El Lazarillo de Tormes. La novela picaresca.
1. La Novela
• A partir del S.XIII aparece en Europa la narrativa en prosa, derivada de los Cantares de Gesta; una de las modalidades fue la de los libros de caballerías, destacando “Tirant lo blanc”.
• En el siglo XVI se publicaría “El Amadís de Gaula”, tan renombrada como “Tirant lo blanc”. También en esta centuria crecería muchísimo el número de libros caballerescos y estos gozaron del favor del público. No obstante, Cervantes sería uno de sus grandes detractores en el siglo XVII.
• Otros géneros plenamente renacentistas son el “morisco” y el “picaresco”.
• A partir de “Los 7 libros de Diana” nace el género de la Novela Pastoril : pastores, paisajes bucólicos, amor, belleza y dulzura.
• La novela morisca se inaugura con “Historia del Abencerraje” (1551) :
peripecias entre moros y cristianos durante la Reconquista.
• En el siglo XVI se crea la “Picaresca”, inaugurada por “El Lazarillo”, en 1554. (LECTURA 1).
2. El Lazarillo de Tormes
• Pórtico de la novela moderna.
• Héroe adulto, con rasgos y destino fijados al comenzar la novela. Las aventuras no le hacen, sino que le confirman en lo que ya es.
• Presentación de un protagonista pobre y miserable por primera vez en la historia.
• Los acontecimientos siguen un orden progresivo e intocable. PUBLICACIONES :
• 1554 : ediciones de Burgos, Alcalá y Amberes, sin nombre de autor.
• 1559 : censura.
• 1573 : se autoriza una versión expurgada.
• 1834 : se edita entero.
• Se ignora la fecha de composición, probablemente hacia 1525 -1550.
• Autor anónimo, aunque se podría atribuir a Diego Hurtado de Mendoza, entre otros. ORÍGENES FOLCLÓRICOS :
• La mayor parte de las peripecias que acontecen a Lázaro son de origen popular : el nacimiento a orillas de un río, la muerte del padre que origina la miseria de la familia; servir a un ciego (la pareja ciego-niño aparece en muchos cuentos medievales).
• El autor apenas inventa, se basa mucho en relatos populares.
• Relato autobiográfico.
3. El Lazarillo y la Novela Picaresca
• Lázaro no es un pícaro, sino un desdichado.
• (Describe, de tu cosecha, lo que verdaderamente es un pícaro). ESTRUCTURA DEL LIBRO Y ARGUMENTO :
• El protagonista narra su propia vida (autobiografía).
• Hijo de padres sin honra. Abandona su casa a causa de la pobreza.
• Sirve a diversos amos (ciego,cura,escudero y dos personajes más) o es ladrón inducido por el hambre.
• Suele contraer matrimonio sin honra.
• En el tratado VI sirve a un panadero y a un capellán. Con este último ahorra sus primeros dineros para comprar unas ropillas que mejoren su aspecto.
• En el tratado VII obtiene el cargo de pregonero real, alcanzando mejor condición. RENACENTISMO DE “EL LAZARILLO” :
• No mezcla lo sobrenatural y lo natural (como ocurría en la E. Media).
• Opta por lo mundanal y lo humano. ESTILO :
• Simplicidad expresiva, patente en el uso de diminutivos y de adjetivos plásticos.
• Descripciones y narraciones puestas con espontaneidad.
• (IR A LECTURA 2)
4. Otras obras picarescas
• “El Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán (LECTURA 3) (1599 – 1605). Influye en otras novelas picarescas del siglo XVII.
• La “Vida del Buscón”, de Quevedo (LECTURA 4).
LECTURA 1 :
Hacia 1550 surgen varios géneros literarios hasta entonces desconocidos. Entre ellos se encuentran la novela pastoril, la novela morisca y la novela picaresca.
La novela pastoril —que narra las aventuras y desventuras amorosas de pastores idealizados— es un género que ya había florecido con antelación en Italia y Portugal. El ejemplo más notable de novela pastoril en lengua española es La Diana del portugués Jorge de Montemayor.
La novela morisca fue una invención española que combinó las tendencias literarias de los siglos anteriores con las del siglo XVI, presentando los relatos caballerescos de la guerra contra los moros en forma de novela. Su primer ejemplo es el relato anónimo El abencerraje (1598).
Tanto las novelas pastoriles como las moriscas presentan imágenes idealizadas de la naturaleza humana. Por el contrario, la novela anónima El lazarillo de Tormes (1554) muestra una visión pesimista de la sociedad a través de los ojos de un pícaro que sirve a diversos amos. Esta obra es el prototipo de la novela picaresca que floreció a comienzos del siglo XVII. El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y la Historia de la vida del Buscón, de Quevedo, son los ejemplos más sobresalientes del género picaresco. Este género literario alcanzó un gran éxito en España y en el extranjero, influyendo de manera determinante en la novela europea del XVIII.
Los escritores de novela picaresca presentan una visión sombría de la humanidad, no menos distorsionada a su manera que la imagen idealizada de la literatura bucólica o de caballerías
LECTURA 2 :
Carlos Keller Rueff, “Don Diego Hurtado de Mendoza Autor del Lazarillo de Tormes”.
Publicado en “Homenaje a Guillermo Feliú Cruz”, Santiago, Editorial
Andrés Bello, 1973- p. 585-600.
Conviene iniciar la discusión del tema con una breve síntesis del contenido de la novela. Está escrita a la manera de una autobiografía de Lázaro de Tormes, hijo de Tomé
González y Antonia Pérez, nacido en la misma vaguada del río Tormes, en Tejares,
aldea dependiente de Salamanca, del antiguo reino de León. El protagonista la escribe para su último patrón, un real pregonero de Toledo, a quien se dirige personalmente a lo largo de todo el relato, llamándolo “Vuestra Merced”.
