0. INTRODUCCIÓN
El discurso verbal, por lo que se refiere a la emisión, adopta dos formas fundamentales: la del monólogo y la del diálogo. La primera designa el discurso de un solo emisor; la segunda es una cadena de intervenciones lingüísticas organizadas en progresivo presente, con dos o más interlocutores cara a cara, en situación compartida, en funciones alternativas de emisor y receptor.
El diálogo es la forma básica de la comunicación humana y la conversación ilustra mejor que ninguno esa característica dialógica de la comunicación, que impregna todas las demás formas de expresión discursiva, ya que el discurso siempre se orienta hacia una audiencia, presente o ausente. La conversación espontánea –género dialogal por excelencia- sirve de base para las relaciones humanas, que se crean y se mantienen a través del diálogo y se enrarecen o se terminan cuando el diálogo se hace difícil o se rompe.
Además de estar en el sustrato de otras formas discursivas, el diálogo aparece como secuencia secundaria o incrustada en otros modos de organización textual. El teatro o el cine toman el diálogo como forma en que se desarrolla el relato. La novela o el cuento incluyen muy a menudo fragmentos dialogados. La explicación y la argumentación tuvieron su expresión primera en forma de diálogos (desde los clásicos griegos hasta el Renacimiento), e incluso la poesía – además de que es habitual que se dirija a una persona de forma más o menos explícita- incorpora formas dialogales en sus versos.
En conclusión, dada su naturaleza, el diálogo puede ser analizado bajo tres perspectivas principales: como un proceso interactivo, que forma parte de las relaciones sociales de la vida del hombre, y como tal puede ser objeto de la pragmática; como una construcción verbal, objeto de una investigación lingüística; y como un recurso literario, cuya presencia en el discurso, solo o alternando con monólogos, está determinado por, y a la vez condiciona a, otras formas que están en relación con el género, las voces, etc. y que pueden ser objeto de una teoría literaria.
1. DEFINICIÓN Y CUESTIONES PREVIAS
1.1. Definición
La función del diálogo se identifica con lo que Vigotsky señaló para el lenguaje: el diálogo se define, funcionalmente, como una estrategia de comunicación entre dos personas que comparten la misma situación comunicativa, es decir, estén presentes en las mismas coordenadas espacio-temporales.
Además, en el monólogo, donde emisor y receptor coinciden, el diálogo nos sirve para conceptualizar el mundo e interiorizar nuestras actuaciones sobre él. También es necesario para demandar información y contactar con otros interlocutores. De este modo, el lenguaje, según Vigotsky, se hizo esencialmente a partir del diálogo no sólo en la filógenesis sino también en la ontogénesis.
El diálogo, por tanto, es un bucle del sistema de comunicación, por el que un emisor cifra un mensaje que descifra el receptor, que, a su vez, pasa a ser nuevo emisor que se dirige al antiguo emisor, ahora receptor suyo. Es, así, una sucesión de intercambios verbales cuyos significados se valen de los anteriores.
1.2. Cuestiones previas
Frente a las otras formas textuales establecidas por las tipologías comúnmente manejadas (narración, descripción, argumentación…), el diálogo presenta una apariencia de desorden y heterogeneidad que ha llevado a poner en duda su existencia como tipo textual. Los argumentos que apoyan este rechazo son dos: por un lado, el diálogo puede consistir en fragmentos argumentativos, narrativos, descriptivos, etc.; por otro, en el diálogo intervienen varios interlocutores, frente al carácter monológico de las demás formas textuales.
Adam (1992) rebate estas objeciones para afirmar la existencia de la secuencia dialógica:
Respecto a la terminología empleada, diálogo y conversación se utilizan generalmente como sinónimos. En un ámbito más especializado, Adam los presenta como dos puntos de vista distintos en el estudio del intercambio hablado: la conversación se refiere preferentemente a una forma de discurso como puedan serlo el debate, la tertulia o la entrevista, en tanto que con el término diálogo se designa normalmente una unidad de composición textual, bien oral o bien escrita.
