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Tema 23 – El texto como unidad comunicativa.

=SU ADECUACIÓN AL CONTEXTO. EL DISCURSO.=

==Diversas aproximaciones a la noción de texto.==

Para Yuri M. Lotman (Estructura del texto artístico), se entiende por texto todo discurso cifrado en uno o varios códigos, que se nos ofrece como una unidad de comunicación concluida y autónoma. Son texto pues, un telegrama, una conversación telefónica, una película, una novela, una fotografía, un cuadro de pintura, un poema, una canción…

Desde un punto de vista semiótico el texto es una secuencia de signos que produce sentido.

Para Barthes, Derrida y Kristeva, los textos son el lugar donde el sentido se produce y produce una práctica significante.

Este planteamiento ha dado lugar a una semiótica discursiva o textual, en la que la atención se fija más en lo que los signos hacen, que en los que representan.

Para Hjelmsev el texto se define por su clausura y su autonomía discursiva, serán textos tanto la expresión ¡fuego!, como el conjunto de Los Episodios Nacionales. Por ello múltiples teorías semióticas y textuales coinciden en señalar la coherencia como un elemento constitutivo de la definición de texto.

Las disciplinas del texto han tenido un breve recorrido histórico. Las primeras tentativas de realizar una teoría del texto proceden de los años sesenta. Roland Barthes en su artículo De la obra al texto plantea el estudio del texto como un nuevo objeto de investigación y traza una primera aproximación a su teoría. Entiende este autor que el texto es el campo metodológico de la producción del sentido. No hay que identificarlo con una obra concreta, sino con una experiencia de lectura o escritura. La naturaleza del texto es la de ser íntegramente simbólico y plural: “todo texto es el entretexto de otro texto”. En definitiva, Barthes asocia el texto al disfrute, al placer sin separación. Pero este núcleo teórico no puede constituir el comienzo de una teoría del texto, ya que para este autor el texto no puede ser objeto de una exposición metaligüística, sino que la teoría del texto sólo puede coincidir con la práctica de la escritura.

Ha sido en Francia y en torno a la revista Tel Quel donde se ha desarrollado esta teoría del texto como productividad, a diferencia del uso comunicativo y reproductivo del lenguaje. Una serie de autores se agrupan bajo esta tendencia además de Barthes: J. Derrida, Ph. Sollers y sobre todo J. Kristeva. Pero este movimiento tiene una dimensión más filosófica y de teoría literaria que lingüística.

El desarrollo posterior de la teoría del texto no ha seguido estos pasos trazados por Roland Barthes, ya que sus exigencias eran más bien de tipo literario que científico. Vamos a señalar a continuación un esbozo de los principales jalones de la teoría del texto a partir de la Escuela de Constanza, de base fundamentalmente lingüística.

==De la gramática de la oración a la gramática del texto.==

Tradicionalmente la lingüística sólo se ha ocupado de la palabra o de la frase como unidades superiores de investigación. Sin embargo, en la antigüedad clásica había una conciencia retórica del discurso como unidad superior a la oración, aunque sólo se establecieron reglas sobre la estructuración pragmática de la enunciación. Contemporáneamente se apreciaron efectos estilísticos en la enunciación pero no se abordó una teoría que diera cuenta de tales efectos. Por lo tanto la teoría del texto es un campo de investigación relativamente reciente, a pesar de que la conciencia del texto y del discurso es muy lejana en la cultura occidental.

Los primeros intentos de teorizar las estructuras textuales fueron una transposición de las categorías gramaticales, de la gramática de la oración, a elementos textuales todavía por determinar. Y así, se hablaba de la gramática del texto como un paso necesario para el estudio de las estructuras lingüísticas, ya que se apreciaban realidades organizativas de tipo gramatical que desbordaba la noción de oración. El parágrafo y la cláusula, eran nociones conocidas desde hacía tiempo como estructuras supraoracionales, pero de orden tipográfico u oratorio. Por otra parte las estructuras textuales no consistían únicamente en ser abarcadoras de varias o muchas oraciones, no tenían por que ser sólo conjuntos de oraciones, pues había textos tan parcos como un telegrama o tan extensos como una novela, y ambos no dejaban de serlo por su extensión.

T. Todorov define el texto de una forma no oracional caracterizándolo por dos rasgos: su autonomía discursiva, se trata de una entidad de significado completa en sí misma; y por su clausura, el texto se concibe como algo acabado o entero.

El texto es, además, un sistema connotativo que se asienta sobre otro sistema anterior el sistema de la lengua, básicamente denotativo.

Desde el punto de vista de la primitiva gramática del texto, se suponía que, si en la oración había un componente fonológico, sintáctico y semántico; en la gramática textual debería haber también la reproducción ampliada de estos tres componentes:

La fonología del texto sería de tipo suprasegmental.

La sintaxis del texto abarcaría conjunto de frases.

La semántica del texto podría estudiarse desde puntos de vista retóricos, narrativos y temáticos.

De estos tres últimos análisis, el que más se ha desarrollado ha sido el análisis narratológico: las estructuras narrativas se han identificado como actantes y funciones, hay semióticas del texto, como la de Greimas, que hacen estudios muy minuciosos de las estructuras narrativas.

