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Tema 57 – El arte románico

INTRODUCCIÓN

El uso del término “románico” para indicar el arte que se desarrolla durante el Alto Medievo en Europa occidental fue propuesto por primera vez en 1824 por el arqueólogo francés De Coumont, y enseguida tuvo éxito. La palabra intentaba expresar de manera sintética dos conceptos: la semejanza entre el proceso de formación de las lenguas romances, formadas mezclando el latín popular con los idiomas de los invasores germánicos, y el de las artes figurativas, realizadas en los mismos países y por el mismo tiempo, uniendo cuanto quedaba de la gran tradición artística romana con las técnicas y tendencias bárbaras; y, como segunda idea, la supuesta aspiración de este nuevo arte de emparentar con el de la antigua Roma. El arte románico utiliza efectivamente, elementos romanos y germánicos, pero también bizantinos, islámicos y armenios. Y, sobre todo, lo que crea es esencialmente original.

En cuanto a la cronología, inicialmente, el término románico incluía todas las manifestaciones artísticas de la Europa occidental comprendidas entre los siglos VIII y XIII. Ciertamente, mostraba muchos elementos en común, pero también tenían notables diferencias fundamentales, por lo que actualmente el término se aplica a los siglos XI al XIII.

Finalmente hay que subrayar que aún siendo el periodo románico profundamente unitario en muchos de sus aspectos, se caracteriza también por un gran número de escuelas o variantes locales.

I. CONTEXTO

El contexto histórico que caracteriza el momento de surgimiento y desa­rrollo del arte románico tiene como marco una Europa de recuperación en múltiples aspectos. El despertar occidental comienza a vis­lumbrarse a mediados del siglo XI, momento en el que occidente vive una etapa de transformación de sus estructuras socio-políticas y económicas. Al evidente crecimiento demográfico acaecido en aquellas fechas se une la renovación técnica y el aumento de la producción agraria, que tiene como consecuencias fundamentales la acumulación de capital, la reactivación del comercio, la circulación de bienes y de hombres y el despertar urbano. En este contexto, el origen del arte románico aparece estrechamente vinculado con la renovación de la vida religiosa que se produce en el seno de las órde­nes monásticas y con el deseo de las mismas de materializar su autoridad e influencia a través de su actividad artística. En este sentido adquiere innega­ble protagonismo la orden de los benedictinos de Cluny, quienes construye­ron un verdadero «imperio monástico» difusor de un modelo de organiza­ción, aglutinando bajo su poder numerosos conventos adscritos a las nuevas fórmulas del catolicismo. Por otro lado, la intensificación en estos momen­tos de la religiosidad popular, con el consiguiente culto a las reliquias, deter­minará un auge de las construcciones religiosas en las que el papel de las órdenes monásticas y la intensidad de su labor constructiva, así como de las peregrinaciones y Cruzadas, actuarán como factores de divulgación e interrelación del lenguaje artístico.

II. ARQUITECTURA

Las realizaciones de la arquitectura románica son en casi toda Europa muy numerosas, y presentan muy amplia casuística de soluciones particulares y regionales. Si queremos extraer una serie de indicaciones que sirvan como guía para el reconocimiento de sus edificios, es necesario, establecer unos puntos firmes.

Primero, la presencia de un edificio típico para la arquitectura: la iglesia

Segundo, un problema técnico central, en torno al cual gira el proyecto y la construcción del edificio románico: la cobertura del espacio mediante bóvedas (estructuras curvas de piedra).

Tercero, la afirmación de una concepción estética favorable a construcciones articuladas y macizas, con efectos de claroscuro y luces rasantes que penetran por escasas y estrechas aberturas.

Cuarto, jerarquía entre las artes, que hace de la arquitectura la actividad dominante, a la cual están subordinadas las demás: escultura, pintura y mosaico.

La primera de estas circunstancias, es decir la presencia de la iglesia como principal edificio, se da por descontada. En una época de fuerte religiosidad, y en la que la iglesia era la organización más rica, culta y organizada, es decir, la única que podía llevar a cabo la empresa. La planta suele ser basilical y/o cruz latina.

El aspecto fundamental es el de la cobertura. Partiendo de las características y de las necesidades de una cubierta en bóveda, los maestros de las obras medievales elaboraron un sistema constructivo y formal coherente en cada una de las partes, lo que da lugar a un nuevo estilo. Técnicamente, una bóveda no es más que una suma de arcos: una superficie curva que recibe un peso en su parte más alta y lo trasmite a su parte más baja haciéndole seguir la curva que ella misma describe. Está claro, por ello, que una bóveda no puede concebirse independientemente. Es necesario pensarla dentro de un organismo capaz de absorber los empujes que provoca. Por tanto, lo que determina el sistema es precisamente el mutuo juego de empujes y soportes generado por la forma de la bóveda.

