1. LA LÍRICA RENACENTISTA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVI: RENACIMIENTO Y CONTRARREFORMA
A) Renacimiento y Contrarreforma
En la segunda mitad del siglo XVI se da en nuestro país un cambio radical que afecta a las estructuras políticas, sociales y religiosas. Ante el incipiente Protestantismo, la Iglesia Católica preparó una contrarreforma en el Concilio de Trento, por el cual la educación adquirió un papel importantísimo como vehículo de enorme relevancia para la transmisión de creencias. Junto a esto, la llegada al trono de Felipe II en 1560 supuso la cerrazón en sí misma de España, que se somete a un ostracismo voluntario en aras del bloqueo al Luteranismo.
La producción literaria de nuestro país vio disminuidas muchas de sus fuentes de influencias, varias causas se unen para fomentar esta situación:
- Prohibición de que nuestros hombres de letras estudiaran en universidades extranjeras.
- Rehabilitación de la censura.
- Las corrientes innovadoras que entraron en la primera mitad del siglo no se perdieron, pero se conjugaron con otras concepciones estéticas acordes con el nuevo clima espiritual e intelectual de la Península, esto es la vuelta a la tradición y a la religiosidad.
De esta suerte nos encontramos con cambios significativos en la epistemología literaria: la novela pastoril reemplaza a la de caballerías, renace la filosofía escolástica para oponerse al humanismo, y se introduce en la poesía la temática patriótica y la religiosa, dando lugar ésta a la ascética y la mística. Los textos de este último tipo se definen como aquellos de contenido espiritual que intentan trascender el mundo material para acceder a una realidad superior y absoluta; se trata de una experiencia situada fuera de lo cotidiano y debida a la contemplación de la esencia divina. En esta línea, la literatura ascética puede considerarse como una variedad de la mística, de modo que podemos resolver tal dualidad -basada tradicionalmente en el grado de perfección de la contemplación divina- hablando en general de poesía mística.
B) La literatura mística
Un género literario no debe ser definido con criterios de verdad o mentira. No se trata de juzgar la ortodoxia o el valor doctrinal de las obras, sino de describir su situación literaria y cultural. Esta aclaración previa se debe hacer porque todavía pululan muchas definiciones en las que se diferencian dos concepciones poéticas: ascética y mística, atendiendo a rasgos religiosos y filosóficos y no literarios.
Hecha la puntualización pertinente, podemos definir los textos místicos como aquellos de contenido espiritual que, renunciando o no al mundo material, intentan trascenderlo para acceder a una realidad superior y total. Esta experiencia se sitúa, por definición, fuera de lo cotidiano. Que esa superación se produzca por la contemplación de la esencia divina es un problema teológico. A la literatura sólo le interesa el hecho de que recibe el nombre de contemplación de la esencia divina; esto en algunos textos, ya que en otros no se hace referencia alguna a ella, aunque se suponga.
En este planteamiento, la literatura ascética puede ser considerada como una variedad de la mística, como un aspecto de ella.
De esta manera podemos resolver el problema de esta dualidad basada, tradicionalmente, en el grado de perfección de la contemplación divina, hablando generalmente de poesía mística, para referirnos a ambas caras de la misma moneda.
La literatura mística no es la escrita por los místicos, sino la que responde al tipo de contenidos ya señalados.
La literatura mística no presenta una forma específica. Adopta la forma específica de la época en que surge, o sea, las usuales del siglo XVI. Es curioso, además, notar como este tipo de poesía parece adaptarse a los módulos renacentistas mejor que a los tradicionales por lo que encontraremos expuestos en la poesía mística la mayoría de los géneros renacentistas: la biografía, la epístola, la silva y el diálogo.
También resulta muy renacentista el hecho de que dichos autores prefieran utilizar la lengua romance al latín, cosa que no hubiera sido extraña dado que nos hallamos frente a la literatura de raigambre religiosa.
C) La escuela salmantina y la escuela sevillana
La literatura de este periodo del Renacimiento español se puede clasificar según la división de dos escuelas: la salmantina y la sevillana; lo cual se trata de un tópico que no ha tenido objeciones hasta hace bien poco. En realidad la división se sustenta en las dos figuras sobresalientes que forman estas dos escuelas o corrientes: Fray Luis de León en Salamanca y Fernando de Herrera en Sevilla, con sus correspondientes seguidores. Ambas formas de entender la poesía parten de la base común que supone el legado de Garcilaso.