Comienza con su nacimiento y expresa al terminar su biografía que “de lo que de aquí adelante me sucediere, avisaré a Vuestra Merced”.
El relato ocupa un breve lapso y comprende el territorio entre Salamanca y Toledo, ocurriendo algunos episodios en las aldeas intermedias de Almorox (a 60 kms. al oestesuroeste de Madrid), Escalona (a 8 kms. al sur de Almorox y 45 kms. al noroeste de Toledo) y Maqueda (sobre la carretera de Escalona a Toledo).
Cabe observar que entre Salamanca y Toledo se cruzan las sierras de Ávila, La Serrota (2.295 m.), Gredos (2.590 m.) y San Vicente (1.365 m.) y se tocan lugares famosos, como Alba de Tormes y Ávila, la bien fortificada, que no aparecen en la novela. Salvo el comienzo de la obra, que tiene como escenario a Salamanca, todos los episodios restantes ocurren entre Almorox y Toledo, que quedan a una distancia de sólo 50 kms., siendo la de Salamanca a Almorox de 135.
El primer tratado de la novela se ocupa del modesto origen de Lazarillo. Su padre era molinero en Tejares, donde funcionaba uno de los numerosos molinos de agua de la época. Hurtó trigo de los costales que le eran entregados para la molienda a maquila, fue sorprendido, llevado ante la justicia, condenado a relegación, y murió en una expedición naval contra los moros del África del Norte.
La madre, para poder mantenerse, se trasladó a Salamanca, donde guisaba para estudiantes de la célebre universidad y lavaba ropa a mozos de caballos del comendador de La Magdalena. Llegó a conocer allá a un moro, Zaide a quien la favoreció con alimentos y leña y con quien tuvo un hijo, hermanastro, por tanto, de Lazarillo. El moro fue sorprendido — a igual que el padre — en hurtos, siendo castigado con la pena de azotes. Se prohibió a la madre seguir conviviendo con él y frecuentar la casa del comendador. Ella contrató entonces sus servicios en el mesón (hostería) de La Solana.
Allá llegó Lazarillo a la edad de un mozuelo, es decir, de 14 años. En ese tiempo se hospedó en el mesón un ciego, quien lo aceptó como guía y acordó dirigirse con él a Toledo, por ser allá “la gente más rica, aunque no muy limosnera”.
Todo el resto de este primer tratado se refiere a las andanzas y aventuras con el ciego, sin precisar lugares geográficos, hasta llegar a Almorox. Era aquél extremadamente
astuto y no menos tacaño, manteniendo a Lazarillo en un estado de suma indigencia, pero suministrándole a la vez una gran experiencia de la vida, como él mismo más tarde lo reconoce en su obra.
Ya llegado a Escalona, Lazarillo se separó del ciego, debido al hambre que lo acosaba, y se dirigió a Maqueda. Pidiendo limosna al clérigo de esta aldea, éste le preguntó “si sabía ayudar a la misa”, y como el ciego le había enseñado también eso, fue contratado por aquél”.
El segundo tratado se refiere a sus experiencias con auténtico cura de campo de una aldea situada en Castilla la Nueva. Tal como ocurre todavía entre nosotros, ese clérigo llevaba una vida sumamente difícil debido a sus escasos recursos, y Lazarillo, quien “había escapado del trueno, dio con el relámpago”. Pudo sufrir esa miserable vida sólo durante tres semanas, prosiguiendo en seguida su marcha a Toledo. Caminaba con los pies descalzos, pues sólo más tarde recibió el primer par de zapatos en su vida.
En Toledo vivió primero de limosnas, hasta ser contratado como mozo por un escudero, es decir, por un individuo al servicio de un noble y que era él mismo, también hidalgo, aunque venido en menos y que se encontraba, adicionalmente, cesante. El tercer tratado relata sus experiencias con éste. Provenía de Castilla la Vieja y era otro de los personajes característicos de la época: un “segundón” de noble estirpe, que no había participado en la herencia de su padre, pero que se comportaba como hidalgo en todas las circunstancias de la vida. Tan pobre como Lazarillo, demostraba a éste cómo un auténtico hidalgo debe afrontar aquella situación. Naturalmente, como no tenía nada que ofrecerle para comer, la vinculación duró sólo pocos días.
El mozuelo llegó en seguida a parar en manos de un fraile de la orden de La Merced, más preocupado de atender asuntos mundanos que espirituales, con quien estuvo vinculado sólo muy efímeramente. Le dio éste los primeros zapatos que poseyó, pero que “no duraron ocho días”. Por tales razones “y otras cosillas que no digo”, se separó de él. Este tratado — el cuarto — tiene una extensión de sólo once líneas.
Sigue el extenso quinto tratado, que relata el servicio que Lazarillo prestó a un bulero, es decir, a un vendedor de bulas. Estos documentos concedían a los adquirentes indulgencias por pecados cometidos, debiendo destinarse el producto de la venta principalmente al rescate de cristianos hechos prisioneros por los infieles, como ser, los moros del África o los turcos. Sin entrar a analizar el fundamento moral (o inmoral) de la institución, Lazarillo describe el fraude que cometían buleros inescrupulosos con los creyentes, a quienes presentaban verdaderas farsas para conseguir su dinero. Cuatro meses estuvo con el bulero, vendiéndose en ese lapso tres mil bulas.
