Tema 40 – Transformaciones agrarias y proceso de industrialización en la españa del siglo XIX.

Tema 40 – Transformaciones agrarias y proceso de industrialización en la españa del siglo XIX.

1. INTRODUCCIÓN.

2. LA ECONOMÍA ESPAÑOLA EN EL PRIMER TERCIO DEL XIX.

3. LAS TRANSFORMACIONES AGRARIAS

4. LA INDUSTRIALIZACIÓN ESPAÑOLA.

4.1. LOS INICIOS DE LA INDUSTRIA MODERNA: EL ALGODÓN

4.2. LA ESTRUCTURA INDUSTRIAL A MEDIADOS DE SIGLO.

4.3. CARBÓN E INICIOS DE LA SIDERURGIA

4.4. LA IMPORTANCIA DEL FERROCARRIL

4.5. OTRAS INDUSTRIAS

5. TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS DURANTE LA RESTAURACIÓN

6. POLÍTICA ECONÓMICA Y MODERNIZACIÓN.

7. BALANCE FINAL: CONCLUSIÓN

8. BIBLIOGRAFÍA.

1 INTRODUCCIÓN

Gabriel Tortella, Nicolás Sánchez Albornoz o Jordi Nadal, entre otros muchos, han centrado parte de su actividad investigadora, y desde diferentes puntos de vista, en el proceso de modernización económica española en el siglo XIX. La estructura económica resultante es dual, concepto que introduce Sánchez Albornoz en el título de una obra ya clásica (España hace un siglo: una economía dual, Alianza, Madrid, 1977) y la esperado cambio económico de la mano de la transformación más radical operada en otras latitudes, la revolución industrial, resulta en nuestro país, fracasada, en opinión de Jordi Nadal (El fracaso de la revolución industrial en España, Ariel, 1975).

Al estudiar los cambios económicos en España nos encontramos con la dificultad de no poder hacerlo de forma global. Este estudio únicamente puede llevarse a cabo aludiendo a sectores concretos, siempre teniendo en cuenta la implicación en el proceso de industrialización que tuvieron las características de la sociedad del momento, del mercado, del comercio, de las finanzas y de la economía en general. Esta implicación entre la sociedad-economía y “la gran industria moderna española” hará sentir sus consecuencias durante todo el siglo XX.

En el desarrollo del tema abordaremos primero la situación de partida. Nos centraremos posteriormente en las transformaciones agrarias, para continuar seguidamente con el proceso de industrialización. Concluiremos con una síntesis de la situación al acabar el siglo y con nuevas referencias bibliográficas.

2 LA ECONOMÍA ESPAÑOLA EN EL PRIMER TERCIO DEL XIX.

La población española durante este período crece, a pesar de los efectos de la guerra, las epidemias (1800, 1821, 1833) y los conflictos civiles. Aún así, la población española (12,2 millones en 1833) era menor que la de los países europeos más próximos y tendía a concentrarse en las ciudades (Madrid, Barcelona, Sevilla). La situación económica de España durante el período 1808-1833 puede calificarse de «ruina total». Ya antes de 1808 se habían dado síntomas de esa depresión: subida de precios y escasez de moneda; hasta 1812 los precios duplicaron los de principios del XVIII. A partir de 1812, la crisis se manifiesta en una espectacular caída de precios (un 65 %) por dos cau­sas fundamentales: la guerra de la Independencia, que produjo la ruina y destrucción de gran parte del país; y la emancipación de las colonias de América, principal destino de las exportaciones españolas y primer suministrador de productos para reexportar a Europa. A ello debe añadirse el daño que producía el intenso contrabando desde Gibraltar o el que realizaban los Países Bajos o Estados Unidos.

La agricultura se vio muy afectada por el abandono de tierras y por las destrucciones de la guerra. Durante este primer tercio de siglo los cambios en la estructura de la propiedad y los métodos de cultivo fueron escasos. La incipiente industria se vio muy afectada por la guerra y la pérdida de las colonias. La textil fue la más perjudicada, por los efectos del contrabando, la falta de capitales y la caída del consumo, tanto en Barcelona, como en Sevilla o Cádiz.

Sin lugar a dudas, la Hacienda constituyó el talón de Aquiles de la monarquía absoluta. Las gastos por la guerra, la pérdida de las colonias o los privilegios fiscales redujeron notablemente los ingresos. Los intentos de reforma iniciados en la etapa 1814-1820 fueron de una ineficacia total, Fue durante la «ominosa década» cuando el ministro López Ballesteros llevó a cabo una serie de reformas más duraderas y de mayor eficacia, que permitieron incrementar la recaudación en un 25 %.

Desde principios de siglo, el estado financiero español había estado manifestando una evolución negativa que se reflejaría posteriormente. Veamos la evolución de esta tendencia por periodos. Hasta 1810 la economía española experimenta un cierto crecimiento. Desde 1810 la situación cambia. En estos años tiene lugar la guerra de la Independencia y la emancipación de las colonias americanas, ello repercute de forma importante en la economía fundamentalmente en dos aspectos: decaen los beneficios aduaneros y se reducen seriamente las exportaciones. De 1820 a 1830 tiene lugar un periodo de involución económica motivado por: el enorme endeudamiento exterior, la gran inestabilidad política que suponía los continuos cambios de gobierno, el fracaso de todos los intentos reformistas que se llevan a cabo y la enorme especulación económica.

3 LAS TRANSFORMACIONES AGRARIAS

La marginación de España del proceso de industrialización europeo se explica en buena medida por el escaso desarrollo del sector agrario. En parte, ello se debió a la mala calidad de la mayor parte de la tierra de cultivo y a las adversas condiciones climatológicas. Pero también fue consecuencia de la forma adoptada por la reforma agraria liberal en la cual se excluyó del acceso a la propiedad en gran parte de España a los más interesados en cultivar con eficiencia. El resultado fue el mantenimiento de unos rendimientos muy bajos y la pobreza de la mayor parte de la población agraria, lo que supuso un pobre estímulo para el avance de la industrialización.