Sin embargo, este análisis vale únicamente para un tipo de texto, los de la fábula, pero es menos útil para las demás tipologías. No obstante, hay que decir que las preocupaciones de estos autores no iban por el camino de construir una teoría del texto, sino una teoría de la narración, o una semántica estructural del discurso.

Fue a finales de los sesenta cuando se puso en cuestión el paradigma lingüístico centrado exclusivamente en el análisis del sistema abstracto de la lengua, fuera este de tipo generativo-transformacional o de tipo funcionalista. El aldabonazo de la pragmática y la sociolingüística, despertaron a los estudiosos del lenguaje del sueño inmanentista, que sólo quería ver las estructuras internas del sistema lingüístico, y los llevaron a atender al estudio del uso, del habla, de las variedades, del contexto, etc. La lengua aparecía como un magma demasiado multiforme si era abordado desde el habla como para que la ciencia pudiera someterlo a una formalización unificadora, y esto había llevado a los lingüistas, en un afán de cientifismo, a ocuparse únicamente por el sistema abstracto de la lengua, menospreciando las variantes como simples epifenómenos de estructuras operativas más generales y profundas. Por otra parte, los descubrimientos hechos en el análisis de los actos de habla presentaban unas facetas en el uso de la lengua que no habían sido atendidas hasta ahora, pues no eran percibidas desde las alturas del sistema abstracto.

Ello llevó a cuestionar la forma de hacer lingüística, al tiempo que aparecían las carencias de una lingüística que se había autolimitado al estudio de la oración como máximo horizonte organizativo de la teoría del lenguaje. La primitiva gramática del texto buscaba paradigmas explicativos de los fenómenos supraoracionales rastreándolos en los estructuralismos europeo y americanos.

Fue la lingüística alemana, desde Peter Hartmann en adelante, la que desde 1964 se había impuesto como objetivo la descripción estructural del discurso. En este ámbito Manfred Bierwisch (1965) había intentado aplicar las estructuras generativistas al estudio de la literatura, señalando la presencia de macroestructuras en el discurso literario.

==La lingüística del texto==

En los años sesenta se da el primer intento de construir una lingüística del texto. (ldt), que fuera más allá de los intentos gramaticales. El trabajo del grupo de Constanza, cuyo congreso se celebró en 1973, con autores como Janos Petöfi, Kummer, Ballmer y otros, abandonó los planteamientos gramaticales para centrarse en otras estructuras, como la coherencia del discurso, los aspectos pragmáticos en el uso de la lengua, las relaciones de la actuación lingüística con una teoría general de la acción, la incorporación de categoría de la lógica como la noción de mundo posible, para explicar la coherencia semántica del discurso, etc.

A estos primeros esbozos se incorporó el lingüista holandés TEUN VAN DIJK, desde estudios de crítica literaria que trataban de tener en cuenta las aportaciones de la teoría del discurso. Su primera obra Some aspects of Text-grammars (1972) representó en su momento el planteamiento de las posibilidades y aspiraciones de la nueva disciplina. Van Dijk se había formado en el estructuralismo francés aplicado al estudio de la obra literaria, pero ha ido derivando progresivamente a la construcción multidisciplinar de una auténtica ldt

Su primera obra significativa en este sentido fue Texto y contexto. Semántica y pragmática del discurso (traducción española publicada en Cátedra, 1ª ed. 1980), donde aparece un esbozo bien sistematizado y útil de la ldt desde presupuestos semánticos, lógicos, pragmáticos y desde la teoría de la acción. Aquí aparecen ya bien delineados conceptos capitales para esta disciplina como los de conexión, macroestructuras, coherencia, tipos de discurso, pragmática del discurso, macroactos de habla, etc.

Las ideas de VAN DIJK se van reformulando, matizando y enriqueciendo en sucesivas aportaciones sobre la base de esta obra capital. Hay que agradecer a este autor su claridad precisión y capacidad de síntesis que demuestra, sobre todo, en as conferencias que dictó en la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico en 1978, publicadas en forma de libro. Esta obra constituye una de las vías de acceso más claras y brillantes a la ldt.

==La ciencia del texto==

Las aportaciones de VAN DIJK se van ampliando en sucesivas publicaciones. En la obra La ciencia del texto (Un enfoque interdisciplinario) acomete un intento globalizador de construir un campo multidisciplinar en el que se aborde la teoría del texto desde los presupuestos anteriores, pero teniendo en cuenta también la psicología cognitiva y el análisis de la conversación. La obra se presenta como “una nueva conexión transversal interdisciplinaria” que trata de construir una ciencia del texto. El enfoque, más que lingüístico, es comunicativo, la misión de esta ciencia del texto estaría en “describir y explicar las relaciones internas y externas de los distintos aspectos de las formas de comunicación y uso de la lengua”. La obra es un manual práctico dirigido a un público muy amplio, con un intento de difundir las aportaciones y las sugerencias de la ciencia del texto. En ella, su autor tiene en cuenta incluso los aspectos de la psicopatología de la elaboración textual. El capítulo sobre la adquisición de habilidades textuales por parte de los hablantes tiene un gran interés por su aplicación didáctica. La ciencia del texto nos proporciona en esta obra un modelo suficientemente elaborado.