Fernando de Herrera fue un seguidor fiel al maestro en lo que respecta a la concepción que vertebra toda su poesía amorosa petrarquista, a la que además añadió el sentido patriótico y los temas nacionales.
Fray Luis prefirió el rumbo de las ideas y los valores morales, religiosos y filosóficos como temas. En Salamanca se establece el principio básico de armonía entre expresión y contenido (res/verba), lo que implica el desarrollo de un estilo natural y conciso. Fray Luis es el mayor representante del Renacimiento español de la segunda mitad del siglo XVI. Supo armonizar las tendencias propiamente hispanas, la herencia clásica, el influjo italianizante y la religiosidad. Como vestigio del legado medieval posee un profundo conocimiento bíblico, un sentido agustiniano de la filosofía, un acérrimo rigor intelectual, un profundo misticismo y un sentido grave de la contemplación como primera experiencia poética. De sus numerosas traducciones de obras clásicas, especialmente de Virgilio y Horacio, aprende el equilibrio poético y el amor a la naturaleza serena y reposada. Del influjo italianista toma la forma, la armonía de sus versos y la serena y responsable gravedad.
Los poetas del grupo salmantino asimilan el saber humanístico en las aulas universitarias o en las fuentes italianas. Recurren a la imitatio aunque siempre vivificando al modelo a través de la propia personalidad del poeta que imita y de su problemática individual. Hay varios rasgos que unifican la labor poética de todos aquellos que se inscriben en el círculo salmantino:
– Formalismo y perfección.
– Lenguaje conciso
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Tono grave.
– Moderado cromatismo
– Austeridad del ornato
– Llaneza expresiva
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Valor simbólico de la noche como fuente de los misterios naturales.
– Renuncia de lo mundano.
– Desengaño y aflicción del alma.
– Anhelo de experiencia mística.
– Motivos clásicos: beatus ille y aurea mediocritas.
2. LA MÍSTICA
Según Ángel Cilveti, la palabra mística, procedente del griego mystikon ‘secreto’, apareció entre los cristianos ya en el siglo III refiriéndose al culto a Dios y a la interpretación alegórica de las Escrituras. Este concepto tomó en el siglo IV la acepción de un conocimiento experimental e inefable de Dios, nacido de la unión con Él. Los teólogos medievales heredaron esta idea y establecieron la distinción entre teología mística práctica, como experiencia de Dios, y teología mística especulativa, como la investigación de esa experiencia. La mística, en tanto que estado superior de espiritualidad, supone un proceso ascendente hacia ese Absoluto que pasa por diferentes grados de perfeccionamiento.
Así, existen distintas interpretaciones del concepto “místico”, que no resuelven el significado de este en un sentido homogéneo. Para acuñar este término con cierta rigurosidad existen dificultades, especialmente, desde la óptica de la crítica literaria, ya que hay que manejar por un lado la ortodoxia doctrinal y por otro los elementos puramente textuales.
Los místicos cristianos, guiados por Santa Teresa y San Juan, concuerdan en presentarnos su vida como un proceso dirigido hacia la perfección espiritual que se desarrolla a través de diversas vías místicas:
– Período purificativo: Comienza con la conversión y la determinación de eliminar los obstáculos que impiden la unión con Dios. Se trata de un período activo que se sirve de la meditación y la oración para descubrir los defectos y el modo de liberarse de ellos, y fomentar el amor de Dios.
– Período iluminativo: La pureza de espíritu conlleva la iluminación, que marca el comienzo de la vía mística. La iluminación es la luz infundida en el alma y tiene como objeto la contemplación, que es la sabiduría e intuición amorosa de Dios. Según Santa Teresa, el período iluminativo tiene varios grados: recogimiento, en el que las potencias del alma se repliegan; quietud, o sentimiento de la presencia de Dios; sueños de las potencias, en el que la memoria y la imaginación quedan libres por amor a Dios; y la unión plena, en el que se produce un estado de suspensión total de las potencias en Dios, suspensión que dura poco y en la que el efecto más notable es el sentimiento cierto de la presencia y el conocimiento de las perfecciones de Dios, quien se da a conocer para el futuro desposorio. Además, entre esta unión plena y el definitivo desposorio se suceden varios estados: éxtasis o suspensión de las facultades y sentidos producida por la intensidad de la contemplación; visiones o percepciones visuales e intelectuales; y locuciones o voces corporales e intelectuales.
