Introducción
Cabe decir, en este contexto, que la intervención del alumnado con problemas de comportamiento no puede quedar a disposición de la improvisación educativa. Es necesario organizar una respuesta que incluya la valoración de su situación y necesidades, ofreciendo una propuesta curricular adaptada a las mismas, con los apoyos y recursos necesarios para ello.
Por ello, trataremos en primer lugar, los problemas de comportamiento en el ámbito educativo con la finalidad de conceptualizarlos. Seguidamente, centraremos la exposición en el análisis de los factores que intervienen desde una perspectiva interactiva. Finalmente, hablaremos sobre el papel de la escuela en la prevención de los problemas de comportamiento.
1. Los problemas de comportamiento en el ámbito educativo
En este apartado trataremos de exponer en qué consisten los problemas de comportamiento, así como las clasificaciones existentes sobre este tipo de trastornos.
1.2. Conceptualización y definición
Las alteraciones del comportamiento han sido conceptualizadas desde varias perspectivas teóricas, siendo las principales: el modelo médico y el modelo conductual.
El modelo médico, plantea que la conducta alterada procede de una patología cerebral subyacente. Pone el énfasis en la situación interna del sujeto, diagnosticándolo sin tener en cuenta el contexto. La intervención, por tanto, no implica directamente al profesorado ni a los padres.
El modelo conductual, establece que la conducta, tanto la adaptada como la desadaptada, se aprende por los mismo procesos. Las respuestas concretas de un sujeto son aprendidas y están en relación con su historia personal de aprendizaje y refuerzo.
Según la DSM (1980) se trata de un patrón persistente y repetitivo de conducta en el que destaca la violación de los derechos fundamentales de los demás. Esta definición guarda un componente de subjetividad, pues dependerá de la tolerancia o exigencia de las personas que conviven con el sujeto.
Finalmente, destacaremos la aportación de Briosos y Sarria (1991) que definen las alteraciones comportamentales como ciertas conductas que afectan a la relación del sujeto con su entorno e interfieren negativamente en su desarrollo; que no son patológicas en sí mismas, sino que el carácter patológico viene dado por su exageración, déficit o su persistencia más allá de las edades en las que pueden cumplir un papel adaptativo; que son estables, y, por tanto, más resistentes a la intervención que los trastornos situacionales transitorios, pero menos que la psicosis, neurosis y otros trastornos profundos.
Para considerar un comportamiento o conducta como “trastorno de conducta” deben existir estos cuatro criterios:
– Que persista en el tiempo.
– Que se mantenga en todas las situaciones.
– Que sigua un patrón de conducta repetitivo.
– Que tenga una influencia directa con el aprendizaje.
En este sentido, el profesorado debe tomar un papel importante en la prevención y eliminación de estas conductas generadas en el centro, que, sin duda conllevarán al desarrollo de determinadas dificultades de aprendizaje.
1.2. Clasificación
En un intento de unificar y homogeneizar la clasificación de los trastornos de conducta, diversos autores parecen haber llegado a un acuerdo en este aspecto. De esta forma, se engloba dentro del epígrafe “trastornos del comportamiento”:
³ El comportamiento agresivo.
³ El comportamiento hiperactivo.
³ La ansiedad y el aislamiento infantil.
En este caso, para describir cada uno de los problemas de conducta, desarrollaremos lo expuesto por Arraiz Pérez, A. (1994), el cual ofrece una clasificación teniendo en cuenta la problemática que con mayor incidencia repercute en el centro escolar.
De este modo, podemos distinguir la hiperactividad, los trastornos por ansiedad excesiva y los trastornos por socialización incorrecta:
A. El síndrome hiperactivo.
También es denominado como déficit de atención con hiperactividad. En un principio se definió como trastorno neurológico vinculado a una lesión cerebral. A partir de los años 60 es cuando surge la necesidad de definirlo como un síndrome conductual, considerando la excesiva actividad motriz como el síntoma primordial. Posteriormente, comienzan a resaltarse los aspectos cognitivos del trastorno: el déficit atencional y la falta de autocontrol o impulsividad.
Algunas de las características comunes, extraídas de varias definiciones son:
– Aparición en los primeros años de vida.