La semiopragmática del texto

Una de las carencias que se hecha en falta en la obra de VAN DIJK, es la inclusión de conceptos semióticos. La semiótica es la disciplina que estudia los procesos de comunicación de forma más globalizadora, pues atiende a todos los sistemas de comunicación en tanto que códigos, en tanto que prácticas culturales y en tanto que construcción de discursos. La integración de las aportaciones de la semiótica y de la teoría del texto puede enriquecer aún más una perspectiva epistemológica tan fecunda como la prometida por la ciencia del texto. Un intento de integración de ambos campos de investigación ha sido llevado a cabo por los autores españoles J. Lozano, C. Peña-Marín y G. Abril en su obra Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual, en la que se tiene en cuenta las ideas de VAN DIJK, de un lado, y las de UMBERTO ECO, de otro, además de las investigaciones de la pragmática lingüística o la teoría del discurso elaborada por A. J. GREIMAS.

La semiótica del texto podrá englobar todos los enfoques anteriores, su estudio comprende, en la práctica interpretativa consagrada por U. ECO, la teoría de los códigos, tal y como quedara establecida en el tratado de semiótica general, la teoría de la enciclopedia textual, o destilado de todos los elementos anteriormente conocidos que constituye la experiencia de un lector, junto con la teoría de las reglas de generación e interpretación de las actualizaciones discursivas. A esta semiótica le interesa analizar la correspondencia entre los recorridos generativo e interpretativo en la configuración del texto. El primero supone una serie de trayectorias que exploran y establecen el futuro recorrido interpretativo del texto. Cada lector actualiza, en virtud de sus parámetros idiolectales, un texto diferente. La definición que ECO, nos proporciona de lo que es un texto recoge las anteriores características: “El texto es un artificio sintáctico-semántico-pragmático cuya interpretación está prevista en su propio proyecto generativo. Como tal es un mecanismo perezoso que precisa de la cooperación interpretativa del lector”

Esta definición de texto posee unas extraordinarias posibilidades didácticas para propiciar y encauzar el desarrollo de las competencias textuales de los alumnos, si se extrae de ella todas las consecuencias y derivaciones pedagógicas que entraña.

==El texto como unidad comunicativa==

Hay otros modelos teóricos sobre el texto, como el modelo de Beaugrande-Dressler, en éste paradigma el texto se define como una unidad comunicativa que satisface siete requisitos de textualidad:

Cohesión

Coherencia

Intencionalidad

Aceptabilidad

Informatividad

Situacionalidad

Intertextualidad.

La cohesión concierne al modo en que los elementos del texto están relacionados entre sí “en superficie”, tal como los percibimos. El grado de cohesión textual se manifiesta en la sintaxis superficial del texto: la repetición de algunos elementos en forma de pronombre, la paráfrasis, la unidad temporal-aspectual, los paralelismos son todos ellos fenómenos que garantizan la cohesión del texto. Así, la distribución de los artículo determinado e indeterminado ayuda al lector/oyente a buscar hacia delante o hacia atrás la información a la que se refieren, mientras las distintas formas de anáfora referidas al sujeto gramatical de la primera frase del texto siguiente permiten identificarlo como tema constante:

Sobrevino de repente un elefante. El paquidermo avanzaba lentamente hacia nosotros, que lo teníamos a poca distancia. Sólo cuando lo vimos dar media vuelta no nos sentimos completamente a salvo. Un animal de esas dimensiones siempre produce respeto.

La coherencia se manifiesta en un nivel más profundo mediante la continuidad de sentido que caracteriza un texto. Esta continuidad afecta a la estructura semántica y, en términos cognitivos, a la estructura lógica y psicológica de los conceptos expresados. Los conceptos expresados que van apareciendo en el texto se elaboran en función del fin que se persigue con ese texto, pero globalmente la elaboración procede de la investigación de ‘centros de control’, de los puntos estratégicos más importantes que nos permiten entender la unidad y la continuidad del texto. Los centros de control más probables son los conceptos primarios como objetos, situaciones, acontecimientos y acciones. Después están los conceptos secundarios como el tiempo, el atributo, la localización, el movimiento, el instrumento, la causa, la cantidad, la modalidad, etc. Los marcos (“fiesta de cumpleaños”) indican algunas relaciones típicas, los guiones (“el restaurante”) o los esquemas fijos que contienen información sobre determinadas secuencias de acontecimientos funcionan como centros de encuadramiento.

La intencionalidad se refiere a la actitud de quien produce un texto coherente respecto a los objetivos que persigue o a la realización de un proyecto determinado.

La aceptabilidad se refiere al receptor, éste percibe un texto claro y coherente, elaborado con una intención determinada, en un contexto sociocultural concreto, si no sucede así la comunicación resulta afectada. La intención y la aceptación son también conceptos presentes en el Principio de Cooperación formulado por GRICE, según el cual un oyente es más propenso a buscar significados implícitos que a juzgar un texto oscuro e incoherente.

Con la informatividad se hace referencia al grado de predicción o probabilidad de determinados elementos o informaciones que aparecen en el texto. Los textos con mayor carga informativa requieren una atención mayor que los textos fácilmente predecibles. La elaboración de un texto rico en información nueva exige mayor esfuerzo y resulta más interesante. La estructuración de un texto está regida por un equilibrio justo entre informaciones nuevas e informaciones conocidas.

La situacionalidad se refiere a la importancia de un texto en el interior de una situación comunicativa concreta.

La intertextualidad pone en relación el texto con los demás textos con los que establece relaciones de significado.

