0) Sinopsis: el problema de los universales desde la antigüedad hasta nuestros días.
1) El problema de los universales en Grecia: definición de Aristóteles; triple problema: cuál es su naturaleza, qué forma tienen y cómo conocerlos; comentario de Porfirio.
2) El problema de los universales en la E.Media: búsqueda del fundamento ontológico del hombre; cuatro posturas: 1) realismo extremo y platonismo (San Anselmo; universales ante rem; están en las ideas platónicas o en la mente de Dios); 2) realismo moderado (Sto. Tomás; universales in re); 3) nominalismo (G. de Occan; los universales son nombres; no hay conceptos universales, sino sólo individuos); 4) Conceptualismo (Pedro Abelardo; universales post rem).
3) Sto Tomás: doctrina de la abstracción; entendimiento agente entre el sensible y el angélico.
4) G. de Occan: los universales meros nombres; suppositio simples; diferencia entre nombres abstractos absolutos y abstractos connotativos.
5) Hegel: el universal concreto.
6) Quine: decidir si hay o no “clases” atendiendo a la pragmática; lo único que tiene referente son los cuantificadores y las variables ligadas; “ser” significa algo como variable ligada.
7) Hockett y los Universales Gramaticales: elementos deícticos e indéxico; pronombres de 1ª y 2ª persona del singular; elementos sincategoremáticos; nombres propios; no vocabulario gramaticalmente homogéneo por completo; distinción entre predicados monádicos y diádicos; tema y comentario; morfología y sintaxis.
8) Noan Chomsky: gramática universal; gramática generativa y transformacional; competencia y realización; aspecto creativo del lenguaje; diferencia cuantitativa y cualitativa entre el contenido de la experiencia lingüística del niño y su competencia lingüística; mentalismo e innatismo.
9) Fodor: el lenguaje del pensamiento.
10) Piaget: subordinación del lenguaje al pensamiento; la función simbólica; la adquisición del lenguaje en los cuatro periodos; etapa egocéntrica y socializada.
Una breve sinopsis del tema: el problema de las universales trata desde antiguo de responder a las cuestiones acerca de su naturaleza, su forma y el modo de conocerlos; Platón y Aristóteles darán las primeras respuestas al mismo, tomándose éstas en la Edad media como puntos ineludibles de partida; tanto el realismo exagerado de San Anselmo como el moderado de Sto. Tomás o el nominalismo de Occan arrancan de los argumentos del pensamiento clásico. También en la modernidad se dan dos soluciones atractivas, como la hegeliana con el universal concreto y la de Quine con los cuantificadores y las variables ligadas. En la contemporaneidad, el problema ha adquirido otra versión: la protagonizada por el tema de la Gramática Universal de Chomsky, la cual parte de algunos elementos (tematizados por Hockett) gramaticales que se consideran propiamente universales. El problema de tal gramática se enraíza con el problema del conocimiento y el lenguaje bajo la forma de la adquisición del lenguaje por el niño; esto lo veremos en Chomsky, Fodor y, sobre todo, en Piaget.
Aristóteles definía al universal de la siguiente manera: “Algo es universal cuando no sólo se puede predicar de muchos el nombre, sino cuando lo significado por el nombre pude darse en muchos” (Arist., In I Peri hermeneias, lect.10). Así pues, universales podrían ser, por ejemplo, “hombre”, “mesa” o “belleza”. El problema que ya se suscitó en la Grecia clásica era triple: a) qué naturaleza tienen (si son cosas, nombres, ideas etc.); b) qué forma de existencia tienen; c) cómo conocerlos. Aquí las dos respuestas que abren lo que podríamos llamar la disputa de los universales, son las clásicas de Platón y Aristóteles. Básicamente, el primero afirma que los universales son ideas cuya existencia se separa absolutamente del mundo físico y cuyo conocimiento se realiza a través de la episteme; para Aristóteles, en cambio, los universales son naturalezas no independientes de las cosas, sino más bien individualizadas en las cosas. Sin embargo, será Porfirio el que comentando a Aristóteles llega a sistematizar la disputa en los siguientes términos: 1) si los universales existen; 2) si existen, ¿lo hacen separados de las cosas o no?; 3) y si existen separados de las cosas, ¿qué son exactamente? Podemos decir que este es el planteamiento clásico.
