ágil y por un desmedido afán de trascendencia de los personajes. Con Cinco horas con Mario (1966) llega a la cristalización del compromiso social del autor plasmada en el monólogo irónico de la viuda de un catedrático de instituto, durante la vela del cadáver de su marido, donde se pasa revista a la sociedad entera, especialmente de la clase media provinciana, al tiempo que permite entrever ciertas dosis de aperturismo político y religiosos. Con Los santos inocentes (1981) Delibes lleva otra vez su obra a su máximo nivel, con una temática, la del mundo rural, que le es particularmente querida, un sentido crítico de lo social muy eficaz, contenido y lleno de espiritualidad y una intensidad dramática que proporciona un clima de tensión magistralmente logrado. Entre sus últimas producciones se encuentran Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), 377A, Madera de héroe (1987), Señora de rojo sobre fondo gris (1991), donde está clara la evocación de la figura de su esposa y más recientemente El hereje (1998), una novela histórica sobre la persecución a los luteranos por parte de la Inquisición española en Valladolid durante el siglo XVI, que constituye un alegato en favor de la libertad religiosa y su autor la dedica a su ciudad, Valladolid.
3. NOVELA DE LOS AÑOS CINCUENTA
En esta década, como consecuencia de las grandes excepciones (Cela, Torrente, Delibes), se produce el resurgimiento de la novelística con una concepción personal de la forma y del sentido literario que, aunque no llega a la ruptura total con lo anterior, deja una impronta individual sobre la pobreza general del panorama narrativo de los años recién transcurridos.
3.1. La Generación del medio siglo: Su finalidad es plasmar testimonialmente la realidad histórica y social de la España de su tiempo, generalmente desde una óptica realista, objetivista y crítica, de compromiso social, moral y político, aunque también los hay que manifiestan posturas irrealistas.
TENDENCIA NEORREALISTA:
· Ana María Matute es una gran fabuladora dotada de gran imaginación e instinto narrador, presentes en todas sus obras. Los hijos muertos (1958) es una obra bastante lograda acerca de los efectos de la Guerra Civil a través de un sufrimiento exacerbado. También parte de los contienda su trilogía Los mercaderes (1960-1969), obra sincera y honesta, evocadora y autobiográfica, en la que, a través de los ojos de una niña, se exponen descarnadamente los odios particulares y colectivos.
· Ignacio Aldecoa cultiva el relato corto y la novela. En esta última vertiente, presentó el proyecto de escribir tres trilogías en las que iba a tratar el mundo del mar, el de las minas y el de la guardia civil, los gitanos y los toreros. De la primera, escribió Gran sol (1957), dedicada a los fatigosos trabajos de la pesca de altura, y de la tercera, El fulgor y la sangre (1954), novela del transcurso del tiempo en una guarnición de la guardia civil y Con el viento solano (1956), obra dedicada a la vida de los gitanos.
· Rafael Sánchez Ferlosio: Su primera novela, Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), consiste en una narración fantástica, de estructura picaresca; se trata de la historia de iniciación y maduración de un niño quien, a través de varios amos, recorrerá las tierras castellanas y extremeñas. Si bien los hechos son puramente imaginativos y fantásticos (una abuela que incuba huevos, el gallo de la veleta que caza lagartos), el ambiente es real. Su segunda y última novela, El Jarama (1956), es una de las escasas cumbres de la posguerra española. Esta obra carece de argumento, pero en ello reside precisamente su mérito y es el mejor de los logros del autor para pintar el mundo. Unos jóvenes madrileños van a pasar un domingo al campo, a las riberas del río Jarama, en un paraje donde existe un merendero donde acuden personas de más edad. En cada uno de estos grupos, se producen conversaciones, se juega, se bebe, se come, sin que suceda nada digno de mención; solamente transcurren pequeñas acciones que son, en realidad, las tareas en las que las personas de la época con sumen las horas de un día festivo. A pesar de la cercanía geográfica de Paracuellos de Jarama, lugar en el que, en el curso de la guerra, tuvo la matanza donde murió, entre otros, Muñoz Seca, para los jóvenes la guerra es algo sin interés, sobre lo que se puede hablar sin pasión. De este modo, el autor presenta la ruptura con el pasado cercano de la juventud del momento.
3.1.2. NOVELA SOCIAL:
Los novelistas sociales llevan más allá la crítica de los neorrealistas a través del testimonio directo de las circunstancias sociales y políticas de los ciudadanos. El relato se carga así de pequeñas anécdotas cotidianas y se desprovee de cualquier atisbo de imaginación o fantasía. Se excluye voluntariamente el punto de vista del autor –quizás por la censura- y se tiende al objetivismo.
