1. INTRODUCCIÓN
Las formas literarias que pueden agruparse bajo la denominación de géneros didáctico-ensayísticos, han sido tradicionalmente excluidas del ámbito de estudio de las poéticas, por tratar su asunto de materia doctrinal y no ficcional. En ellas, el propósito estético queda subordinado a los fines ideológicos, pero esto no equivale a decir que el esmero en la selección lingüística esté ausente, de hecho, la crítica actual considera que el ensayo es el cuarto género natural de la literatura. De hecho, en determinadas épocas literarias ha prevalecido un concepto muy estetizante de esta forma literaria, hasta el punto que los límites entre lo didáctico y lo ficcional han llegado a diluirse.
La forma del ensayo no es una y única. García Berrio denomina a todas las formas genéricas que pueden agruparse en esta modalidad como géneros didáctico ensayísticos y bajo este marbete aloja varios subgéneros:
1. De expresión dramática: diálogo platónico, lucianesco y sátira menipea.
2. De expresión objetiva: ensayo, artículo, tratado, glosa, historiografía, biografía, libro de viajes, formas orales como el discurso y el sermón.
3. De expresión subjetiva: autobiografía, confesión, diario, memorias.
2. HACIA UNA DEFINICIÓN DEL ENSAYO
Resulta muy difícil dar unas características generales que definan el ensayo, ya que lo subjetivo, lo personal, es lo más difícil de reducir a unidad, a definición, a contorno, tal y como dice Andrenio. De todas formas, según María del Carmen Díaz Bautista, se pueden dar una serie de rasgos que alcancen a perfilar el género en cuestión:
– La amplitud temática, que responde con entera libertad a las preferencias del autor. Sin embargo, es indudable que la elección del tema está condicionada, en cierta medida, por la extensión de su público y la sencillez del lenguaje que este mismo requiere.
– El subjetivismo, que según señala Ortega no sólo se halla en la perspectiva y el enfoque del autor, sino también en su tono a veces grave, a veces retórico, humorístico, lírico o emocionado.
– La estructura abierta y el asistematismo, pues en palabras del filósofo y musicólogo alemán, Theodor W. Adorno, “el ensayo tiene que estructurarse como si pudiera suspenderse en cualquier momento. El ensayo piensa discontinuamente, como la realidad es discontinua, y encuentra su unidad a través de las rupturas, no intentando taparlas”.
El ensayo tal como lo concebimos hoy tiene su fundamental punto de arranque en Montaigne. Es él quien adopta decididamente el término para rotular sus trabajos y evidenciar una conciencia clara de género que estaba manejando al tiempo que ofrece razones de cuál es su pretensión y procedimiento como autor de los mismos. Según Montaigne lo fundamental es aplicar el juicio, cualquiera sea la cosa sobre la cual se aplique; asimismo mantiene una actitud personalizadota de sí y de inconstancia intelectual cuyo campo de actividad se circunscribe preferentemente a zonas de realidad escasamente interesándole la intensidad reflexiva, no la exhaustividad ni el tratamiento concienzudo del problema.
En el marco de la tradición española, los orígenes lejanos del ensayismo en lengua castellana han sido buscados en las distintas experiencias prosísticas de autores del siglo XV, tales como Alonso de Cartagena, Diego de Valera o Hernando del Pulgar. También merece la pena nombrar el aspecto ensayístico detectable en la prosa de los místicos. Sin embargo hay que esperar hasta Antonio de Guevara para encontrar el iniciador del género en nuestro país, con sus obras Reloj de príncipes (1529) y Epístolas familiares (1539).
3. ORÍGENES DEL ENSAYO LITERARIO
Aunque se suele decir que el ensayo empieza con Montaigne, de quien recibe el nombre el grupo genérico, debemos remontarnos a la antigüedad grecolatina para encontrar los orígenes del mismo. De entre las fórmulas escriturales que nacen y se desarrollan en la Grecia Clásica, el precedente del ensayo es el diálogo.
El diálogo tiene dos épocas de florecimiento a lo largo de la historia: la Antigüedad y el Renacimiento. Respecto de la época antigua, el diálogo básico fue el socrático al que dio forma escrita Platón. En él ya se introducen ciertos elementos de ficcionalidad al servicio de la exposición filosófica. Más tarde el diálogo platónico fue retomado por ciertos autores de la escuela cínica, enemigos del ideal platónico. Éste es el caso de Luciano de Samósata, que convierte el diálogo en sátira menipea. En estas dos formas genéricas convergen similares características:
– Establecen una nueva y problemática relación con la realidad: los temas son contemporáneos y no del pasado absoluto del mito o la leyenda.