– Tras el desposorio se produce la purificación pasiva que consta de dos momentos: la purificación pasiva del sentido, en la que se purifican las facultades inferiores del alma (soberbia, armonía y lujuria); y la purificación pasiva del espíritu, que dispone al espíritu para la unión transformativa, señalando el paso del período iluminativo al de la unión.
Finalmente, San Juan aduce que el matrimonio espiritual -o séptima morada, según Santa Teresa- es “una transformación total en el Amado”, que supone el abandono en Dios, la desaparición de los éxtasis y el revestimiento de una energía sobrehumana procedente de la vida divina que inunda al místico.
Tras la experiencia vivida, el místico siente impulsos de permanecer en silencio ante la inefabilidad de lo vivido, pero su estado de goce le pide alabanzas a Dios. Para ello prefiere el lenguaje irracional y exaltado de la poesía al lógico y razonado de la prosa.
El lenguaje común no es útil al místico que, en su deseo irrefrenable de dar a conocer algo, rompe la expresión natural y común del lenguaje, de ahí que sean tan abundantes las metáforas, hipérboles, antítesis y paradojas, portadoras de esta emotividad sobrenatural del místico.
La poesía, contada su riqueza de matices sugeridores, de artificios y recursos es el medio más idóneo para trasladar a palabras la materia más elevada y espiritual. El místico usa a menudo temas, símbolos, versos y aún estrofas íntegras de la poesía profana, por la técnica del contrafactum la mística hace suyos los procedimientos de la lírica amorosa del cancionero.
Al hablar de la mística española se suelen hacer dos apartados:
· Grandes místicos: San Juan de la Cruz y Santa Teresa.
· Autores menores: donde se encuentran religiosos franciscanos, agustinos y carmelitas, que se suelen agrupar por las órdenes a las que pertenecen.
Evidentemente, esta clasificación no es válida para la literatura y se suele hacer otra cronológica.
Ø Alonso Orozco. Su obra Monte de contemplación analiza de forma dialogada los estadios de la vida mística, más como teoría que como práctica, pero es uno de los primeros tratamientos del tema.
Ø Francisco Osuna. Es el primer autor que destaca como claramente místico. Su Tercer abecedario espiritual influyó mucho en Santa Teresa que lo tomó como guía y maestro.
Ø Bernardino de Laredo. Influyó en Santa Teresa con su obra Subida al Monte Sión.
Ø San Juan de Ávila, llamado también Apóstol de Andalucía.
Ø Fray Luis de Granada. Es el autor más importante de todos los considerados precursores de Santa Teresa. Es el místico de la naturaleza, de ella coge la mayor parte de los temas, elevándolos al plano espiritual divino. Es un intelectual estudioso y reflexivo, que cuida con escrúpulo la palabra. Su estilo se asemeja al ritmo de la prosa ciceroniana, en busca siempre del equilibrio y elocuencia.
Ø Pedro Malón de Chaide. Su obra La conversión de la Magdalena es un antídoto a la literatura de ficción.
Ø Fray Luis de León. El último de los místicos que cierra del siglo XVI.
La literatura espiritual, tanto la ascética, como la mística, cultivada ya en la Edad Media, tiene un auge singular en el Siglo de Oro, con características que pueden resumirse en los siguientes rasgos:
o Sincretismo ideológico, con fuerte predominio del neoplatismo agustiniano.
o Madurez doctrinal.
o Propósito vulgarizador.
o Capacidad de introspección.
o Valoración del ascetismo.
o Raíces en lo medieval europeo.
o Realismo y alto valor literario.
Para clasificar el corpus literario de la mística podemos recurrir a los mencionados criterios cronológicos.
§ Período de importación (hasta 1500)
§ Período de asimilación (1500-1560)
§ Período de producción nacional (1560-1600)
§ Período de decadencia o compilación doctrinal (hasta la mitad del siglo XVII)
También se puede hacer una clasificación con presupuestos doctrinales:
§ Afectivista: de los franciscanos.
§ Intelectualista: dominicos y jesuitas.
§ Ecléctico: carmelitas y agustinos.
§ Heterodoxos: de influencia protestante, panteísta e iluminados.