La reforma agraria liberal forma parte del proceso de sustitución del Antiguo Régimen por la sociedad capitalista, que en España se produjo a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. Durante este proceso, se abolieron los señoríos, los derechos jurisdiccionales asociados a los mismos, incluido el diezmo, los privilegios de la Mesta y se avanzó hacia la consolidación de la propiedad privada de la tierra.

En todo ello desempeñó un papel muy destacado la desamortización. Ésta consistió en la incautación por el Estado de la mayoría de las tierras pertenecientes a la Iglesia y a los ayuntamientos, sometidas a la amortización, para ser vendidas en pública subasta. Así se consolidó la propiedad privada de la tierra y desaparecieron las formas de propiedad compartida, incompatibles con el crecimiento económico contemporáneo. A cambio de sus propiedades, la Iglesia recibió compensaciones importantes y, desde entonces, el Estado incluyó en sus presupuestos una partida para mantener al clero.

Aun cuando el déficit de la Hacienda fue la razón fundamental de la decisión de desamortizar, muchos de quienes apoyaron la venta de estas propiedades estaban convencidos de que la liberalización de la propiedad rural mejoraría la eficiencia de la agricultura. Por tanto, los problemas abordados con una operación de esa magnitud no fueron sólo de índole fiscal. En este punto, la experiencia española no es diferente de la que condujo a la consolidación de la propiedad privada en otros países del continente.

La desamortización fue iniciada en 1798 por Carlos IV, obligado por los gastos de guerra. El grueso del proceso, sin embargo, tendría lugar en el siglo XIX en varias fases: Cortes de Cádiz, Trienio liberal, durante los años treinta y a partir del Bienio Progresista. Por su efectos desarrollaremos las dos últimas. La primera, conocida como la desamortización eclesiástica, se inició en 1836 y fue llevada a cabo por el ministro de Hacienda Mendizábal. Su principal objetivo fue mantener los fondos imprescindibles para financiar la guerra contra los carlistas. En esta fase se vendieron los bienes del clero regular y en 1841, se desamortizaron los bienes del secular.

La segunda gran etapa, la desamortización de Madoz, fue aprobada durante el Bienio Progresista (1855) y se denomina desamortización general. Consistió en la venta forzosa, aunque con compensación, de la totalidad de los bienes pertenecientes al Estado, a los municipios y a otras instituciones menos importantes. También en este caso uno de sus objetivos principales fue obtener ingresos para Hacienda. Pero, además, se intentó consolidar a una clase media favorable al régimen liberal y fomentar el desarrollo de la economía a través de las obras públicas y la construcción del ferrocarril, a cuyo fin se dedicaron una parte de los ingresos obtenidos. El grueso de las ventas tuvo lugar en los decenios siguientes a la aprobación de la ley, pero hasta fines del siglo se siguieron enajenando bienes.

Martínez Cuadrado ha relacionado la desamortización con el subdesarrollo agrario y el atraso económico decimonónicos. En primer lugar la desamortización produjo un aumento en la producción y en la extensión de las tierras roturadas. En segundo lugar también produjo una radical transformación en la regulación de la propiedad. A fines del siglo XIX se había consolidado la propiedad privada, transformando la tierra en un bien que podía ser vendido y comprado libremente, y habían cambiado de dueño miles de edificios y parcelas agrarias. Salvo excepciones, compraron tierras quienes ya las tenían y aquéllos con recursos para adquirirlas que, en muchas zonas, no eran los cultivadores directos. Funcionarios del Estado, comerciantes, militares, administradores y propietarios de tierras formaron el grueso de los be­neficiarios de la obra desamortizadora. Este hecho ha llevado a considerar la desamortización una de las grandes oportunidades perdidas para abordar una reforma de la estructura de la propiedad que habría permitido aumentar la equidad y fomentar la expansión de la producción agraria. Pero la desamortización fue inseparable de las dificultades de consolidación de un Estado liberal, amenazado durante el primer tercio del siglo por los partidarios del Antiguo Régimen y con unos ingresos fiscales absolutamente insuficientes para hacer frente a sus gastos. La desamortización no cumplió, por tanto, las grandes esperanzas de quienes habían confiado en realizar una reforma agraria ni tampoco condujo a la industrialización. Sin embargo, partiendo de los objetivos de sus impulsores, el proceso de privatización de la propiedad de la tierra no debe ser considerado un fracaso. Además de paliar los problemas de la Hacienda Pública, puso una considerable proporción de la tierra de cultivo en manos de individuos con mayor interés en obtener beneficios y en la permanencia del régimen liberal. Así, aun de forma moderada, se estimuló el crecimiento del producto y su venta en el mercado, aunque la expansión de la producción se consiguió principalmente sin alterar las técnicas utilizadas.

Sin embargo, la desamortización fue una condición necesaria para el aumento de la producción agraria, pero por sí sola, no era una condición suficiente para impulsarla. A largo plazo, y como consecuencia de la desamortización y de los avances en la creación de la sociedad capitalista, la comercialización de la producción agraria aumentó y lo hizo también la propia producción aunque el cambio técnico era muy limitado. La mejor constatación indirecta de este aumento de la producción es el crecimiento de la población entre comienzos del siglo y 1880. Siendo muy modestas las importaciones a lo largo de esta etapa, el crecimiento demográfico no habría sido posible si la producción de alimentos no hubiera aumentado paralelamente.