A pesar de las diferencias apuntadas, el hecho de que ambos desarrollen una actividad verbal con intercambio de roles, nos permitirá tratarlos unitariamente y referirnos indistintamente a uno u otra. Por otro lado, partiendo de esta distinción, analizaremos la estructura del diálogo como construcción textual que presenta una serie de características tipológicas generales que determinan su funcionamiento y que se materializa, de manera más espontánea y natural, en la conversación cotidiana.
2. ESTRUCTURA DEL TEXTO DIALÓGICO
En los estudios sobre la conversación existe un acuerdo respecto a que la estructura dialogal tiene que describirse atendiendo a una doble perspectiva, a saber, su carácter secuencial y su carácter jerárquico. Es secuencial en tanto que el sentido de cualquier fragmento o enunciado sólo se puede interpretar de forma cabal en función de lo que se ha dicho y lo que se dirá a continuación (por parte de la misma persona o de otra); y es jerárquico en la medida en que nos muestra la existencia de unidades de diferente rango o nivel imbricadas unas en otras de menor a mayor en la construcción conversacional, desde la unidad mínima monologal –el acto- hasta la unidad máxima dialogal –la interacción-. El esquema propuesto por Calsamiglia y Tusón (1999) para dar cuenta de de este orden jerárquico, de menor a mayor, es el siguiente:
b) la intervención de un participante
c) el intercambio
e) la interacción.
Explicaremos cada una de ellas a continuación:
2.1. El acto
El acto de habla constituye la unidad mínima de acción e intención de carácter monológico y es reconocible por su capacidad de funcionar de forma aislada. Las conversaciones están formadas en su nivel más básico, no por unidades informativas, sino por actos de habla, que Searle clasificó en cinco grandes grupos:
Œ Expresivos. Sirven para expresar el estado psicológico sobre lo que siente o piensa el hablante (agradecer, felicitar, disculparse, dar la bienvenida, expresar la condolencia, etc.), de acuerdo con el contenido proposicional: Lamento comunicarles que no han llegado a tiempo.
Directivos. Los emplea el hablante para intentar que el receptor haga algo (mandar, pedir, rogar, implorar, dar instrucciones, solicitar, etc.): Les ruego que no lleguen tarde.
Ž Comisivos. Expresan el compromiso que adquiere el que lo expresa de que actuará o ejecutará algo en el futuro (prometer, garantizar, amenazar, apostar, etc.): Iré por la tarde
Representativos. Los emplea el hablante para exponer que lo que declara es verdadero (asegurar, explicar, describir, explicar, etc.): Les aseguro que no han llegado a tiempo.
Declarativos. Se emplean en las fórmulas civiles y religiosas por medio de las cuales se adquiere una nueva condición o estado: Yo os declaro marido y mujer.
Adam señala en este sentido que un gesto puede reemplazar a un enunciado verbal, por lo que prefiere hablar de cláusula para designar una conducta que puede ser verbal o gestual y que constituye la unidad mínima de acción.
2.2. La inervención de un participante
La intervención o turno de palabra es el conjunto de actos de habla emitidos por un interlocutor que están vinculados entre sí por una unidad de intención, determinada por la estrategia de acción que pone en marcha el emisor. En los diálogos suele haber una intervención iniciativa que dirige el intercambio y asigna los roles, derechos y deberes a los participantes en la interacción (petición de información, excusa, oferta…). La intervención puede presentar, además, varios elementos: un constituyente director, de aparición obligatoria, que da sentido a la intervención y aporta la fuerza ilocutiva, y uno o varios constituyentes subordinados, que pueden aparecer o no y que refuerzan, justifican o aclaran el acto anterior.
2.3. El intercambio
Entre las unidades dialógicas el intercambio constituye la unidad mínima formada por, al menos, dos intervenciones marcadas por el cambio de interlocutor. La forma más prototípica es el intercambio de tipo binario en el que a una intervención iniciativa sucede una intervención reactiva. Son las llamadas pares adyacentes en los que un turno presupone la aparición consecutiva del otro. Uno de los ejemplos más típicos son los saludos de inicio o despedida del tipo:
A. Adiós.
B. Hasta luego.
Como ejemplos pares adyacentes se pueden citar: petición // aceptación o rechazo; ofrecimiento// aceptación o rechazo; valoración// acuerdo o desacuerdo; pregunta// respuest esperada, inesperada o no respuesta; acusación // negación o admisión.