==Texto, contexto y situación==

Desde una perspectiva epistemológica bien fundamentada, habría que tener en cuenta las aportaciones más puntuales de la teoría del texto, junto a la teoría del contexto y a la teoría de la situación comunicativa. Los tres campos se interrelacionan y complementan con un enfoque comunicativo y funcional del lenguaje. En él estarían integrados y contemplados: los descubrimientos de la psicología cognitiva, de la inteligencia artificial, de la teoría de la elaboración de los significados culturales o de la etnometodología, entre otras disciplinas.

Éstas habría que considerarlas en relación con las teorías sobre el texto y sus componentes (desde el fonema a las superestructuras textuales), la teoría de la interacción de los sistemas de comunicación verbal y no verbal, las teorías del contexto (pragmática, sociolingüística) y la teoría de la situación que analizaron los autores de la Escuela de la Nueva Comunicación.

==La adecuación del texto al contexto de comunicación==

Ya hemos señalado en los capítulos precedentes que el marco comunicativo condiciona nuestra expresión y nos impulsa a decir determinadas cosas, de una manera adecuada y en el instante preciso, si es que pretendemos ser unos comunicadores competentes.

Si nuestra comunicación se establece en el marco de una conversación por ejemplo, es evidente que hay unas normas de intervención, de extensión, un sentido de la oportunidad, el respeto por las opiniones de los otros, etc., que todo hablante tiene en cuenta o trata de tener en cuenta cuando participa en este tipo de texto colectivo. H. GRICE ha descrito los principios de cooperación que deben regir la intervención de cada interlocutor de un diálogo:

La oportunidad: intervenir en el momento en que seamos requeridos a ello o cuando nuestra aportación se haga precisa.

La brevedad: nuestro uso de la palabra ha de ser tan breve como requiera la información que proporcionamos.

La calidad: nuestra atribución ha de ser verdadera y considerada con las opiniones de los demás.

La relevancia: las opiniones que aportaremos habrán de ser pertinentes, es decir, coherentes con el tema que se está tratando.

La claridad: nuestras palabras serán precisas y ordenadas, evitando la oscuridad, la imprecisión y la ambigüedad.

Estos principios podrían resumirse en una sola máxima: “Que tu contribución a la conversación sea la adecuada”.

Actuar de la manera descrita en una conversación es saber estar a la altura de las circunstancias comunicativas, desempeñar el papel que los demás quisieran que desempeñemos. Es evidente que no siempre las cosas discurren por estos cauces en las conversaciones de la vida cotidiana, y así, se podría llegar desde el modelo propuesto al llamado “diálogo de sordos”, en el que cada cual habla y nadie se escucha, aunque aparenten oírse. Esta sería la caricatura de una auténtica interacción personal. En cambio. Un diálogo de personas atentas y educadas comporta el que cada uno de los participantes salga enriquecido con las aportaciones de los demás y con el contacto humano que supone la renovación y el contraste de nuestra experiencia con la de los otros.

De esta manera, podríamos trazar el modelo deseable de interacción comunicativa que es pertinente para cada tipo de marco situacional. Cuando intervenimos en una situación de comunicación nos situamos a veces de manera inconsciente en un variedad dialectal o estandar de nuestra lengua, elegimos un código personal o posicional, actuando como sujetos individuales o en función de un rol social –juez, conferenciante, persona libre y abierta, etc.-.

Esta elección de repertorio lingüístico, de variedad o de registro, va acompañada de otras elecciones temáticas, de canal (oral, escrito) de propósito perseguido en la comunicación: impresionar, convencer, provocar un contacto humano, etc. Nuestra relación con los interlocutores presentes (o con los futuros receptores de nuestra escritura), será así más o menos formal, más o menos personal, más o menos dialectal, más o menos original, más o menos normativa, etc.

La adecuación es el producto de una serie de elecciones de códigos expresivos, no solamente lingüísticos en el caso de la comunicación oral, que realizamos de forma consciente o inconsciente, de manera acertada o equivocada con respecto a los fines que se plantea nuestra intención comunicativa. Pero, para hacer posibles estas elecciones tenemos que poseer una riqueza de repertorios y registros, una experiencia comunicativa en el dominio del género textual de que se trate y un saber estar a la altura de cada circunstancia. De esta manera, nuestro discurso resultará o será calificado por los demás de adecuado, oportuno, acertado, preciso, afortunado, etc.; o por el contrario será motejado de pedante, distante, oscuro, vulgar, risible, incoherente, etc.

Saber actuar en situación es dominar lo que los teóricos han llamado competencia comunicativa de tipo pragmático: la capacidad de decir lo apropiado en el momento preciso y de la manera correcta. El desarrollo de esta competencia requiere la práctica avezada y continua.

==Los universos del discurso.==

Todo discurso tiene unos límites, del mismo modo que los tienen los temas de toda enciclopedia. La enciclopedia textual no puede ser infinita, al igual que no lo son los discursos emitidos. Un universo discursivo ilimitado abarcaría el reino de todo lo posible.

El significado es la traducción de un signo a otro signo (entendiendo por signo tanto una palabra como una frase o un libro entero), todo significado puede ser comentado o prolongado por otro significado, provocándose así una semiosis potencialmente ilimitada. Los límites de esta cadena interpretativa son los citados universos del discurso.