La profundidad de las transformaciones agrarias en la España del siglo XIX, base de la capacidad para alimentar a ese aumento de la población, no debe exagerarse aunque en algunas regiones (País Valenciano, Cataluña, etc.) fueran importantes. Los mediocres rendimientos por hectárea y por activo agrario a fines del período reflejan los escasos avances de la agricultura. Ello no implica que todo el sector agrario permaneciera estancado. En algunos cultivos los rendimientos o la productividad aumentaron. Sin embargo, las estimaciones realizadas en función del consumo de calo-; rías por habitante ofrecen la misma conclusión: estancamiento de los alimentos disponibles por habitante entre comienzos y finales del siglo. Así, aunque la producción aumentó, al igual que la superficie cultivada y la población, el producto disponible por habitante no mejoró, o lo hizo inapreciablemente.

Por lo tanto, quedó frenada una de las principales contribuciones de la agricultura al crecimiento económico moderno: permitir a una proporción creciente de la población dedicarse a la industria o al comercio, al producir una proporción menor de ella los alimentos suficientes para todos. Al mismo tiempo, como los sectores agrarios de otros países sí mejoraron su productividad, la distancia entre éstos y España aumentó, con lo cual se consolidó una situación de atraso relativo que no abandonaría a la agricultura española hasta los años sesenta del siglo XX.

Las trabas al progreso de la productividad y de los rendimientos fueron, dentro de un marco natural poco favorable con la excepción de algunas zonas, tanto institucionales como tecnológicas. Entre ellas destacó una estructura de la propiedad desfavorable para fomentar la mejora técnica. El caso más evidente es el de las diminutas propiedades de la Meseta norte y de Galicia, cuyo producto era insuficiente para alimentar a una familia. La gran propiedad (los latifundios de Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía) también desincentivó el aumento de la productividad porque los propietarios no estaban interesados en cultivar mejor sino en el estatus social que suponía poseer grandes extensiones de tierra. Aunque nada parece indicar que, con carácter general, el proceso desamortizador aumentara la concentración de la propiedad, no contribuyó a dividir las grandes propiedades de estas regiones.

4 LA INDUSTRIALIZACIÓN ESPAÑOLA

El proceso de industrialización española puede dividirse en varios periodos a fin de facilitar su análisis. Al principio las innovaciones se limitaron a la introducción de algunas maquinas que aceleraron el sistema de fabricación. Más adelante la construcción de industrias y la adopción de sistemas socioeconómicos industriales dieron lugar a cambios que iban mas allá de la esfera de la producción, es decir, alteraciones que llegaron a transformar el sistema de vida española conocido hasta el momento.

Hasta 1830, el país se encuentra bajo esquemas económicos propios del Antiguo Régimen. Estas características, en relación con los aspectos industriales, son básicamente la economía autosuficiente de cada área y la descoordinación de los diferentes sectores productivos. La década de los 30 corresponde con el desarrollo de la industria textil catalana y a la introducción en esta de los telares mecánicos. Debido al gran auge de esta industria, que provocó la disminución de las importaciones de tejidos foráneos y el aumento de las de materia prima (algodón en bruto). Barcelona se convirtió en el segundo puerto de España. También se introdujeron en 1832 los primeros altos hornos en la ciudad de Marbella.

Las implicaciones sociales de la industrialización (protestas laborales y agitación obrera contra las maquinas) y las implicaciones jurídicas fueron consecuencia inmediata de todo este proceso. En este sentido, 1834 fue el año de la abolición definitiva del sistema gremial.

Entre 1840 y 1854 tiene lugar un fuerte impulso industrializador que alcanza ahora a Vizcaya y aumenta en Cataluña. Se amplia el desarrollo industrial a todo el País Vasco, a Málaga, a Baleares, Alicante, Valladolid y Castellón. Los capitales extraídos de la industria no repercutieron en absoluto en los salarios de los trabajadores. La explotación de mujeres y niños y las condiciones infrahumanas del proletariado en general dieron lugar, a que socialmente, esta clase cobrase gran protagonismo. Hay que destacar también el papel del ferrocarril en el proceso de capitalización e industrialización de la economía española. A partir de 1854 se puede hablar de autentica expansión capitalista, de modernización. No obstante esta modernización colaboró a acentuar las diferencias ya existentes, entre las zonas avanzadas receptoras de esa supuesta modernización y zonas de estructura tradicional cada vez mas atrasadas.

4.1. LOS INICIOS DE LA INDUSTRIA MODERNA: EL ALGODÓN

La expansión de la industria moderna en la España del siglo XIX es, en gran medida, la expansión de esa actividad en Cataluña. De ahí que, parafraseando la afirmación de Gran Bretaña como fábrica del mundo, hasta comienzos del siglo XX, puede hablarse de Cataluña como fábrica de España. En el resto del territorio, la actividad industrial no experimentó un proceso de modernización similar.

Describir la industria moderna en Cataluña en el siglo XIX es referirse a la industria textil algodonera. A pesar de que, a mediados del siglo XVIII, ya hay constancia de la existencia de un número apreciable de telares de algodón, el desarrollo de la manufactura algodonera moderna se inició a partir del último tercio del siglo (fábricas de indianas} aunque, en 1808, era todavía una industria muy modesta. Sin embargo, desde la perspectiva del crecimiento industrial del siglo XIX tiene una gran importancia: desde su nacimiento fue un sector dedicado a producir para el mercado y no para el autoconsumo, a diferencia de la inmensa mayoría de las actividades manufactureras entonces existentes.

La desarticulación de los mercados durante la Guerra de la Independencia detuvo su expansión. Cuando las tropas francesas abandonaron Cataluña, la estructura productiva había sufrido un notable deterioro. Después del conflicto, y a pesar del inicio casi inmediato de la emancipación de las colonias y de la detención del comercio con ellas, el ritmo expansivo de la producción se reanudó con rapidez, indicio claro de que su principal mercado era el interior. Aun así, a comienzos de los años treinta, el tamaño del sector y la modernización productiva eran muy limitados.