La complementariedad de las dos partes de estos pares puede verse interrumpida por la introducción de otras intervenciones:
A. ¿Me prestas 50 euros? (1ª parte: petición).
B. ¿Para qué quieres los quieres?
A. Tengo que pagar la comunidad.
B. De acuerdo, toma (2ª parte: aceptación).
2.4. La secuencia o episodio. 2.5. La interacción
Las secuencias son series de intercambios que presentan unidad temática o de intención. Adam distingue dos tipos de secuencias: las secuencias fáticas, que sirven para la apertura y el cierre, y las secuencias transaccionales, que constituyen el cuerpo de la interacción. Las secuencias de apertura y cierre están muy ritualizadas y más estructuradas que las transaccionales.
Van Dijk (1978), tomando como objeto de análisis la conversación cotidiana, distingue las siguientes categorías:
a) Apertura. Está formada por una serie de turnos cuya función es situar la conversación para no empezar in medias res. Las fórmulas típicas son las del saludo (hola, me alegro de verte, qué tal…). La apertura es un indicador del medio social en el que se desarrolla la conversación.
b) Orientación. Incluye la serie de turnos que tienen como función preparar el tema de la conversación. Con ellos se pretende despertar el interés del interlocutor o constatar que ese interés existe. A esta categoría pertenecen giros estereotipados como ¿Sabes lo que me pasó ayer?
c) Objeto de la conversación. Se llama así a la categoría central de la conversación y determina su orientación pragmática: comunicar un deseo, informarse de algo, dar una noticia, etc. Como muchas conversaciones no tienen un tema único sino que están formadas por una constelación de temas, esta categoría resulta recursiva. En cualquier caso, el paso de un objeto de la conversación a otro debe tener lugar, al igual que el cambio de tema, mediante alguna señal.
d) Conclusión. Es una serie de turnos cuya función es la terminación del tema. Puede ir acompañada de oraciones de síntesis (Nunca me había pasado algo así) o de expresiones del otro que exigen la pronta terminación del tema (bien, bueno, vale…). La conversación no necesariamente tiene que terminar con la conclusión, sino que un hablante puede sentir la necesidad de iniciar otro tema y comenzar de este modo otra conversación, por lo que la secuencia Orientación-Objeto de la conversación-Conclusión sería también recursiva.
e) Terminación. En correspondencia con la apertura, la conversación termina con fórmulas estereotipadas de despedida (adiós, hasta la vista, ¡que te vaya bien!, etc.) que aparecen siempre al final. Es posible que estas fórmulas sean interrumpidas por un turno si un hablante se acuerda de que aún tiene algo que decir (Ah, se me olvidaba decirte que…).
Todos los estudiosos de la conversación están de acuerdo en señalar que las estructuras son propuestas son esquemas más o menos prototípicos, pero en ningún caso rígidos o de cumplimiento obligado, ya que la interacción verbal, más aún que en otros tipos textuales, está sujeta a toda suerte de factores contextuales, psicológicos y de diversa naturaleza que alteran, interfieren o modifican el desarrollo del evento comunicativo.
3. FORMAS DISCURSIVAS DEL TIPO DIALÓGICO
Van Dijk enumera una serie de rasgos que permiten definir las distintas formas de interacción dialogal: a) la secuencia de actos de habla; b) la categoría de los participantes y sus contribuciones; c) la situación social (privada, pública o institucional); d) el grado de convencionalización; e) el objetivo social de la interacción; f) las normas, reglas y convenciones que rigen en la interacción. Así, por ejemplo, una asamblea se define como una serie de actos de habla de diferentes interlocutores, entre los cuales uno, por su rol de presidente, organiza las intervenciones, su duración, el tema del diálogo, etc. Puede ser más o menos formal e institucionalizada, y el objetivo perseguido suele ser la toma de decisiones colectivas.
