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Tema 40 – Transformaciones agrarias y proceso de industrialización en la españa del siglo XIX.

TRANSFORMACIONES AGRARIAS

La agricultura española se encuentra condicionada por varios factores. La distribución de la propiedad es muy desigual según las zonas. Mientras en unas domina el latifundio, en otras el minifundio atomiza las fincas. Esto es debido a que la propiedad se remonta a los tiempos de la repoblación en la edad media. El proceso desamortizador no va a corregir esto, sino que lo va a acentuar. La calidad de las tierras es muy dispar, influyendo que es un país muy montañoso. La climatología diferencia entre España seca y húmeda, con forma muy distintas de agricultura, la primera relacionada con el latifundio y la segunda con el minifundio.

Extensión de los diferentes cultivos

Se suele admitir que tras la emancipación americana se expandió el cultivo de cereal en España, aunque Artola defiende que se debió a las medidas proteccionistas. Para Prados de la Escosura se produce también una intensificación de las labores. La articulación del mercado interior por la mejora de los transportes contribuye al autoabastecimiento. España desde 1820 solo tendrá que importar trigo esporádicamente. A partir de 1868 las crisis de subsistencia pueden considerarse dominadas. Desde 1870 se reducen las áreas de cultivo cerealístico por la competencia del grano extranjero que entra con el arancel liberalizador de 1869. Se expanden a cambio el viñedo, olivar, regadíos y frutales. La crisis agraria europea de los años 80 provocada por la plantación de enormes extensiones de tierra en ultramar y el abaratamiento de su transporte por la generalización de los buques de hierro con máquina de vapor, lleva al gobierno a aprobar el arancel proteccionista de 1891. Ya en 1887 se suben los aranceles del trigo y se prohíbe importar aceite, con lo que de nuevo aumenta la extensión de cultivo de cereal (33%).

Durante la primera mitad del siglo se triplicó la extensión del viñedo. El vino y el aguardiente llegaron a ser los principales productos de exportación. Pero el progreso agrícola se vio frenado por la falta de reinversión de beneficios que hicieran las explotaciones más rentables. En la segunda mitad del siglo se dobla la producción de vino, monopolizando el mercado exterior en los años 80 por la filoxera en Francia. La producción de aceite de oliva también crece, estimulada por la demanda exterior gracias a la notable mejora de la calidad que supone la modernización de las almazaras. Se utiliza la máquina de vapor y la prensa hidráulicas para prensar más rápido las olivas evitando su fermentación. Las medidas previas al arancel de 1891 adoptadas en 1887, prohibiendo la importación de aceites, hace aumentar la extensión de olivar un 68%. Regadíos y frutales proliferan en el área mediterránea. La remolacha azucarera crece tras la pérdida de Cuba.

En torno al cambio de siglo, la agricultura supone un tercio de la renta nacional.

Cambios en la propiedad de las tierras

Las transformaciones en la propiedad de la tierra tienen una importancia capital en la economía del siglo XIX. Tres resoluciones legislativas serán fundamentales: la abolición del régimen señorial, la desvinculación de mayorazgos y la desamortización de la tierra. Las tres tienen su origen en la labor legislativa de Cádiz, suspendidas entre 1814 y 1820, durante el Trienio estarán vigentes y definitivamente en vigor en la década de los treinta. La revolución burguesa, que sucede durante el reinado de Isabel II, logra convertir el campo español en propiedad capitalista, pero excluyendo de esta a la enorme masa de campesinos que la trabaja.

La abolición del régimen señorial permite liberar a los campesinos de todas las cargas feudales que persistían en el campo español. El decreto definitivo se publica en 1837. Sin embargo, la desaparición de los derechos jurisdiccionales, en algunos casos, va a suponer la conversión en propiedad de la tierra para los antiguos señores. Los gobiernos liberales le darán una gran importancia a los títulos de propiedad, fácilmente manejados por los antiguos señores feudales e inexistentes para los agricultores analfabetos. Así, las grandes propiedades de la Mancha y Andalucía que pertenecieron desde la Reconquista a las Órdenes Militares, se acaban convirtiendo en latifundios particulares.