· José Manuel Caballero Bonald parte de la conciencia social de Dos días de septiembre (1962) hacia un tipo de nivela en la que se conserva el elemento crítico, pero dentro de un componente más imaginativo, como Ágata ojo de gato (1974).
· Francisco Candel es el crítico de la realidad catalana, más concretamente la de Barcelona y de sus suburbios más míseros. Su obra es populista y obrerista, magnífico reflejo de la vida de estas personas. Entre sus muchas obras destacamos Donde la ciudad cambia de nombre (1957 y Los que nunca opinan (1971).
· Juan Goytisolo es un escritor plenamente intelectual que, paralelamente a la narrativa, cultiva el ensayo sin el que, quizá, no se puede entender su novela. Se trata de un escritor honesto que ha sufrido una evolución a lo largo de toda su obra, al tiempo que ha perfilado su estilo y enriquecido su temática. A la vez que modifica su técnica desde el subjetivismo al objetivismo, el convencimiento de la función social de la novela lo adentra en su segunda época (Fiestas, 1958; La resaca, 1958). La trilogía de Mendiola (1966-1978) representa un cambio radical. No es simplemente un testimonio social presentado a través de un determinado sector, sino que abunda en los determinantes socioeconómicos, espirituales y culturales. Se trata de la búsqueda de sus raíces durante un corto viaje por España de un español (Álvaro Mendiola) exiliado en Francia; al final hará tabla rasa de la cultura, la religión, las tradiciones y hasta del lenguaje, ya que la última página está escrita en árabe. Tras estas novelas, el escritor se encuentra con el mundo árabe y hace apología de lo marginal y heterodoxo (Makbara, 1980; Paisajes después de la batalla, 1982).
3.2. Otras tendencias:
Dejando a un lado la novela social y la Generación de medio siglo, existe una multitud de autores que exhiben diversas tendencias oscilantes desde lo costumbrista hasta lo existencialista,. Entre estos escritores que representan una especie de transición entre lo colectivo de los anteriores y lo personal de los que se verá a continuación, podemos citar a Manuel Arce, hábil narrador del costumbrismo (Testamento en la montaña, 1956; El precio de la derrota, 1970); José María Castillo Navarro, novelista del conflicto interior (La sal viste de luto; 1957; Los perros mueren en la calle, 1961); Jorge Ferrer Vidal, el crítico existencialista (Caza mayor, 1961; Diario de Albatana, 1967) y Mario Lacruz, narrador poético y psicológico (El inocente, 1953; El ayudante de verdugo, 1971).
Como reacción al realismo social, se genera una corriente antirrealista que, en ciertas ocasiones, se ha integrado bajo las denominaciones de novela metafísica o intelectual. Entre sus componentes, destacaremos a Carlos Rojas, José Luis Castillo-Puche, Antonio Prieto y Jorge Cela.
4. NOVELA DE LOS AÑOS SESENTA
La nueva década se inicia con el predominio de las tendencias ya conocidas del realismo, del objetivismo y de la novela socia; sin embargo, en su transcurso se procede a una aniquilación del realismo social y a la renovación y al triunfo de las corrientes experimentalistas. El año clave es el de 1962, en el que coincide la publicación de Dos días de septiembre, de Caballero Bonald, la otorgación del Premio Biblioteca Breve a La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, y, sobre todo, la edición de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos.
v Luis Martín Santos: La pronta muerte de este escritor tras la edición de su primera obra (1964) truncó una carrera que se había iniciado con tan buena fortuna, puesto que la publicación de Tiempo de silencio (1962) representa un hito tan fundamental como la de La familia de Pascual Duarte o El Jarama. Aparte de ella, solamente existen dos publicaciones póstumas, la novela inacabada Tiempo de destrucción (1975) y la colección de relatos Apólogos (1970).
Tiempo de silencio aparece en el panorama de las letras españolas como respuesta al predominio de la novela objetivista y socava los principios de la novela social imperante. En ella, se pueden percibir la fusión entre el noventayochista camino de perfección intelectual del héroe voluntarioso y la componente testimonial, escrito en un lenguaje culto y barroco. Frente al populismo típico del realismo social, el autor contrapone una concepción culta, susceptible de reconstruir una realidad diacrónica que excede los límites urbanos y cronológicos, contra el objetivismo del realismo, utiliza el subjetivismo del narrador omnisciente. Los personajes, a pesar de ser individualizados, solamente son esbozados y es poco lo que se sabe de ellos, por lo que no pueden ser juzgados al modo maniqueo. No son solamente los condicionantes sociales los que marcan a la persona, sino también la expresión de su propia individualidad. Las fuentes de la obra hay que buscarlas en los tiempos clásicos, en el Siglo de Oro, en el existencialismo y el psicoanálisis y en las reminiscencias de Kafka, Faulkner, Joyce, etc.