Una primera división de las manifestaciones dialogales parte de la situación en que se produce la interacción, según se trate de un diálogo en situación directa de comunicación o bien de un diálogo reproducido. En el primer caso, el diálogo es una exigencia de la situación comunicativa: hay un diálogo cuando dos o más personas están presentes en el momento mismo de la comunicación e intercambian alternativamente los papeles de emisor y receptor, y lo significativo es que, en cada intervención, cada uno de los interlocutores que participan decidirá narrar, exponer, describir o argumentar algo. En el segundo caso, el diálogo responde a la intención del autor, que puede presentar determinada información “como si” fuera un diálogo que mantienen dos o más personas. En estos casos, el diálogo se opone a la narración, a la descripción, a la exposición y a la argumentación de opiniones, ya que es un modo de organizar el propio discurso (el del autor).
3.1. Diálogos en situación directa
Se pueden diferenciar dos tipos de diálogos según el grado de planificación que presentan: la conversación y los diálogos organizados.
La conversación es un tipo de discurso oral, de carácter dialógico, que se caracteriza por rasgos como los siguientes:
Œ La espontaneidad, es decir, la ausencia de planificación del enunciado y la simultaneidad de la secuencia emisión/recepción.
El carácter abierto del diálogo, esto es, los turnos de habla o de palabra se articulan de forma libre, sin normas prefijadas, incluso con la yuxtaposición de intervenciones.
Ž El carácter “multitópico”, esto es, los hablantes pueden introducir nuevos asuntos en el curso del diálogo ya que, en cierto modo, la acción de conversar supone aceptar la introducción de tópicos no previstos en el arranque del discurso.
Y dentro de las conversaciones debemos distinguir, por un lado, las conversaciones prototípicas, que son aquellas que se caracterizan por una relación de igualdad entre los interlocutores, ya sea en cuanto a los papeles sociales (determinados por el estrato sociocultural, la profesión, etc.) o funcionales (provocados por la situación: por ejemplo, un catedrático y un peón de albañil ingresados en un hospital son funcionalmente enfermos), por una relación vivencial de proximidad, es decir, los interlocutores se conocen y tienen experiencias compartidas y el marco de interacción familiar o por tener una temática no especializada, ya que el contenido enunciativo lo constituyen temas al alcance de cualquier individuo, lo que favorece la aparición de rasgos coloquiales en el habla. Y, por otro lado, las conversaciones coloquiales periféricas, que son aquellas en las que hay ausencia de uno de los rasgos anteriores (de las prototípicas), por ejemplo, con la invención del teléfono comenzó a ser posible mantener conversaciones a distancia o, actualmente, la tecnología permite nuevas formas de conversación, sobre todo entre los jóvenes, como el “chateo” por Internet, a lo que se añade otra novedad en estos casos: ya no se trata de conversaciones orales sino escritas.
En cuanto a los diálogos organizados, son intercambios que están sujetos a una previa planificación: el momento y el lugar están fijados, y a veces incluso se determina con antelación el tema y el objetivo que los provoca. En la mayoría de los casos están programados unilateralmente y los participantes intervienen según el rol que desempeñan en esa situación concreta y esa función está asignada en virtud de factores profesionales, sociales, etc. Además, los turnos de intervención suelen estar establecidos de antemano y uno de los participantes, llamado generalmente moderador, introduce el tema, controla su desarrolla coherente, y regula el reparto y orden de los turnos. Entre los textos orales no espontáneos se encuentran las siguientes:
M El debate es un diálogo con carácter polémico que tiene la finalidad de intercambiar opiniones sobre un determinado tema. Está basado en la argumentación de la tesis que se defiende, de modo que las personas que intervienen pueden defender un determinado planteamiento y rebatir los de otros con argumentos. Está dirigido por un moderador que introduce el tema, regula el tiempo de las intervenciones y los turnos de réplica y al final resume las principales ideas expuestas.