– Se separaban de la tradición consagrada y optaban por la experiencia y la libre invención.
– Se abrían a una pluralidad de estilos, desechando el monoestilismo de la tragedia, la lírica y la retórica.
En el Renacimiento florecen estos géneros de la mano de Erasmo, Tomás Moro y otros humanistas que hacen de la risa y la locura un medio heterodoxo de criticar y denunciar la realidad. La permeabilidad del género y su disponibilidad para cruzarse con otros géneros como la narrativa y el teatro hacen de éste un cauce predilecto para la expresión del pensamiento sin la estaticidad del discurso doctrinal. La morfología del diálogo renacentista remite a tres modelos: Platón, Cicerón y Luciano.
– El diálogo platónico presenta un carácter básicamente filosófico. El contraste dialógico es en los diálogos platónicos españoles puramente aparente, pues por lo general el maestro es transmisor de la verdad incuestionable a unos discípulos-interlocutores que son sólo el pretexto para que él hable.
– El diálogo ciceroniano es una exposición de conocimientos necesarios al orador ideal. El diálogo es un discurso perpetuo a cargo del maestro con apostillas del discípulo; son ejemplos de esta modalidad El cortesano de Castiglione y De los nombres de Cristo de Fray Luis de León.
– El diálogo lucianesco es de los tres el que peor encaja en este grupo genérico didáctico ensayístico, pues son más numerosos los elementos imaginarios que involucra que los de carácter racionalista y discursivo. Recibe tradicionalmente el nombre de sátira menipea y presenta los siguientes caracteres:
· Aumenta el elemento humorístico.
· Se libera de los límites histórico-memorialísticos presentando una gran libertad de invención narrativa.
· Gusta de crear situaciones excepcionales para provocar y experimentar la verdad (personajes reales que charlan con los dioses, hombres que dialogan con animales, etc.)
· Afán experimental, representando estados psíquicos inhabituales: la locura, el desdoblamiento de la personalidad, los sueños… Pertenece a este tipo Sueños y discursos de Quevedo.
· Todo ello sin abdicar de su propósito filosófico de tipo universalista: el interés por las preguntas últimas del hombre sin una idea dogmática a priori.
Del mismo modo, en este espacio fronterizo entre la especulación racional y la ficción imaginativa se encuentran los tratados utópicos, género que nace en el siglo XVI con la creación genésica de Tomás Moro. El aprovechamiento ficcional del modelo es particularmente relevante en el siglo XVIII con la abundancia de libros de viajes tanto reales como imaginarios.
También en el Renacimiento se forja un género nacido para acoger múltiples textos de diversa condición temática y con una estructura multiforme: la miscelánea, género de encrucijada entre el ensayo, la novela y el apotegma. Las dos misceláneas más famosas del XVI son Silva de varia lección de Pedro Mexía (1540) y Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada.
En paralelo a este género de miscelánea se desarrolla la literatura apotegmática, de gran predicamento durante esta época, hasta el punto que dio lugar a ilustres recopilaciones, como el famoso Vocabulario de refranes de Gonzalo Correas.
4. FORMAS ORIGINARIAS.
En el siglo XV este deseo de una nueva sociabilidad y el de individualidad expresiva están representados por un grupo de intelectuales situados en la avanzadilla cultural de la época. Se trata de Alonso de Cartagena, Diego de Valera, Fernando de la Torre, Teresa de Cartagena y Hernando del Pulgar, todos ellos pertenecientes a la estirpe de los conversos, una clase social que contó con la colaboración de la aristocracia culta, llena de ansia de renovación espiritual. Entre los dos grupos humanos hubo, pues, una coincidencia en la búsqueda de un nuevo tipo de comunicación humana. Estas aspiraciones están representadas, por el lado de la aristocracia, por Gómez Manrique, Santillana y Pérez de Guzmán.
Guardan similitudes con el ensayo la obra en prosa de fray Luis de León y los tratados de fray Luis de Granada. Un puesto en la historia del ensayismo hispánico tienen también escritores como Quevedo (algunas de cuyas obras han sido estudiadas por Juan Marichal como ensayísticas en cuanto son “espejo de su tiempo”) y Gracián.