– Alternancia de inquietud motriz con breves intervalos de atención.
– Generalización de los síntomas en distintas situaciones y/o ambientes.
– No existen causas neurológicas o sensoriales.
– Discrepancia entre el nivel de desarrollo cognitivo y los problemas manifiestos de autocontrol.
Siguiendo las aportaciones de la Asociación Americana de Psiquiatría, en el DSM IV (1997) se recogen los criterios diagnósticos que exponemos a continuación:
Déficit de atención: hace alusión a una alteración del proceso de control atencional. Es decir, que al alumno con hiperactividad, presentará dificultades en las siguientes fases evolutivas que tienen lugar en un niño sin déficit de atención: de 0 a 2 años no tienen control voluntario sobre su atención, de 2 a 5 años tiene lugar el inicio del control voluntario; a partir de los 6 años, el control atencional se vuelve interno y voluntario.
La desatención se puede manifestar de múltiples formas, algunas de ellas:
ý Dificultad para prestar atención profundamente a los detalles.
ý Dificultad para sostener la atención en las actividades.
ý No escucha cuando se le habla directamente.
ý No sigue las instrucciones que se le dan.
ý Dificultad para seguir conversaciones.
ý Evita las conversaciones que requieren esfuerzo mental sostenido.
ý Pierde u olvida cosas necesarias para las actividades.
ý Se distrae fácilmente por estímulos externos.
ý Es olvidadizo en las actividades diarias.
Actividad motriz excesiva: o hipercinesia (aumento de la actividad motora), es decir que el alumno pasará poco tiempo seguido en la misma posición y en la misma actividad, siendo por tanto, uno de los síntomas que antes se detecta en una clase. Algunos de ellos a modo de ejemplo son:
ý Intranquilidad.
ý Se levanta del asiento cuando debería permanecer sentado.
ý Va de un sitio a otro en situaciones en las que debería estar quieto.
ý Tiene dificultades para jugar sosegadamente.
ý Actúa como si estuviera movido por un motor
ý Habla excesivamente.
Impulsividad: se refiere a la manera de actuar de estos niños, pues pasan a la acción sin una reflexión o planificación previa. Con frecuencia, el síndrome hiperactivo evoluciona de manera que sus consecuencias se van agravando de una etapa educativa a otra. Por ello es imprescindible la intervención. Algunos síntomas de este criterio diagnóstico son:
ý Contesta las preguntas antes de serle formuladas.
ý Tiene dificultades para esperar su turno.
ý Interrumpe o molesta a los otros niños.
Estas condiciones se detectan con claridad a partir de los 6 años, aunque en ocasiones se manifiestan antes. Tales demostraciones conductuales repercuten negativamente en el desarrollo cognitivo, personal y social e interfieren de manera muy significativa en los aprendizajes escolares desde el primer momento, así como en la integración y el equilibrio socio personal del individuo (Miranda, Amado y Jorge, 2.001)
En ocasiones, los mayores de 10 años, si no son tratados de forma adecuada, verán aumentados los síntomas iniciales y además presentarán: inadaptación social, problemas de conducta, autoimagen, autoconcepto erróneo y en algunos casos hasta síntomas depresivos.
Existen tratamientos seguros y eficaces para el alumnado con TDAH que requieren en la mayoría de los casos una actuación psicopedagógica combinada con tratamiento farmacológico a través de psico- estimulantes (Brown, 2.003) e interacción conductual con apoyo individual, familiar y escolar. La respuesta facilitada será diferente según los tres subtipos de TDAH predominantes: subtipo inatento, subtipo hiperactivo- impulsivo y subtipo combinado.
Las alteraciones o trastornos que suelen presentarse asociados al TDAH son:
– dific. en el lenguaje – alteraciones psíquicas
– relaciones sociales conflictivas – depresión
– trastornos afectivos y de ansiedad – baja autoestima
– dific. de aprendizaje
B. Trastornos por ansiedad excesiva.
La agresividad: es una de las perturbaciones conductuales infantiles más preocupantes, tanto para la familia como para el entorno escolar del niño. Bandura (1979), sitúa los orígenes de la agresión en el aprendizaje social. Según Fesbak (1970) se pueden distinguir dos tipos diferentes en la conducta agresiva:
Æ Conductas manipulativas agresivas: como pegar aun niño para quitarle un lápiz. Conducta que tendrá una finalidad concreta y que irá desapareciendo conforme el niño va creciendo e interactúa con sus padres.