La desvinculación de mayorazgos consiste en convertir en propiedad privada completa para los que tienen los títulos, las tierras que antes pertenecían al título en forma de mayorazgo, esto es, como mano muerta ya que el mayorazgo no se podía dividir ni vender. En un primer momento los títulos serán los grandes propietarios de tierra, pero según avance el siglo XIX, el sistema de vida noble, hace que uno tras otro los nobles vayan arruinándose y viéndose obligados a vender las tierras. Esta propiedad pasa a manos de los burgueses, con los inconvenientes que más adelante veremos para los campesinos. Cuando acaba el siglo XIX, entre las mayores fortunas de España, tan solo una de cada diez pertenece a un título antiguo, mientras setenta años antes la proporción era la inversa.

Por desamortización entendemos quitar de manos muertas, pero en España en estos años va a tener un significado más profundo. Desde el siglo XVIII se consideraba la desamortización como la solución para los problemas del campo español, siendo plateada por el mismo Jovellanos como medida para revitalizar la economía agraria. El problema está en que no se utiliza como una medida para la reforma agraria, sino como un arma fiscal para solucionar los problemas del Estado. Será una reforma inmovilista destinada a pasar del feudalismo al capitalismo sin que el campesino obtenga otra cosa que la libertad sin propiedad. A la vez se consolida una nueva burguesía que basa su riqueza en la propiedad terrateniente y que va a ser uno de los pilares del régimen liberal moderado.

La Guerra de la Convención genera una deuda que obliga al Estado a crear una Caja de Amortizaciones para reducir la deuda pública. La Caja pidió una dotación de fondos, para lo cual el rey tuvo disponer en 1798 la desamortización de Godoy. Se va a ordenar la enajenación de bienes de las obras sociales de la Iglesia (Hospitales, Hospicios,…), que se depositarán en la Caja de Amortización a un tres por ciento anual, la venta de los bienes de la extinta Compañía de Jesús, depósito en la Caja de los caudales de los Colegios Mayores y permiso de venta de bienes de mayorazgos, y que el líquido se ingrese en la Caja. Se consiguió recaudar dinero suficiente para liquidar tres cuartas partes de la deuda, pero solo se redujo un 15%, porque se dedicó el dinero a otros gastos del Estado. En 1808 se había puesto en el mercado un sexto de toda la propiedad eclesiástica. Habrá otros episodios posteriores, tanto del gobierno de José I como del de Cádiz, que dictan otras desamortizaciones sobre bienes del clero. Se repite durante el Trienio.

La más importante será la de Mendizábal de 1836, que afectará primero a todos los bienes del clero regular y después a los del clero secular. . Se disuelven las órdenes religiosas no dedicadas a la enseñanza o la asistencia hospitalaria, incautándose el Estado el patrimonio de las órdenes extintas (decreto de 16 de febrero de 1836). En esta ocasión el objetivo que se persigue es devolver la credibilidad en la Deuda Pública española, para poder recuperar el crédito exterior y hacer frente a los gastos de las Guerra Carlista. También se quiere crear una clase media burguesa interesada en el éxito del bando cristino en la guerra. Para ello, se admitirá el pago de las fincas con vales de deuda, por su valor nominal, cuando en esos momentos su valor estaba muy por debajo de este debido a la falta de solvencia que tenían. Esto supone que la burguesía, que poseía la mayor parte de esta devaluada deuda, pueda hacer subir artificialmente los precios y se hacen con la propiedad en perjuicio del campesinado. El sistema de venta favoreció a unos pocos, creandose una nueva clase de propietarios absentistas. Es la nueva burguesía terrateniente, uno de los tres pilares (junto con nobleza terrateniente y burguesía financiera) del régimen liberal conservador isabelino. En 1845 ya se había vendido tres cuartas partes del patrimonio eclesiástico.

El segundo gran episodio es el de 1855, cuando se haga la conocida como desamortización civil de Madoz, poniendo a la venta las propiedades de ayuntamientos, realengos y baldíos. Estas tierras quedarán fuera del alcance de los campesinos por las mismas razones que vimos en la de Mendizábal (los agricultores carecen de capital y los burgueses hacen subir artificialmente los precios al pagar con vales de deuda). Se tradujo en la drástica reducción de ingresos municipales y el deterioro de los servicios públicos. Esta venta de las tierras del común coincidió con un aumento de demanda y alza de precios, con lo que se tradujo en nuevas roturaciones. En la meseta se aumentó el cereal y en la periferia la vid.