A partir de entonces y durante los decenios siguientes, e! ritmo de avance fue elevado como lo demuestra la importación de la materia prima. La mecanización, sin -embargo, fue más rápida en la hilatura que en el tejido. Mientras en 1861 los husos mecánicos habían sustituido completamente a los manuales, la mecanización de los telares era limitada y no alcanzaba la mitad del total. Su mecanización se completaría muy tarde en términos comparados con otras economías, lo cual repercutió negativamente sobre los costes y la competitividad exterior.

Las causas de esta rápida mecanización de la hilatura durante el segundo tercio del siglo son muchas. En el corto plazo, lo que más incidió en la mecanización fue la escasez relativa de mano de obra como resultado de la incorporación al mercado laboral de las generaciones menos numerosas nacidas durante la primera década del siglo (Guerra de la Independencia). Esta escasez hizo aumentar el costé del trabajo en un momento de abundancia de capitales como consecuencia de su repatriación de las colonias recién independizadas. El abaratamiento relativo del capital y el aumento de los costes laborales favorecieron el uso del capital e impulsaron la mecanización. Así se incentivó la sustitución de husos manuales, intensivos en trabajo, por los mecánicos que requerían, en términos comparativos, un capital mayor.

La mecanización, aunque incompleta en el tejido, supuso una notable disminución de los costes y, también aunque en menor grado, de los precios de venta. Precios de venta más bajos estimularon una mayor demanda, aumentada por la protección arancelaria y la sustitución de las prendas de lana por las de algodón. Con ello, la producción en serie, característica de la industria contemporánea, adquirió un impulso evidente en la Cataluña de los años 30, y, por consiguiente, fomentó la especialización del trabajo y la organización social propia de la sociedad industrial.

Las razones del éxito de la industrialización en Cataluña deben buscarse: en la ambición empresarial y su capacidad para expandir la producción en unas condiciones institucionales desfavorables; en la sustitución de importaciones por productos elaborados en el interior, sustitución que estuvo fuertemente apoyada por la política arancelaria; en la ampliación de la demanda a costa del textil tradicional. A mediados de siglo, el algodón dominaba el textil español representando algo más del 60% del total del sector. Esta moderna producción algodonera desplazó, por su mayor calidad y menor precio, a la tradicional industria textil no algodonera dispersa por el conjunto de España (lana, lino, cáñamo, seda).

A pesar de las altas tasas de aumento de la producción hasta mediados del siglo, las cantidades absolutas eran, en términos comparados con otros países de Europa, muy pequeñas. Así, el tamaño del sector algodonero catalán fue suficiente para industrializar Cataluña, pero no para provocar los efectos de arrastre imprescindibles sobre el conjunto de la economía y dar paso a un proceso de cambio global en el cual la producción industrial fuera preponderante dentro de España.

4.2. LA ESTRUCTURA INDUSTRIAL A MEDIADOS DE SIGLO

La atención a las transformaciones del textil algodonero no puede hacer perder de vista ni el reducido peso del conjunto de la industria dentro de la economía hacia 1875 ni, tampoco, el hecho de que en la mayor parte del territorio español predominasen las actividades tradicionales. Por otro lado, dentro de esta reducida actividad manu­facturera, los sectores preponderantes eran los vinculados a la alimentación y el vestido, las necesidades más inmediatas de la población. Ello es síntoma evidente de la debilidad de la base industrial española cuando se la compara con la de Gran Bretaña, Francia o Alemania.

En 1856, las industrias alimenticias representaban más de la mitad del total, alcanzando en Andalucía, Asturias, Canarias y Extremadura un porcentaje superior al 75 %. Por el contrario, las industrias “nuevas” como la metalúrgica y química apenas superaban cada una de ellas el 3 %. La distribución geográfica es también significativa. Cataluña concentraba un cuarto de toda la industria y, sin duda, la parte más moderna. El cociente entre su peso industrial y el demográfico duplica la media del conjunto de España, junto a ella, destacan Andalucía y las dos Castillas. Sin embargo, el peso porcentual de estas dos regiones no debe ser motivo de confusión. En primer lugar, la transformación tecnológica de las actividades en estas zonas era muy modesta. En segundo lugar, en términos por habitante refleja una enorme distancia respecto a Cataluña. Aun así, este cociente indica una importancia de la industria andaluza considerablemente superior a la que tendría posteriormente.

Pero ¿cuales fueron los obstáculos a la industrialización general del país? La escasa capacidad de compra de la inmensa mayoría de los consumidores españoles fue una de las causas del reducido tamaño alcanzado por el sector industrial durante el siglo XIX. Escasa demanda supone costes por unidad más elevados porque éstos suelen disminuir conforme aumenta la cantidad producida. Sin embargo, para comprender por qué España quedó fuera de la industrialización deben tenerse en cuenta otras causas no menos relevantes.

Su posición geográfica, en el extremo sur occidental de Europa, constituyó un factor adverso para la expansión industrial. En una época en la cual los costes de transporte y de información eran muy elevados, y teniendo en cuenta que el mercado interno era modesto por la reducida renta de sus habitantes, la distancia en relación con el núcleo central de la industrialización del continente suponía una desventaja tanto para la adquisición de materias primas como para la colocación de lo producido.

También es imprescindible tomar en consideración las negativas repercusiones de la gran cantidad de recursos absorbidos por parte de la Hacienda Pública. El hecho de que el Estado absorbiera recursos para hacer frente a sus gastos debido a la insuficiencia de los impuestos elevó los tipos de interés. De esta forma, se encareció la financiación de las empresas y se desincentivó la inversión productiva.

Pero, sobre todo, deben subrayarse las consecuencias negativas de la ausencia de carbón de calidad y de agua, materias primas fundamentales de la industrialización europea. La desfavorable dotación de estos dos recursos naturales limitó el crecimiento de la producción.