5. EL ENSAYO EN EL SIGLO XVIII
Como recuerda Pedro Aullón de Haro, el siglo XVIII supone, especialmente en comparación con la centuria anterior, el desplazamiento de los géneros literarios más propiamente artísticos a un segundo plano y un importante desarrollo de otros tipos de discursos de prosa crítica y didáctica. Aunque, según hemos visto, las raíces del ensayismo son muy antiguas en el mundo hispánico, es el siglo XVIII cuando se echan las bases del lenguaje crítico moderno y, por consiguiente, de la diversidad tipológica del ensayo. El caso es que en este siglo se produce un evidente proceso de modernización de la prosa, cuyas consecuencias llegarán a nuestra época.
En el siglo XVIII se procede, en primer lugar, a una reordenación de las distintas modalidades de la prosa no artística. El comienzo del proceso de desaparición de la escolástica es un fenómeno de siglo, así como el paulatino abandono del latín como medio de transmisión de la cultura científica, filosófica y religiosa. Nace también una nueva actitud ante la lengua, caracterizada por la búsqueda de la claridad y de la precisión antes que por el culturalismo. La escritura didáctica, crítica, satírica y utilitarista ocupan un lugar preeminente en la época. Aparece una prosa más ligera y rigurosa en el léxico y en la frase. No deja de tener importancia la regulación normativa que empieza a desarrollar la Real Academia Española, especialmente con el Diccionario de Autoridades. En fin, todo un conjunto de factores que contribuyó de forma decisiva a la formación definitiva del ensayo en las letras españolas.
A ello hay que añadir la influencia de ciertos géneros y modalidades de escritura que tuvieron un importante desarrollo en el siglo XVIII. Piénsese en los textos costumbristas, las utopías, el proyectismo o los libros de viajes, en la autobiografía, en el auge de géneros como los diarios y las epístolas (cuyo ejemplo máximo son las Cartas marruecas), en el informe, la memoria y el discurso, además de las modalidades de la sátira y la creación del artístico periodístico y, finalmente, en la continua presencia de elementos morales y reflexivos en la propia prosa novelística, que tiene como resultado una evidente aproximación entre el discurso de ficción y el discurso ideológico.
En general, se pude decir que durante el siglo XVIII la prosa española alcanzó una calidad muy apreciable, en contra de lo que en muchas ocasiones se ha pensado. Una mirada independiente a la época arroja un buen resultado desde el punto de vista de la prosa de pensamiento. Si bien las grandes creaciones culturales se produjeron fuera de España, incluso en esta parcela no hay que olvidar a figuras de tanto relieve como Hervás, Sarmiento, Mayans, Luzán, Juan Andrés, Jovellanos, Antonio Palomino o Antonio Eximeno.
o Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764): Las dos obras fundamentales de Feijoo, Teatro crítico y Las cartas eruditas, son la muestra más insigne del ensayo del siglo XVIII. Feijoo es un reformista gallego de ideología erasmista, predecesor de Larra y de la Generación del 98, lo que queda perfectamente reflejado en su frase “el descuido de España me duele”. Toda la obra de Feijoo, muy dilatada en el tiempo (desde Teatro crítico universal, de 1726, a las Cartas eruditas y curiosas, de 1760), se centra en la duda y en la negación del principio de autoridad en la ciencia, por lo que se manifiesta también como prototipo del ilustrado español, ardiente defensor de la consigna atrévete a saber. En la tradicional polémica literaria, fue defensor del poeta inspirado, con genio, frente al poeta del arte, seguidor de los preceptos, por lo que ataca a Luzán en ensayos como La razón del gusto o El no sé qué.
Insiste en señalar el retraso cultural del país y la apatía del pueblo por escapar de la ignorancia, indicando que, mientras que en el extranjero prospera la ciencia experimental, en las universidades españolas se discute todavía sobre la naturaleza del ente.
Sus conocimientos fueron muchos, pero no de tipo enciclopedista, lo que lo llevó a criticar a pensadores como Rousseau y a Voltaire, mientras que se inspiraba en Vives, Bacon, Malebranche y Descartes. Al igual que la mayor parte de los ilustrados, no encuentra incompatibilidad entre ciencia y teología y, por consiguiente, sus críticas no cruzan la frontera de la religión ni de la fe.