M La tertulia es una discusión informal entre varios interlocutores sobre uno o varios temas. Supone un intercambio entre distintos interlocutores que se encuentran en un lugar y hora determinados para hablar de temas de actualidad. El moderador de la tertulia, si lo hay, suele limitarse a iniciarla, a introducir los cambios de tema y a darla por finalizada.
M La entrevista es una forma de diálogo organizado según la estructura pregunta/respuesta, la cual asigna papeles a los dos participantes: el entrevistador, que introduce el acto director de la pregunta, y el entrevistado. Tiene como fin de dar a conocer la opinión del entrevistado sobre un determinado tema (entrevista objetiva) o su personalidad (entrevista perfil).
M En el coloquio, un especialista, tras la exposición previa de un tema, responde a las preguntas que le formula el auditorio.
3.2. Diálogos reproducidos
Como reflejo de su uso en las prácticas lingüísticas cotidianas, el diálogo ha constituido un elemento constructivo constante en las obras literarias. Sirva como ejemplo la figura retórica denominada dialogismo, que consiste en la exposición ficticia del discurso de un solo hablante en forma dialogada, en ocasiones como manera de articular el razonamiento íntimo, que a menudo se refuerza mediante el procedimiento de la falsa interrogación.
En realidad, los elementos dialogísticos aparecen en las obras literarias de maneras muy diferentes: bien pueden constituir la estructura básica de enunciación del texto en su totalidad, en los géneros dramáticos o en el género histórico del diálogo expositivo; bien puede virtualmente insertarse en cualquier forma literaria, tal como sucede en los principales subgéneros narrativos.
En cualquier caso, el diálogo sufre una serie de transformaciones al incluirse en los diferentes tipos literarios. Por ello conviene tener siempre presente que el hecho de configurar o formar parte de una “representación” literaria es lo que convierte el diálogo en un instrumento o elemento de construcción del universo imaginario de la obra de ficción. De hecho a través del diálogo literario queda impreso un complejo contexto de índole extraverbal, que incluye el modo de enunciación, la actitud de los personajes, sus gestos, movimientos, distancias, etc.
Teniendo en cuenta lo expuesto, revisaremos a continuación los modos distintivos del diálogo en los géneros literarios en que aparece como constituyente importante.
N El diálogo en el teatro. La expresión a través del diálogo se identifica con la literatura dramática, en la que de costumbre constituye el vehículo comunicativo esencial, si no único. En realidad, el hecho de que a través de una sucesión de réplicas de los personajes deba darse cuenta de un universo imaginario completo, en el que obviamente se incluyen numerosos aspectos de índole no conversacional, es un factor de constitución del diálogo dramático, sometido a una manipulación que lo aleja de los diálogos comunes. Además, a ese componente de carácter verbal hay que añadir la recreación de la situación extralingüística en la que se lleva a cabo el diálogo, lo que supone la aparición en el texto teatral de otras secuencias no dialógicas.
Algunas desus características son: la autosuficiencia (el diálogo en el teatro constituye la secuencia dominante, dentro de la cual pueden insertarse secuencias subordinadas de carácter descriptivo, narrativo, argumentativo, etc. y, por encima de todo, es autosuficiente, ya que no se limita a expresar sentimientos o a manifestar historias vividas, sino que las crea), la pertinencia (la introducción de lo cotidiano o lo obvio en el diálogo nunca es gratuito, sino que reviste un significado especial determinado en cada caso por la acción dramática), el carácter factitivo (las intervenciones de los personajes son en general actos de habla de carácter directivo o comisivo, ya que los obligan a actuar o modifican sus actitudes y comportamientos), la ficción de espontaneidad (existe un pacto equilibrado entre la impresión de espontaneidad y naturalidad que se quiere comunicar y la elaboración a que se ve sometido el texto por las convenciones de naturaleza literaria), las argucias constructivas (la representación de una acción a través del diálogo obliga a una serie de estrategias de construcción como el “acecho” o escucha de una conversación por parte de un personaje oculto, la “información sumarial” o resumen de lo ocurrido por parte de un personaje nuevo, etc.), las distorsiones de la forma dialogada (en ocasiones el diálogo entre los personajes aparece interrumpido por otras formas, también dialogadas, pero que tienen como destinatario directo y exclusivo al público. Se trata del aparte, en el que un personaje informa a los espectadores de unas intenciones u opiniones que, a menudo, no coinciden con las expuestas antes los personajes de ficción, y del monólogo, que se presenta como un desdoblamiento interior del personaje, que habla aparentemente consigo mismo o verbaliza sus reflexiones), y los procedimientos para representar lo extralingüístico (dada la compleja naturaleza del texto teatral, aparecen en él algunas secuencias textuales –las llamadas acotaciones, escritas generalmente entre paréntesis- que no pertenecen propiamente al diálogo, sino que constituyen fragmentos de carácter descriptivo-instructivo para la puesta en escena de la obra y para reproducir la impresión de diálogo en situación directa que se pretende en aras de la verosimilitud.