4.3. CARBÓN E INICIOS DE LA SIDERURGIA

Las nuevas técnicas que revolucionaron la estructura productiva de la industria en algunos países de la Europa del siglo XIX utilizaban una gran cantidad de energía por unidad producida. Las economías como la española, en las que escaseaban las fuentes de energía por la falta de cursos de agua aprovechables para obtener energía hidráulica o por la mala calidad del carbón mineral, estaban en una posición de desventaja para aplicar estos nuevos procedimientos técnicos.

El fracaso de los esfuerzos para consolidar un sector siderúrgico realizados por diversos empresarios, tanto en Málaga como en Asturias desde el primer tercio del siglo, es un claro ejemplo de las negativas implicaciones de estas carencias a la hora de impulsar la expansión de una industria fundamental en la industrialización europea del siglo XIX. En 1 826 Manuel Agustín Heredia, un gran exportador de vinos y aceites, ya intentó desarrollar la siderurgia moderna explotando los criaderos de hierro de Ojén, cerca de Marbella. Aunque la producción de sus empresas, La Constancia y La Concepción, condujo a la hegemonía andaluza por espacio de treinta años, fue en todo momento muy reducida en comparación con la de los países que entonces se estaban industrializando. Desde mediados de siglo, la dificultad para adquirir carbón de coque condujo al declive malagueño, debido a unos costes de producción que no podían soportar la competencia de zonas que se podían abastecer más fácilmente. Así, la existencia de yacimientos de este producto en Asturias, donde desde 1 840 había tenido lugar la creación de diversas empresas para su explotación, convertiría a esta región en el centro siderúrgico de España entre 1864 y 1879. La producción asturiana, dentro de la cual destaca la contribución realizada por la Sociedad Metalúrgica Duro y Cía., creció con rapidez aunque se mantuvo en valores absolutos muy modestos. No perdió su hegemonía mientras fue la única zona de España en disponer de carbón mineral. A partir de 1 876, la llegada de coque gales barato a la ría del Nervión, como contrapartida de la exportación de mineral de hierro, condujo a la consolidación de la siderurgia en Vizcaya (familia Ybarra) y a la pérdida de competitividad de las empresas asturianas con costes muy superiores por el uso del coque autóctono de escasa calidad.

4.4. LA IMPORTANCIA DEL FERROCARRIL

La invención del ferrocarril representó una revolución tanto por su mayor rapidez como por la notable reducción de su coste respecto a los sistemas de transporte hasta entonces existentes. Junto a ello, su regularidad y seguridad hicieron posible superar los obstáculos a la movilidad en ausencia de una red de canales o de ríos navegables. En el caso de España, estas ventajas fueron todavía más evidentes ya que la orografía de su territorio y el atraso relativo de la agricultura frenaban el aumento del tráfico de mercancías y, con ello, de los intercambios.

Cuando a mediados del siglo XIX se inició la construcción de la red ferroviaria en España, el atraso de los sistemas de transporte era notable con relación a otros países del continente. España contaba con menos de diez mil kilómetros de carreteras y caminos, ocho veces menos que Francia, y una densidad inferior a veinte kilómetros por cada mil kilómetros cuadrados de su territorio, un tercio de la francesa.

El primer trazado español fue inaugurado en 1848 para unir Barcelona con Mataró. A pesar de las múltiples iniciativas anteriores y posteriores, la construcción de una red amplia tuvo que esperar a la Ley General de Ferrocarriles de junio de 1855. Durante el decenio siguiente a su aprobación se produjo una expansión espectacular del número de kilómetros puestos en servicio. Su entrada en vigor supuso una gran movilización de capitales en la cual intervinieron de forma muy destacada financieros extranjeros, especialmente franceses. Algunos de los aspectos de la Ley de 1855 condicionaron la historia económica de los cien años siguientes: en ella quedó consolidada la estructura radial de la red ferroviaria española con centro en Madrid. Los motivos de esta decisión, al igual que en el caso de la red de carreteras principales, fueron inseparables del deseo de consolidar un Estado centralizado, articulado a través de Madrid. Otro de los aspectos establecidos en la Ley fue el ancho entre carriles. Éste quedó fijado en 1,67 m. frente a los 1,44 m. de la mayoría de las líneas europeas. Las causas de esta decisión no fueron, en contra de lo tradicionalmente señalado, dificultar otra hipotética invasión desde Francia, sino de carácter técnico: poder instalar calderas de vapor más grandes y aumentar la potencia de las locomotoras para superar mayores pendientes. Sin embargo, adoptar un ancho de vía distinto del mayoritario en el continente fue un error muy grave. Los obstáculos técnicos fueron superados al cabo de pocos años, pero entonces la red construida era ya demasiado extensa para ser sustituida. Ello dificultó los intercambios por ferrocarril con el resto de Europa al obligar a transbordar las mercancías en la frontera, con el consiguiente aumento de costes y tiempo. El aspecto más controvertido de la Ley fue la autorización concedida a las compañías constructoras para importar libres de aranceles todos los materiales necesarios para la construcción del trazado. El plazo de esta autorización fue sucesivamente ampliado con lo cual, hasta 1887, la importación de todo tipo de material ferroviario fue realizada sin ningún tipo de arancel. El aumento de la demanda sobre el sector siderúrgico o de maquinaria que la construcción de los ferrocarriles podría haber provocado, y provocó en otras economías europeas, no tuvo aquí lugar y se frenó de este modo una de las consecuencias más positivas sobre la industria inducidas por el tendido de la red.