Sin embargo, es el en SXI, en el seno de la filosofía escolástica, donde surge la polémica que ha dado fama desde entonces al problema. Acontece, podríamos decir, a la hora de determinar, por ejemplo, el fundamento ontológico del hombre individual: Dios es lo absolutamente universal y, por tanto, lo absolutamente real; luego, el individuo (lo opuesto a lo universal), el hombre individual, ¿es real o qué clase de realidad le compele? Las respuestas que en la Edad media se dan al planteamiento clásico-medieval del problema de los universales podemos agruparlas en las cuatro siguientes:
1) Realismo Extremo y Platonismo: Afirma que los universales tienen una existencia totalmente independiente y separada del mundo fenoménico y empírico; por tanto, para existir no dependen ni de la mente humana que los piensa ni de las cosas individuales. Es al contrario: las cosas participan de los universales. Son universales ante rem. Platón los situaba en el Mundo Inteligible y San Anselmo, ahora, en la mente de Dios. Por último, esta postura opina que tales entidades son el objeto propio del conocimiento.
2) El Realismo Moderado: Al contrario, el moderado afirma que los universales sólo existen como entidades mentales o conceptuales que se fundan en la realidad y se refieren a ella. No son, por tanto, entidades separadas de las cosas individuales, sino más bien formas o esencias inscritas en las cosas mismas. Son universales in re. Es la postura aristotélica seguida por Santo Tomás: el universal es una propiedad de los conceptos abstractos, en virtud de la cual éstos son predicables de muchos. Por ejemplo, la forma universal de la Justicia se puede dar en muchos individuos hombres concretos; luego, la última de las tesis dice que para que la naturaleza se multiplique en varios individuos, la forma (justicia) tiene que ser realizable en muchas materias (hombres individuales).
3) El nominalismo: Afirma que los universales no tienen existencia objetiva ni como formas separadas ni como esencias y, ni siquiera son conceptos. Creen que son meros nombres (flatus vocis dirá Roscelino, 1050-1120) que se usan por motivos estrictamente utilitarios (por la comodidad que representan para referirse a muchas cosas sin la necesidad de citar una a una). Es la postura que defiende Guillermo de Occan: no hay propiamente conceptos, sino simplemente imágenes esquemáticas que resumen o generalizan los rasgos parecidos de los individuos; además, tampoco hay esencias comunes en las cosas, pues sólo existen los individuos y las propiedades individuales. La palabras, por tanto, clasifican objetos más o menos semejantes; estas semejanzas son muy relativas y no necesarias; luego, no hay necesidad alguna en el mundo humano.
4) El conceptualismo: básicamente, dice que los universales existen no en las cosas, sino sólo en las mentes. Es la postura defendida por Pedro Abelardo (1079-1142): son conceptos o entidades abstractas que se obtienen a partir de las cosas o realidades individuales. Son, por tanto, universales pos rem. Rechazan la posible realidad de las esencias y afirman que el lenguaje es la expresión del pensamiento; por último, que las cosas son lo que el hombre piensa de ellas.
Nos detendremos en las posturas de Sto. Tomás de Aquino y Guillermo de Occan. Sto. Tomás, realista moderado, pretende elucidar el problema de los universales a través de su doctrina del conocimiento por abstracción. Para él el entendimiento humano ocupa un lugar intermedio entre los sentidos corpóreos (que conocen la forma unida a la materia de las cosas particulares) y los entendimientos angélicos (que conocen la forma separada de la materia). Conocer las formas de las cosas significa abstraerlas de la materia individual. La especie que resulta conocida en la abstracción es el universal mismo. Esta doctrina implica, además, la negativa a aceptar que los universales estén separados de las cosas. Para Sto. Tomás los universales existen en las cosas, in re. El caso es que el entendimiento humano, al ocupar ese lugar intermedio que describimos arriba, no llega a conocer directamente las cosas individuales, sino que su parecido con el angélico le hace necesariamente tener que abstraer lo universal del particular: actúa como la luz en los colores. El entendimiento que los llega a conocer lo denomina entendimiento agente.