En el románico se dan fundamentalmente dos tipos básicos de bóveda:

– Bóveda de cañón: semicilindro con arcos fajones, que refuerzan y descargan sobre los pilares, que a su vez están enlazados por arcos formeros, paralelos al eje de la bóveda.

– Bóveda de arista: deriva del cruce de dos bóvedas de cañón, conformándose una forma cuadrada con cuatro arcos torales en los lados y dos arcos elípticos a lo largo de las diagonales.

De la unión de la bóveda de arista con sus soportes nace el otro gran concepto de la arquitectura románica: el tramo. Desde el punto de vista compositivo, se considera el módulo de la construcción románica. La mayor parte de las construcciones no son sino una serie de tramos, pero resolviendo tres puntos débiles, donde los tramos acaban: el fondo, la fachada y los lados del edificio. La solución más simple es la del fondo, donde generalmente la iglesia termina en ábsides. Esta terminación, por su estructura arqueada, se opone con éxito al empuje hacia el exterior de la serie de tramos. A veces se construyen radialmente las llamadas capillas absidales, que contrarrestan el empuje de la cúpula de cuarto de esfera del presbiterio. En ocasiones se relacionan las naves mediante deambulatorio, al que se asoman las capillas en disposición radial.

La fachada plantea un problema más complejo. Normalmente, es un muro liso en el que se abren las puertas de acceso al edificio. Por tanto, es posible que sometida al empuje de la estructura abovedada se venza hacia afuera. Las soluciones a este problema pueden ser múltiples. La más simple es la engrosar fuertemente el muro. Sustancialmente igual, pero más refinada, es la solución mediante contrafuertes. Dada su colocación en correspondencia con cada fila de pilares del interior, los contrafuertes de la fachada denuncian también, indirectamente, el número de divisiones internas de la iglesia. Finalmente se utilizan en algunos lugares, soluciones mucho más complicadas, como por ejemplo adosar a la fachada dos torres, o un pórtico, o una serie de ábsides como los del fondo.

Queda por último el problema de los lados. La forma más típica de la iglesia es la de tres naves: una central y otra menor a cada lado, cubiertas también con una bóveda. Está claro que el empuje de las bóvedas laterales hacia el interior tenderá a equilibrar el de las bóvedas centrales hacia el exterior. Puesto que las dos bóvedas no son iguales (generalmente la nave menor mide la mitad de la mayor), quedará un empuje residual. Este se absorberá con una ulterior nave lateral, o con un moderado engrosamiento del muro, o con una serie de contrafuertes adosados a los muros laterales.

Este es sustancialmente el organismo típico de la iglesia románica, la conexión entre funciones y formas que componen el esquema constructivo. A este se añaden una nutrida serie de elementos decorativos y un cuadro casi inagotable de variaciones. A los detalles de orden decorativo hay que añadir las variaciones de composición propiamente dicha, es decir las diversas concepciones que el organismo de la iglesia adquiere en las diferentes regiones.

II.1. ESCUELAS

El devenir arquitectónico europeo de los siglos XI y XII aborda el estudio de los retos planteados por la construcción de nuevos templos y la de su diferente asimi­lación y resolución. Hay que destacar en este sentido el papel protagonista jugado por Francia, desde cuya diversidad regional se realizaron importantes aportaciones que tienen su inicio en Borgoña entre finales del siglo XI y comienzos del XII, con la renovación del pri­mitivo monasterio benedictino de Cluny, cuyo proceso de reformas cristalizó en un tipo de templo majestuoso y monumental que gozará de amplia rele­vancia y difusión en la arquitectura románica. En esta misma zona se produ­jeron importantes avances en el campo de la experimentación de los siste­mas de abovedamiento de grandes superficies y la resolución de los problemas de iluminación, como atestiguan la construcción de la catedral de Autum y la Magdalena de Vezelay. Una de las principales aportaciones fran­cesas al románico arquitectónico sería, sin embargo, la configuración de un nuevo tipo arquitectónico de templo relacionado con las peregrinaciones a Santiago de Compostela, cuyos principales jalones evolutivos al norte de los Pirineos tienen su representación en las iglesias de Saint Foy de Conques, Saint Martín de Tours y Saint Sernin de Tolouse.