Esta franquicia arancelaria a la importación de materiales ha sido considerada una de las razones principales para defender que la construcción de la red ferroviaria en España fue una oportunidad perdida para la industrialización. De hecho, los fabricantes elevaron sus quejas al gobierno en diversas ocasiones, denunciando el perjuicio que les ocasionaba la entrada libre de mercancías de mejor precio. Sin embargo, la industria española no estaba en condiciones de incrementar su producción al ritmo necesario para abastecer las necesidades del ferrocarril. La siderurgia era muy modesta y la industria de construcción de maquinaria no existía. Por otro lado, de haberse construido la red más lentamente, la economía se hubiera colapsado porque las mercancías transportadas por ferrocarril hubieran debido ser trasladadas a lomos de animales. Además, su alimenta­ción hubiera exigido dedicar a pastos o a cereales (pienso) un tercio de la superficie dedicada a producir alimentos para la creciente población, lo cual hubiera sido una empresa inviable.

Los efectos positivos del ferrocarril no se limitaron a la etapa de su construcción, aunque entonces jugó un papel muy destacado en la articulación del mercado interior de cereales. Otra gran aportación de la revolución de los transportes al crecimiento económico tuvo lugar a partir de los años setenta del siglo XIX como resultado de su decisiva contribución al transporte de vino y minerales para su exportación. En la España del siglo XIX, las transformaciones del sector secundario, como las del conjunto de la economía, fueron importantes pero estuvieron muy alejadas de las de los países que se industrializaron. Al final de este periodo, la economía española seguía siendo principalmente agraria, incapaz de competir en el mercado internacional, y la parti­cipación de la industria en la renta nacional no superaba un quinto del total.

4.5. OTRAS INDUSTRIAS

Además del sector hullero asturiano y de la explotación de cinc en Guipúzcoa, resumiendo mucho tendríamos que citar también, la industria vitivinícola y corcho taponera, la fabricación de instrumentos de hierro de tipo agrícola e industrial, la industria mecánica, destacando la mecanización de la industria algodonera: el telar mecánico y la hiladora de hierro, los astilleros con los nuevos buques a vapor con el casco metálico o de acero, la industria eléctrica y la industria química y de explosivos.

5 TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS DURANTE LA RESTAURACIÓN

La estabilidad política característica de la Restauración facilitó la transformación económica del país en el último cuarto de siglo. Aunque el estancamiento peculiar de un mundo agrícola tradicional siguió siendo el rasgo principal de la economía española, se empezaron a sentar las bases de una transformación que no llegaría a producirse sino ya entrado el siglo XX.

Pero la España de la Restauración estaba muy lejos de una economía moderna. Carecía de una red bancaria a la altura de otros países, como se demuestra por el hecho de que el 70 % de los depósitos bancarios estaban en el Banco de España que, desde los años setenta, tenía en exclusiva el privilegio de emisión. La banca barcelonesa y levantina, que experimentaron una etapa de prosperidad durante los años ochenta, acabarían descubriendo que ésta no era más que ficticia y circunstancial.

El auténtico motor de la industrialización siguió siéndolo el ferrocarril, que ahora no sólo se desarrolló a un ritmo acelerado, sino que, además, influyó de manera directa sobre la evolución de la industria. Una ley general de ferrocarriles del año 1877 confirmó las medidas de fomento de su construcción y permitió que en los veinte años que transcurren desde 1875 hasta 1895 se duplicara la red ferroviaria que, de este modo, llegó a tener unos 12.000 kilómetros de longitud. El número de compañías propietarias tendió a disminuir y la presencia de capital español se fue haciendo mayor que en otros tiempos (el capital extranjero sólo representaba alrededor del 55-60 %).

La extensión de la red ferroviaria tuvo un doble efecto sobre la economía española. En primer lugar favoreció la creación de un mercado verdaderamente nacional que todavía no se podía considerar estable por las dificultades de comunicación. Los mejores productos agrícolas españoles empezaron a exportarse; en el año 1881 pasaron por la frontera de Irún unos dos millones de hectolitros de vino con dirección a Francia. En segundo lugar, desde 1882, la construcción del ferrocarril influyó en el desarrollo de la industria española, en concreto en la siderúrgica. Hasta el final de siglo se habían construido en España una cincuentena de locomotoras y más de tres mil vagones de ferrocarril.

De la Restauración data el despegue industrial de la cornisa cantábrica. Una tercera parte de la hulla española fue consumida por el ferrocarril. La producción carbonífera procedía principalmente de Asturias y creció de forma considerable en el último cuarto de siglo: si en los años sesenta la producción era de un cuarto de millón de toneladas, en 1895 se había cuadruplicado. Las grandes empresas hulleras españolas nacieron precisamente en esta época.

Más importante aún fue el despegue de la explotación minera y la siderurgia vasca. Las innovaciones técnicas -sistema Bessemer- incrementaron el interés de los capitalistas británicos por el mineral de hierro muy puro y sin fósforo; estas condiciones se daban en la cuenca del Nervión, donde la explotación se podía hacer a cielo abierto y el mineral podía ser exportado con facilidad por barco. Además, la legislación española lo facilitaba, de modo que Gran Bretaña importó de allí el 80 % del mineral de hierro que le resultó necesario.

Las inversiones fueron relativamente bajas, pero la producción aumentó deprisa. Partiendo de una cifra pequeña, pronto se alcanzaron los cinco millones de toneladas de producción anual y a comienzos del nuevo siglo se llegó incluso a nueve millones. Aunque entre el 80 y el 90 % de la producción se exportaba, también en este mismo momento tuvo lugar la aparición de una siderurgia vasca que desplazó muy pronto a la de otros puntos de España, incluida Asturias. Este progreso se vio favorecido por las medidas proteccionistas introducidas en la década final del siglo. En el año 1902 quedó constituida la empresa Altos Hornos de Vizcaya y la construcción naval fue uno de los más decisivos factores propulsores de la siderurgia. Más de 20.000 obreros llegaron a trabajar en las minas vascas, constituyendo una de las concentraciones proletarias por excelencia.