Æ Conductas hostiles: la agresión pasa a ser el fin en sí mismo. Puede llegar a convertirse en un patrón de conducta bastante estable y persistente. La agresividad hostil, puede tener dos orientaciones: la heteroagresividad (yo puedo más que tú) y la autoagresividad.
La anorexia nerviosa: la característica esencial de la anorexia nerviosa es el rechazo a mantener un peso corporal normal, que se relaciona con un temor intenso a engordar. El DSM IV (1997) propone los siguientes criterios diagnósticos:
% Rechazo a mantener el peso corporal igual o por encima del valora mínimo considerado normal para su edad y talla.
% Miedo intenso a ganar o a convertirse en obeso, incluso estando por debajo del peso normal.
% Alteración de la percepción del peso o la silueta corporal, exageración de su importancia en la autoevaluación o negación del peligro que comporta el bajo peso corporal.
% En las mujeres prepuberales, presencia de amenorrea.
Puede ser de dos tipos:
Anorexia de tipo restrictivo, al no recurrir a atracones o a purgas.
Anorexia de tipo compulsivo/purgativo, cuando se recurre regularmente a atracones o purgas.
Bulimia nerviosa: se caracteriza por los frecuentes atracones acompañados de conductas compensatorias inadecuadas para evitar el aumento de peso. La bulimia nerviosa difiere de la anorexia en que los individuaos no tienen un peso bajo significativo y suelen presentar un peso normal o un ligero sobrepeso.
El DSM IV propone los criterios siguientes para el diagnóstico:
õ Presencia de atracones recurrentes: ingesta de alimentos en un corto espacio de tiempo en cantidad superior a lo considerado habitual. Sensación de pérdida de control sobre la ingesta de alimentos.
õ Conductas compensatorias inapropiadas, repetitivas, con el fin de no ganar peso; provocación del vómito, uso abusivo de laxantes, diuréticos u otros fármacos, ayuno y ejercicio excesivo.
õ Los atracones y las conductas compensatorias inapropiadas tienen lugar, por término medio, al menos dos veces a la semana durante un período de tres meses.
õ La autoevaluación está exageradamente influida por el peso y la silueta corporal.
õ Puede ser de tipo purgativo o no purgativo.
C. Trastornos relacionados con una socialización incorrecta.
Trastorno disocial: se considera un patrón persistente y repetitivo de comportamiento en el que se violan los derechos básicos de otras personas o normas sociales importantes propias de la edad. Puede manifestarse de diferentes formas: agresión a personas y animales; destrucción de la propiedad; fraude o robo; violación grave de las normas.
El trastorno disocial provoca, además, un deterioro significativo de la actividad social, académica o laboral. Los actos delictivos que lo componen suelen estar desencadenados por factores ambientales o el consumo de drogas y/o alcohol.
2. Análisis de los factores que intervienen desde una perspectiva interactiva
Cuando hablamos de adaptación, es necesario especificar que se trata de un concepto muy relativo. Es por ello que a la hora de describir una conducta como asocial hay que tener en cuenta por un lado, las características del grupo social al que se adapta el individuo; y, por otro lado, las formas de adaptarse de cada persona.
El origen concreto y específico de las desviaciones del comportamiento no está claro. Cada vez más autores asumen un planteamiento multifactorial a la hora de explicar la aparición y mantenimiento de los trastornos en el comportamiento.
De este modo, podemos agrupar los factores que intervienen en varios niveles, partiendo de la idea de que no los podemos considerar de forma aislada, pues se influyen mutuamente:
U Factores familiares y psicoafectivos: la familia juega el papel de primer socializador, interviniendo de manera decisiva en la maduración biológica, física y psíquica y social de los niños. En este contexto es importante el lenguaje y la comunicación, pues a través de estos mecanismos se podrán desarrollar pautas de relación más adecuadas, teniendo en cuenta que el diálogo mutuo, lógico y adaptado al nivel madurativo del niño, serán fundamentales para el enriquecimiento psíquico y madurez en general. En este sentido, es preciso decir que se debe propiciar desde el hogar la estimulación y el afecto necesarios para afrontar las situaciones problemáticas con responsabilidad y madurez, evitando las situaciones de sobreprotección, desestructuración familiar o violencia en el seno familiar.