4.1. La Renovación: Además de la obra anterior, existen en el panorama signos evidentes de renovación a los que no son ajenos, particularmente en 1966, la publicación de Señas de identidad, de Goytisolo, Cinco horas con Mario, de Delibes y Últimas tardes con Teresa, de Marsé. Los síntomas de crisis y ruptura van alcanzando, con distinto grado, a los narradores de la primera promoción de postguerra, a los del medio siglo e, incluso, a los más jóvenes que todavía carecen de trayectoria. Aumentan los ensayos en la experimentación que son ya evidentes en 1969 (recuérdense San Camilo 1936, de Cela, o Parábola del naúfrago, de Delibes).
Al final del decenio, cobra una gran importancia la obra de Juan Benet que pude tomarse, más que como paradigma, como síntoma de lo que ocurre. Volverás a Región (1968) y Una meditación (1970) representan hitos importantes en la valoración del autor. Su renovación, influencia por Proust y Faulkner, significa la visión elíptica e intelectualizada de la realidad que produce obras densas, crípticas y de difícil lectura, en las que el motivo principal es la decadencia moral y física. Temas como la muerte, el sentimiento, la razón, el tiempo, etc. forman una urdimbre inextricable que se va clarificando con el paso de los años (Una tumba, 1971; Un viaje de invierno, 1972; El aire de un crimen, 1980).
4.2. La Generación del 68: Pertenecen a esta generación todos aquellos escritores nacidos después de la Guerra y cuyas primeras ediciones tienen lugar entre 1968 y 1975. En su concepción novelística se interesan por la estructura y la técnica narrativas, y por la investigación del lenguaje. El resultado es una novela intelectualista y minoritaria y, en ocasiones, surrealista y onírica. Los antecedentes van desde la generación maldita americana a los renovadores formales (Gide, Beckett, Joyce, Kafka). Carlos Alfaro exhibe una obra (Easy Joe dice sí a Chile Walker, 1974) producto de la influencia de los medios de comunicación de masas, aunque con carácter crítico y antimimético. Javier del Amo cultiva una literatura intelectual que corre el peligro de caer dentro de las fronteras del ensayo (El canto de las sirenas de Gaspar Hauser, 1973). Juan Cruz Ruiz crea novelas de hilo argumental diluido y de gran intensidad lírica (Crónica de la nada hecha pedazos, 1972). Miguel Espinosa es un novelista imaginativo, episódico y moral (Escuela de mandarines, 1974). José María Vaz de Soto basa su renovación en el relato a través del diálogo y de la conversación (que incluso pasa de una novela a otra) de personajes solitarios (El infierno y la brisa, 1971; Diálogos de la alta noche, 1982).
· Manuel Vázquez Montalbán: Su narrativa gira fundamentalmente alrededor de un detective privado atípico, Pepe Carvalho, que proporciona a sus obras una primera lectura de novela negra, susceptible de atraer al gran público, como así lo hace, pero, en el fondo, pretexto para presentar un cuadro completo de la sociedad actual. Destacaremos Yo maté a Kennedy (1972), Tatuaje (1974) y Los pájaros de Bangkok (1983).
· Francisco Umbral es quizá el autor más consagrado de los que componen esta Generación. Integra en sus novelas sus diversas facetas de escritor, de modo que son una especie de autobiografía / reportaje /digresión cultural / inventiva lingüística. En su primera etapa es posible rastrear un cierto realismo crítico (Balada de gamberros, 1965; Travesía de Madrid, 1966). Una segunda fase que corresponde a la etapa de claro predominio de la emotividad; Mortal y Rosa, 1975). La tercera, no estrictamente cronológica, es la que lleva a reconstruir la vida cotidiana desde la posguerra a nuestros días (Las ninfas, 1976; Las respetuosas, 1976).