Hastiado por este negocio, el joven se ocupó como moledor de colores con un pintor de panderos, pero fue luego contratado como repartidor de agua en la ciudad por un capellán de la iglesia mayor. Entrególe éste un asno, cuatro cántaros y un azote. Tenía la obligación de producir a su amo una renta de 30 maravedís al día, excepto los sábados, en que la venta corría a su favor.
Cuatro años dedicó a esta actividad. En ese lapso “ahorré para me vestir muy honradamente de ropa vieja, de la cual compré un jubón de fustán viejo y un sayo raído de manga tranzada, y puerta, y una capa que había sido frisada, y una espada de las viejas primeras de Cuéllar”. Todo esto está relatado en el sexto tratado.
Desde que “me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo que tomase su asno, pues no quería seguir más aquel oficio”. Contrató sus servicios con un alguacil, pero le pareció luego un oficio demasiado peligroso. Había llegado entre tanto a la edad de 19 ó 20 años y comenzó a meditar sobre alguna ocupación que le diera “descanso” y le permitiera “ganar algo para la vejez”. Llegó a la conclusión que la mejor garantía se la brindaba el servicio real, por lo cual aceptó el ofrecimiento que le hizo un pregonero, de trabajar con él, y es a él a quien dedica sus memorias.
De este modo, su vida, comenzada muy humildemente y sujeta a fuertes taras para la herencia del padre y los malos antecedentes del padrastro, terminó — al menos hasta el momento relatado por él — en forma positiva y constructiva. No falta en ella siquiera un happy end, pues al final contrae matrimonio.
Análisis de la obra
El breve resumen precedente, intencionalmente esquemático y muy racional, no pretende de manera alguna reflejar el sabrosísimo contenido de la obra, escrita con infinita e insuperable gracia. Me pareció, sin embargo, necesario destacar las ideas matrices que la inspiran y sin cuya noción la novela no será entendida, ni se explicará el éxito universal que ella tuvo.
Me parece que el Lazarillo ha sido víctima de haberse ocupado de él únicamente los filólogos y no los sociólogos e historiadores. Aquéllos lo han transformado en una especie de bagatelle literaria, y el propio Lazarillo es para ellos un simple pícaro.
Escribe al respecto Menéndez Pidal: “La prosa castellana ha tenido en la Edad Media un cultivo temprano y aventajado; nos admira ya en el siglo XIII con Alfonso el Sabio; en el XIV con don Juan Manuel; y produce en tiempos de los Reyes Católicos obras tan notables como La Celestina. Bajo el reinado de Carlos V tomó mayor vuelo. Aplicáronla a la exposición doctrinal fray Antonio de Guevara, Hernán Pérez de Oliva, Juan de Valdés y otros, y apareció como maestra consumada en la novela”.
“En este terreno no es ciertamente su mérito mayor haber servido a narraciones idealistas de aventuras en los libros de caballerías, pues este género decaía ya de su viejo esplendor, que en el siglo XIV había producido el Amadís de Gaula. Un nuevo lenguaje de la narración se desarrollaba ahora, a mediados del siglo XVI, complaciéndose en la pintura satírica de tipos y costumbres sociales, tomados de la realidad, con todo el vigor y crudeza con que en ella se ofrecen, y éste es, sin duda, el aspecto más importante que presenta la prosa en tiempos del Emperador. Con estas narraciones realistas que forman la llamada novela picaresca (por abundar en tipos de pícaros, truhanes, vagos, espadachines y ladrones), España dio a la literatura universal el primer modelo de la novela moderna de costumbres”.
“El Lazarillo es la más antigua de estas novelas picarescas, la más popular en España y la más conocida en Europa, y nos ofrece como una novedad (a pesar de La Celestina) el cultivo del lenguaje popular y corriente, en que no escasean las incongruencias gramaticales que consigo arrastra la viveza de la conversación. Por eso en el Prólogo, el pobre Lázaro, antes de empezar a referir su historia, disculpa el grosero estilo en que por fuerza ha de contarla” [2].
Como se ve, también el gran maestro de la literatura hispana reduce el contenido de la obra a una descripción en estilo popular de tipos picarescos del bajo pueblo y de costumbres folklóricas.
En realidad, si el Lazarillo se hubiera limitado a ello, no habría logrado el envidiable éxito que tuvo. Ocurre, sin embargo, que tras cada gracia que se expresa hay una terrible verdad vivida y que el conjunto sintetiza admirablemente, no la miseria de la España decadente de un siglo más tarde, sino precisamente el sentido de su grandeza en tiempos del Emperador.
Pues la trayectoria del Lazarillo — considerado como prototipo —, tal como la relata la novela, fue la de toda la Europa occidental de aquel tiempo. El medioevo había terminado con una pobreza general, con terribles estrecheces económicas y con la bancarrota de vetustas ideas que ya carecían de sentido. La novela describe notablemente tal situación. La reflejan tanto la vida de Lazarillo mismo como la de todos sus personajes.
Lo admirable de la novela consiste, sin embargo, en que a través de todas esas premuras, de todos los desastres, se manifiestan fuerzas creadoras y constructivas dirigidas hacia un futuro mejor. Precisamente, la vida de Lazarillo simboliza esa posibilidad, esa esperanza: no se conforma con la miseria, ni se limita a quejarse de su miserable destino — como un proletario moderno —, sino que busca y encuentra, gracias a su propia iniciativa, sin pedirle favores a nadie, una situación honorable en la vida, y se siente feliz de poder realizar una función útil en la sociedad, por modesta que sea, y formar un hogar, por mucho que su esposa esté sujeta a críticas malintencionadas.