De su estilo siempre se ha dicho que era pésimo, llegando a decir el padre Lista que a Feijoo habría que alzarle una estatua por sus ideas y, a su pie, quemar todas sus obras por el estilo. Su lenguaje está plagado de galicismos, de lo cual era consciente, hace un claro abuso de los conceptos abstractos terminados en –ad (“graciosidad, tenuidad”), de los latinismos, de los ponderativos y, particularmente, de los superlativos en –ísimo. Además, exhibe una preferencia por la frase disyuntiva. En las obras, feijonianas, se encuentra una gran variedad temática, un fuerte espíritu crítico y un objeto pedagógico.
La postura suya de combatir al vulgo tiene, además, significación literaria en sí misma. Aparte de los efectos prácticos de sus prédicas, lo que Feijoo logra es inventare a sí mismo. Como Guevara, Montaigne y más tarde Azorín, Feijoo crea un personaje literario único, se crea a sí mismo, fray Benito, el “desengañador de las Españas”.
Fray Benito Jerónimo Feijoo ha sido considerado como uno de los iniciadores del ensayo en España. Por su temática y por su propósito de combatir el atraso cultural de España, se ha dicho con frecuencia que la obra de Feijoo es precursora del ensayismo hispánico desarrollado por la generación del 98. Pedro Aullón resume así el significado de fray Benito en el proceso de formación del ensayo español: “La realización prosística feijoniana, entendida como categoría, ha de incluirse, pues, entre la serie de factores que decisivamente contribuyeron a la construcción de los modernos lenguajes ensayísticos, sustancialmente mediante la relación mimética y moralizadora discurso/ensayo, que habría de generalizarse cada vez más desde principios de siglo”.
o Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811): Junto con Feijoo, comparte la cumbre intelectual y del ensayo en el XVIII. Lo que le define es la contradicción y la diversidad de interpretación. Concibe la problemática española como una cuestión cultural, solamente abordable mediante la reforma educativa vista desde la perspectiva de que ésta no debe ser el privilegio de una minoría, por lo que el tema pedagógico es constante en sus escritos.
En su obra Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y las diversiones pública y sobre su origen en España intenta hacer comprender al gobierno que las diversiones públicas guardan relación con el bien general y que, por ello, no deben ser dejadas al albedrío de los particulares o ser reguladas por reglamentos arbitrarios.
En otra serie de memorias, Jovellanos ilustra al gobierno sobre el estado lamentable del agro español que solamente podrá alcanzar solución mediante la instrucción de los propietarios y de los trabajadores agrícolas (enseñar a leer, escribir y contar), para que se corrija la larga serie de errores que mantienen las técnicas empleadas en el campo. Además de ello, denuncia que la situación se agrava por la falta de riego, de comunicaciones terrestres y fluviales y de puertos comerciales. Estos obstáculos solamente podrán ser eliminados mediante la obtención de medios técnicos y financieros procedentes del erario público y de los fondos provinciales y concejiles afectados. De entre éstas, se considera la mejor obra de Jovellanos, al tiempo que la más completa, ya que recoge aspectos económicos, pedagógicos y políticos, el Informe de la Sociedad Económica de Madrid al Real y Supremo Consejo de Castilla en el expediente de Ley Agraria, en el que intenta aplicar los principios económicos vigentes en Europa, el mercantilismo. Esta obra alcanzó un gran éxito, fue traducida y difundida por toda Europa, y su influencia pervivió hasta bien entrado el siglo XVIII, toda vez que está escrita con un lenguaje literario de belleza, elocuencia y riqueza de estilo.
En cambio, los escritos de tipo político son insignificantes, culminando su esfuerzo en esta vertiente de su obra con su Memoria en defensa de la Junta Central, en la que defiende la monarquía absoluta, siempre que el despotismo ilustrado de sus reyes sea capaz de regenerar el país, a través de reformas culturales y socioeconómicas pertinentes, y de limitar el poder de la Iglesia, enemiga siempre de toda innovación.
Para Menéndez Pelayo, Jovellanos ha sido el alma más hermosa de la España moderna, por su amplitud de miras, dominio de diversidad de temas, afán conciliador y ánimo comprometido en su función pedagógica-progresista.
