Y ahora vamos a examinar los dos aspectos anunciados del problema de Don Juan.
El primero es el de la españolidad de Don Juan, ¿es, en efecto, español, como todos suponen, las gentes y los críticos?
Uno de los autores que mejor han estudiado el problema de Don Juan, el citado Gendarme de Bevotte, dice que éste es el único héroe español que Europa entera ha hecho suyo. No es esto, anotémoslo entre paréntesis, enteramente exacto, porque Don Quijote tiene la misma categoría universal que Don Juan. Y si España ha dado a la mitología humana dos ídolos de esta importancia su contribución es inmensa, pues sólo hay un tercero, Fausto, que pueda compararse con ellos en universalidad. Yo quiero, sin embargo, demostrar que Don Juan, aunque nacido al mundo de la leyenda en España, apenas tiene nada de español. Se me dirá que todos los grandes prototipos humanos adquieren su valor simbólico., precisamente, por su sentido universal, por rebasar la cima de las nacionalidades y de las razas. Mas en el caso de Don Juan es difícil en la mente del vulgo separarle de la idea y de la emoción españolas. Nombrar a Don Juan equivale a evocar las noches andaluzas, saturadas de flores y profunda azul, las callejuelas misteriosas que parecen cauces solícitos del amor; los caballeros embozados; los entierros nocturnos, y el Dios, irritado o misericordioso, que se aparece con naturalidad prodigiosa, ante los ojos de los españoles, inaccesibles al asombro de los sobrenatural.
Pero lo cierto es que todo este resplandor español que rodea la figura de Don Juan es anécdota pura. Nada tiene que ver con la esencia de la psicología donjuanesca, que es una modalidad del amor humano, y, dentro de sus universalidad, con menos raíces en España que en cualquier otro país de la tierra. Lo que ocurre es que estos elementos anecdóticos tiene tal fuerza pintoresca, tanto ímpetu emocional, que deslumbran y hacen olvidar el núcleo biológico del problema que se esconde detrás. En realidad, este elemento pintoresco, accesorio, es el que influye decisivamente en la difusión y en la eficacia de los grandes mitos, como en las de los altos personajes históricos, que son también, en buena parte, mitos-. La popularidad de Don Juan se debe a sus paseos nocturnos por Sevilla y a sus querellas con las estatuas de los muertos, a los que tira irreverentemente de sus barbas de piedra; pero nada de esto tiene que ver con el donjuanismo. De igual modo que Fausto es popular por Mefistófeles, personaje secundario, en la inmensa tragedia del más allá que Fausto simboliza.
Para nuestra demostración, es necesario, ante todo, analizar los componentes de la leyenda de don Juan. Son, como hemos visto, dos. En primer lugar, el hombre fascinador que atrae a las mujeres, que las seduce, las abandona y las sustituye por otras en una incansable experiencia de amor.
El segundo elemento de la leyenda es el tema religioso que se mezcla con la pasión carnal; la irreligiosidad del protagonista y su cinismo; su perpetuo desafío a la sociedad, a la Iglesia y a Dios. Y aún se podría añadir la lección moral, que unas veces es el castigo del libertino y otras su supremo perdón.
De estos dos elementos, sólo el primero es esencial para la psicología del protagonista. El segundo, cualquiera que sea su fuerza pintoresca y legendaria, nada añade a la médula de la personalidad donjuanesca. Y por eso, aunque fuera al principio lo más llamativo de la leyenda misma, el agente de su éxito y de su difusión, no tardó mucho en desaparecer.
A partir de mediados del XIX la leyenda romántica de Don Juan se convierte en un problema de biología sexual. En 1886, con Hayen, aparece la palabra donjuanismo, indicando ya la transformación de la leyenda, de un mito literario, en una modalidad humana del amor. Don Juan no vuelve a acordarse más de la estatua del Comendador, ni asociará ya nunca más sus noches de amor con invitaciones macabras a los muertos. No obstante, este Don Juan moderno que hoy estudian los psicólogos es el mismo que salió recién creado, tocado de plumas arrogantes, de las manos geniales e inconscientes de Tirso de Molina.
Ahora bien, si eliminamos lo anecdótico, el Don Juan que nos queda, el hombre fascinador, prototipo eterno de una forma de amor humano, ¿qué tiene que ver con España? Mi contestación es categórica. Es evidente que, siendo una modalidad universal del amor, Don Juan aparece como en todos partes, en la Península Ibérica; pero, lejos de tener un carácter originariamente y fundamentalmente español, yo afirmo que el amor donjuanesco es en España una importación exótica, sin raíces nacionales y sin tradición.