En otros puntos de la geografía peninsular no se alcanzó una cifra semejante, pero la riqueza minera constituyó un factor económico decisivo también en la mitad sur de la Península. La explotación de las piritas de Riotinto multiplicó su producción por diez a finales de siglo (2.700.000 toneladas) respecto de la etapa revolucionaria. La producción de plomo en Sierra Morena y el sureste aumentó de un modo mucho menos meteórico.

Los elevados capitales exigidos para acceder a la explotación del subsuelo, fueron la causa de que la mayoría de las concesiones fueran a parar a las manos de las grandes compañías extranjeras. Esto tuvo muchas repercusiones sobre la economía española y sobre todo en lo que a comercio exterior se refiere: los metales más afectados por la salida fueron el plomo, el cobre, el hierro y el mercurio. Veámoslo:

El plomo se explotó de forma familiar e improvisada, sobre todo en las minas de la Sierra de Gádor (Almería). No obstante, y a pesar de la productividad del sector del plomo, los beneficios no fueron tantos por el pequeño tamaño de las explotaciones, y en consecuencia de los filones. El plomo español fue uno de los metales mas cotizados a nivel mundial. El cobre también fue muy demandado a causa de la introducción de la electricidad y la nueva química. También fue importante la extracción del mercurio, pero su explotación estuvo a cargo de la compañía extranjera Rothschild. La importancia del hierro fue fundamental, vinculado a la fabricación del acero y al convertidor Bessemer. La gestión de este mineral cayó de plano en manos británicas y francesas (Santander y Sudeste español).

En Cataluña, la industria textil del algodón y la lana tuvo una evolución muy positiva durante la década de los años noventa. Ya no crecía a un ritmo tan elevado como en la primera mitad del siglo, pero el ritmo de importación de algodón reflejaba su dinamismo, que se multiplicó por el hecho de que una ley de relaciones comerciales del año 1882 reservó el mercado antillano para la industria española, en este caso catalana.

Por otro lado, durante el periodo de la Restauración tuvo lugar la «catalanización» de la industria lanera. Los antiguos establecimientos artesanos dispersos por la geografía peninsular fueron sustituidos por los de localización catalana -en Sabadell y Tarrasa-, más avanzados tecnológicamente y, por tanto, productores de tejido más barato.

Es necesario referirse también al entorno rural estancado como contrapartida de todos esos factores de cambio. La agricultura, centrada en la trilogía mediterránea (trigo, vid y olivo), experimentó modificaciones muy lentas a lo largo de todo el periodo. El trigo perdió terreno por el abandono de las tierras más pobres una vez que quedó configurado un mercado verdaderamente nacional. Los rendimientos por hectárea cultivada sólo avanzaron muy lentamente y a menudo fue necesario recurrir a la importación de trigo (entre 200.000-400.000 toneladas anuales).

Los problemas de abastecimiento triguero durarían hasta el periodo inmediatamente posterior, pero, por el contrario, la época de la Restauración fue la de mayor prosperidad de la vid, aunque debido a razones muy especiales. Las plagas sufridas por las vides francesas multiplicaron por diez la exportación de vino español a este país.

En cuanto al olivo, el aumento de la superficie de cultivo durante la década de los años ochenta tuvo como consecuencia la configuración de los dos centros fundamentales de cultivo (el andaluz y el ibérico). Los cítricos levantinos también se desarrollaron bastante.

En definitiva, la España de la Restauración pasó de ser un país agrícola a merecer también la calificación de minero.

El siglo concluye con una profunda crisis económica (crisis finisecular) debido al desarrollo de los nuevos medios de comunicación (competencia colonial), al descenso de precios en el mercado mundial, las crisis bursátiles, la guerra y posterior pérdida de Cuba y, finalmente, la plaga de la filoxera.

6 POLÍTICA ECONÓMICA Y MODERNIZACIÓN

El sector exterior es uno de los ejemplos del cambio experimentado por la economía española a lo largo del siglo XIX. Entre comienzos y finales de la centuria, los intercambios con otros países experimentaron un crecimiento sostenido. Al mismo tiempo, y aun manteniendo la preeminencia de los productos agrarios, su composición se alteró. Por otro lado, la política arancelaria de los sucesivos gobiernos evolucionó siguiendo las pautas generales comunes al conjunto de las naciones más influyentes de Europa: de una primera etapa de avance del librecambio hasta 1870 se pasó a otra dominada por el proteccionismo.

Durante el siglo se produjo un significativo incremento de los intercambios con otras economías. Las exportaciones crecieron por encima del PIB a un ritmo similar al del conjunto de las europeas, mientras las importaciones lo hicieron a una tasa ligeramente menor. En la evolución a largo plazo pueden diferenciarse dos grandes etapas. La primera, de crecimiento modesto aunque sostenido, transcurre entre 1815 y mediados de siglo; la segunda, de crecimiento más elevado, por influencia de la expansión del comercio internacional.

La estructura por productos del comercio exterior refleja igualmente la transformación de la economía. Al mismo tiempo, la preponderancia de los productos agrarios pone de manifiesto los límites de la transformación y el escaso peso del sector industrial. Las principales mercancías del comercio exterior a comienzos del siglo eran el aceite y el vino en las exportaciones y los tejidos de algodón y de lino en las importaciones. El comercio exterior en la Restauración, considerablemente desarrollado en esta época, se dirigía principalmente hacia Gran Bretaña, Francia y Cuba, y los productos más importantes fueron el hierro y el vino. A finales de la centuria, algodón en rama y carbón habían pasado a ser las dos principales importaciones, mientras en las ventas al exterior los minerales se habían sumado a los productos agrarios, y aparecían al mismo tiempo los tejidos de algodón.