N El diálogo como género literario. El diálogo constituye el elemento fundamental del género didáctico-ensayístico que lleva su nombre. Su cultivo, asociado desde la Antigüedad a la exposición de conocimientos e ideas, ha llegado hasta nuestros días, en los que, aunque resulte menos familiar que otras formas de ensayo, sigue siendo un óptimo y ameno instrumento de exposición intelectual.
En lo referente a los interlocutores, no hay limitaciones de número ni de posición social (aunque los que participan suelen ser varones, con muy pocas excepciones). Por lo general, los dialogantes tienden a identificarse con un rol en la obra, que suele ser el de maestro o discípulo.
En lo referente al tratamiento espacio-temporal, su carácter secundario respecto a asuntos filosóficos o técnicos expuestos al hilo de las intervenciones no les quita importancia. La atención al marco es casi obligatoria, tanto por las exigencias de la preceptiva literaria como por la afición renacentista a lo individual y concreto, frente a la abstracción y esquematismo medievales.
En lo referente a su estructura, cabe diferenciar una introducción preparatoria, que justifica la elección del tema del diálogo, y después una discusión probatoria, que constituye el núcleo del diálogo.
Es muy importante el elemento de la ficción conversacional, que tiende a hacer ver el diálogo literario como reflejo de la conversación real. Para ello se introducen procedimientos teatrales (acotaciones, apartes, monólogos) y una serie de interrupciones digresivas, que aligeran la marcha temática de la conversación.
N El diálogo en la narrativa. Aunque en los géneros narrativos predomine la modalidad de enunciación representativa, a la voz del narrador se añaden una serie de formas compositivas, entre las cuales destaca el diálogo, que se acoge a la reproducción literal de lo dicho por los personajes (discurso directo).
Por lo general, la descripción del diálogo en la narración corresponde básicamente a la del diálogo dramático. De hecho, se considera que cuanto más diálogo contiene una narración, más se acerca al teatro. No obstante, el diálogo inserto en la narración debe ser considerado secundario. Al igual que los restantes componentes discursivos del relato –las subnarraciones (sean o no enunciados por un personaje), las descripciones o los comentarios expositivos debidos al narrador principal-, los diálogos entre personajes se caracterizan por la subordinación jerárquica al discurso del narrador principal.
4. CARACTERÍSTICAS PRAGMÁTICAS
El diálogo, estudiado como lenguaje en situación, es objeto de la pragmática porque no se circunscribe a los hechos estrictamente lingüísticos, sino que se abre a las circunstancias personales de los hablantes y a las referencias de la situación física y cultural en que se desarrolla, lo que permite aislar tres notas características del mismo que es preciso tener en cuenta desde la perspectiva pragmática:
Œ Es un proceso interactivo en el que concurren varios sujetos, lo que le da un carácte social y le impone una normativa que regula la actividad de los diferentes sujetos.
Es un proceso que se desarrolla con la alternancia de turnos regulada por una normativ social y, en consecuencia, tiene la forma de discurso fragmentado.
Ž Es un proceso semánticamente progresivo que se dirige hacia la unidad de sentido en el que convergen todas las intervenciones.
De estos tres rasgos se derivan sus características y normas pragmáticas más importantes:
A) Las normas pragmáticas del diálogo.