Todo lexema manifiesta su significado por medio de un semema, éste contiene en sí mismo un texto virtual, de tal manera que todo texto no es más que la expansión de un semema inicial, núcleo temático que encierra la macroestructura de un futuro texto.

Mediante las expansiones de los sememas se va enriqueciendo la enciclopedia con nuevos significados. Los objetos para la semiótica tienen la importancia no en tanto que tales, sino como ocasiones de significación para un lector del mundo. Los objetos son signos en la medida que nos dicen algo, más allá de su existencia real. Obtenemos de ellos informaciones, valores simbólicos, connotaciones.

Nuestras mismas acciones en el mundo pueden ser leídas como actos de significado, la acción constituye una interrelación del significado con la práctica, del mismo modo que el discurso es también una acción que produce efectos significativos y efectos transformadores sobre la realidad.

El mundo, poblado de objetos y de seres, está también repoblado de significados, de mundos posibles, de universos semánticos. Los actos de imaginación, lo mismo que los actos de representación y de elocución discursiva, crean realidades, las modifican, las matizan, dan sentido a la experiencia, formando una cadena incesante de interrelaciones mutuas.

Un relato, una novela, ocurre en varios niveles de existencia. Sucede en el plano de la acción y en la subjetividad de los protagonistas, es un mundo posible para el lector que se introduce en su textura. La lógica modal no se pregunta si una proposición es verdadera o falsa, sino en qué clase de mundo posible sería verdadera. Si se demostrara que es verdadera en todos los mundos posibles imaginables, es casi seguro que la verdad derivada de ella es propia del lenguaje y no del mundo, como la afirmación siguiente: “un soltero es un varón no casado”, en la que lo que hacemos es definir el valor semántico de la palabra “soltero”, pero no aludimos al estado civil de ninguna persona concreta.

A medida que leemos, comenzamos a construir un texto virtual propio, es como emprender un viaje sin mapas y sin guía. El texto real que tenemos delante necesita ser interiorizado dentro

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MÁS INFORMACIÓN SOBRE ESTE TEMA:

EL TEXTO COMO UNIDAD COMUNICATIVA. SU ADECUACIÓN AL CONTEXTO. EL DISCURSO.

Tanto la Gramática Tradicional como las distintas corrientes lingüísticas modernas consideraban la oración como la máxima unidad de descripción lingüística. Pero, a mediados de los años 60, van surgiendo una serie de trabajos, entre ellos la Lingüística del Texto, que generan un enfoque distinto del estudio del lenguaje ya que, de una parte, superan las gramáticas basadas en la oración y, de otra, consideran el lenguaje como una actividad humana encaminada a hacer, a conseguir algo, introduciendo de esta forma, en el análisis de la lengua, el componente pragmático.

       Dentro de las nuevas corrientes también se reparó en que la facultad del lenguaje no se ejerce mediante enunciados de habla aislados y cerrados, sino mediante un discurso o texto en el que enunciados sucesivos se articulan en un todo con una significación global que condiciona su estructura. Por tanto, un análisis que no rebase el marco de la oración no puede dar cuenta de toda una serie de fenómenos lingüísticos interoracionales.

         Un texto no es una suma de oraciones, sino la gran unidad del lenguaje, entendido comunicativamente, que tiene sus reglas de formación y cumple una finalidad determinada. Esta consideración no es un planteamiento nuevo, ya que sus orígenes se remontan a la retórica clásica, la cual se ocupaba de la descripción normativa del “arte de hablar”, orientado al hablar “bien” o “eficaz” (ars bene dicendi) en oposición al hablar “correcto” (ars recte dicendi) que era objeto de la gramática. Pero este carácter pragmático de la retórica se abandonó a principios del siglo XX y hoy puede considerarse como un precedente histórico de la Lingüística del Texto.

Así pues, la Lingüística del Texto surge por la necesidad de aclarar una serie de fenómenos sintácticos que no podían ser explicados si no se tenía en cuenta el contexto verbal. Si bien en sus comienzos se ocupó del análisis de ciertos aspectos lingüísticos que operan en la producción de un texto, pronto surgieron cuestiones como la existencia de un plan textual subyacente (Van Dijk), los mecanismos de cohesión (Dressler y Halliday), los mecanismos de coherencia (Coseriu) y la coincidencia de emisión-recepción (Schmidt). Y así, se llega a la Gramática del Texto que es la disciplina que estudia cómo se forman textos mediante la articulación de distintos enunciados, de una manera similar a como la gramática oracional o Sintaxis estudia cómo se forman oraciones a partir de palabras y sintagmas.

A estos primeros esbozos se incorporó el lingüista holandés Teun Van Dijk, cuya primera obra significativa en este sentido fue “Texto y Contexto” donde aparece un estudio bien sistematizado y útil de la lingüística del texto desde presupuestos semánticos, lógicos, pragmáticos y desde la teoría general de la acción. Siguiendo el pensamiento textual de Van Dijk el texto es un lugar de encuentro entre macroestructura, microestructuras y superestructuras. Las macroestructuras son estructuras textuales globales de naturaleza semántica. La macroestructura de un texto es una representación abstracta de la estructura global de su significado. Mientras que la secuencia de oraciones debe cumplir la condición de coherencia lineal, el texto debe también cumplir la condición de la coherencia global. Cada macroestructura debe cumplir las condiciones de conexión y coherencia semánticas en los niveles microestructurales para que un macronivel pueda ser, a su vez, micronivel en otro texto. La macroestructura, también llamada Plan Global del Texto, tien un decisivo papel cognitivo en la elaboración y en la comprensión del texto. Sin macroestructura, al oír una serie de enunciados, nos sería imposible comprenderlos. La existencia de las macroestructuras es lo que nos permite resumir el contenido de un texto: producir otro que guarde relaciones macroestructurales con el original.