Frente a estas novedades, en la Provenza la proximidad geográfica con Italia determinó en esta fase artística el desarrollo de una tendencia clásica que se expresa a través de la adopción de motivos ornamentales de raíz clasicista, aplicados sobre volúmenes de gran simplicidad, como podemos apre­ciar en Saint Gilíes du Gard y San Trófimo de Arles. Frente a ello, el suroeste francés se adscribió a una corriente de corte bizantino dentro de la cual apa­recen diversos modelos de templos (Angumois, Perigord, Poitou), mientras en el norte, en Normandía, fue el desarrollo de los alzados y su particular incidencia sobre los templos ingleses el que caracterizó el devenir arquitec­tónico románico.

Al margen del desarrollo francés, la expresión arquitectónica de la arqui­tectura románica presenta en el resto de Europa diferentes singularidades según los países. En Italia, la fragmentación política, cultural y artística sufrida a lo largo de la Alta Edad Media repercutió negativamente en el desarrollo arquitectónico y solo a partir de la segunda mitad del siglo XI podemos encontrar algunos edificios de importancia que mostrarán su apego a las diferentes tradiciones regionales de raíz clásica o bizantina. Con especial vitalidad, sin embargo, la arquitectura lombarda muestra los primeros ele­mentos básicos de la arquitectura románica europea a través de la construc­ción de iglesias de reducidas dimensiones, hechas con muros de sillarejo y altas torres, acompañadas de unos peculiares motivos ornamentales caracte­rísticos de esa zona, como los arquillos ciegos de las cornisas, las galerías de arcos que recorren la parte superior de los muros, etc. La tendencia bizanti­na se acusa especialmente en el Véneto, mientras Toscana se adhiere a la corriente clasicista que gira fundamentalmente en torno a dos grupos, el flo­rentino y el pisano, cuya principal aportación será la recuperación del con­cepto de conjunto paleocristiano compuesto por el campanario, el baptiste­rio y el templo, al modo en que aparece en el conjunto arquitectónico de Pisa. En Roma, la construcción de nuevos templos no pudo inhibirse frente al peso de la tradición de las basílicas, pero incorporó como aportación sin­gular el denominado «estilo comatesco», referido a la técnica de tratamiento del mármol decorado con mosaicos de colores.

En su evolución, las tendencias arquitectónicas de los diferentes países se mostraron deudoras de las circunstancias sociales, culturales y políticas que les rodeaban. Como ejemplo, los grandes edificios del románico anglosajón edificados tras la conquista normanda de 1066 combinaron sus propias tendencias arquitectónicas con las de los conquistadores, en unas construc­ciones donde las tendencias dominantes fueron la uniformidad y la grandio­sidad, y la preocupación esencial el sistema de cubiertas, en cuyo campo se obtuvieron importantes avances que quedan atestiguados en las bóvedas nervadas de la catedral de Durham. Alemania, deudora también de su pasa­do histórico, aunó en sus edificios las pervivencias otomanas, los influjos borgoñones y los lombardos, dando lugar a unos prototipos representados por las catedrales de Spira, Maguncia y Worms.

De especial interés para nosotros, el desarrollo del románico hispánico viene favorecido por diversos factores históricos, como el avance de la Reconquista tras la muerte de Almanzor en el 1002 y el consiguiente afianzamiento de las rutas de peregrinación que conducían a Santiago de Compostela, o la política aperturista hacia Europa de Sancho el Mayor de Navarra, impulsaron en España el desarrollo de un arte románico que aparece circunscrito a la zona norte de la Península, ya reconquistada por los cristianos. A la confluencia de los influjos lombardos y franceses pro­cedentes del románico europeo se unirá en España la riqueza del influjo islámico y de su propia tradición arquitectónica, dotando al románico español de una especial singularidad.

En una primera fase de desarrollo, Cataluña aparece como abanderada de un románico de raíz lombarda que se mezcla con la tradición mozárabe, como consecuencia de la actividad promotora del Abad Oliva, conocedor de esta tendencia e impulsor de su desarrollo en España. El resultado será la renovación y construcción en el siglo XI de toda una serie de templos que recogen esta influencia cuyos rasgos, como la incorporación de los ábsides semicirculares, perduran en el siglo XII.

