Tema 67 – La narrativa hispanoamericana en el siglo XX

Tema 67 – La narrativa hispanoamericana en el siglo XX

1. INTRODUCCION.

Trazar el panorama de la novela en Hispanoamérica a lo largo de un siglo, sin que ello suponga la mera enumeración de una serie de autores y obras, es tarea ardua, por cuanto durante el siglo XX la novelística hispanoamericana ha conocido el mayor esplendor al tiempo que ha traspasado sus propias fronteras y se ha convertido, especialmente a partir de los años 50, en referente obligado de tema y formas para la novelística en lengua castellana. Por otra parte, el hecho de que Europa haya “descubierto” esta novela en el siglo XX, sobre todo a partir de la mitad de siglo, no debe hacernos perder la perspectiva de que ya había dado importantes pasos en el siglo XIX, y que estos pasos serán los que permitan el desarrollo, en ocasiones impactante, en la centuria posterior. De acuerdo con esto, y aunque como mero hecho introductoria, conviene no olvidar autores y obras decimonónicas como Fernández Lizardi (El periquillo Sarniento), Jorge Isaacs (María), Juan León Mera (Cumandá), Eugenio Camabceres (Sin rumbo) o el ensayo Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, y el cuento El matadero, de Esteban Echeverría.

Así pues, teniendo en cuenta estos hechos, en las páginas siguientes vamos a trazar el panorama de la narrativa hispanoamericana durante el siglo XX intentando representar grandes corrientes y no centrarnos en la explicación de autores, aunque no podremos renunciar a la mención de, al menos, los más representativos, pues la literatura hispanoamericana del siglo pasado posee grandes individualidades.

2. LOS PRIMEROS AÑOS. LA NARRATIVA HASTA 1940.

2.1. EN BUSCA DE LA IDENTIDAD: LA NOVELA DE LA TIERRA.

En la primera década del siglo XX los novelistas cobran conciencia del peculiar entorno geográfico que les circunda, así como de la fuerte relación del medio natural con sus habitantes. Además, surge una fuerte reacción de rechazo frente al exotismo modernista y el afán cosmopolita del movimiento. De esta manera, emprender la enjundiosa labor de análisis de los mitos nacionales, planteando a su vez, la lucha del hombre con el medio. La pampa argentina, la llanura venezolana o la selva colombiana tienen sus propios cronistas. Con estos presupuestos como telón de fondo nace la novela regionalista. Ésta, además cobra un auge furibundo, debido a la conjunción de varios factores, entre los cuales caben destacar la guerra de 1914, que hace perder la fe en la estabilidad europea y, por tanto, en la vigencia de sus modelos estéticos y filosóficos; el temor de la amenaza de colonización de los Estados Unidos, por lo que la reivindicación de los valores patrios se convierte en una forma de lucha contra los ideales del presunto invasor; la formación y el desarrollo de las clases medias, con su necesidad de autodefinición; el nacimiento de la clase obrera y su necesidad de reivindicar la tierra, etc.

La trilogía representativa de esta novela de la tierra la componen:

a) La Vorágine (1924) del colombiano José Eustasio Rivera.

b) Don Segundo Sombra (1926) del argentino Ricardo Güiraldes.

c) Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo Gallegos.

La Vorágine es, sin duda, la novela más emblemática de esta corriente novelística, donde no sólo se muestra el poder de la selva sobre el hombre, sino que además la selva se convierte en una metáfora del mundo: espacio maldito, trampa cruel para el hombre que se ve arrastrado a abandonar sus iniciales reductos de ilusiones, su territorio sagrado. La obra rompe totalmente con el concepto europeo romántico de la naturaleza en Hispanoamérica.

Don Segundo Sombra es el mejor ejemplo de lo que la crítica ha llamado la novela gauchesca. Se trata de una novela poemática, estructurada según los cánones de la novela picaresca, en la que Güiraldes describe la vida de Fabio Cáceres, un huérfano ilegítimo que se cría y educa a la sombra de un gaucho, Segundo Sombra, en los valores del estoicismo, el honor y la vida libre. El relato discurre entre diversas escenas costumbristas. El gaucho representa esa pampa en retroceso, ese país que abandona sus orígenes para adentrarse en el progreso, simbolizado en la emigración de Fabio a Europa.