Mientras que las macroestructuras semánticas explican el significado global de un texto, las superestructuras son estructuras textuales globales que caracterizan el tipo de texto: una estructura narrativa es una superestructura, independientemente del contenido de la narración. Así, si la macroestructura es el contenido del texto, la superestructura es su forma. Las superestructuras son necesarias para adecuar el contenido del texto al contexto comunicativo.

Muchos de los postulados de Van Dijk son recogidos y aun superados (gracias a las aportaciones de la Pragmática) por Enrique Bernárdez en su “Introducción a la Lingüística del Texto”. Tanto este estudio como el realizado por Graciela Reyes en “El abecé de la pragmática”, han guiado la elaboración de este tema.

La palabra texto ha sido ampliamente utilizada, aunque con un sentido distinto al que se tiene en la Lingüística del texto. Antes de esto se refería, normalmente, a una muestra de buena literatura para ser analizada. En cambio, en la acepción moderna, texto significa cualquier manifestación verbal que se produce en un intercambio comunicativo. No existe ninguna expresión prefijada para que un conjunto de palabras pueda constituir un texto. Los límites dependen de la intención comunicativa del hablante, de lo que él quiera comunicar. Un texto puede estar formado por una sola palabra: “Socorro” o por cientos de miles, como “El Quijote”. Lo realmente significativo, aquello que define que un grupo de palabras sea texto es el hecho de tener un tema. Así, para Bernárdez, texto es la unidad lingüística comunicativa fundamental, producto de la actividad verbal humana, que posee carácter social. Se caracteriza por su cierre semántico y comunicativo y por su coherencia, debida a la intención comunicativa del hablante de crear un texto íntegro y a su estructuración mediante dos conjuntos de reglas: las de nivel textual y las del sistema de la lengua. En este sentido es posible entender el texto como un conjunto estructurado de enunciados que está construido a partir de varios niveles de organización:

1º.- posee una estructura semántica, pues consta de una serie organizada de ideas que el emisor pretende transmitir al receptor;

2º.- posee una estructura sintáctica, en tanto que los enunciados que lo constituyen mantienen entre sí relaciones formales y funcionales de distinto tipo y,

3º.- tiene también una estructura pragmática, en el sentido de que en él están implícitas las relaciones entre los elementos que intervienen en el acto de la comunicación.

De orientación claramente pragmática es también el estudio de Beaugrande (1981) sobre el texto. Para este autor, son siete las características básicas de la textualidad. Dos de ellas: coherencia y cohesión, son nociones centradas en el texto propiamente dicho, mientras que las otras cinco: intencionalidad, aceptabilidad, informatividad, situacionalidad e intertextualidad, son nociones centradas en los usuarios de la lengua y en la situación comunicativa.

En último término, el rasgo determinante del texto es que constituye un producto lingüístico unitario en el que los distintos elementos se interrelacionan en función del todo o, en palabras de Umberto Eco, el texto es un artificio sintáctico-semántico-pragmático cuya interpretación está prevista en su propio proyecto generativo, el cual viene a denominarse Plan Global del Texto.

Pero no toda secuencia de elementos lingüísticos forma necesariamente un texto. Hay una serie de principios que es necesario tener en cuenta para que los discursos que emitimos permitan que la comunicación tenga éxito. Estos principios son también propiedades de los textos y se denominan: adecuación, coherencia y cohesión. Cada una de estas propiedades está relacionada con uno de los diferentes niveles de estructuración del texto. Así, la adecuación es la característica de los textos que están bien construidos desde el punto de vista comunicativo o pragmático; la coherencia es la propiedad semántica, inherente a todo texto, que hace que éste sea percibido como una unidad de sentido y, la cohesión, por fin, es la manifestación sintáctica de la coherencia, esto es, que un texto está bien cohesionado si hay mecanismos lingüísticos que revelan al receptor la relación coherente de sus partes.

La adecuación es el resultado de una serie de elecciones que el emisor ha de llevar a cabo teniendo en cuenta las características concretas de los diferentes elementos que intervienen en esa comunicación: quién es el emisor, cuál es su intención comunicativa, quién es el receptor, qué relación hay entre ambos, cuál es el canal que se va a utilizar, qué aspectos de la situación o el contexto condicionan la comunicación, etc. Atendiendo a todo ello, el emisor toma una serie de decisiones sobre las características del texto que va a crear. Entre otras, están las siguientes: 1) función del lenguaje que va a predominar en el texto; 2) elección del canal comunicativo adecuado; 3) variedad idiomática o registro de la lengua que se va a utilizar (según la intención y la situación) y 4) género concreto o tipo de texto.