Una vez consolidado el camino de Santiago el románico español se enri­quece con las aportaciones internacionales, sobre todo francesas, y se extien­de por León y Castilla, prosiguiendo a través de sus escuelas regionales por el camino de la experimentación técnica de los tres retos fundamentales planteados en la construcción del edificio románico: el abovedamiento, el desarrollo del sistema de empujes y la evolución de alzados y la resolución de los problemas de iluminación. Será fundamental establecer en este apar­tado la importancia que cobra el románico español dentro del contexto euro­peo con la catedral de Santiago de Compostela, edificio que aparece como culminación de la arquitectura de este período dentro y fuera de nuestro país, aunando las influencias procedentes de otros templos del camino de Santiago en una construcción que se consolida como el eslabón final de la evolución de ese nuevo tipo de templo que era la iglesia de peregrinación.

III. ESCULTURA

Acompañando al auge constructivo, la escultura románica se ins­cribe en el renacer de las artes plásticas que se produce a partir de los siglos XI y XII en el ámbito occidental. Uno de sus principales rasgos será la adopción de unas funciones ornamentales y docentes que la convierten en complemento de la imagen exterior de la arquitectura, en cuyo marco se integra. Desde el punto de vista formal la escultura románica estará some­tida a dos importantes condicionantes: de una parte al sistema de repre­sentación adoptado por el escultor medieval, basado en la abstracción y en la idealización, lo que se traduce en una geometrización de las formas. De otra a la denominada «ley de adaptación al marco», es decir, a la necesidad de que las figuras se adapten a las proporciones y superficie del marco arquitectónico del que forman parte. No hay que olvidar, además, cómo la influencia del contexto general de la época determinará la aparición de una iconografía basada en fuentes y programas diversos en los que es habi­tual la presentación de temas apocalípticos. Estos programas se vieron también sometidos, como ocurriese en la arquitectura, a un proceso de homogeneidad como consecuencia del papel difusor jugado por la orden de Cluny.

De nuevo en este campo Francia asumirá un papel destacado. Si bien es cierto que la investigación aun continúa planteándose interrogantes acerca de los inicios y procedencia de la escultura románica medieval, existe una mayor certeza en el reconocimiento de la importancia jugada por la orden de Cluny en la difusión de modelos que eran transmitidos por cuadrillas itine­rantes de artistas. En Borgoña la orden de Cluny resultó fundamental, como se percibe en el trabajo escultórico que sirve de complemento al marco arquitectónico de la Magdalena de Vezelay, en donde a su vez se hace paten­te la influencia de la miniatura y de la escultura carolingia. Del mismo modo que en Vezelay, la impronta de Cluny se dejará sentir también en la catedral de Autum. El estudio de la producción escultórica de otras dos regiones fran­cesas, Languedoc y Provenza, ilustra la importancia que pueden llegar a tener factores como la proximidad geográfica en la determinación estilística de una zona. En el caso de Languedoc, por ejemplo, su proximidad con España será causa de interesantes interrelaciones artísticas entre nuestro país y las dos escuelas languedocianas: Tolouse y Moissac. Provenza, por su parte, acusará la proximidad italiana y desarrollará a partir de la segunda mitad del siglo XII una importante influencia clásica en su escultura (San Trófimo de Arles).

La expresión de la plástica románica discurrirá por caminos diferentes en el resto de Europa. Será de destacar el caso italiano, en cuyos programas se deja sentir un humanismo, antecedente del Renacimiento, afectado a su vez por diversidades regionales que van desde la riqueza ornamental de los conjuntos monumentales del norte de Italia hasta la tendencia figurativa desarrollada a fin del siglo X en las catedrales del Po. Inglaterra, por otro lado, vive el desarrollo de la escultura románica desde una vertiente eminen­temente ornamental en la que priman los elementos geométricos de carácter autóctono, que desde mediados del siglo XII abrirán paso a la penetración de formas continentales. Mientras en Alemania descubrimos, junto al desarro­llo de la tendencia europea dominante de la escultura monumental románi­ca, un gusto por la imagen exenta, en la que se ensaya la técnica del bronce (Escuela de fundidores de Hildesheim).