Doña Bárbara y su mundo representan toda la barbarie que acabará siendo arrasado por la civilización representada por Luzardo, todo ello ambientado en los llanos venezolanos en los que caben la belleza y la tragedia y que acaban siendo los elementos impulsores de la rebeldía frente a la tiranía y a la opresión.

2.2. EN DEFENSA DE LOS OPRIMIDOS: LA NOVELA INDIGENISTA.

La crítica denomina novela indigenista a aquella que se aleja de la visión exótica del indígena y retrata sus modos de vida tal y como son, en sus particulares y paupérrimas condiciones vitales. Se trata de una novela con fuertes influjos de la antropología, la etnografía y con marcadamente carácter reivindicativo, sin caer en el tono panfletario y demagógico. Como es obvio, este tipo de literatura surge en los países con población indígena importante tales como Venezuela, Perú, México, etc.

Se suele distinguir entre tres modos de plasmación del indígena en la literatura:

· Indianismo: Se trata de los primeros testimonios, que datan del siglo XIX, como Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner, donde la visión del indígena está muy idealizada y no responde a la realidad.

· Indigenismo: La literatura presta su voz a los indígenas como vehículo de denuncia de los oprimidos. El carácter de protesta solapa, en algunos casos el valor literario. Su máximo exponente es el ecuatoriano Jorge Icaza con su novela Huasipungo de 1934.

· Neoindigenismo: Supone el logro literario de esta corriente, pues si bien no pierde su carácter reivindicativo no descuida los elementos estéticos, elaborando verdaderas obras maestras. Dos son los máximos exponentes de esta corriente: José Mª Arguedas con su obra Los ríos profundos de 1958 y Rosario Castellanos con Oficio de tinieblas de 1962. En ellas la visión del indio es real no está deformada y son novelas con trama argumental completa y personajes redondos, escapando así del esquematismo maniqueo que muestran las otras corrientes.

Otros autores importantes dentro de estas corrientes son Alcide Arguedas (Raza de bronce, 1919), Ciro Alegría (El mundo es ancho y ajeno, 1941) y el propio Alejo Carpentier en su primera novela Ecué-Yamba-o (1933).

2.3. LA NOVELA DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

La Revolución mexicana, iniciada en 1910 con el derrocamiento del dictador Porfirio Díaz, supone uno de los acontecimientos esenciales de la historia de Hispanoamérica. La Revolución supondrá la aparición torrencial de novelas, pero a ello contribuirá de manera esencial, como señala el profesor Sáinz de Medrano, el espíritu crítico de los novelistas frente al hecho revolucionario y sus contradicciones e incumplimientos, de manera que las indagaciones sobre la revolución se convierten en inquisiciones sobre la propia identidad y el destino cultural.

Esta novela presenta las siguientes características esenciales:

– Tratamiento épico de los personajes y temas.

– Coexistencia de realismo y romanticismo.

– Combinación, en el lenguaje, del realismo y el modernismo.

– Estructura lineal.

– Presencia del tema político, y como consecuencia, el social.

Mariano Azuela escribe la gran novela de la revolución Los de debajo de 1915. En ella se narra la ascensión de un campesino que llega a general gracias al proceso revolucionario. Los personajes de Azuela son todos arquetípicos, sin embargo, gozan de profundidad psicológica. El tiempo narrativo aparece íntimamente relacionado a los procesos históricos, aunque ofrece un cierto aire determinista. Novela de profundo acento épico, es una novela cerrada, casi teleológica.

De forma general, las novelas de la Revolución mexicana están escritas con marcado acento testimonial, muchas veces en formato de biografía de un personaje que trasciende las clases sociales en virtud de los avances revolucionarios, casi a modo de novela picaresca. Esta es la forma de El águila y la serpiente (1928) de Martín Luis Guzmán, en la que van sucediéndose estampas de la Revolución en ocasiones con más espíritu periodístico que novelístico.

Otra perspectiva de la revolución, enfocada esta vez como un estallido que de repente turba el transcurrir de la vida cotidiana, aparece en Desbandada de José Rubén Romero.

Si hasta aquí los títulos se centras en las figuras y hechos capitales de la Revolución, es importante reseñar la existencia de novelas en las que la Revolución es vista desde detalles concretos. Así, la “guerra de los cristeros”, con su encarnizamiento en uno y otro bando, es presentada por Fernando Robles en La Virgen de los cristeros (1934), Niños y adolescentes en la Revolución aparecen en Cartucho (1931), de Nellie Campobello, o en Ulises criollo (1935), de José Vasconcelos.