Guillermo de Occan, el nominalista por excelencia, se opondrá al realismo moderado de Sto. Tomás. Para él no existe nada separado de la mente humana que sea universal, sino que todo lo que existe es lo individual. Los universales no existen realmente: sólo existen como meros nombres; de aquí el término “nominalismo”. Un término, un nombre, es una vox en el sentido fonético, o un sermo, o vocabulum, es decir, emisión de voz con significado; éste se convierte en vox en un sermo. El significado le llega a un término a través del recurso de la denominada suppositio simplex: la capacidad de un término para significar muchos individuos concretos. Así pues, piensa que la mente humana posee la capacidad natural de convertir en signo de muchos lo que ha sido conocido intuitivamente como un objeto particular. Distinguirá entre nombres abstractos absolutos, el cual tiene como referente el objeto individual o una cualidad del mismo (la substancia o la cualidad), y nombres abstractos connotativos, cuyos referentes son las categorías aristotélicas (exceptuando la substancia y la cualidad). Pero en ambos casos, los nombres abstractos se refieren a los individuos o a las cualidades de los mismos: “ninguna cosa fuera del alma ni por sí ni por algo que se le agregue, real o irracional y de cualquier manera que se considere y se entiende, es universal, ya que tan imposible es que una cosa fuera del alma sea universal de algún modo (al menos que no resulte por convicción, como cuando se considera universal la palabra `hombre` que es singular), como imposible es que el hombre, por cualquier consideración o según cualquier ser, sea un asno” (G. de Occan, In Sententiae I, dII, q.7). Así, la única existencia que se le otorga al universal es tan sólo mental y no propiamente real. Occan, en definitiva, piensa que “hombre”, “belleza” “país” etc. son sólo nombres o signos conceptuales que la mente humana utiliza en una especie de juego semiótico, el cual consiste en atribuirle a tales nombres objetos de la experiencia (organizando al mismo tiempo ésta misma).
Una postura moderna que tal vez conjuga y “supera”las posturas medievales al respecto es, sin duda, la de Hegel. Lo que éste hace es matizar y superar la oposición tradicional entre lo abstracto y lo concreto. Al contrario de lo que dice el lenguaje común, Hegel afirma que lo concreto no se opone a lo abstracto porque en él se manifiesta la totalidad de lo dado. Lo abstracto, también en contra del lenguaje común, no es lo que se refiere a ideas separadas de la realidad, ni tampoco el proceso mediante el cual se separan mentalmente las características de las cosas reales, sino es lo que continuamente se da en lo concreto y lo cual está inter-relacionado con la realidad a través del concepto. Por otro lado, Hegel nos dirá, en contra de la tradición, que el universal no tiene que ser necesariamente abstracto, sino que puede ser tanto abstracto como concreto. El caso es que la noción abstracta de universal es propia del entendimiento, el cual no puede superar la contradicción abstracto/concreto, razón por la cual se limita a entender la realidad de manera parcial y estática, cuyo resultado es referir abstractamente (sin vivacidad) lo universal a lo común a varios particulares. La razón, al contrario, niega lo particular y, de este modo, obtiene el concepto en todas sus determinaciones. Justamente esto es lo que define Hegel como lo Universal Concreto.
Bien distinta es la solución contemporánea que W.V.O. Quine da al problema de los universales. En virtud de su teoría “ontológica de la teoría de la cuantificación” (en la cual no nos podemos detener aquí), nos dirá que el debate clásico entre nominalismo y platonismo estriba en decidir si hay o no “clases”, esto es, el conjunto de cosas a las que predicamos términos con idéntico sentido y que poseen similares características. Para decidir en este asunto, Quine nos dice que hay que acudir a la pragmática. En todo caso su opción parece ser nominalista, pues es famosa la siguiente expresión que enuncia en Dos Dogmas del Empirismo: los nombres pueden no tener referente, y lo mismo puede decirse de los predicados. Él afirma que lo único que sí tiene referente son los cuantificadores y las variables ligadas (una variable “x” está ligada cuando el significado no depende directamente del valor de “X”; por ejemplo, en la proposición “X es opositor” la variable “X” está libre, mientras que en “Si X es opositor, X será profesor de filosofía”, la variable “X” está ligada). Las variables ligadas deben usarse, para que posean significado, con la extensión concreta a la que se refieren. Así que, desde el punto de vista lógico, el lenguaje puede reducirse a: la predicación, la cuantificación y las funciones veritativas. De este modo, “ser” significa, desde el punto de vista ontológico (y no sólo lógico), “ser el valor de una variable ligada”, es decir, que “ser” es “ser algo”, es ser un predicado.