6. EL ENSAYO EN EL SIGLO XIX
o Larra y el artículo crítico: Larra es el creador de una extraordinaria obra periodística que por sí sola le brinda un lugar de primer orden en la historia literaria y del pensamiento polémico decimonónico. Se implica con fuerza en la actualidad cultural y sociopolítica española desde una postura de compromiso progresista y conflictividad crítica procedente de la ideología de la Ilustración.
Literariamente, no adoptó en sus artículos un punto de vista romántico, permaneció en una fórmula de equidistancia conceptual. Sin embargo, su radicalidad ideológica se asemeja ostensiblemente a la crisis del yo característicamente afincada en el poeta romántico. Larra es en la lengua española modelador definitivo del género del artículo crítico y ensayístico de extensión breve. Las series publicadas como El duende satírico del día (1828) y El pobrecito hablador (1832-1833) le permitieron ensayar su instrumento prosístico y su intencionalidad crítica. Su obra puede agruparse en dos grandes bloques temáticos:
1. Crítica política, social y de costumbres.
2. Crítica literaria y artística.
La producción de Larra está íntimamente condicionada por la existencia de la censura oficial, de la cual sólo escapa durante los años 1820-1823 del Trienio Liberal. Larra sostuvo una pugna constante con los mecanismos represivos, lo que supuso un acicate para la acritud de su estilo. Sin duda es Larra quien más ha alimentado el tema sociopolítico de las dos Españas, aun pese a su cierta y declarada independencia política.
- Ensayistas conservadores: Balmes y Donoso Cortés.
· Jaime Balmes comienza a publicar sus escritos una vez desaparecido Larra y es, en cierto sentido, la contrapartida de éste. Su importancia estriba en ser el principal constructor de la filosofía neoescolástica. Su obra sociopolítica (Escritos políticos) representa el pensamiento político católico moderado. En cuanto a su vertiente filosófica se divide en dos grupos: uno formado por libros de acento europeísta con los que pretende incorporar una serie de argumentos de actualidad del pensamiento de la época, entre ellos destaca Filosofía fundamental (1846); otro segundo grupo lo forman libros de carácter divulgativo, con un carácter fundamentalmente católico. Ante ello se deduce una clara intencionalidad didáctico-adoctrinadora, destinada a ocuparse de un tipo de lector medio ajeno a la complejidad teórica.
· Modelador de un estilo de escritura ponderad y doctrinal es Juan Donoso Cortés. Su pensamiento fue virando al paso de los años desde el liberalismo radical hasta el extremado catolicismo reaccionario y antidemocrático. Su obra más importante es Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (1851). Donoso representa en la historia del ensayo una de las piezas claves del más fuerte reaccionarismo tradicionalista decimonónico.
o El Krausismo: El krausismo es la única gran escuela filosófica española del siglo XIX, pese a la diversidad de talante intelectual de quienes en ella se integraron. El krausismo español fue más que una filosofía, fue todo un estilo de vida, sirviéndose de la razón como brújula para explorarla. El krausismo no tiene más límites que la idea y el sentimiento liberal de la tolerancia como base de la convivencia.
Su introductor en España fue Julián Sanz del Río (1814-1869). Lo fundamental de su obra lo forman tres libros que son exposición y traducción de la doctrina de Krause con comentarios añadidos. De entre ellos destaca el Ideal de la Humanidad para la vida (1860). Difunden una corriente de pensamiento basada en un estoicismo, con una ideología reformista y humanitaria.
Esta corriente filosófica encontró adeptos ilustres en España, pero sin que dejaran una obra ensayística de buena calidad, hasta llegar a la figura de Francisco Giner de los Ríos. Fundador de la Institución Libre de Enseñanza, promueve el desenvolvimiento de la actividad sociopolítica y cultural, basado en la formación de minorías científicas e intelectuales que sólo sería capaz de derruir la guerra del 36. El extenso volumen de sus obras se dirige básicamente a dos materias: la Pedagogía y la Teoría del Derecho. Una de sus preocupaciones fundamentales fue la llamada cuestión universitaria en la que adoptó un fundamento pedagógico encaminado a reformar la sociedad mediante la educación individual de la persona desde su infancia. La reforma de la educación era para él una urgencia de la reforma política del país, de modo que se convierte en el primer regeneracionista.
o Los regeneracionistas: Joaquín Costa y Ángel Ganivet: Joaquín Costa y Ángel Ganivet definen intelectualmente lo más específico y sobresaliente del llamado Regeneracionismo español de fines del siglo XIX y principio del XX. Este movimiento cultural se prolongará durante un tiempo, dado que dio pauta a un estado de ideas apoyado socialmente en sectores de clase media burguesa, por medio de nuevas expectativas sociopolíticas originadas en el estado de cosas de la época de la Restauración y la actitud política que habrían de sustentar los hombres del 98. El Regeneracionismo supone una crítica del sistema salido de la Restauración.