A partir de Juan Rulfo, el tema revolucionario entra en la narrativa contemporánea, en la que destaca Agustín Yánez y su Al filo del agua (1947), donde analiza una, sino la única, causa del fracaso de la Revolución: la mentalidad anclada en un pasado intocable.

La temática de la revolución supera las intenciones de los cronistas y los actores. En torno a ella se han producido numerosos intentos narrativos que, en su conjunto, constituyen una indagación sobre la esencia y significado del México moderno. Los narradores durante treinta años intentan descifrar el significado y las consecuencias de unos hechos históricos que, al tiempo que se producía la revolución rusa, hicieron que los ojos del mundo del arte y de las letras vieran en México otro ejemplo revolucionario con características propias.

3. LA RENOVACIÓN NARRATIVA (1940-1960)

La narrativa hispanoamericana entra en crisis después de la etapa fecunda del regionalismo, del realismo y de la protesta. Se trata de una crisis saludable de renovación, confirmada por repentinos silencios pero, sobre todo, por momentos de reflexión y posterior encuentro de nuevos caminos, sin olvidar la aparición de nuevos escritores. De esta crisis surgirá un impulso benéfico, un florecimiento de obras que caracterizarán un momento tal vez irrepetible para las letras americanas. (G. Bellini)

En este proceso de renovación debemos aludir a algunos de los factores del cambio:

– El influjo del surrealismo

– El peso de los renovadores europeos, como Proust, Kafka, Joyce o Faulkner.

– La presencia de los autores exiliados españoles en América.

– Le influencia de las teorías filosóficas de superación del racionalismo y el existencialismo tradicional (Heidegger, Sastre, etc.)

El cambio operado en la novela a partir de los años 40 puede esquematizarse en los siguientes rasgos característicos:

– Progresivo abandono de los espacios geográficos rurales y naturales e irrupción del paisaje urbano.

– Indagación sobre los mitos y esencias mágicas de América.

– Presencia de estados oníricos y del subconsciente.

– Retroceso del compromiso social localista o regionalista para ser sustituido por un compromiso más universal: un hombre contemporáneo en un mundo que le es hostil.

– Abandono de la estructura realista lineal e incorporación del tiempo fragmentado.

– Abundancia del monólogo interior como fórmula para indagar en la complejidad de los personajes.

– Renovación lingüística mediante el abandono del criollismo para dar cabida a algunas innovaciones de los vanguardismos (imágenes, metáforas, sinestesias, etc.).

En este contexto de profunda renovación surge lo que denominamos realismo mágico. El término fue acuñado por Franz Roh en 1925 para aludir a una corriente pictórica alemana que pretendía reaccionar frente al expresionismo mediante la captación de la esencia de la realidad a través de la fusión de lo real y lo mágico. En 1948, Arturo Uslar Pietri aplicó este término a la narrativa venezolana del momento, que reaccionaba frente al realismo de principios del siglo XX mediante la incorporación a la realidad de la dimensión mágica, de esa otra realidad que subyace más allá de la apariencia. En esta misma línea surge el concepto de lo real maravilloso, acuñado por Alejo Carpentier en su novela El reino de este mundo (1949), y que consistiría en captar lo que hay de maravilloso, de fantástico, en la propia realidad americana, de ahí que Carpentier concluya diciendo que “lo real maravilloso se encuentra a cada paso en la historia del continente”.

Ambos conceptos, por tanto no tendrían el mismo significado. Mientras que el realismo mágico incorpora lo maravilloso a la realidad, lo real maravilloso viene a buscar ese componente maravilloso dentro de la propia realidad.

En cualquier caso, ambas concepciones aparecen ligadas en los autores. Dentro de los muchos que participaron en la renovación narrativa de esta época, desarrollamos aquí la obra de los más relevantes.

clip_image001 Miguel Ángel Asturias y lo maravilloso. Nacido en Guatemala, es un escritor en el que se pueden apreciar dos tendencias: una mágica, en Leyendas de Guatemala, Hombres de maíz…; otra de confrontación con la vida industrial y sus sistemas de destrucción que podemos observar en su “trilogía bananera”.