En el panorama actual de la filosofía el tema candente en torno al problema de los universales se conoce como Universales Lingüísticos. En principio, se denominan Universales lingüísticos a algunas características que encontramos en todas las lenguas naturales, sea a nivel sintáctico, semántico o fonológico. Hockett en su artículo “The problem of Universals in Language” proporciona un conjunto de universales lingüísticos. Citaremos a continuación los que denomina U. Gramaticales: 1) los elementos deícticos (pronombres personales, el “aquí”, “ahora” etc.) y indéxicos, estos son, aquellos elementos que cambian en virtud del contexto extralingüístico y podeos encontrar en todas las lenguas; 2) los pronombres de 1ª y 2ª persona son también universales; 3) en toda lengua existen elementos que no denotan nada y que, sin embargo, se dedican a relacionar los elementos denotativos, estos son, elementos sincategoremáticos; 4) toda lengua tiene nombres propios, cuya función es denotar algo sin connotar ninguna propiedad; 5) en todas las lenguas encontramos elementos que no han sido mencionados anteriormente; 6) ninguna lengua posee un vocabulario gramaticalmente homogéneo; 7) toda lengua distingue entre predicados monádicos (con un argumento) y predicados poliádicos (más de un argumento); 8) también toda lengua ofrece la estructura bipartita de tema y comentario, es decir, la estructura donde se menciona aquello de lo que se va a hablar y a continuación se dice algo sobre ello; 9) toda lengua tiene al menos dos órdenes básicos de estructuración gramatical, el orden morfológico y el orden sintáctico. Una pregunta importante: ¿Pueden los universales gramaticales formar o indicar, al menos, la existencia de una gramática universal?
Aparte de estos universales lingüísticos (alguno de ellos discutibles), Noam Chomsky va a afirmar que existe toda una Gramática Universal. Por tanto, no sólo unos elementos gramaticales son universales, sino hay toda una Gramática que es Universal: la gramática universal es la que especifica la forma de la gramática de cualquier lengua humana, pues es el sistema de principios, condiciones y reglas que son elementos o propiedades de todas las lenguas humanas, no por mero accidente, sino por necesidad biológica, y no meramente lógica. De lo que se da cuenta Chomsky es de algo muy sencillo que describe en Estructuras sintácticas: “el niño, en su estado inicial, no tiene información alguna respecto a la lengua de la comunidad hablística en la que vive. Sencillamente, está dotado de un conjunto de mecanismos (lo que llamamos su `facultad de lenguaje`) para determinar esa lengua, es decir, para alcanzar un `estado final` en el cual conoce la lengua”. El conjunto de estos mecanismos que el niño aporta en la adquisición del lenguaje es justamente lo que conforma la gramática universal. Además, en Chomsky tenemos que hablar de una “gramática generativa y transformacional”. Dice que su gramática es generativa porque genera todas las estructuras posibles, y transformacional porque distingue entre estructuras profundas y estructuras superficiales, entre las cuales hallamos reglas transformacionales que pueden llevarnos de unas a otras. Según él, tanto el hablante como el receptor han de ser activos. Esta actividad nos conduce a dos nuevos conceptos: la “competencia” y la “realización”, los cuales nos remiten a la distinción de Saussure entre “lengua” (lange) y “habla” (parole). Competencia sería el conocimiento real y potencial que un hablante en singular tiene de su propia lengua (esta es la diferencia con Saussure, ya que éste pensaba la “Lengua” como el depósito colectivo de conocimientos de una comunidad ligüística), y realización es el uso real que un hablante hace de su lengua. Chomsky señala que hay un abismo entre la competencia y la realización. Los individuos son infinitamente más competentes que realizadores. A Chomsky le interesa señalar el aspecto creativo del lenguaje; según nos dice, el número de oraciones posibles no acaba nunca, es literalmente infinito. Las oraciones reales, que de verdad hacemos, son limitadas (no más de 7 o 10 palabras). Pero ésta es una mera limitación de hecho, pues en nuestra competencia podemos hacer infinitas oraciones. Parte de la base de que hay una gran diferencia cuantitativa y cualitativa entre el contenido de la experiencia lingüística del niño y el contenido de lo que resulta de su aprendizaje del lenguaje, a saber, su competencia lingüística. Los datos con los que el niño cuenta son de número y variedad muy reducidos; el niño sólo escucha a unas pocas personas y por tanto sólo tiene experiencias de un determinado tipo de expresiones, que en su mayoría se repiten. Además, el discurso hablado ordinario se caracteriza por su pobre calidad semántica y sintáctica: se dan cortes, construcciones incorrectas, confusiones de significado, etc. Es por eso que cabe plantearse ¿cómo es posible que sobre base tan pobre el niño adquiera una capacidad tan rica y compleja como es la capacidad de producir y comprender todas las posibles oraciones correctas de su lengua que son potencialmente infinitas? Para Chomsky sólo hay una respuesta: el secreto está en lo que el niño aporta. El niño, como se dijo, tiene que contar con una serie de recursos que le permitan construir la gramática de su lengua con tan escasos datos y puesto que no se conoce que exista más facilidad o mayor predisposición para aprender una lengua que otras, tales recursos deben capacitarle para adquirir indistintamente cualquier lengua y deben ser compatibles con todas las lenguas posibles. Estos recursos constituyen en definitiva un cierto instrumento para adquirir el lenguaje y habrán de incluir tanto una teoría lingüística, que especifique la forma de la gramática de cualquier lengua humana posible, como una estrategia para seleccionar una gramática de la forma apropiada y que sea compatible con esos datos lingüísticos originales y primarios. Pues bien, en esto es en lo que consiste la aportación del niño al aprendizaje del lenguaje. Y puesto que lo aportado por el niño es indiferente a la lengua que esté aprendiendo y vale para cualquier lenguaje posible, Chomsky concluye que es común a todas las lenguas. Son los requisitos mínimos que todas ellas han de cumplir y en los que todas coinciden. Es la gramática universal, esto es, el conjunto de universales lingüísticos. Por último. Nos dice que todo ese instrumental que aporta el niño es completamente mental e innato. Su postura es, por tanto, mentalista e innatista.