La obra de Costa (1844-1951) está compuesta por multitud de artículos periodísticos de distinta naturaleza y una cuarentena de libros publicados, donde trata cualquier tema de actualidad, centrándose, sobre todo en el terreno de lo jurídico.
Por su parte, la obra de Ganivet (1865-1898) es más reducida y se reparte entre los géneros del ensayo y la narración de constitución híbrida. Su trabajo más importante es el Idearium español (1897), donde está la vertiente pragmática del espíritu regeneracionista.
7. EL SIGLO XX
o La generación del 98: Durante el primer tercio del siglo XX (inicios de lo que se ha venido llamando Edad de Plata) el ensayo español conoce un extraordinario esplendor. España cuenta con una nómina de ensayistas de primer orden. La prosa va adquiriendo un tono ajustado y funcional, sin renunciar nunca a la belleza formal mediante el uso de un lenguaje con abundantes metáforas y con el rescate de viejos vocablos castellanos olvidados.
– Los escritores del 98 en su vertiente ensayística: Dentro de la nómina de los escritores que formaron la Generación del 98 destacan algunos por su labor ensayística, además de por sus aciertos estéticos. Los más excelsos pensadores teóricos del grupo fueron: Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja y Azorín.
· Siguiendo la estela de Costa y Ganivet, Miguel de Unamuno ostenta una posición basada en una actitud intelectualmente beligerante de rasgos castellanistas y antiprogresistas, acompañada de una proclividad al conflicto entre hombre/fe. De entre sus ensayos podemos destacar En torno al casticismo (1895-1916), que se inserta en la actitud ganivetiana del tema de España. Por otra parte observamos que hay posición de antiprogresismo en Soliloquios y conversaciones (1911), así como reflexión de raíz católica y sobre la cuestión de la inmortalidad en el más importante de sus ensayos Del sentimiento trágico de la vida (1913). Como cultivador del ensayo se ha considerado a Unamuno emparentado con un tipo de literatura confesional que ya cultivara Rousseau y Amiel.
· Ramiro de Maeztu (1875-1936) es el escritor del 98 que más extremadamente describe la trayectoria ideológica predominante en los miembros del grupo, ya que a partir de unos principios anarquistas llegó a alcanzar una postura reaccionaria. Lo principal de su trabajo ensayístico está recogido en Hacia otra España (1899), Don Quijote, Don Juan y Celestina (1926) y Defensa de la hispanidad (1934).
· Puede afirmarse, sin paliativos, que la Generación del 98 lleva término la configuración del moderno ensayo español, que culminará en Ortega y Gasset. A los del 98 corresponde el mérito de haber forjado una expresión prosística que, alejándose de la retórica decimonónica, sus hábitos oratorios y elevada altura tonal, puso a punto el aparato de lenguaje capaz de satisfacer las necesidades expresivas, propias del mundo contemporáneo. Así se comprueba en el lenguaje de cualquiera de ellos, en los artículos de Pío Baroja, por ejemplo, se muestra como constructor de una prosa desenvuelta y clara, que discurre entre lo memorial reflexivo, la actualidad, lo anecdótico y la argumentación ensayística.
· Azorín en El alma castellana (1900), España (1909), Castilla (1912) escribe textos de estilizada y minuciosa descripción, de mayor sesgo poético que los de Baroja.
– El 98 y la crítica literaria en forma de ensayo: De manera más o menos híbrida, personalista y específica, todos los hombres del 98 ejercieron la crítica literaria, sobre todo a través del artículo breve. Miguel de Unamuno escribió muchas páginas acerca de temas literarios, con especial relevancia del texto Cómo se hace una novela. También Pío Baroja usó la fórmula del ensayo aunque de forma mucho menos convencional en obras como El escritor según él y según los críticos, La intuición y el estilo. Azorín fue desde joven un atento estudioso de la literatura y por ello prolífico crítico: La crítica literaria en España, La evolución de la crítica, Clásicos y modernos. Respecto a la labor ensayística crítica y teórica de Antonio Machado debemos lamentar su fragmentarismo, ya que sus opiniones se encuentran dispersas entre los textos de los apócrifos Juan de Mairena, Abel Martín y los apuntes recogidos en Los Complementarios.