Para este autor, el realismo mágico tiene como objetivo captar la condición del hombre y la esencia del mundo americano, de ahí que su gran tema novelístico sea la libertad, la dignidad del individuo ante el asalto continuo de las fuerzas del mal, lo que le lleva al compromiso. Tienen una gran preocupación por el lenguaje.

En 1930 aparece su primera obra Leyendas de Guatemala, una colección de textos poéticos sobre relatos populares mayas del periodo colonial. La máxima representación de su creación la constituye su primera novela, El señor Presidente (1946, aunque estaba terminada en 1932), con la que Asturias, teniendo como modelos más significativos, entre otros, Los Sueños de Quevedo y Tirano Banderas de Valle-Inclán, se adentra en el dramatismo de la dictadura americana, en concreto la de Estrada Cabrera, para hacer una denuncia despiadada no sólo de esta dictadura en concreto, sino de esta forma totalitaria de gobierno. Con una estructura mítica y claros influjos de las leyendas mayas, Asturias nos presenta la caricatura de una ciudad oprimida donde todo ha sido aniquilado por la dictadura, desde la familia a la vida social.

En 1949 publica Hombres de maíz, la gran novela del realismo mágico, con la que comienza la elegía al mundo feliz perdido. Partiendo del enfrentamiento indio/blanco, Asturias da cabida a todo un mundo de sugestiones y mitos que se entremezclan con la denuncia por la vejada condición del indio.

En su “trilogía bananera” antepone Asturias el deber político al propio quehacer literario. Pretende con estas tres novelas denunciar los abusos de una organización económica semicolonial e inspirar en las repúblicas centroamericanas un dinamismo revolucionario, una responsabilidad política y un entendimiento profundo de la democracia, esto es, poner de relieve las incongruencias del sistema político impuesto por los Estados Unidos y llevar al pueblo a la lucha. Podemos ver también en estas tres novelas la evolución del mito en Asturias. En Viento fuerte y El Papa Verde, el mito está representado por una conciencia de libertad, sustituida en Los ojos de los enterrados por la acción del pueblo.

clip_image001[1]Alejo Carpentier: La interpretación mágica de la historia. Considerado como el más genuino representante del realismo mágico, este autor cubano (1904-1980) inicia su producción novelística sumergiéndose en el mundo mágico del negro caribeño en Ecué-Yamba-O (1931), donde junto al elemento mítico que supone la búsqueda de las raíces espirituales hay una clara denuncia contra la situación de explotación extranjera que vive Cuba. En El Reino de este mundo (1949), Carpentier traslada el escenario a Haití y reconstruye la presencia colonial francesa en el siglo XIX y una revuelta de esclavos.

En 1953 aparece Los pasos perdidos, obra capital de lo real maravilloso, como la anterior, y en la que continúa con el proceso de indagación en la historia y las raíces.

A estas obras sigue una amplia producción en la que destacamos títulos como El Siglo de las Luces (1962), Concierto barroco (1974), La consagración de la Primavera (1978) y El arpa y la sombra (1979).

Algunas de sus características son la alteración de la realidad lógica (incluso en el ritmo narrativo), la revelación privilegiada de la realidad que no se circunscribe a las categorías de la lógica, perspectiva múltiple de las riquezas del mundo, la pervivencia de las cosmogonías indígenas y afroamericanas con la historiografía occidental y el mito es una categoría valida para explicar el mundo se integra en el relato sin parecer anacrónico porque apoya la identidad americana. Sus novelas no son exactamente históricas (la historia solo es un marco), aunque algunas de ellas supongan un esfuerzo de reconstrucción de una realidad del pasado, como por ejemplo la lucha de los esclavos negros por su emancipación.

4. LA NARRATIVA DEL BOOM

En la década de los años sesenta se produce el llamado “boom” de la narrativa hispanoamericana o, lo que es lo mismo, su definitiva internacionalización y reconocimiento mundial. El fenómeno del “boom” fue el resultado no sólo de una progresiva maduración de la importante narrativa que vamos esbozando, sino también de otros factores extraliterarios como el triunfo de la revolución cubana y el apoyo editorial de la institución “Casa de las Américas”, de la editorial catalana Seix-Barral y de otras editoriales europeas y estadounidenses.