Así se introduce un principio de orden en esta masa de literatura de más de dos mil volúmenes, amén de piezas menores.
En este extenso panorama literario destaca Fray Luis de Granada, con su obra Introducción del símbolo de la fe (1583). Pero es la escuela carmelita la que, por el genio literario de sus principales representantes, su misticismo esencial, su fidelidad a la tradición, así como originalidad, alcanza mayor nivel representativo.
3. FRAY LUIS DE LEÓN
Este poeta de carácter austero e intransigente nació en Belmonte (Cuenca) en 1527, lugar donde no estaría mucho tiempo para partir a Madrid y Valladolid, donde cursaría sus primeros estudios, que culminaría en la Universidad de Salamanca. Aquí obtendría la Cátedra de Teología y entraría en la orden de San Agustín, hechos que no le sirvieron, en cambio, para evitar un proceso inquisitorial por su la traducción de El cantar de los cantares, obra prohibida por las ordenanzas del Concilio de Trento. Este proceso duraría cuatro años y nueve meses, tiempo en el que estuvo preso en Valladolid, donde finalmente fue absuelto para retomar su Cátedra en Salamanca y obtener otras tres que ejercería hasta su muerte en 1591.
Hombre de amplísima cultura, antes sabio que poeta. De carácter vivo, polémico, apasionado, de ideas innovadoras, que los reaccionarios de su tiempo no podían aceptar.
Ostenta un gran anhelo de superación, de armonía con la naturaleza y de gran austeridad de costumbres y observador de los deberes religiosos. Se trata de un intelectual por vocación; su emotividad lo conduce a desear ese mundo supranatural.
Fray Luis es un poeta doloroso. La poesía de Fray Luis nace del dolor en torno a dos cuestiones:
- Por el sufrimiento de la injusta persecución.
- Por el dolor de su incapacidad para alcanzar la unión, que fervientemente anhela.
Este proceso inquisitorial dejó una profunda huella en su poesía, que nace del dolor que le produce la injusta persecución de la que es objeto y la incapacidad de alcanzar la unión mística con Dios. Efectivamente, la poesía de Fray Luis no es mística; se trata de un hombre de amplísima cultura cuya capacidad intelectual le impide resolverse en la completa vocación, por lo que queda en un plano ascético que riñe con su ferviente deseo espiritual de lograr el estado místico. Así, Federico de Onís señala que estamos ante un intelectual que parte de la Biblia, cuya elevación por encima del mundo terrenal es tan sólo una forma de adquirir perspectiva para su mejor comprensión, nunca para su negación. En este sentido, Fray Luis siempre estuvo entre la armonía y la desarmonía, tendiendo esencialmente hacia la primera influido por las corrientes estoicas, platónicas y cristianas, pero decantándose, a veces, hacia la desarmonía, arrastrado por su carácter impetuoso y sed de justicia.
Aún hoy la crítica discute si su menor importancia en la historia de la literatura no se debe a su condición de fray y no de santo. Esta postura quizás puede explicarse por motivos ajenos a su valía como escritor: una posible ascendencia judaica y el estar preso por sus exégesis teológicas.
La defensa del castellano alcanza gran auge en este periodo. Hasta entonces, el latín era exclusivo en la enseñanza de las materias universitarias, hasta la aparición del Brocense y Simón Abril. A ellos se unieron pronto Fray Luis, Santa Teresa, Fray Luis de Granada y San Juan.
Como norma de estilo se mantiene la naturalidad y sobriedad clásica, con una gran selección y con el criterio de la pureza lingüística.
No es Fray Luis el primero que usa el castellano para enfrentar los temas teológicos, pero sí deja sentada la valía de esta lengua para abordar cualquier tipo de temática. Insiste, sin embargo, en que el buen castellano no es el que utiliza el vulgo, sino el resultado de un continuo proceso de cuidado y elaboración.
Es plenamente consciente de los desniveles entre la lengua oral y la escrita, por este motivo, propugna el estudio de la lengua, pidiendo a todos que cuiden el lenguaje para asegurar su buena supervivencia.
Dámaso Alonso señala las siguientes corrientes literarias en Fray Luis, como influencias constantes:
– Italianismo: En 1543, cuando Fray Luis contaba quince años, se publicaba por primera vez la obra poética de Garcilaso, de quien aprende el uso de la lira, que con tanta fortuna usaría después. No obstante, su italianismo es sólo de forma, pues su contenido es siempre de raigambre hispana y religiosa.