La adecuación implica el conocimiento y el dominio de la diversidad lingüística. La lengua no es uniforme ni homogénea, sino que presenta variaciones según diversos factores como la geografía, el grupo social, la situación comunicativa, etc. Ser adecuado significa saber escoger, de entre las soluciones que ofrece la lengua, la más apropiada para cada situación. En definitiva, la adecuación es la propiedad por la que el texto resulta apropiado para un contexto determinado. Sería inadecuado que un profesor le dijera a un alumno: “Castigado sin postre por no haber contestado bien a esta pregunta”. Es un texto correctamente formulado desde el punto de vista morfosintáctico y semántico, pero no desde el pragmático, ya que no es adecuado al contexto.

El contexto es, según Graciela Reyes, el conjunto de conocimientos y creencias compartidas por los interlocutores de un intercambio verbal y que son pertinentes para producir e interpretar sus enunciados.Partiendo de esta idea, los diversos estudios pragmáticos han puesto de manifiesto que no basta con conocer el significado de las palabras u oraciones que forman un mensaje para poder interpretarlo adecuadamente, sino que lo fundamental es entender qué es lo que un emisor quiere decir con tal mensaje. Distinguen así entre:

<!–[if !supportLists]–>-   <!–[endif]–>significado convencional de los elementos lingüísticos, que es el que está descrito en el código, y- significado contextual: que es el que adquieren estos elementos cuando son usados en un determinado acto de comunicación. Este significado es más complejo y depende de la intención del emisor y de las circunstancias en las que se produce la comunicación.

       Así pues, la interpretación, entendida como operación que lleva a cabo el receptor para reconstruir el significado contextual de un mensaje, se basa en los siguientes principios:

1.- se parte del hecho de que el hablante y el oyente comparten una misma situación comunicativa, esto es, ambos tienen una serie de ideas sobre los elementos que forman parte de la situación. En Pragmática, estas ideas se denominan supuestos. El conjunto de aquellos supuestos que tienen relación con la situación comunicativa constituye la llamada información pragmática. Cuando nos comunicamos, lo que pretendemos es transmitir a nuestro interlocutor una idea y modificar con ella su información pragmática.

2.- La inferencia es el proceso de relacionar los enunciados con ideas previas sobre el contexto y, a partir de esa relación, deducir otras ideas diferentes que no se han hecho explícitas en el discurso. El emisor muestra un hecho al receptor para que él mismo deduzca a partir de ese hecho, una determinada idea (inferencia) que es lo que el emisor trataba de transmitir.

3.- La relevancia es el concepto que explica cómo realiza el receptor esas inferencias. Una información es tanto más relevante cuanto mayores sean sus efectos contextuales para el receptor, es decir, cuanto más enriquezca su conocimiento del entorno.

4.- La comunicación es siempre una actividad cooperativa esa actitud cooperativa se da por descontada, de modo que el receptor supone siempre que el emisor quiere comunicarse con él, que además pretende que el contenido de su comunicación sea relevante y que ha construido su mensaje para que el pueda interpretarlo.

       En resumen, además de descodificar los signos de los mensajes y establecer así su significado convencional, el receptor interpreta el significado contextual y realiza inferencias mediante la aplicación del principio de la relevancia.

El contexto se forma con todos los medios lingüísticos y no lingüísticos de una expresión más toda la situación que rodea a las palabras y determina el sentido. Con frecuencia los textos incluyen términos polisémicos que han de distinguirse a través del contexto. También el contexto precisa cuál es la fuerza ilocutiva, la intención de un mensaje. Por tanto, es el contexto el que indica si un enunciado como “Siéntate” puede tomarse como una invitación, un ruego o una orden.

El contexto puede clasificarse en dos categorías: verbal y situacional. El contexto verbal está formado por las unidades lingüísticas que preceden y siguen a un enunciado. Algunos lingüistas proponen llamarlo co-texto, para evitar la polisemia. El contexto situacional lo constituyen elementos del entorno físico que son importantes para establecer el significado de un texto. En un enunciado como: “Abre la puerta”, para que éste tenga sentido, es preciso que la puerta esté cerrada y que el hablante lo sepa.

El texto y el contexto se relacionan en una situación comunicativa a través de los deícticos, unidades lingüísticas que indican los referentes reales del discurso. Estos deícticos pueden ser de tres tipos: personal, espacial y temporal. El sentido de estas unidades sólo se determina por el contexto situacional.

Relacionados con este contexto se sitúan el contexto psicológico, es decir, el conocimiento que sobre cada uno de los interlocutores tiene el hablante y el contexto paralingüístico o conjunto de signos no verbales que intervienen en la comunicación. El contexto sociocultural también podría incluirse en el contexto situacional aunque Graciela Reyes lo considera como un tipo de contexto distinto del verbal y el situacional y en el mismo nivel de importancia. Este contexto está constituido por los condicionamientos sociales y culturales que poseemos los hablantes y que influyen de manera muy clara en nuestro comportamiento comunicativo. Así, no se nos ocurrirá decir que algo no nos gusta si estamos invitados a comer en casa de una persona con la que no tenemos suficiente confianza. En cada momento diremos lo que queremos decir, pero también lo que se espera que digamos, pues nuestra vida está fuertemente condicionada por lo social.