Al mismo tiempo tuvo lugar una profunda alteración de las relaciones comerciales con el exterior, en gran medida obligada por la pérdida de las colonias americanas acaecida durante la década de 1820. Durante la primera mitad del siglo, los envíos a estos mercados fueron sustituidos por los realizados a Francia y Gran Bretaña. Su industrialización proporcionó una creciente demanda para los productos españoles hasta el extremo de absorber más de la mitad de las exportaciones. Las importaciones procedentes de estos dos países fueron también muy destacadas, llegando a superar a las procedentes de Latinoamérica. A lo largo del siglo, nuestro país fue vinculándose de manera creciente a las economías más avanzadas del continente.

Esta creciente vinculación comercial al resto de Europa fue inseparable de la política comercial, centro del gran debate económico del siglo XIX desarrollado entre los partidarios de poner trabas a la competencia exterior (proteccionistas) y los defensores de anular todo obstáculo a la entrada de productos extranjeros (librecambistas).

Para el caso de España se ha defendido con carácter bastante generalizado que la política arancelaria aplicada durante el siglo XIX obstaculizó la vinculación con el mercado internacional, abastecedor de las nuevas tecnologías, y frenó la especialización de la producción. De este modo, el excesivo proteccionismo de la economía española sería una de las causas más destacadas la debilidad del desarrollo industrial. Ahora bien, a pesar de la inestabilidad de la situación económica durante buena parte de! período, España realizó hasta 1874 un gran esfuerzo de liberalización del comercio exterior, siguiendo unas pautas similares a las de buena parte de los países europeos. Por tanto, resulta exagerado responsabilizar a la política arancelaria del atraso industrial español decimonónico: éste fue el resultado de una multiplicidad de factores diversos (inestabilidad institucional, atraso agrario, ausencia de reforma fiscal, apropiación de casi todo el excedente por parte de sectores sociales improductivos) dentro de un marco geográfico en el cual los recursos naturales eran poco favorables para impulsar un crecimiento económico como el de Gran Bretaña.

Desde la entrada en vigor del Sistema General de Aduanas en 1820, por el que se abolieron las aduanas interiores y se estableció un arancel único para toda España, hasta la reforma arancelaria de Figuerola, concretada en el Arancel de 1869, la reducción de las trabas a la entrada de mercancías procedentes de otros países fue muy importante. Al moderarse los aranceles, que no son sino impuestos sobre los productos importados, se facilitó la compra al exterior de bienes no producidos en España o de precio inferior, y la producción española tendió a concentrarse en las actividades más competitivas.

Así, en el Arancel de 1820, se mantenía la prohibición de importar 675 partidas en las cuales se incluían casi todos los productos importantes. Por el contrario, el Arancel de 1869, conocido como arancel Figuerola debido al ministro de Hacienda que lo impulsó, estableció unos derechos arancelarios muy pequeños para la inmensa mayoría de los productos. La importancia del esfuerzo de liberalización se constata al comprobar que no era muy diferente de la del Tratado Cobden Chevalier, uno de los hitos del triunfo del librecambio en la Europa del siglo XIX.

Sin embargo, el siglo concluye con un nuevo viraje proteccionista producido por la crisis finisecular (aranceles de 1890 y 1891, políticas de Gamazo y Moret).

7 BALANCE FINAL: CONCLUSIÓN

En general toda la historiografía española está de acuerdo con J. Nadal en que el siglo XIX español fue un fracaso industrialmente hablando por el que España fue incapaz de seguir la estela de modernización que marcaba Inglaterra, en particular, y Europa, en general. En el siglo XIX español se asiste a una transición desde un A. Régimen donde el peso colonial fue muy fuerte, a un sistema moderno con predominio industrial. Esta transición convirtió a España en la periferia de un orden nuevo, caracterizado por las revoluciones industriales. Para G. Tortella la imagen que da España es de estancamiento frente al dinamismo europeo.

La explicación de este fracaso es compleja. Por un lado, el retraso agrario. España posee una agricultura de tipo mediterráneo (Tortella) que tiene escasa productividad, que necesita fuerte cantidad de mano de obra y que genera una escasa rentabilidad, con lo que el poder adquisitivo es escaso. En este sentido el desarrollo demográfico sería también escaso, por las mismas razones, ya que la sociedad española es fuertemente agraria. Para N. Sánchez-Albornoz la razón no es de tipo agrario sino industrial. El escaso dinamismo industrial español, particularmente el sector textil catalán, provocó que la industria se convirtiera en un sustitutivo de la agricultura de subsistencia. En este sentido estaría toda la lucha por el proteccionismo. También el Estado jugó un papel fundamental en este retraso. En primer lugar, desviando hacia el campo por las desamortizaciones grandes sumas de dinero. Por otro lado el Estado incentivó operaciones especulativas subiendo el tipo de interés del dinero en determinadas operaciones. Asimismo importante debió ser la apertura a la inversión extranjera porque supuso la dependencia económica y el control exterior de recursos naturales que no se pusieron en funcionamiento, se expoliaron y se perdieron. Por último, Vicens Vives puso de manifiesto el papel que la pérdida colonial supuso, sobre todo para las regiones muy dependientes del comercio colonial.

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ENLACES A INTERNET.

Las desamortizaciones: http://club.telepoIis.com/darniI/Historia/Desamort.htm

La desamortización en Madrid, página elaborada por estudiantes de la Universidad Complutense:

http://www.ucm.es/info/hcontemp/madrid/La%20desamortizacion%20en%20Madrid.ht m

La desamortización y la revolución industrial en Andalucía: http://www.arrakis.es/~jmra/historia.htmtfdesajrnorl

-105 años de industria andaluza: http://www.andalucia.ee/adarve/industriaandaluza.html

Página de Historia Contemporánea de España del I.E.S. de Benalup-Casas Viejas (Cádiz): http://www.juntadeandalucia.eS/averroes/~ 11700421 /

El siglo XIX, lucha entre liberalismo y absolutismo: http://utopiaverde.org/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=29

También son útiles algunas otras de las páginas que aparecen en la bibliografía del Tema 39.