– Clasicismo: Las influencias grecolatinas son innegables y sus traducciones confirman la familiaridad del poeta con este sistema de pensamiento. Sus traducciones confirman la familiaridad del poeta con estas fuentes. Virgilio y, sobre todo, Horacio son sus guías, y de ellos aprende el sentido de la armonía y la contención. Otras influencias clásicas son el platonismo, en todas sus vertientes, Aristóteles y Píndaro.
– Hebraísmo y cristianismo: La influencia de los conocimientos hebraicos y la lectura de la Biblia, considerada por él como la fuente principal de toda poesía, dejaron honda huella en su producción literaria. Estructuras, descripciones, conceptos que proceden directamente del texto bíblico inundan su obra.
– Castellanismo: El sentimiento de la tierra, el carácter, el temperamento de un hombre apegado a la geografía de nuestro país, se trasluce en su obra. Da forma como ningún otro poeta al Renacimiento español, ya que sabe conjugar en un todo armónico el legado medieval, el sentimiento religioso y político que caracterizaba a nuestra nación, los logros del arte italiano, etc.
Obra en prosa
La obra en prosa de Fray Luis está escrita en castellano y en latín y pertenece al género exegético, es decir comentarios de los textos bíblicos y de los Santos Padres. Podemos clasificarla en dos subapartados:
– Obras originales: La perfecta casada, De los nombres de Cristo.
– Traducciones: Cantar de los cantares, Libro de Job.
Obra en verso
La obra poética de Fray Luis se publicó póstumamente; a pesar de que el autor intentó publicar bajo el seudónimo de Luis Mayor, no llegó a ver realizada la edición de sus versos. En 1631, cuarenta años después de su muerte, Quevedo publica su obra como contrapunto al culteranismo y lo hizo con un prólogo elogioso de Fray Luis. Quevedo se basó en el manuscrito de Manuel Sarmiento y Mendoza, canónigo sevillano, respetando hasta sus defectos. Desde entonces ha habido múltiples ediciones basadas en la de Quevedo, en el Códice de San Felipe o en el de Jovellanos. Sin embargo, aún los críticos no se han puesto de acuerdo a la hora de confirmar el corpus poético del autor. En cuanto a la clasificación de sus obras, se ha mantenido la siguiente:
1. Obras de creación propia:
– Poesía de formación, con influjo de los modelos clásicos: Aquí encontramos la “Oda a Santiago”, la “Profecía del Tao” y la “Oda a la vida retirada”.
– Poesía de plenitud, con obras como “Noche serena”, “Oda a Salinas” o “La morada del cielo”.
2. Traducciones:
– Traducciones de autores clásicos, con las diez églogas de Virgilio, los dos primeros libros de las Geórgicas y veinticinco odas de Horacio.
– Traducciones de textos bíblicos, con parte de Los Salmos, el Libro de Job, Los Proverbios y el Cantar de los cantares.
No puede decirse que sus versos sean de fácil lectura. Es una poesía de vivencias inefables, difícilmente traducibles a la palabra.
Se conjugan en sus versos tres elementos bien combinados:
– Lo bíblico cristiano, como expresión de su fé.
– Lo platónico como hallazgo de sus inquietudes metafísicas.
– Lo estoico, como fórmula de expresión de su propia vida y de su actitud moral.
Su poesía enarbola una de las tendencias poéticas del Renacimiento, que no llegaron a alcanzar autores de la talla de Garcilaso, se trata de una poesía filosófica que adapta algunos de los grandes principios del pensamiento grecolatino a la concepción cristiana del mundo. De este modo, tenemos presente cuatro vías de influencia:
– Influencia platónica: Según esta concepción del mundo, el alma del hombre desciende del mundo de las ideas verdaderas al mundo sensible. Al descender al mundo terreno el alma olvida los conocimientos que poseía en su vida anterior y la imperfección de este mundo provoca en el alma la nostalgia del origen y el deseo de tornar a él. El proceso de retorno a su origen es un ascenso gradual de la mente a la suprema Idea del Bien, que contiene en sí las de Bondad, Verdad, Unidad y Belleza.