U Factores sociales: las dificultades de intercomunicación entre personas de diferentes culturas, los modelos sociales que se presentan en algunos barrios, la falta de arraigo en los lugares donde se vive, entre otras causas sociales, como la economía, las malas condiciones de la vivienda o la presencia de modelos sociales negativos (alcohol, violencia, prostitución…) condicionan la aparición de conductas disociales en los niños y jóvenes.
U Causas escolares: la institución escolar no siempre da respuesta a las necesidades del alumnado y puede generar procesos de inadaptación, principalmente cuando no ofrece al alumno los mecanismos adecuados para que pueda compensar los posibles desequilibrios con los que se encuentra.
La escuela debe alentar a sus alumnos a la participación responsable, a fin de lograr las situaciones más óptimas de integración e interrelación personal. De la misma forma, se debe implicar a los padres de manera activa en la formación, aprendizaje y desarrollo de sus hijos, estableciendo cauces de participación y comunicación adecuados, tal y como se plantea en las condiciones que se derivan de los principios generales promulgados por la LISMI, entre otros documentos legales (normalización, integración, sectorización e individualización).
Para potenciar que el alumno con problemas de conducta se sienta cómodo en el centro escolar, y evitar con ello los problemas que ocasionan, debemos procurar que se integre en el grupo-clase, desarrollando contenidos y materias que se correlacionen con sus intereses. De igual modo, procuraremos potenciar la buena relación existente entre este, el profesorado y los compañeros, evitando la consolidación o aparición de determinados problemas de rendimiento y/o dificultades de aprendizaje.
Para finalizar, es importante mencionar que la acción socializadora de la escuela, como función preventiva y reeducadora, debe promover acciones dirigidas al desarrollo de programas específicos y ofrecer modelos adecuados a imitar, desarrollando habilidades sociales básicas.
3. El papel de la escuela en la prevención de problemas de comportamiento.
Según Patterson (1982), existe una secuencia ordenada de la conducta antisocial que va desde las manifestaciones moderadas a las más extremas. Las que se perciben en la escuela son las más moderadas, y es por ello que se debe intervenir en edades tempranas por varias razones:
¨ El comportamiento en la primera infancia es un gran predictor del comportamiento posterior.
¨ La conducta antisocial raramente se inicia en los primeros momentos de la escolarización, según diversos investigadores.
¨ La conducta problemática es un proceso continuo que la escuela puede frenar.
¨ Estas conductas aparecen levemente y evolucionan en intensidad y frecuencia, por lo que la intervención de la escuela puede ser decisiva en cuanto a su prevención se refiere.
¨ El sistema educativo es el mejor medio de lograr los objetivos preventivos de delincuencia infantil y juvenil.
En este sentido, podemos añadir que las alteraciones y conductas asociales demandan una acción educativa orientada hacia su prevención, intervención y tratamiento especializado. Aspectos que pasaremos a desarrollar a continuación.
3.1 Acción preventiva (prevención primaria)
Va encaminada a evitar la aparición de estas conductas y promover los recursos necesarios para ello. Destacamos, en primer lugar, la elaboración del Proyecto Educativo, en el cual se recogerán todas aquellas actuaciones relativas a la autonomía, participación, labor con los padres y ruptura de la marginación psicológica y social, entre otras cosas.
En segundo lugar, el tutor desempeña un papel activo en la tarea de prevención, detección precoz y seguimiento de las alteraciones comportamentales. De esta manera, deberá identificar los síntomas para proceder al tratamiento, recoger información sobre la evolución de cada alumno y mantener un contacto estrecho con las familias.
En tercer lugar, destacamos dentro de la prevención primaria, el Proyecto Curricular, el cual debe centrarse en los planes de acción tutorial, la planificación de temas transversales, la priorización de objetivos que potencien el desarrollo de habilidades sociales y comunicativas, así como en la incorporación de programas de enriquecimiento instrumental o de mejora cognitiva.