El diálogo es una actividad regida por normas que regulan la conducta de los hablantes, como todas las actividades sociales que se desarrollan por turnos. Quizá la norma previa más amplia para el diálogo es la que reconoce a todos los dialogantes libertad de intervención y las mismas posibilidades de uso de los turnos, independientemente de que su situación social fuera del diálogo sea de desigualdad, pues no admite jerarquías.
Además, la participación de los hablantes debe ser activa. No es suficiente que uno hable y el otro escuche: es norma regulativa del diálogo que sus sujetos intervengan como hablantes y como oyentes, de modo que tan descortés es no hablar como no escuchar.
Por otro lado, el sujeto en sus turnos de oyente ha de mostrar mediante signos no verbales que está escuchando y demostrar en sus turnos de hablante que ha oído y entendido las intervenciones de los demás, pues rompe las normas regulativas del diálogo el hecho de intervenir fuera de contexto, ya que supondría impedir el avance hacia la unidad de fin. Los dialogantes no pueden limitarse a asentir, o a estar presentes para que el interlocutor disponga de un tú, ya que esta situación es típica del monólogo, pero no la del diálogo, que es un proceso interactivo.
B) Los cambios de turno.
La actividad dialógica se basa en un sistema alternado de turnos de palabra, que constituye el mecanismo que define la organización conversacional. El turno de palabra, que se puede definir como el espacio/tiempo de habla ocupado por un participante, puede ser de diferentes tipos, desde el más simple, constituido por un solo elemento fático, como sí, ya, ¡ah¡, mmm, hasta el más complejo, que puede incluir un relato, una descripción o un argumento.
El estudio de los turnos de palabra se ha mostrado altamente productivo. Se ha apreciado que los turnos constituyen la base organizativa de muchas actividades humanas, además de la conversacional, como, por ejemplo, muchos juegos. En el caso de la conversación, observar quién toma la palabra, cuántas veces, de qué manera y cuánto tiempo ocupa a lo largo de la interacción aporta una información muy clara y valiosa sobre los papeles comunicativos que adopta cada participante y sobre las relaciones de poder, de dominación, de solidaridad o sobre la distancia social que se establece entre quienes participan en la conversación.
C) El principio de cooperación.
La conversación es, por tanto, un medio de interacción humana para convencer, admirar, solicitar, ordenar, etc. Al ser un intercambio, dependerá estrechamente de la intención y de los propósitos de los participantes, lo que supone que cada vez que entablemos una conversación, necesitaremos determinar el propósito de la misma para no caer en una situación de incomprensión.
Toda conversación se rige, además, por una serie de “normas” que establecen su regulación social. Grice parte del supuesto de que para que una conversación se lleve a cabo con éxito es necesario, al igual que en cualquier otra acción de carácter colectivo, que quienes participen en ella lo hagan de forma cooperativa. Por ello propone una serie de principios no prescriptivos aceptados por los participantes en una conversación que conforman lo que denomina principio de cooperación.
Este principio general se desglosa en cuatro máximas de menor rango a las que Grice da importancia si se quiere tener éxito en la interacción:
I Cantidad: cada emisor ofrece toda la información referente a un tema.
I Calidad: hace que se emita la verdad o lo que se tiene por tal.
I Pertinencia: un emisor interviene de acuerdo con la pertinencia del contexto
I Manera o modo: la emisión ha de ser clara, breve y ordenada.
Los principios y las máximas de la conversación van produciendo un discurso lleno de cohesión, permiten que la charla fluya de manera económica, sin repeticiones, y son causa fundamental de que la conversación pueda presentar un carácter sistemático y coherente.
ð Otro tipo de acciones de carácter no verbal que garantizan la coherencia lineal entre los turnos. Se trata de aspectos como el contacto visual, los gestos, la mímica o la distancia entre los interlocutores, que no sólo condicionan y posibilitan la correcta interpretación de los enunciados, sino que pueden ser también condiciones o consecuencias de otros actos de habla.