Todo esto supone la conversión del campo español en propiedad privada capitalista en manos de la burguesía. Es un gran perjuicio para la inversión de capitales en industrias, porque estos estarán atados a la tierra y por otro lado los campesinos no solo se quedan sin propiedad, sino que dejan de ser vasallos para convertirse en proletariado rural. Los burgueses endurecen las exigencias económicas en forma de renta, porque buscan el beneficio de sus inversiones, mientras que cuando pertenecían las tierras al clero y la nobleza, las exigencias económicas eran menos rigurosas y más fácilmente soslayables. Todavía no se ha formado una conciencia de clase entre los campesinos, lo que evita las revueltas campesinas que van a caracterizar la vida rural de final de siglo. Tan solo en el apoyo al bando carlista revelan los campesinos en ciertas regiones su rechazo a las reformas de la revolución liberal.

La agricultura dentro del contexto económico

En 1959 Vicens Vives afirmó que el país bajo el peso de una agricultura insuficiente, subdesarrollada y feudal, no fue capaz de llevar adelante su transformación industrial. Tortella afirma que la agricultura fue una rémora para la industria, mientras no se equiparó el crecimiento de la producción con el demográfico. La agricultura ocupa mucha población y no libera mano de obra. Según Bairoch la posición española respecto a Europa empeora en la segunda mitad de siglo en cuanto a rendimientos. El atraso podría deberse a los recursos naturales y a la inadecuación de las técnicas de la Europa húmeda a las zonas mediterráneas.

En el período de 1814-1860 se produce una expansión de la agricultura, que crece al ritmo de la población, gracias a nuevas roturaciones, una mejor comercialización y mayor especialización. Los cambios en la propiedad (desamortización y desvinculación de patrimonios) favorecieron una explotación sistemática e intensiva. El rendimiento medio, sin embargo, no aumentó. El fin del proceso desamortizador acaba con la etapa expansiva. El último cuarto de siglo es de estancamiento. Se reduce la superficie de cereal, aumentando los rendimientos medios y creciendo la superficie de vid y regadío.

La agricultura en España en el XIX no logra liberar mano de obra, generar capitales ni crear un mercado, lo que permitiría desarrollar la industria. Las desamortizaciones solo lograron fijar más capitales en el campo. En 1910 aún dos tercios de la población vive de la agricultura. Los sectores industrial y de servicios no lograron tirar del flujo migratorio. La protección cerealista es otra explicación de la mucha mano de obra que se aferra a rendimientos agrarios bajos.

INDUSTRIALIZACIÓN

El saldo que dejaba el siglo XVIII debería haber sido el punto de partida de una brillante industrialización. Un gobierno desastroso como el de Carlos IV y la ruina provocada por seis años de guerra (1808-1814) harán que España se ponga a la cola de los países de Europa. Si analizamos cada uno de los factores necesarios para que haya industrialización, veremos que España incumple uno tras otro:

Capital. La burguesía que se había ido formando en el siglo XVIII o bien se arruinó al final de siglo o pasó a forma parte de las filas de la nobleza. Los capitales se refugiaban en la enorme deuda pública que emite el Estado, y después en las propiedades rústicas que se subastan con las desamortizaciones.

Mercado. Muchas regiones españolas orientaban su comercio hacia América, que se pierde al ser destruida la flota en Trafalgar (1805), y buscar entonces los americanos otros proveedores y después su separación de la corona española. El mercado interior es inexistente debido al pésimo estado de las comunicaciones, dándose en muchos lugares el autoconsumo.

Revolución agraria. Las buenas intenciones que estaban detrás de las desamortizaciones que planteaban ilustrados como Jovellanos, se quedan en una herramienta fiscal para el Estado. El proteccionismo y la posibilidad de aumentar la extensión del cultivo con esa misma desamortización, mantienen unas productividades bajas y una nula acumulación de capital.

Mano de obra barata. El campesinado se aferra a los bajos rendimientos al sentirse amparado por el proteccionismo. No existe una demanda de mano de obra industrial, con lo que no hay apenas salida de población hacia núcleos urbanos. El crecimiento demográfico es escaso porque las condiciones de vida del proletariado son penosas.