– Influencia pitagórica: El cuerpo, soma, es la tumba del alma, sema. El alma se purificará para alcanzar la liberación mediante una intensa vida ascética, que incluye el estudio de la filosofía, la música y las matemáticas.
– Influencia estoica: El alma es una partícula desprendida del soplo divino y anhela volver al seno de Dios. Como el hombre es un peregrino en este mundo, el único bien a seguir es la virtud, conseguida a través de una vida en armonía con la naturaleza y la razón, para alcanzar el ideal de la serenidad imperturbable (ataraxia), fundamento de la felicidad.
– Influencia agustiniana: Todos los hombres aspiran por naturaleza a la verdad, que es Dios, al cual se accede por vía de la interioridad. Pero dado que los hombres se dispersan en las cosas, San Agustín prepara una huida radical de las cosas sensibles, rompiendo la prisión corporal y penetrando en el yo propio para trascenderse.
En este sentido, el núcleo temático primigenio de la poesía de Fray Luis es la nostalgia de infinitud, el deseo de unión con Dios y el amor a la Naturaleza como realización divina. Como resultado tenemos una poesía triste y atormentada, apasionada, que ansía la armonía y la concordia universal, según los cristianos platónicos. Junto a ello, su estilo está en la justicia, la exactitud y la sobriedad de su verbo. Su espíritu de corrección, de perfeccionismo le lleva a hacer continuos retoques de su obra. Su sencillez es obra del esmero y la selección, es, pues, una sencillez elaborada. El vocabulario es justo y equilibrado, repitiendo expresiones, imágenes y adjetivos que le agradan. Conjuga el equilibrio y la mesura, y no muestra arcaísmos ni cultismos. Sí usa, en cambio, latinismos en pro de la dignificación de la palabra, y giros sintácticos propios del Renacimiento; aunque sin ornamentos y artificios excesivos.
En cuanto a su técnica, su estrofa preferida es la lira, importada por Garcilaso y elevada por Fray Luis a un alto grado de perfección, al imitar en ritmo y estructura, las Odas de Píndaro y Horacio. No faltan, sin embargo, otras estrofas como el terceto, la octava, la estancia, e, incluso, la décima y el soneto. Como estrofa compositiva Fray Luis de León prefiere la oda. Ésta consta de dos movimientos, según la preceptiva clásica, una primera parte ascendente o climática y una segunda parte descendente o anticlimática.
Su temática medular es la expresión del ansia de paz individual y cósmica del autor. Además de este trasfondo, hay algunos motivos capitales que vertebran su obra: la soledad del campo, el heroísmo moral, la sátira, la ética que contrapone a lo heroico, lo nacional, lo religioso, lo místico.
Sus mejores versos son los originales, aunque sus traducciones no merman en valor. A sus poemas dedica atención continua, sometiéndolos a retoques, por su afán perfeccionista.
4. SAN JUAN DE LA CRUZ
Clasificación
1. Poesía en metro tradicional y renacentista: cinco canciones, diez romances y dos glosas a lo divino.
2. Poesía mística: Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama de amor viva.
3. Prosa. Comentarios sobre su poesía. Subida al Monte Carmelo, Noche oscura del alma, Llama de amor viva y Cántico Espiritual.
Doctrina y lenguaje
El núcleo de la obra de San Juan está formado por lo siguientes tres poemas y sus respectivos comentarios en prosa:
– Noche oscura del alma: Consta de ocho liras y tiene dos comentarios incompletos: Subida del Monte Carmelo, comentario sobre la purgación activa de los sentidos y del espíritu, y Noche oscura del alma, sobre la purgación pasiva de los sentidos y del espíritu. En cuanto al poema, consta de tres partes relativas a los tres estados del camino místico: purificativo, iluminativo y unitivo. En el comienzo, la noche (fe) es el medio por el que el alma huye en busca de la aventura mística impulsada por el amor. La noche, tiniebla y oscuridad se convierten, en un segundo momento, en la luz mediadora de la unión de los enamorados.
– Llama de amor viva: Formada por cuatro liras y con un breve comentario. El símbolo de la llama en la primera estrofa alude a la presencia sosegada de Dios en lo más hondo del alma transformada en fuego de amor. Según el comentario del propio autor, la llama de amor viva es el fuego de amor con que el Espíritu Santo enciende el alma dándole inteligencia divina, comunicándole amor y deleitándola con el divino contacto. En la segunda estrofa, la unión está expresada como cautiverio suave del alma ya purificada. En la tercera, el símbolo de las lámparas de luz es una especificación de la llama, ya que son los atributos de amor divino. En la cuarta, se comentan los efectos de la unión, expresados alegóricamente por la unión nupcial.