Gracias a Isabel la Católica, al cardenal Cisneros y a Carlos V, España se anticipó en este camino hacia un porvenir mejor a las demás naciones europeas, y por eso logró constituir un imperio en que no se ponía el sol.
El escudero que pinta la novela ha sido interpretarlo como simple caricatura, pero el autor de la novela no lo ha entendido así: el propio Lazarillo le tiene lástima. ¿Por qué? Pues bien, porque comprendió que en ese pobre hidalgo, cesante y desesperado por no poder hacer nada, había pasta de grandeza sin parangón. Lo demostraron los Cortés, los Pizarro y los Pedro de Valdivia, que también eran segundones sin porvenir alguno y que, sin embargo, trasladados a un ambiente propicio, dieron vida a un Nuevo Mundo. Cualquiera de ellos habría podido identificarse en España con el escudero del Lazarillo.
Es por eso que la novela debe ser entendida dinámica y no estáticamente. Si tuvo un rotundo éxito también fuera de España, ello se debió a que expresaba ideas de validez general. La trayectoria del muchachuelo sin porvenir de Salamanca al real pregonero de Toledo indicaba una posibilidad de auge social que anhelaban todos. Lejos de fijar el tipo del pícaro como algo inmutable, la obra enseña cómo poder superarlo, pues al final ni el aguatero ni el real pregonero son pícaros, sino miembros de la pequeña burguesía urbana.
Siempre, en todas las épocas y pueblos, también en las naciones más desarrolladas, hay miseria: los slams de Londres, el barrio de Harlem de Nueva York, nuestras callampas son símbolos de ella. Toda Europa había salido del medievo con una terrible herencia de miseria. Se la describe realistamente en el Lazarillo, pero no se hace para condenar a los gobiernos o a las clases adineradas (como ahora), sino para indicar a cada cual que él mismo está en situación de labrarse un mejor porvenir. Posiblemente, esta mentalidad constructiva (y no nihilista) es la que distingue a una época de auge social de una de decadencia.
El autor de la obra
Hasta aquí una interpretación sociológica del Lazarillo de Tormes.
Pero dejemos hablar ahora también al historiador, cuya conclusión esencial ya la indica el título de este ensayo: fue escrito por don Diego Hurtado de Mendoza.
¿Cómo llegar a afirmación tan contundente y excluyente de toda duda? Pues bien, ya lo expresé: del Lazarillo se han ocupado únicamente los filólogos, a quienes interesa el lenguaje, el estilo, la capacidad representativa.
No han prestado, sin embargo, atención alguna a siete palabras contenidas al final del primer tratado: “Estábamos en Escalona, villa del duque de ella” Era para ellos algo netamente descriptivo: el duque de Escalona era señor feudal de la villa de Escalona. Han pasado 419 años desde que esa frase fuera impresa, y durante todo ese lapso nadie se tomó la molestia de preguntar: ¿y quién es ese duque de Escalona?
Pues si lo hubieran hecho, toda la inmensa literatura acerca del autor del Lazarillo estaría de más. En efecto, esa breve frase encierra la clave. Desde luego, aquel duque no tiene que ver absolutamente nada con la novela. No actúa en ella, ni está vinculado con algún episodio. Su mención es algo insólito en una obra tan escueta, tan descarnada como ésta, en que no se encuentra una sola palabra que no sea imprescindible.
Menéndez Pidal la critica por ser demasiado latina, advirtiendo que el castellano no admite una concisión tan extraordinaria como la lengua de los romanos [3].
¿Por qué mencionar, entonces, en este lugar, a un personaje — el duque de Escalona— que no tiene que ver nada con la acción de la obra?
Pues bien, porque el duque de Escalona es el abuelo materno de don Diego Hurtado deMendoza, cuya madre era doña Francisca Pacheco, hija de aquel dignatario.
Esta costumbre, de dejar algún testimonio de la paternidad de una obra literaria anónima, era usual en aquella época, siendo numerosísimos los casos en que se procedió en igual forma. No es preciso citarlos, pues son por demás conocidos.
Ahora bien, este descubrimiento mío se encuentra corroborado por testimonios contemporáneos. Es lógico que los lectores de un libro que aparece simultáneamente en tres ediciones, todas anónimas, se hayan formulado la pregunta referente a su autor. No lo llegaron a conocer, pues había — como veremos — buenas razones para ocultarlo.
A. Morel-Fatio, eminente hispanófilo francés, publicó, sin embargo, en 1888, un estudio sobre L’auteur du premier Lazarillo de Tormes, en que se refiere a lo que se sabía al respecto medio siglo después de la publicación de la novela [4].
El primero que indica a ese presunto autor es el padre José de Sigüenza, autor de una historia sobre la Orden de San Jerónimo, publicada en 1605, quien sostiene que el manuscrito de la obra, escrito de puño y letra por el padre fray Juan de Ortega, fue encontrado en su celda. Habría redactado la novela cuando estudiaba en Salamanca [5].
Pues bien, fray Ortega falleció en 1489, de modo que si hubiera escrito el Lazarillo mientras estudiaba en Salamanca, la obra lo habría sido más o menos por el año 1450, o antes. Con razón Menéndez Pidal la ubica, sin embargo, en tiempos del Emperador Carlos V, o sea, un siglo más tarde. Cuanto se expresa en ella pertenece a las ideas de esa época, y luego veremos que incluso podemos precisar el año en que fue redactada.
Es preciso descartar, pues, a fray Ortega (lo que no obsta para que se crea al padre Sigüenza, de haberse encontrado en aquel monasterio una copia manual del Lazarillo, pero sin vinculación alguna con aquél).