Técnicos. Pese a la escasa tradición de técnicos que había en España, al final del XVIII si se podía contar con suficientes para iniciar el proceso de industrialización. Las condiciones políticas del reinado de Fernando VII, y que muchos fueran ilustrados les apartó de la vida pública como afrancesados.

Política del gobierno. Los tres primeros cuartos del siglo estuvieron marcados por las disputas entre facciones por hacerse con el poder, lo que hace que las políticas económicas están relacionadas con favores políticos a determinados grupos y no en relación con las necesidades reales del país.

De esta forma la industrialización en España se hace de manera lenta y sectorial. Aparece en las áreas periféricas por diversas razones, siendo sus principales sectores el textil y el siderúrgico.

Industria textil

Cataluña entró en el siglo XVIII rechazando la monarquía borbónica, que acabará liquidando sus fueros con los Decretos de Nueva Planta. Esto va a motivar que pase de ser una de las regiones pobres de la península, a convertirse en la única que consigue entrar en la revolución industrial sin necesidad de factores exógenos. La clave está en el comercio americano, que absorbe un quinto de la producción, y con el resto de España donde crece la población y no hay otros productores. Cataluña se convierte en una región exportadora de productos textiles tanto de algodón como de lana. Las mecanización de las labores se hace durante los años 30, introduciéndose la máquina de vapor en 1832. Se reduce el número de establecimientos para configurar auténticas fábricas, logrando aumentar la producción, la calidad y reducir los precios.

El proteccionismo del Estado español va a ser respaldado por estos industriales catalanes, como se revela en la oposición a la política más librecambista del regente Espartero en 1843. Durante los siguientes veinte años hay un fuerte tirón en el sector algodonero, sobre todo en las hilaturas, mientras que en el lanero es el último tercio del siglo cuando se crece más. En 1882-1883 España es el sexto productor mundial de algodón hilado, y el tercer productor europeo en lana.

Industria siderúrgica

La primera siderurgia importante nace en el sur, en Málaga, aprovechando los yacimientos ferrosos de Marbella y Ojén, y con altos hornos alimentados con carbón vegetal y energía hidráulica. En 1826 Manuel Agustín de Heredia, empresario enriquecido con el comercio colonial, funda la sociedad La Constancia. A partir de los años 30 copa el mercado nacional al cerrarse muchas forjas tradicionales del norte por culpa del inicio de la Guerra Carlista. Además de la fundición instala una planta de laminado para el material importado. Sus precios son elevados y su producción escasa, cubriéndose el mercado con las importaciones de Inglaterra, algunas procesadas también en Málaga. En 1844 de Málaga procede tres cuartas partes de toda la producción española. Esta hegemonía durará aproximadamente veinte, hasta que son desbancados por asturianos y vizcaínos, hasta que en 1885 cierre La Constancia.

En Asturias se inician los altos hornos en 1848, en las cuencas hulleras de Mieres y Langreo, aprovechando la abundancia de carbón mineral. Uno de los problemas es la imposibilidad de llevar el mineral hacia el interior, por lo que es mayoritariamente embarcado en el puerto de Gijón. En 1857 se crea la Sociedad Duro y Compañía en la Felguera, usando coque. Se pone a la cabeza de la siderurgia española entre 1862 y 1879, gracias a la diferencia en los costes de producción con respecto a Málaga, que ponían los cien kilos de hierro colado en 10 pesetas, mientras en Málaga costaba 16.

Los altos hornos de Vizcaya se crean en 1849, teniendo un impulso en 1865 al emplear coque. El despegue se inicia con la Restauración al reactivarse el comercio gracias al fin de la tercera guerra carlista y las facilidades para la extracción al quedar extinguidos los fueros. En las dos últimas décadas del XIX la producción se multiplica por siete, gracias al abaratamiento en sus costes, siete veces menores que los asturianos. Con los nuevos hornos de 1885 consiguen producir el 80% de todo el hierro colado español. Las empresas vizcaínas van a forman un sindicato tipo cártel, para establecer precios y producciones, controlando así la siderurgia española hasta el inicio de la Gran Guerra. Estas industrias revierten su capital en Vizcaya, dando lugar a la formación de una muy solvente red bancaria (Banco de Bilbao, Vizcaya, Guipuzcoano,…) y a otras industrias como la naval. Esta última, se apoya en los encargos hechos por el gobierno en 1887 para construir una flota en astilleros españoles y en los capitales que huyen del campo por la crisis de los años 80.