3.2. Pautas de intervención educativa (prevención secundaria)
Requiere la reorganización de la dinámica del aula para evitar que los alumnos se desvinculen del proceso de enseñanza-aprendizaje. En este contexto, podemos mencionar las diferentes propuestas a llevar a cabo. A modo de ejemplo citamos:
Técnicas de focalización de la atención (para alumnos con dificultades para aprender):
– Seleccionar estímulos relevantes.
– Emplear materiales y apoyos significativos para el niño.
– Clarificar la estructura de la tarea. Graduación.
– Controlar los distractores externos.
– Partir de la experiencia personal del alumno para iniciar los contenidos.
Planificación de una dinámica cooperativa (para alumnos con problemas de relación social):
– Practicar habilidades sociales con sus iguales (asambleas, proyectos…)
– Favorecer un clima seguro, acogedor, cálido.
– Participación activa en preparación de actividades y elaboración de normas.
– Adquisición de competencias y destrezas sociales: comunicarse, defenderse..
– Control de impulsos agresivos: canalizar la agresividad.
– Superar el egocentrismo y aprender a adoptar el punto de vista de los demás.
Algunos ejemplos de diseños cooperativos pueden ser los torneos de equipos y los rompecabezas.
Mejora de la autoestima
Los alumnos con problemas de conducta, generalmente presentan un proceso de pérdida de la autoestima caracterizado por las siguientes fases:
– El niño empieza a darse cuenta de que no logra los objetivos.
– El niño persiste en su esfuerzo por conseguir los objetivos.
– El niño abandona.
La autoestima mejorará si el profesor lleva a cabo las actuaciones que citamos a continuación:
– Valorarlo en función de sus capacidades y limitaciones.
– Generar una adaptación entre la necesidad de afecto y las exigencias del entorno.
– Tomar en consideración sus deseos y necesidades.
– Apoyarlo en la construcción de su imagen, valorando positivamente las actividades que realiza bien.
– Evitar situaciones de ansiedad o angustia.
– Fomentar el uso de técnicas o la actividad deportiva y los talleres. Ludoterapia, técnicas de expresión plástica, expresión corporal y músico terapia, excursiones, acampadas.
3.3. Programas de tratamiento individual (prevención terciaria)
Algunos niños con problemas de conducta necesitarán un tratamiento individualizado y altamente especializado. Este podrá llevarse a cabo dentro o fuera del centro escolar. Por ello, es imprescindible la coordinación entre todos los implicados en el proceso de intervención. Algunos de los profesionales a los que hacemos mención son el tutor, el profesor de apoyo, el equipo de orientación y el psicólogo.
Las terapias más empleadas se encuadran dentro del enfoque cognitivo. Algunos programas a destacar pueden ser los siguientes:
Programas de entrenamiento en autocontrol: se dirige especialmente a alumno con impulsividad, pues ayuda en la regulación y mejora de la atención la conducta mediante autoinstrucciones.
Programas de entrenamiento en habilidades sociales: el objetivo es conseguir que el niño aprenda estrategias y comportamientos adecuados a su entorno social. Consiste en analizar las diferentes situaciones sociales planteándolas como problemas que hay que resolver.
Técnicas de re-estructuración cognitiva: principalmente empleadas con niños y jóvenes con baja autoestima. Consisten en analizar y discutir las ideas inadecuadas o irracionales que el alumno pueda tener acerca de sí mismo, de sus posibilidades, de sus límites, de sus profesores, de sus compañeros… Se orientan hacia la exteriorización de las ideas y la sustitución de estas por otras más realistas.
Por último, cabe decir que el profesor actuará intencionalmente sobre la conducta del alumno en cada uno de los programas que ponga en marcha. De esta manera, podrá enfrentarse ante tres situaciones distintas dentro del programa de modificación de conducta:
a. situaciones de reducción o extinción de una conducta,
b. situaciones de implantación de una habilidad o comportamiento y
c. situaciones de mantenimiento o fortalecimiento de una actitud que se pretende automatizar.