– Cántico espiritual: Se conoce en dos ediciones, la de Bruselas con 39 liras, y la de Sevilla con 40. El comentario trata de los tres estados de la vida espiritual. Tres fuentes principales se distinguen en la obra: el Cantar de los cantares (bíblico), el Garcilaso a lo divino de Sebastián de Córdoba y la traducción del Cantar de los cantares de Fray Luis. A través de la técnica del contrafactum se apropia de un código literario ya existente (erótico) para la expresión de otro (religioso). Así, el Cántico espiritual es a la vez una alegoría erótica del autoconocimiento y una alegoría de búsqueda de Dios. San Juan trata de trazar el itinerario del alma recreando una alegoría erótica, pero para evitar que el simbolismo descienda al nivel del amor humano, sustituye algunas imágenes por otras de mayor sentido espiritual. En el cántico confluyen: la corriente lírica popular (amante que se queja del abandono de su amado, temática presente desde las jarchas; metáforas populares y religiosas: ciervo, paloma, garza, etc.), la corriente lírica del cancionero (“Cántico”), la corriente garcilasista (égloga, pastores, uso de la lira) y el hebraísmo (Cantar de los cantares: epitalamio (canto de boda): erótico).
5. SANTA TERESA DE JESÚS
Clasificación
· Autobiográfica: Libro de la vida, Libro de las fundaciones, Libro de las relaciones y Cartas.
· Ascética y mística: Camino de perfección, Las moradas o Castillos interiores, Poesías.
Obra poética: Son poemas de tono fervoroso y dicción sencilla en los que destacan temas como la unión con el Amado, el vivo anhelo de esa unión, la hermosura de Dios y la entrega total a la voluntad divina. Hay, además, una reflexión sobre los misterios del catolicismo y del credo cristiano como la natividad, la redención y la epifanía. Utiliza una gran sencillez de estilo sin desestimar el uso de símbolos místicos como el de la herida y el cazador, así como la frecuente paradoja para expresar la perplejidad del alma enamorada pero separada de Dios. Junto a esta sencillez estilística, ofrece una sencillez métrica por su inclinación por el octosílabo agrupado en redondillas, cuartetas y estrofas de pie quebrado. Vuelve a dignificar la lírica popular y reelaborarla, como en el caso de los villancicos, exponente de que esa literatura popular no queda oculta sino que es rescatada por distintos autores cultos. Santa Teresa concibe su obra literaria como una faceta más de su labor reformista cristiana. Para llevar a cabo tal misión se apoya no sólo en su propia experiencia, sino en la búsqueda de una doctrina acreditativa de la misma a través de diversas lecturas. Desde esta misma búsqueda de eficacia pragmática hay que considerar su estilo llano y sencillo. Finalmente, la poesía teresiana, relacionada con el ambiente conventual carmelita, se caracteriza por su emoción, popularismo y dependencia íntima de la música, ya que fue concebida para ser cantada.
De toda su obra literaria destaca el Libro de la vida (autobiografía mística). Como complemento a ésta está las Relaciones y El Libro de las Fundaciones. La narración más perfecta de sus experiencias místicas la tenemos en Camino de perfección y Las moradas o castillos interiores, que es la cumbre sistemática de la doctrina teresiana.
6. CONCLUSIÓN
Lejos de cuestiones religiosas, la poesía mística, poesía del símbolo y de la elevación, es la forma que adopta en el segundo período del siglo XVI la poesía petrarquista, la nueva lírica.
Garcilaso encuentra sus seguidores en las paredes de los conventos, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y, en menor medida, Santa Teresa van a continuar la labor garcilasista. Junto a ellos brilla con idéntico esplendor Fernando de Herrera, que no aparece en el tema por cuestiones metodológicas.
Fray Luis ejemplifica a la perfección este seguimiento del maestro toledano, por su parte, San Juan es el primer maestro simbolista de nuestra literatura. Sin embargo, Santa Teresa llega a sus más altas cotas literarias en el mundo de la prosa y no de la lírica, por este motivo es la autora que ocupa menos lugar en el tema.