Los autores vinculados al “boom” realizaron propuestas literarias muy variadas y heterogéneas, por lo que es difícil enumerar una serie de características comunes. No obstante comparten en mayor o menos medida los siguientes rasgos:

1. Preocupación por las estructuras narrativas, lo que determina un lector activo capaz de organizar la materia narrativa.

2. Desarrollo de la experimentación lingüística, cuya motivación principal es la búsqueda de una identidad cultural

3. Creación de un mundo de ficción propio de cada autor que lleva a la presencia de la creación literaria como tema.

4. Unificación de poesía y novela, o música y novela, en un afán de huir de la anécdota en la narración.

5. Gran manejo de las técnicas narrativas: ruptura de la línea argumental, cambios del punto de vista, dislocación de la secuencia temporal, combinación de las personas narrativas, uso de técnicas de contrapunto, empleo del monólogo interior, estilo indirecto libre, etc.

6. Variedad temática: se incrementa la preferencia por la novela urbana, nuevo tratamiento del ambiente rural, interés por motivos histórico-sociales de indagación nacional, exploración de la realidad próxima, crítica de la moral burguesa o de los comportamientos sociales y continúan los temas existenciales.

El número de autores es tan numeroso como sus propuestas narrativas. Sin embargo, hay una serie de escritores que tuvieron más presencia que otros y que son considerados los grandes narradores del “boom”. Son los siguientes:

clip_image001[2] José Luis Borges. Su interés por la literatura fantástica, la policíaca, la literatura anglosajona, germánica, las culturas semíticas, árabes, etc., hacen de su obra un crisol maravilloso donde confluyen todo tipo de influencias. El cuento es el género más cultivado por el argentino y su obra contribuye de forma importante a la renovación de este género. Elabora un mundo personal, con imágenes propias, plagado de símbolos. Sobre su literatura pesa la tradición de los maestros anglosajones desde Poe hasta Lovecraft, así como al de filósofos insignes como Spinoza o Leibniz. Se trata en suma de un escritor provisto de una extensa cultura y en el que juega un papel decisivo el peso de sus lecturas.

Aunque su primera colección de cuentos es Historia Universal de la infamia (1935), son las colecciones siguientes las que constituyen lo mejor de Borges en este apartado. En 1944 publica Ficciones, en la que las constantes alusiones a la historia, los razonamientos lógicos, las referencias a datos de cultura no son sino “pistas falsas” para enredar y despistar al lector en la maraña más profunda y misteriosa de los laberintos mágicos imaginados por Borges. En una línea similar están los cuentos incluidos en sus otros dos grandes libros, El Aleph (1949) y El Hacedor (1960), obra híbrida de prosa y poesía, e incluso en obras posteriores como El informe de Brodie (1970) o El libro de arena (1975).

clip_image001[3] José Lezama Lima. Podemos considerar sin miedo a equivocarnos al cubano José Lezama Lima como el padre de la cultura literaria de la isla a mitad de siglo. Fundador de revistas tan famosas como Orígenes, es el mecenas de las nuevas promociones de escritores cubanos y constituye junto a Carpentier la máxima representación de la narrativa de este siglo en la isla caribeña. Su obra está integrada por composiciones poéticas como Muerte de Narciso de 1937 o excepcionales piezas ensayísticas como Analecta del reloj. Pero la popularidad de Lezama viene gracias a la publicación de Paradiso de 1966, obra celebrada como una de las máximas manifestaciones de la nueva narrativa del continente.

clip_image002Juan Carlos Onetti. La primera novela de este autor uruguayo es de 1939, El pozo, y pasó desapercibida hasta su reedición veintiséis años después. La extensa producción de Onetti tiene como denominador común la presencia de gentes grises y desesperanzadas cuyas vidas suelen transcurrir en una ciudad paradigmática llamada Santa María, fruto de la imaginación del autor. Aun cuando su producción novelística corre a lo largo de los años 40 (Tierra de nadie, 1941) y 50 (La vida breve, 1950; Los adioses, 1954; Una tumba sin nombre, 1959) es en la década de los 60 cuando Onetti presenta lo más significativo de su producción narrativa con obras como La cara de la desgracia (1960) y El astillero (1961), a las que seguirán, Tan triste como ella (1963) y sobre todo, Juntacadáveres (1964).