A la unión del texto y el contexto se le suele denominar discurso. Ahora bien, así como no existe una única definición de texto, tampoco hay acuerdo sobre el alcance del concepto de discurso. Discurso es un término prácticamente idéntico a texto, y en las escuelas francesas y anglosajonas es el término generalizado. En el uso coloquial, discurso se aplica a una exposición oral, más o menos formal, por ejemplo el discurso político. En una acepción más técnica (en la que se basa otra disciplina pragmática, el Análisis del discurso), discurso es una muestra lingüística, generalmente oral, para analizar, cuyos componentes son los denominados actos de habla. Los actos de habla, en tanto que estructuras del discurso, se conciben como acciones dinámicas del proceso interaccional y son fruto de todos los elementos que participan en el marco de la comunicación. Austin fue quien acuñó la terminología de la teoría de los actos de habla que, posteriormente, ha sido aceptada e incluso ampliada por el resto de los pragmatistas. Según esta teoría, el lenguaje es un instrumento de comunicación que sirve para hacer algo, para obtener un determinado fin. Por consiguiente, el proceso comunicativo es una interacción entre hablantes y también una acción, ya que al hablar pretendemos hacer cosas con las palabras: pedir, mandar, convencer, etc.

Searle recoge la teoría de Austin y afirma que existe una correlación en el discurso entre la forma lingüística y el acto de habla, de ahí que las afirmaciones se hagan en modalidad declarativa, las preguntas en modalidad interrogativa, etc. Sin embargo, no siempre se utiliza el lenguaje de forma literal, es decir, conforme a las reglas gramaticales, y la correcta comprensión del mensaje exige interpretar intenciones, puesto que hay indicios de divergencia entre el sentido literal y el que adquiere el enunciado en el contexto. Cuando se da una discrepancia entre lo que se dice y lo que realmente se quiere decir, estamos ante un acto de habla indirecto.

Así pues, los actos de habla indirectos son aquellos en los que la intención comunicativa del emisor es distinta de la que en principio se correspondería según la modalidad oracional. La interpretación de estos enunciados, es decir, el reconocimiento de la intención del emisor, se realiza aplicando el principio de relevancia en relación con el contexto. La interpretación más relevante es la que aporta mayores efectos cognoscitivos.

En consecuencia, el discurso (al igual que el texto) no sólo es aceptable porque todas las oraciones que lo componen sean correctas desde el punto de vista gramatical, sino también porque es aceptable desde punto de vista semántico y pragmático.

Por último, conviene señalar que los textos no son productos espontáneos, sino que se elaboran con los materiales de la tradición en la que se insertan. Rescatando el concepto de superestructura de Van Dijk, al que ya hemos aludido, como la forma en que un texto determinado presenta la información, diremos que a esa forma también se le denomina tipología textual o simplemente, género. Para Van Dijk, las superestructuras fundamentales son la narración y la argumentación.

En referencia a las tipologías textuales, la diversidad de los textos queda reducida a dos clases: las tipologías de base conceptual y las de base lingüística. Si tenemos en cuenta criterios contextuales, los textos se clasifican según los ámbitos de uso o espacios sociales en los que se produce el proceso comunicativo: ámbito académico, laboral, personal, etc. Por otro lado, los textos se organizan internamente según determinados esquemas convencionales (narrativos, descriptivos, etc.) Muchos de ellos aparecen combinados ya que, en general, los textos presentan estructuras mixtas, de ahí que más que de textos narrativos o descriptivos haya que hablar de secuencias narrativas, descriptivas, etc. Así pues, un texto es un conjunto de secuencias textuales, aunque siempre existe un tipo dominante que representa el esquema principal.

Tal vez sea más sencillo clasificar los textos partiendo del concepto de género, forma discursiva convencional conformada históricamente en una cultura determinada. Desde la Retórica clásica existe un gran número de tipos discursivos estereotipados con una serie de rasgos lingüísticos propios que permiten distinguir un cuento, una carta o un anuncio, entre otros. Cada género está, además, relacionado con el ámbito de uso en el que el texto aparece y representa una acción comunicativa regida por una intención (informar, divertir, persuadir). Sin embargo, no siempre resulta posible establecer a qué género pertenecen algunos textos porque las clasificaciones no son perfectas y existen fronteras imprecisas entre los diversos géneros.

Entre las distintas tipologías textuales que se han elaborado, las más difundidas son las de Werlich, Adam y Bronckart. Werlich distingue cinco tipos de textos, caracterizados tanto por factores contextuales como textuales: descriptivos, narrativos, expositivos, argumentativos e instructivos. Adam, basándose en lo anterior, vincula los tipos de textos con grandes tipos de actos de habla como enunciar, convencer, contar y regular la conducta. Al mismo tiempo, indica que los textos no pertenecen a uno u otro tipo, sino que pueden ser mixtos. Bronckart, por último, relaciona los tipos de texto con la situación comunicativa en que se producen y así distingue cuatro tipos: el discurso en situación, el discurso teórico, el relato conversacional y la narración.

Para concluir con este tema, conviene que rescatemos la noción de texto que hemos ido perfilando a lo largo del mismo como lugar de encuentro entre un emisor que construye un mensaje con una intención determinada y un receptor que interpreta las elecciones de ese emisor y acepta el mensaje. Visto así, el texto es un mecanismo perezoso que precisa de la cooperación interpretativa del receptor. En definitiva, saber actuar en situación es dominar la competencia comunicativa de tipo pragmático: la capacidad de decir lo apropiado en el momento preciso y de manera correcta. El desarrollo de esa competencia requiere la práctica avezada y continua.

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