Como ya ocurriese en el ámbito de la arquitectura, la plástica románica española compite con Francia en magnitud e importancia, pues ofrece la singularidad de ser el único país con escultura románica del siglo XI. En su producción influyeron los antecedentes prerrománicos, vinculados poste­riormente a las influencias clásicas y a las francesas relacionadas con Cluny. Cataluña adoptó un papel pionero a través de los trabajos realizados en los dinteles del Rosellón (San Genis les Fonts y San Andrés de Sureda). A partir de ahí el devenir escultórico español se somete a una evolución en la que se pasa de las representaciones simbólicas y convencionales al natura­lismo idealizado, dentro de un variado panorama en el que se asumen las diferentes tendencias artísticas con las que se había entrado en contacto en épocas pasadas (bizantina, mozárabe y clásica). León y Galicia fueron en el siglo XI los núcleos más activos de producción escultórica en España. Junto a los trabajos en marfil realizados en la corte leonesa y en Burgos en el últi­mo cuarto del siglo, la escultura monumental hace su aparición en San Martín de Frómista, en el Panteón de San Isidoro de León y en Santo Domingo de Silos. A pesar de las diferencias regionales, se pone de mani­fiesto en estas obras un estilo en el que el arcaísmo se mezcla con una ten­dencia a la expresividad que va evolucionando hasta encontrar su punto final en el Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela. Por último, y al margen de esta escultura monumental, en España cobra también importan­cia el desarrollo de la imaginería, ocupada por la representación de Vírge­nes y Cristos en Majestad.

III. PINTURA

Junto a la arquitectura y escultura, la pintura y las artes suntuarias adquieren en el mundo románico un desarrollo destacado. La pintura se presenta en tres modalidades: frescos murales, frontales y miniaturas que, como la escultura y la arqui­tectura, adoptan en su evolución, por encima de su internacionalidad, diferentes soluciones según los países, asimilando de manera diversa dos tendencias fundamentales: la Ítalo-bizantina y la franco-bizantina. En Ita­lia, por ejemplo, la corriente bizantina se mezcló con la denominada «maniera greca» en la producción de pintura mural. Las fórmulas bizanti­nas fueron adoptadas en el sur y centro de Italia partiendo de Montecasino, que funcionó como eje difusor de esta influencia. En Francia la pintu­ra románica conservada corresponde al siglo XII y en ella podemos distinguir dos tendencias fundamentales: la escuela borgoñona, con la decoración mural de la iglesia de Berze-la-ville, en donde se aprecia el encuentro de fuentes carolingias e Ítalo-bizantinas, y la tendencia nórdi­ca, caracterizada por su realismo, de la que es representativa la iglesia de Saint-Savin-sur Gartempe. Por su parte, Inglaterra representa en el desa­rrollo de la pintura mural la asimilación de dos tendencias: una de influjo bizantino (Capilla de San Anselmo de la Catedral de Canterbury) y otra más relacionada con la propia tradición anglosajona. Alemania por su parte desarrolló unas fórmulas continuadoras de las prácticas otomanas (San Jorge de Orbezell).

España no se sustraerá a esta generalizada asimilación de tendencias a la que se sumaban los principales focos europeos, asumiendo diversos influ­jos en su pintura mural según las zonas. Cataluña, primera región española que sigue el románico, mostrará una adhesión a la corriente Ítalo-bizantina de la que contamos también con ejemplos en Castilla (Maderuelo) y Aragón (Sigena), alcanzando su máxima expresión de manos del Maestro de Mur en la segunda mitad del siglo XII. Asimismo, la influencia francesa y la búsque­da del naturalismo se apreciarán en San Isidoro de León y en los maestros de Mur y Bagues, mientras los elementos autóctonos derivados de la propia tradición española hacen su aparición en la pintura castellana (S. Baudilio de Berlanga y San Román de Toledo).

Por lo que se refiere a la pintura sobre tabla adquirirán especial relevan­cia en el panorama español los frontales catalanes, donde se hacen también patentes las tendencias propias de la pintura mural.

La miniatura adquirió en el románico un gran auge y un gran valor como vehículo de expresión de los ideales religiosos románicos. Los scriptoria, como talleres artísticos de producción, se distribuyeron por todo el ámbito occidental europeo, mostrando el predominio de los influjos bizanti­nos y carolingios. Por último, no hay que olvidar, para finalizar el estudio del arte románico, las referencias a las artes suntuarias, en especial al desarrollo y características que adquirió la metalistería y el trabajo realizado en tejidos (bordados y tapices).

CONCLUSIÓN

El despertar económico de occidente, iniciado y consolidado en los siglos XI y XII respectivamente, había inaugurado una nueva etapa marcada por una recuperación generalizada bajo cuyo signo se habían desarrollado las manifestaciones artísticas propias del Románico. Sobre estas bases ya creadas, el ámbito occidental europeo irá evolucionando a lo largo de los siglos XII y XIII, al tiempo que se van gestando toda una serie de transforma­ciones de índole social, cultural y estético que pese a su continuidad y depen­dencia de elementos precedentes, abren una nueva etapa dentro del desarro­llo de la madurez medieval, en la que surgirá y adquirirá su plenitud el arte gótico.

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