– Menéndez Pidal y la escuela filológica española: Ramón Menéndez Pidal inicia la construcción de los estudios españoles de lingüística histórica en sentido científico moderno. Sus análisis textuales diacrónicos e histórico-filológicos constituyen de manera indiscutida la más sólida base y patrimonio de la Filología Hispánica. La obra de Pidal tiene varias vertientes, una puramente lingüística (Manual de Gramática histórica española, Orígenes del español), otra de exhumación y reconstrucción textual (ediciones de poesía hispánica primitiva, como la del Poema de Mio Cid) y una tercera histórico cultural (Poesía juglaresca y juglares, La España del Cid, etc). Sus seguidores son los grandes popes de nuestros estudios filológicos: Joan Corominas, Tomás Navarro, Rafael Lapesa.
o El ensayo en el novecentismo
– Ortega y el grupo de Madrid: Nadie discute el papel de Ortega y Gasset en la construcción formal cimera del ensayo como género en nuestra lengua. La mayoría de sus textos son ensayos filosóficos: Meditaciones del Quijote (1914), España invertebrada (1921), La rebelión de las masas (1930). Un tipo especial de artículo ensayístico de Ortega es el contenido en los ocho volúmenes que recibieron el título de El espectador, editado entre 1916 y 1934. Además de diversos textos dedicados a pensadores, pintores y escritores, Ortega escribió algunos trabajos de crítica literaria, como La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela e Idea sobre el teatro.
Se suele decir que a partir de Ortega puede hablarse de la constitución de una escuela de Madrid. Se trata de un grupo de filósofos, narradores, ensayistas que mantuvieron con Ortega un tipo de vinculación intelectual. Entre éstos son destacables Fernando Vela, José L. Aranguren, Antonio Espina y Pedro Laín.
– Eugenio D´Ors y el grupo de Barcelona: Paralelamente a la labor renovadora del ensayo y del pensamiento filosófico en Madrid, que lleva a cabo Ortega, en Barcelona y bajo la estela de Eugenio D´Ors surge otro nutrido grupo de pensadores. D´Ors puede agruparse en dos vertientes: una filosófica y otra de teoría del arte. Entre sus trabajos destaca Grandeza y servidumbre de la inteligencia (1919), Estilos del pensar (1944), Tres horas en el Museo del Prado (1922) y La ciencia de la cultura (1963). Los seguidores de D´Ors más destacables son Joaquín Xirau, Francisco de P. Mirabent y Roberto Saumells.
o Los poetas críticos. La generación del 27 y el ensayo.
Entre los del 27, precisamente por la profesionalización filológica de muchos de ellos llegó a crearse un corpus crítico de consideración.
Dámaso Alonso fue, además de poeta, uno de los más grandes filólogos españoles del siglo XX. Su producción crítica ocupa nueve de los diez tomos que componen sus obras completas. Sus estudios históricos-filosóficos muestran la influencia de su maestro Ramón Menéndez Pidal. Como crítico literario se inclinó por la estética idealista de Benedetto Croce. Son fundamentales para la historiografía literaria y para la crítica sus análisis de la obra de Góngora (La lengua poética de Góngora) y San Juan de la Cruz (La poesía de San Juan de la Cruz). En Poesía española. Ensayos de métodos y límites estilísticos (1952) hallamos profundísimos y todavía no superados análisis sobre los principales escritores españoles del Siglo de Oro. De su inmensa obra destacamos Poetas españoles contemporáneos (1952), De los siglos oscuros al de Oro (1958), Góngora y el “Polifemo” (1960) y En torno a Lope (1972).
Pedro Salinas es autor de una nutrida lista de publicaciones sobre clásicos y modernos. En su obra hay que destacar en primer lugar su labor como estudioso de la lengua y la literatura española. Muestras de ello son las monografías sobre Jorge Manrique (Jorge Manrique, o tradición y originalidad, 1947) y Ruben Darío (Ruben Darío, 1948); ensayos de asuntos variados como el de “Aprecio y defensa del lenguaje”; así como las ediciones de clásicos y versiones modernizadas, la del Poema del Cid entre ellas. Citemos, por último, los admirables ensayos incluidos en La literatura española del siglo XX.