ð Otro factor de carácter pragmático que dota de coherencia al texto es el reconocimiento de la intención del hablante por parte del oyente. No se trata únicamente de interpretar el contenido del enunciado, sino que debe elaborar hipótesis, a partir del conocimiento compartido, sobre la intención que persigue su interlocutor con el acto de habla emitido, ya que el participante en la conversación no sólo debe ser coherente con los turnos precedentes (los propios y los del otro), sino que también debe planificar su intervención para conseguir con mayor grado de satisfacción el objetivo perseguido por esa interacción. Todo ello supone un proceso cognitivo extremadamente complicado que forma parte de la competencia comunicativa de cada hablante.
5. CARACTERÍSTICAS LINGÜÍSTICAS Y TEXTUALES
Los análisis lingüísticos del diálogo se han centrado con preferencia en su naturaleza de discurso directo y en su forma de discurso segmentado.
Por un lado, los rasgos lingüísticos con los que se suele caracterizar el diálogo tienen uso también fuera de él, pero su índice de frecuencia es más alto en el discurso dialogado y le confieren una relativa especificidad. Los índices caracterizadores del discurso dialogado son los siguientes:
ð El uso, más frecuente que en otro tipo de discurso, de deícticos personales y la frecuencia mayor deícticos espaciales y temporales.
ð El predominio de tiempos verbales que pertenecen al mundo comentado, es decir, los situados en el eje temporal del presente (presente de indicativo, pretérito imperfecto, futuro y pretérito perfecto).
ð El predominio de índices de dirección al receptor: frases interrogativas, exhortativas, exclamativas, etc., con las que se requiere el conocimiento, la acción o la atención del interlocutor; y el modo imperativo.
ð La alta frecuencia de señales axiológicas: sustantivos y verbos de campos semánticos marcados positiva o negativamente, adjetivos de valor, la distribución intencional de la frase para destacar el término valorativo, etc. por ser lenguaje directo.
ð El uso relativamente frecuente del metalenguaje, pues es fácil rectificar, aclarar, matizar, etc., sobre la marcha al hablar en directo y precisar lo necesario cuando se observa que el interlocutor no ha entendido o necesita más información. O sea, uso frecuente de la función fática.
ð Predominio de la parataxis y la elipsis: -Ella, nada. Aquí la estoy convenciendo.
ð Frases inacabadas y anacolúticas: Es que a mí no me… es una persona muy arisca.
ð Expresiones en función fática que refuerzan la petición de información o su corroboración: ¿verdad?, ¿no?, ¿a que sí?,…
ð Marcadores conversacionales: Quiero decir, es decir,…
Mientras que los medios gramaticales de conexión son dictados por la competencia lingüística de los hablantes, la coherencia del diálogo depende, por tanto, de su competencia lógica y discursiva. Hay quien habla correctamente, pero “se pierde” en ideas o en esquemas; hay quien verbaliza mal, o construye mal, pero no pierde de vista los esquemas subyacentes, e interviene oportunamente en el dialogo. El diálogo exige para su coherencia que todos lo hablantes se atengan a las normas gramaticales, pero también que sepan por dónde se está discurriendo.
6. CONCLUSIÓN
El diálogo, al ser un discurso formado por enunciados segmentados en partes que emiten dos o más interlocutores, representa mejor que ningún otro la naturaleza social de la lengua. Además, como variedad de discurso cuenta entre sus múltiples manifestaciones con la forma más natural y espontánea de uso del lenguaje: la conversación. Esta constituye la base de las relaciones sociales, por lo que es necesario abordar su estudio desde múltiples perspectivas que permitan dar cuenta de su complejidad e importancia para el mantenimiento del tejido social.
Desde el punto de vista educativo, es interesante destacar que el conocimiento de las convenciones que regulan el diálogo (la alternancia de turnos, los principios de cooperación, la cortesía) no sólo ayuda al desarrollo de la competencia comunicativa del alumno, sino que mejora sus relaciones con los demás.
7. BIBLIOGRAFÍA
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BOBES NAVES, M. C. (1992): El diálogo. Estudio pragmático, lingüístico y literario. Gredos: Madrid.
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