clip_image002[1]Julio Cortázar. Este argentino nacido en Ginebra y que vivió gran parte de su vida en París es principalmente un autor de cuentos (Bestiario, 1951; Final de juego, 1956; Las armas secretas, 1959). En 1960 presenta su primera novela, Los premios, en la que presenta ya técnicas que serán recurrentes en su novelística, como la existencia de dos espacios contrapuestos, uno de ellos dominado por el misterio. En 1962 publica Historias de cronopios y de famas, un libre con múltiples interpretaciones donde el propio autor propone dos posibles lecturas, algo que reiterará en Rayuela (1963) y que nos da una idea de uno de los elementos esenciales de su novelística: ensayar nuevos caminos expresivos con el fin de llegar a un relato en el que no existan ninguno de los cánones tradicionales narrar. Rayuela es, sin lugar a dudas, su mayor creación. Toda la obra es una impugnación de la literatura, y en general del arte, en sus relaciones con la realidad. Esta novela rompe con todas las estructuras tradicionales del relato y propone la lectura como un juego en el que se va saltando de una parte a otra del libro. Esta obra es un ataque al dogmatismo que entronca, como señala Andrés Amorós, con la novela intelectual europea de Huxley, Mann, Hesse o Pérez de Ayala.

Todavía en esta época, Cortázar dio muestras de su capacidad creadora en Buenos Aires, Buenos Aires y 62, modelo para armar, ambas de 1968, así como una colección de cuentos, Todos los fuegos el fuego (1966) y un libro en tono ensayístico de difícil catalogación como es La vuelta al día en ochenta mundos (1967). De sus últimas novelas podemos destacar Último round (1969), cercano al género ensayístico, Alguien que anda por ahí (1977), Queremos tanto a Glenda (1980) y Diario de Andrés Fava (1995).

clip_image001[4] Gabriel García Márquez. (1928, colombiano) Es otro de los escritores hispanoamericanos galardonados con el Premio Nobel (1982).

Entre 1947 y 1952 escribió una serie de relatos que luego se publicaron con el título de Ojos de perro azul (1972). En ellos se aprecia la influencia de Faulkner y Kafka. Hay un tema omnipresente: la muerte.

La primera visión de Macondo, el pueblo imaginario inmortalizado por García Márquez, aparece en Isabel viendo llover en Macondo (cuento desgajado de La hojarasca, 1955). En este relato hay un diluvio de cinco días que reaparecerá en El coronel no tiene quien le escriba (1958). La visión física de Macondo nos muestra el gran contraste con la narrativa anterior: el desencantamiento del trópico (como aparecía en La vorágine). La hojarasca fue un fracaso editorial.

Mucho más lograda es la novela El coronel no tiene quien le escriba. Sus personajes están más humanizados: el coronel está a medio camino entre lo trágico, lo dramático y lo cómico. La realidad es angustiosa.

En 1962 publica varios cuentos en un volumen titulado Los funerales de la Mamá Grande. Lo real y lo imaginario se mezclan en Macondo.

La mala hora (1966) transcurre en once días. Surge un personaje opresor que se enriquece y que por primera vez no es extranjero ni de la aristocracia de la fundación: el alcalde.

Cien años de soledad (1967) es sin duda su obra más importante y conocida. Se trata de un intento de dar una nueva versión de la historia de América. Considerada con frecuencia como ejemplo paradigmático del “realismo mágico”, la obra corresponde a la historicidad más profunda americana: la utopía, la epopeya y el mito.

El otoño del patriarca (1975) sufrió infinidad de críticas, quizás por las expectativas sentadas por cien años de soledad. El mayor defecto de esta historia sobre la soledad y decadencia del poder es el uso desmesurado de la hipérbole.

Otras novelas más recientes son Crónica de una muerte anunciada (1981), prodigio de maestría técnica para mantener el suspense en el lector, cuando se le ha desvelado el desenlace desde la primera página; El amor en los tiempos del cólera (1985), exquisita novela amorosa; El general en su laberinto (1989), recreación del último viaje de Simón Bolívar, a través del río Magdalena, Del amor y otros demonios hay que destacar la perfecta caracterización de los personajes; Noticia de un secuestro (1966), está basada en un hecho real, de los que a diario ocurren en Colombia.