En muy pocos poetas se ha dado una compenetración tan clara y continua entre actividad lírica y análisis crítico como en Luis Cernuda. Sus obras más importantes son Estudios sobre poesía española contemporánea (1955), Pensamiento poético en la lírica inglesa (siglo XIX) (1958), Crítica, ensayos y evocaciones (1960) y Poesía y literatura (I, 1960; II, 1964). Insistió mucho el poeta sevillano en reivindicar valores literarios ajenos al aplauso de la mayoría. Se convierte por eso Cernuda, en algunos de sus ensayos, en el precursor de una recuperación de escritores olvidados como Francisco de Aldana o Andrés Fernández de Andrada.
o La generación del 36. Terminada la guerra civil con la victoria del bando franquista, el país se enfrenta a un panorama profundamente amargo del que tardará varias décadas en recuperarse. Desde todos los puntos de vista (el político, el literario, el artístico en general, el pensamiento) existe, sin duda, un antes y después de 1936.
La brillante trayectoria del ensayo español desde principios de siglo fue alterada irremediablemente por la guerra civil debido a los tres factores: la muerte o el exilio de eminentes filósofos, científicos, sociólogos e investigadores; porque la guerra en sí misma produjo reflexiones, estudios y ensayos; y la existencia de una férrea censura. José Luis Abellán ha calificado de “páramo intelectual” al ambiente de aquellos años.
Entre los ensayistas y pensadores más importantes de este grupo destacaremos a Xavier Zubiri, María Zambrano, Francisco Ayala, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Dionisio Ridruejo, Julián Marías y Julio Caro Baroja.
o La Generación de los años 50. De igual modo que en la novela o en la poesía se habla de la generación del medio siglo, este momento histórico marca un cambio en la evolución de nuestro ensayo que se hace marcadamente ideológico, esto también se gestó gracias a la influencia del momento difícil políticamente que vivía España.
A partir de 1956 empieza a producirse un cambio de pensamiento en las nuevas generaciones, cuyas características generales quizá sean las de un nivel de especialización cada vez mayor, y de una atención preferente a las ciencias sociales como instrumento de investigación y de interpretación.
Estos autores, progresistas, formados ideológicamente bajo la estela de Marx y de Sartre son, entre otros, Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo, Juan Marichal o Rafael Sánchez Ferlosio.
o Los últimos pensadores: En los últimos años del siglo XX han convivido autores de las generaciones anteriores como Francisco Ayala, Pedro Laín Entralgo o Julián Marías con los de la década del cincuenta como Castillo del Pino o García Calvo. Con la recuperación de la democracia en España se asientan y surgen nuevos nombres que cultivan el ensayo. Se puede afirmar, en cualquier caso, que el ensayo español actual es perfectamente homologable al de los países más importantes de Europa.
En filosofía destacaremos a Eugenio Trías, Xavier Rubert de Ventós, Antonio Escohotado, Vidal Peña, Fernando Savater, etc. En los estudios literarios citaremos a José-Carlos Mainer, Antonio García Berrio, Francisco Rico, Santos Sanz Villanueva, José María Díez Borque, etc. Historiadores del pensamiento o sociólogos son Ramón Tamales y Amando de Miguel, Antonio Elorza, José Luis Abellán, etc.
8. CONCLUSIÓN
Las formas originarias del ensayo se remontan a la Antigüedad grecolatina y suelen asociarse con el género del diálogo. Los antecedentes hispánicos que se anuncian las características que tendrá en el siglo XVI el ensayo de Montaigne los han situado algunos historiadores en el siglo XV castellano, en el contexto del deseo del grupo de los conversos de acceder a nueva forma de sociabilidad a través de la cultura. El siglo XVI, que renueva el diálogo, será otro hito importantísimo en la creación del ensayo en España. Pero no es hasta el siglo XVIII, con la señera figura de Feijoo cuando se inaugura el género de nuestro país, y desde entonces ha dado, sin lugar a dudas, notables ejemplos de la capacidad de las letras españolas para competir, en el plano de la escritura y en el de las ideas, con los países más sobresalientes de Europa.