Una de las claves para comprender el crecimiento del sector siderúrgico en la revolución industrial es la construcción de ferrocarril. En España se construye la primera línea en 1848, pero hasta 1855 no se hace la Ley de Ferrocarriles. Considera Nadal que fue la oportunidad perdida para la industrialización española, porque se permitió la construcción con hierro de importación, de tal manera que la industria nacional solo proveyó un tercio de todo el material empleado. Además, hay que esperar hasta 1884 para ver la primera locomotora fabricada en España. Los ferrocarriles tuvieron un fuerte tirón hasta la Restauración, acabando en un fiasco al comprobar que se había construido sin atender a las necesidades reales del país. La siderurgia durante la Restauración basa su crecimiento en la fabricación de barcos, locomotoras y sus maquinarias correspondientes. En la construcción de edificios de viviendas empieza a generalizarse a finales del siglo XIX la sustitución de las tradicionales vigas de madera por las de hierro.

Otras industrias

Otras industrias que tiene una cierta importancia en el siglo XIX son la corchotaponera, que cuenta con abundante materia prima procedente de Extremadura y un mercado que crece al ritmo que aumenta la extensión del viñedo en toda España. El cemento también va a crecer al ritmo de los ensanches, sobre todo de Madrid y Barcelona, sufriendo un breve parón en el último cuarto del siglo, que fue de crecimiento más bajo. La industria conservera se va a localizar en las zonas de costa, siendo importantes las salazones de pescado en las Rías Bajas gallegas y las conservas vegetales en Navarra y Murcia. En el último cuarto de siglo las salazones se sustituyen por las conservas en aceite de oliva y hoja de lata. Esto fue posible gracias al abaratamiento de ambas materias por la industrialización (prensado de la oliva y laminado del metal).

LAS CAUSAS DEL ATRASO ECONÓMICO ESPAÑOL DURANTE EL S. XIX

España pasa en el siglo XIX de imperio colonial en el marco del Antiguo Régimen a nación moderna con un sistema liberal de derechos de propiedad. Lo que definirá la economía española de este siglo será en boca de todos, el fracaso y el estancamiento. No se consigue seguir el ritmo de los demás países europeos. La economía española acaba siendo muy dependiente, pudiendo decirse hacia 1913 que España era una colonia de Europa. En el atraso económico español se dan elementos endógenos y exógenos.

Los elementos endógenos son tres, siendo el primero los problemas de la agricultura, afectada por un sistema de propiedad inapropiado, baja productividad que retiene mucha mano de obra, ínfimos niveles de ingreso por habitante por lo que no se crea un mercado de consumo y lenta expansión demográfica por la mortalidad infantil agraria. El segundo elemento es el poco dinamismo de las industrias que se limitarán a sustituir importaciones, con lo que complementa a la agricultura de subsistencia. Se prefiere la protección a la competencia internacional. El tercer elemento endógeno será el papel del Estado, por desviar capitales a la agricultura y a inversiones especulativas por los elevados tipos de interés, no dirigir inversiones hacia la industria por la constante falta de recursos económicos, empeñados en continuas guerras civiles.

El atraso tendrá factores exógenos. La pérdida del imperio colonial supone la pérdida de las zonas vinculadas con el comercio. Este punto, planteado inicialmente por Vicens Vives, ha sido muy discutido. La apertura española a la inversión extranjera crea situaciones de dependencia, con lo que solo una pequeña parte de los beneficios se reinvierte en España.

BIBLIOGRAFÍA

GARRABOU, La crisis agraria de fines del siglo XIX, Barcelona, 1988.

GÓMEZ MENDOZA, Antonio, “Depresión agrícola y renovación industrial” en España entre dos siglos (1875-1902), dirigido por J.L. García Delgado, Madrid, siglo XXI, 1991, páginas 127-140.

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