Todos los demás testimonios de principios del siglo XVII señalan a Hurtado de Mendoza como autor de la novela. En 1607, el belga André Valère, por ejemplo, lo destaca como tal; y un año después André Schott, bibliógrafo que publicó una Hispaniae Bibliotheca, se expresa con respecto a él en estos términos: “Eius esso putator satyricum illud ac ludicum Lazarillo de Tormes, cum forte Salamanticae civili juri operam darte” (En castellano: “Se le considera como autor de la sátira y novela intitulada Lazarillo de Tormes, escrita probablemente mientras estudiaba derecho civil en Salamanca”).
Tanto Valére como Schott no dejan duda de que su atribución era compartida por muchos contemporáneos.
Morel-Fatio, como también muchos otros, entre ellos Menéndez Pidal [6] han tratado de poner en duda tal atribución, no aportando, sin embargo, nuevas fuentes, sino sosteniendo que un autor aristócrata y erudito no habría sido capaz de describir las
clases más bajas del pueblo como lo hace el autor del Lazarillo.
L. Sorrento [7] ha hecho ver que si se aceptara tal tesis, habría que negar que Bocaccio fuera, por una parte, autor de De Claris Mulieribus (Sobre Mujeres Famosas) y de otros trabajos eruditos escritos en su edad madura y, por otra, del Decamerón y del
Corbaccio. ¿O cree alguien que Zola haya vivido en los ambientes de miseria y pobreza que describe en sus novelas? ¿O que autores actuales que describen ambientes pornográficos y de criminales, homosexuales, morfinómanos y marihuaneros, lleven realmente la vida que describen?
R. Foulché-Delbosc, otro de los más renombrados hispanófilos franceses, ya citado, ha rastreado en la literatura precedentes o modelos en que pudo haberse inspirado el autor del Lazarillo. No ha encontrado más que “la más antigua farsa francesa (Le garçon et l’aveugle, del siglo XIII y el más antiguo entremés (uno de Timoneda), que tienen por sujeto las aventuras de un ciego y de su joven guía, sin que sea posible establecer alguna relación entre ambas obras y la del Lazarillo”. Aquellos modelos son, por cierto, muy vagos, y el burdo contenido de la farsa francesa y del entremés español no tienen, en realidad el menor parentesco con la obra de Hurtado de Mendoza. Es posible, sin embargo, que muchas de las escenas que él describe hayan sido tomadas de la realidad, pero sería ilusorio pretender demostrarlo en día.
Ha sido también totalmente extravagante pretender vincular esta novela maestra con autores como Lope de Rueda, Cristóbal de Villalón o Sebastián de Orozco — como se ha hecho —, pues su categoría literaria es muy inferior nivel que se manifiesta en ella.
Es por supuesto preciso prescindir, desde luego, de la ficción poética empleada por Hurtado de Mendoza al atribuir la obra al propio Lazarillo. En el Prólogo de ella escribe que Plinio sostiene que “no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena” y que Tulio expresó que “la honra cría las artes”. Hace decir al ciego que “Galeno no supo la mitad que él para muela”. Comparando al ciego con el clérigo de Maqueda, expresa que aquél era en “un Alejandro Magno, con ser la misma avaricia”. Como él robaba a ese sacerdote de noche lo que éste llevaba a su casa en el día, lo explica así: “Parecíamos tener a destajo la tela de Penélope (mujer de Ulises), pues cuanto él tejía de día, rompía yo de noche”. Describiendo al escudero, dice de él que se subía “por la calle arriba con tan gentil semblante y continente, que quien no lo conociera, pensara ser muy cercano pariente del conde Arcos” (cita que en realidad se refiere al conde Claros). Y cuando encontró a su amo a orilla del lamoso Tajo, “en gran
recuesta con dos rebozadas mujeres” le pareció que “estaba entre ellas hecho un Macías, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió”.
Como se ve, el autor dominaba la literatura clásica y la española y no revela ninguna de las condiciones de bajo pueblo que le atribuyen Morel-Fatio, Foulché-Delbosc y el propio Menéndez Pidal. Las citas transcritas bastan para comprobar que es preciso buscarlo entre los eruditos y letrados y no entre autores populares.
El descubrimiento del verdadero autor del Lazarillo de Tormes efectuado por mí está, pues, en absoluta concordancia con tal hecho.
El contenido político de la novela
Ocurre, ahora, que conocido, en forma definitiva, el autor, toda la novela cambia de sentido, pues fuera del contenido sociológico que he destacado — y que queda a firme—, ella tiene también otro político, que es, justamente, el más interesante.
Don Diego Hurtado de Mendoza nació en 1503 en Granada, donde su padre era gobernador desde la conquista de la ciudad morisca en 1492, realizando una política amistosa para con los vencidos. Zaide, el padrastro del Lazarillo, deja de representar de este modo un injerto un tanto extraño en la lejana Salamanca.
El joven Diego fue alumno de don Pedro de Anglería, uno de los principales humanistas de España: se explica así perfectamente el carácter renacentista de la novela.
Don Diego fue destinado por sus padres a ser eclesiástico, pero se negó a seguir esa carrera, contrariando la voluntad de aquéllos. Se dedicó a las armas y estudió leyes en Salamanca. Frecuentó en Italia las universidades de Bolonia, Padua y Roma, de modo que tuvo oportunidad de conocer perfectamente los bajos fondos sociales y aun la vida tumultuosa, variada y corrompida de ellos. Cabe insistir, sin embargo, en que no les dedicó la importancia que se les atribuye, pues su novela es constructiva, no relajadora. Es totalmente falso que la mayor parte de los personajes que describe correspondan a ellos, pues no les pertenecen ni el escudero, ni el fraile de La Merced, ni el bulero, ni el pintor de panderos, ni el capellán de la iglesia mayor de Toledo, ni el alguacil, ni el pregonero. En realidad: sólo los de la juventud del Lazarillo y el ciego pueden incluirse en esa categoría.