En 2003 publica el primer tomo de sus memorias: Vivir para contarla. Es una memoria novelada que ayuda a penetrar en la invención narrativa del pensamiento y el quehacer literario que durante mucho tiempo permaneció mudo. Su última novela, breve e intensa, es Memoria de mis putas tristes (2006)

clip_image002[2]Mario Vargas Llosa. Este autor peruano nacido en 1936 cultiva una prosa largamente trabajada y en la que se dan cita temas dispares. Realista en un principio, se hace con el tiempo más propensa al experimentalismo y a la problemática social. A ese comienzo realista pertenece su obra Los jefes (1959), conjunto de relatos cortos en los que los adolescentes están marcados por el espacio urbano en que se desenvuelven.

A esta obra sigue la que supondrá su lanzamiento como escritor, La ciudad y los perros (1962). Aquí volvemos a encontrarnos con elementos que serán recurrentes en su novela: la adolescencia y la ciudad. La obra supone una ácida crítica, con notas autobiográficas, a la educación en un colegio militar y a una sociedad llena de valores caducos. En 1966 publica La casa verde donde el autor da un paso más hacia la consecución de la novela total. Al año siguiente, volvemos a encontrarnos con el mundo adolescente en Los cachorros, novela corta en la que insiste sobre la influencia negativa de la ciudad en la configuración del ser humano. Finalmente, en 1969 publica una de sus grandes obras, Conversación en la catedral, donde se nos hace una descripción degradante de la ciudad de Lima al tiempo que una dura crítica de la corrupción política en la época de la dictadura de Ordía.

Posteriormente ha publicado libros como Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1977), La guerra del fin del mundo (1981), La fiesta del chivo (2000), El paraíso en la otra esquina (2003) y Travesuras de la niña mala (2006).

5. LA CONFIRMACIÓN DE LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA

A partir del “boom” de los 60 asistimos, como consecuencia indudable del mismo, a un auténtico aluvión de autores y de obras que confirman no sólo el buen estado de salud del género en general, sino que el llamado “boom” fue el momento que progresivamente se iría consolidando. De la amplia nómina de autores que surgen después del “boom” destacamos a Manuel Puig (Boquitas pintadas, 1970; El beso de la mujer araña, 1976); Alfredo Bryce Echenique (Un mundo para Julius, 1970; La vida exagerada de Martín Romaña, 1981); Antonio Skármeta (Ardiente paciencia, 1986; La Insurrección, 1982) y Luis Sepúlveda (Un viejo que leía novelas de amor, 1989; Patagonia Express, 1995).

Además de los autores mencionados surge en estos años una importante nómina de mujeres escritoras que, en muchos casos, dominarán el mercado. Estas mujeres han abordado la novela desde su perspectiva, en muchas ocasiones combativa frente al machismo imperante, y, en todo caso, abordando la problemática de la mujer en la sociedad actual, la opresión histórica en el ámbito familiar, laboral o sexual. Indudablemente, el hecho de que haya sido sobre todo a partir de los años 70 cuando se hayan multiplicado las autoras y, sobre todo, hayan alcanzado el reconocimiento del público y la crítica, no quiere decir que hasta esa fecha no hubiese novelistas femeninas que denunciasen la situación de la mujer. Baste recordar nombres como Teresa de la Parra (Ifigenia, 1924), María Luis Bombal (La amortajada, 1941), o Clara Silva (El alma de los perros, 1962).

De las novelistas que desde la década de los setenta vienen ocupando un lugar preferente en la narrativa hispanoamericana destacamos las siguientes:

Laura Esquivel con su libro Como agua para chocolate.

Marcela Serrano El albergue de las mujeres tristes, Nosotras que nos queremos tanto.

Ángeles Mastretta con Arráncame la vida, Mal de amores.

Isabel Allende con La casa de los espíritus, Los cuentos de Eva Luna, Afrodita, etc.

Cristina Pieri Rossi con El amor es una droga dura.

Elena Poniatowska Paseo de la Reforma.

6. CONCLUSIÓN

Hay muchas y muchos más que no podemos citar por cuestiones de espacio. La Literatura Hispanoamericana sigue su curso y ha alcanzado su grado de madurez óptimo. Sin embargo seguimos estudiándola mal, ya que no debemos olvidar que se trata de productos culturales de diversos países y por tanto responden a diversos intereses, con lo que no debería seguir siendo considerada una unidad homogénea.