Jerry Fordor, es uno de los filósofos contemporáneos que ha apoyado la postura mentalista (aunque algo distinta a la de Chomsky). Para él la conducta del hombre está motivada por los estados mentales. A tales estados los denomina “estados computacionales” y nos dice que se realizan desde “representaciones mentales”. Justamente, desde estas tesis Fodor va a defender una “teoría representacional de la mente humana”, la cual defiende la existencia de un “lenguaje del pensamiento” (de innegables influencias chomskianas): una especie de código interior, donde tienen lugar los procesos de la mente y la codificación de las percepciones que recibimos por los sentidos. Luego, Fodor, al igual que Chomsky, va a mantener una especie de innatismo, en el sentido de que piensa que el lenguaje no viene de la nada y que la mente no es estrictamente una tábula rasa, sino que el niño posee desde que nace (de forma innata) dicho “lenguaje del pensamiento”.
Para terminar el tema: ¿cómo se adquiere el lenguaje y cuando aparece? Una de las respuestas más importantes que se han dado fue la de Piaget. Éste también habló de estructuras mentales. Los procesos mentales de los que habla Chomsky ya estaban en Piaget, que aunque no fuera innatista, sino más bien todo lo contrario, puede considerársele en cierto sentido como un precedente. Piaget subordina el lenguaje al pensamiento y considera a la función verbal como parte de la función simbólica en general, explicando la aparición de aquella sobre la base de un nivel de conocimiento previamente adquirido. El nivel de la inteligencia, que es previo al lenguaje y que lo hace posible, es el que corresponde al primero de los cuatro períodos en que Piaget ha dividido el desarrollo psicológico, a saber, el período sensoriomotriz, que va desde el nacimiento hasta los dos años. Este periodo se caracteriza por la diferenciación entre el sujeto y los objetos a base de la manipulación y el trato con ellos. El siguiente es el periodo preoperacional (de los dos a los siete años), que se subdivide a su vez en dos estadios, el preconceptual, en el que el niño mantiene una actitud egocéntrica y el intuitivo, donde el egocentrismo deja paso a la socialización; después viene el período de operaciones concretas (de los siete a los once años), caracterizado por el uso de operaciones lógicas como la reversibilidad, la clasificación y la seriación. Finalmente, el último período es el período de las operaciones formales, en el que se integran las operaciones concretas en un sistema combinatorio que supone el pleno acceso al ámbito de lo abstracto.
Pues bien, el lenguaje, según Piaget, aparece en el período preoperacional y supone ya algo sumamente importante para el nivel de conocimientos adquiridos en la fase anterior (sensoriomotriz) y el desarrollo consiguiente de la inteligencia que se alcanza al final de la misma. Pero el lenguaje no es lo único que caracteriza a este segundo periodo, sino más bien el lenguaje se da en un contexto de trato simbólico con la realidad. Piaget quiere enseñar que el lenguaje no es suficiente para explicar el pensamiento, incluso en sus formas más abstractas y complicadas, puesto que éste “hunde sus raíces en la acción y en mecanismos sensoriomotrices más profundos”. Ahora bien, cuanto más complejas se hacen las estructuras del pensamiento, más necesario es el lenguaje para éste; para las operaciones lógicas, el lenguaje constituye una condición necesaria aunque no suficiente, y concluirá: “Entre el lenguaje y el pensamiento existe un círculo genético tal que cada uno se apoya necesariamente en el otro, en formación solidaria y en perpetua acción recíproca; pero, en definitiva, los dos dependen de la inteligencia, que es anterior al lenguaje e independiente del mismo”. Esto quiere decir que el niño no aporta a la adquisición del lenguaje capacidades específicamente lingüísticas, lo que aporta es una función más general, la función representativa o simbólica, de la que ya se está haciendo un uso más amplio.
BIBLIOGRAFÍA:
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