Como hijo de una familia de ilustre prosapia y de un padre que ocupaba uno de los cargos administrativos más importantes — y delicados — del reino, don Diego tenía, por supuesto, opción a ocupar una situación muy destacada, sobre todo también en atención a los méritos militares que logró en las guerras de Italia y al conocimiento que había adquirido de ese país.
Cuando el rey y emperador Carlos V asumió el trono de España y luego el imperio germano, don Diego todavía no había terminado sus estudios.
Como es sabido, el nuevo monarca, que ha sido apodado “el último emperador de la Edad Media”, se había trazado como meta el restablecimiento de unidad religiosa de Occidente. Cuando se reunieron en 1520 las Cortes en La Coruña, Mota expresó en su nombre que ya en tiempos remotos España había restituido uno de los territorios más valiosos del imperio romano, al que había proporcionado tres de sus grandes emperadores: Trajano, Adriano y Teodosio. Agregó que nuevamente España acababa de aportarle un cuarto emperador y que se transformaría en “el corazón del imperio”.
Al año siguiente, al reunirse la Dieta de Worms, en Alemania, Carlos V mandó leer una declaración solemne, redactada de su puño y letra, en que expresa estar dispuesto a emplear “mis reinos, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma” para restablecer esa unidad religiosa cristiana”.
Había en aquel tiempo tres posiciones frente al problema religioso:
La de quienes deseaban conservar la Iglesia y sus dogmas, sin modificación alguna;
La de aquellos que estimaban que, sin tocar los dogmas, era preciso someter la Iglesia a profundas reformas, debido a múltiples manifestaciones de inmoralidad que se habían impuesto en ella, y
La de los protestantes y sus múltiples divisiones sectarias, que no sólo pedían esas reformas, sino que combatían al mismo tiempo muchos de los dogmas.
Un representante de la primera posición era el propio Papa, Pablo II (Alejandro Farnese), quien dirigió sus destinos desde 1534 hasta 1549.
La segunda posición era sostenida por numerosos humanistas, entre quienes el más destacado era Erasmo de Rotterdam. Más tarde, cuando San Ignacio de Loyola fundó en 1534 la Compañía de Jesús, ésta —sometiéndose incondicionalmente al Papa— propiciaba igualmente esa reforma. Carlos V, que, como político, se encontró abocado al problema de imponer la unidad de fe a los protestantes en su imperio, comprendió que sin una reforma de la Iglesia no iba a tener éxito en sus anhelos. Pretendía, pues, conservar los dogmas sin cambios (oponiéndose de este modo a Lutero, Calvino y demás reformadores), pero quería ofrecerles una Iglesia depurada e inobjetable [8].
Para lograr estos objetivos le pareció imprescindible conseguir que el Papa convocara un Concilio. Y por mucho que Pablo III rechazara tal exigencia, tuvo que acceder finalmente, y de este modo se realizó el Concilio Tridentino, que funcionó entre 1545 y
1563, en cuatro períodos de sesiones.
En el primero de ellos, entre 1545 y 1547, quedaron de manifiesto Se referían también discrepancias entre el emperador y el Papa. Entre 1547 y 1549 continuaron las deliberaciones en Bologna.
Para representarlo ante ese Concilio, Carlos V designó como su embajador a don Diego Hurtado de Mendoza. Este nombramiento representaba, sin lugar a dudas, la mayor distinción que el autor del Lazarillo recibiera en su carrera diplomática.
En calidad de tal defendió con gran entereza los puntos de vista del emperador, como lo evidencian las cartas que le envió, que se han conservado. En una de ellas habla — irónicamente — de una “enfermedad secreta” de su santidad.
En 1548, Carlos V consiguió que los protestantes alemanes accedieran a participar en el Concilio, lo que hicieron en el tercer período de sesiones, realizado en 1551 y 1552.
Los protestantes alemanes habían organizado la Liga de Esmalcalda, que fue combatida con las armas por el emperador. Gracias a que llevó a Alemania en 1547 un ejército español comandado por el duque de Alba, éste la aniquiló en la batalla de Mühlberg (sobre el Elba), cayendo prisioneros los principales cabecillas. El duque Mauricio de Sajonia se plegó al emperador. Al año siguiente, el emperador reunió a los Estados alemanes en Augsburgo y convino con ellos celebrar en conjunto un Concilio para ponerse de acuerdo sobre los problemas religiosos.
Fue ésa la ocasión en que don Diego Hurtado de Mendoza recibió el encargo de preparar ese Concilio, escribiendo una obra que exteriorizara la buena voluntad del emperador de hacerles todas las concesiones tolerables con el dogma (que no aceptaba modificar, ni le correspondía hacerlo).
El movimiento luterano se había desencadenado en 1517 debido al escándalo de la venta de bulas papales por el buldero Johann Tetzel, comisario del Arzobispo de Maguncia, quien había colocado sobre el arca que las contenía (destinadas a sufragar los gastos de la reconstrucción de la iglesia de San Pedro de Roma) esta inscripción:
Sobaid das Geid im Kasten klingt,
Die Seele in den Himmel springt.
(Tan pronto suene el dinero en la urna,
el alma dará un brinco —del purgatorio— al cielo.)