5. LA NOVELA POSTERIOR
Hacia 1975 se inicia otro período en la narrativa española en la que, necesariamente, debe repercutir el cambio de las condiciones políticas del país, abierto a unos nuevos aires de libertad. Cada novelista seguirá su propia inspiración y adoptará la forma y el estilo que le parezcan más oportunos. Ciertamente, conviven narradores de todas las generaciones de posguerra y todos ellos, más o menos desorientados, intentan adaptarse a las nuevas condiciones, mientras que los novelistas nuevos, ni se sienten vinculados a la tradición anterior, ni mantienen nexos de unión entre sí, de modo que penetramos en el terreno de la individualidad artística más acentuada. A riesgo de generalizar demasiado, el único rasgo distintivo de la novela de este tiempo es el abandono del experimentalismo y un retorno a las concepciones más clásicas.
En este tiempo, se aprecia un interés del público por la novela negra, destacando en este campo, además del citado Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza con obras como La verdad sobre el caso Savolta (1975), El misterio de la cripta embrujada (1979) y El laberinto de las aceitunas (1982). Por su parte, José Luis Sanpedro y Juan García Hortelano cultivan una novela metaliteraria y culturalista del tipo de Octubre, Octubre (1981) y Gramática parda (1982), respectivamente.
Otros nombres a añadir a la ya interminable relación serían Juan Oleza, Arturo Pérez Reverte, Carlos Pujol, E. Tusquets, A.M. Moix, etc.
6. NOVELA DEL EXILIO
Este epígrafe no se corresponde con promoción, generación ni tendencia alguna, ya que existen escritores exiliados con más de cincuenta años de diferencia en edad, sino con una peripecia vital y política fundamental, pero incapaz por sí sola de prestar unidad a una obra. Entre los narradores con inicio anterior a la guerra y obra posterior importante podemos destacar a Sender, Francisco de Ayala, Max Aub, Corpus Barga, Rafael Dieste, Juan Gil Albert y Salvador de Madariaga.
· Ramón J. Sender fue uno de los escritores de la corriente comprometida de los años treinta. Su obra anterior a la guerra se circunscribe a novelas de índole social desde una perspectiva anarquista que posteriormente evolucionó a comunista para renegar finalmente de esta ideología. En Imán (1930) denuncia la guerra de Marruecos y en O. P. (1931), el sistema policíaco. Durante la contienda escribe Contraataque (1938), que se adentra en el campo del documental, y El lugar de un hombre (1939), donde apunta su veta existencialista. En el exilio diversifica su temática con narraciones realistas de implicación social, filosófica, histórica y autobiográfica. La condición humana desde una óptica existencialista se trata en La esfera (1947) y El verdugo afable (1952). Dentro del campo histórico, se pueden destacar Bizancio (1956) y Jubileo en el Zócalo (1964). Para muchos la mejor obra de Sender es Réquiem por un campesino español (1953), donde se relata la vida de un sacerdote que no consigue evitar la ejecución de un joven del pueblo en los comienzos de la Guerra Civil. La más importante, sin embargo, es la serie de nueve novelas Crónica del alba, autobiografía ficticia a través del protagonista José Garcés (segundos nombre y apellido del autor), que alcanza sus mayores cotas de lirismo en el primer volumen dedicado a su infancia.
· Francisco Ayala publicó antes de la guerra algunas obras sin demasiado interés (Historia de un amanecer, 1926; Cazador en el alba, 1930). No retomó su obra hasta el año 1944 con la publicación de El hechizado, reflexión pesimista sobre la naturaleza humana y, desde entonces, editó con regularidad. La cabeza del cordero (1949), Historias de macacos (1955) y El jardín de las delicias (1971) son historias de los rasgos ridículos del comportamiento humano.
· Max Aub sigue las corrientes orteguianas de los años veinte fundamentalmente a través de la biografía imaginaria de un poeta lírico (Luis Álvarez Petreña, 1934). Tras la guerra, su obra oscila entre el realismo y el experimentalismo. Así, por ejemplo, destaca Jusep Torres Campalans (1958), falsa biografía de un pintor cubista amigo de Picasso. Dentro del realismo del más puro estilo galdosiano se incluyen Las buenas intenciones (1954) y La calle de Valverde (1961). La serie de Campos (1943-1968) describe literaria y dramáticamente, la evolución de la Guerra Civil y el inicio del exilio.
Además de los anteriores, se desarrollan en el exilio una serie de generaciones de novelistas que inician su obra ya en el destierro. Entre ellos, los indigenistas Clemente Airó (Yugo de niebla, 1948; La ciudad y el viento, 1961), narrador de Colombia, y Luis Amado Blanco (Ciudad rebelde, 1967), cantor de Cuba; el novelador de la guerra Virgilio Botella (Porque callaron las campanas, 1953; El camino de la victoria, 1979); y el autobiográfico Pablo de la Fuente (El hombre solo, 1939; El retorno, 1969).