En contra de este escandaloso comercio con la eterna felicidad, Lutero había fijado sus 95 tesis, en lengua latina, en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Se referían también a otras materias, entre ellas, asuntos dogmáticos, pero en lo esencial pedía se discutiera públicamente acerca del trato con las bulas.
Pues bien, cuanto expresó al respecto el propulsor del protestantismo queda pálido al lado de lo que escribe don Diego Hurtado de Mendoza en el Lazarillo, quien dramatiza la venta mediante recursos fraudulentos. Al mismo tiempo, destaca la insuficiencia de recursos en que se mantenía a los curas de campo, como el de Maqueda, y a los capellanes, como el de la iglesia mayor de Toledo, y la secularización de la vida de algunas órdenes, como la de los mercedarios.
Todo esto obedecía al propósito de tenderles la mano a los protestantes y hacerles ver que los anhelos de una reforma interna de la Iglesia eran compartidos por los católicos. En España, tal reforma ya la había iniciado, antes que la pidiera Lutero, el cardenal Cisneros, y España creó los dos instrumentos esenciales para lograrla: la Compañía de Jesús y el movimiento reformista le Santa Teresa, de las Carmelitas Descalzas. Se inició en España en aquel tiempo la creación de una literatura mística extraordinariamente frondosa, en que participaron también sus mayores escritores, como Lope de Vega, Quevedo, Calderón. Su finalidad consistía en profundizar la vida religiosa.
Como ya se dijo, Carlos V logró que los protestantes participaran en el tercer período de sesiones del Concilio, en 1551-52.
De esto se desprende con absoluta claridad (por la evidencia que fluye de los hechos, pues no hay documentos que lo comprueben) que don Diego Hurtado de Mendoza escribió su Lazarillo de Tormes por los años 1549 ó 1550 y que a más tardar en este último año tiene que haber aparecido la edición princeps de su obra, de la que no se ha conservado ningún ejemplar.
El hecho de ser don Diego Hurtado de Mendoza el autor de la novela, explica su publicación anónima, pues habría perdido toda su influencia si se le hubiera dado a conocer, en atención a que era el propio representante del emperador ante aquel Concilio.
Habría podido haberse publicado también con otro nombre, o con un seudónimo, pero ello le habría restado fuerza de convicción, pues poco interesaba conocer lo que opinaba un cualquiera. Por otra parte, si la obra hubiera tenido como autor a otro escritor, no habría habido motivo alguno para no indicarlo.
Finalmente, cabe advertir que la novela no fue escrita por don Diego Hurtado de Mendoza mientras estudiaba en Salamanca, o sea, por 1520, sino treinta años más tarde. En 1520 nadie se habría preocupado de una figura como la del bulero, e incluso habría sido peligroso hacerlo. Aun en 1550 lo era, como lo prueba el hecho de haber sido prohibida la publicación de la novela en 1559 por la Inquisición.
Se explica así también que ella no mencione sierra ni plaza alguna entre Salamanca y Almorox, figurando, en cambio, Escalona y Maqueda entre esa aldea y Toledo: era éste un escenario familiar para el autor.
Para completar el desenlace de la última tentativa realizada en Europa con el fin de conservar la unidad de los cristianos, cabe agregar una breve mención de los hechos posteriores.
Mientras se estaba realizando el segundo período de sesiones del Concilio, en conjunto con los protestantes, el duque Mauricio de Sajonia, así como había traicionado a éstos plegándose al emperador, traicionó a éste y al Reich alemán, ofreciendo al cristianísimo rey de Francia, Enrique II, el vicariato que había en los obispados germanos de Metz, Toul y Verdún, como precio para que apoyara a los protestantes (tratado de Chambord). Con la ayuda de tropas españolas, el emperador procuró en vano defender aquellos dominios. El duque lo engañó, lo batió y obligó a huir desde Innsbruck hasta Villach.
Se disolvió el Concilio. En 1555 se celebró la Paz Religiosa de Augsburgo, basada en el principio: cuius regio, eius religio (el súbdito profesará la religión de su príncipe). La idea de la prepotencia de los Estados nacionales había triunfado sobre la medieval de un imperio universal. En esos Estados se establecieron iglesias propias de las más diversas tendencias. Carlos V, consciente de haber fracasado con su política universalista, y sintiéndose anciano y achacoso, renunció primero al trono de España (en 1556) y luego al del imperio alemán (en 1558).
El desarrollo posterior presentó, por una parte, un protestantismo que se dividía cada vez en sectas y subsectas, de las que hay ahora algunas centenas. La Iglesia Católica, en cambio, ya sin preocuparse — como el emperador — de aquéllas, volvió a convocar el Concilio en 1562 y 1563, y en ese cuarto período de sesiones, presididas genialmente por Morone e inspiradas por los jesuitas españoles Lainez y Salmerón, se realizaron las reformas internas que Carlos V había tratado de conseguir en vano, aprobándose al mismo tiempo la estructura dogmática que se conservó casi inalterada hasta la actualidad.
Hay, naturalmente, una gran divergencia de opiniones acerca del juicio que merecen los hechos expuestos muy sucinta y esquemáticamente en este lugar, pero hay unanimidad de pareceres acerca de que si Carlos V hubiera logrado poner sus ideas, se habría evitado a Europa el derramamiento de torrentes sangre.
Además, la situación de 1550-52, en que El Lazarillo de Tormes desempeñó el papel de una exteriorización de las ideas del emperador para lograr la unidad cristiana, se acerca mucho a la que volvió a aflorar hace pocos años en el Concilio II.
LECTURA 3 :
Mateo Alemán (1547-1613?), novelista español. Es el primer autor de la novela picaresca cuya identidad está claramente establecida.
Nació en Sevilla en el seno de una familia de raigambre judía, especialmente por la rama de su madre, Juana de Henero (o Enero). El padre, Hernando Alemán, era un médico que había ejercido su oficio en Badajoz antes de trasladarse a Sevilla, donde trabajó como cirujano de la Cárcel Real desde 1557. Siguiendo los pasos de su progenitor, Mateo se graduó en Artes y Filosofía y luego, en 1564, comenzó a estudiar Medicina en Salamanca. Al año siguiente se matriculó en la Universidad de Alcalá de Henares, más rígida y austera que la salmantina. Sin embargo, no llegó a licenciarse, pues murió su padre en 1567 y tuvo que regresar a Sevilla para hacerse cargo de la familia. Las escaseces lo forzaron a solicitar un préstamo de 210 ducados de oro al Capitán Alonso Hernández de Ayala. Éste concedió el dinero a condición de que Mateo se casara con su protegida, Catalina de Espinosa, si la cantidad no era devuelta en el plazo previsto. Como la suma no fue restituida, Mateo Alemán debió aceptar un matrimonio indeseado. En lo sucesivo, practicó diversos oficios: primero fue recaudador del subsidio de Sevilla, y luego viajó a Madrid en 1571, para ocupar el puesto de inspector de recaudadores o “contador de resultas de S.M.”. Cuando regresó a Sevilla, se matriculó en la Universidad para estudiar Leyes. Desordenado en sus gastos, pronto volvió a endeudarse, a tal extremo que, ante el acoso de los acreedores, fue encarcelado en 1580. Al salir de prisión, regresó a Madrid, pero no pudo enderezar su fortuna y volvió a llevar esa vida llena de dificultades que, según la crítica, le permitió expresar el estoicismo picaresco de Guzmán de Alfarache.
Mateo Alemán había escrito el prólogo a los Proverbios morales, de Alonso de Barros, y también era el traductor de dos odas de Horacio, pero esa inquietud literaria no quedó plenamente de manifiesto hasta 1597, cuando terminó la primera parte de su obra más conocida, Guzmán de Alfarache, impresa en Madrid en 1599. Su personaje central, como todo héroe picaresco, es un perpetuo vagabundo cuyas penalidades le sirven para justificar moralmente su desconfianza.
A pesar del gran éxito de la novela, Mateo Alemán no pudo resolver sus problemas económicos y las deudas volvieron a llevarlo a prisión en 1602, el mismo año en que aparecía una falsa secuela del Guzmán, firmada por Mateo Luján de Sayavedra. Aún dolido por esta falsificación, Alemán editó en 1604 la Vida y milagros de San Antonio de Padua y la Segunda parte de la vida de Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana. Pero, como sus finanzas no mejoraron, decidió pasar a las Indias y establecerse en México. Allí aparecieron su Ortografía castellana (1609) y los Sucesos de fray García Guerra, arzobispo de Méjico (1613).
Después de El Lazarillo de Tormes (1554), Guzmán de Alfarache constituye la cumbre de la picaresca. Su presentación de la ruindad de ciertos personajes ya no constituye, como en el Lazarillo, un motivo de risa debido a ridiculeces individuales o de clase,
sino la manifestación de una maldad inseparable de la condición humana. Éste es uno de los rasgos a partir de los que se puede apreciar la gran diferencia que existe entre el optimismo moderado del renacimiento y el aspecto dramático y moralista del barroco, influido por la Contrarreforma.
LECTURA 4 :
La vida del Buscón llamado don Pablos (c. 1603, impresa sin autorización del autor en 1626) es una novela picaresca dentro de las características del género; pero su originalidad reside en la visión vitriólica que ofrece sobre su sociedad, en una actitud
tan crítica que no puede entenderse como realista sino como una reflexión amarga sobre el mundo y como un desafío estilístico sobre las posibilidades del género y del idioma.
Cuenta las aventuras del segoviano Pablos, hijo de un barbero ladrón y de una judía medio bruja. Entra al servicio de don Diego Coronel, al que acompaña en sus estudios. Célebre es el episodio en que amo y criado sufren los rigores del hambre bajo el pupilaje del domine Cabra. El protagonista intenta salir del ambiente en que se ha criado y conseguir una buena posición social, pero fracasa y se inicia en el camino de la picardía. Tras una serie de aventuras desafortunadas, emigra a América para mejorar su suerte. Tampoco allí logrará su propósito.
Lo más interesante de la novela es su acabado estilo conceptista, ingenioso y demoledor, lleno de equívocos y sarcasmos crueles. Abundan las sátiras, incluso contra la Inquisición, y los personajes aparecen caricaturizados. Es una obra despiadada, en la que Quevedo se ensaña con sus criaturas, sin mostrar la menor comprensión ni solidaridad hacia ellas. No hay aquí ni rastro de realismo. Todo es excesivo, monstruosamente hiperbólico. Pero sí es evidente que el autor parte de una realidad muy concreta que somete a su óptica deformante. Ya hemos hablado antes del papel que desempeña en el proceso desintegrador que sigue el género picaresco.
Aunque se han hecho distintas interpretaciones de El buscón, estamos de acuerdo con Fernando Lázaro Carreter en que se trata, ante todo, de una obra de ingenio. Lo que la define es la portentosa elaboración de su verbo, la intensidad de la palabra, que atrae la atención sobre sí misma, la acumulación de pinceladas grotescas. Desprovista del ropaje formal, su contenido quedaría reducido al de cualquier otro texto picaresco. Eso no impide reconocer que, tras el retorcimiento de la palabra, se oculta una amarga visión del mundo, un pesimismo radical.