1. MIGUEL DE CERVANTES.
Nace en Alcalá de Henares (Madrid), probablemente el 29 de septiembre de 1547. Es hijo de un cirujano que, por motivos profesionales, tiene que ir de una ciudad a otra: Valladolid, vuelta a Alcalá, Córdoba, Sevilla y Madrid. Se sabe poco de la infancia y adolescencia de nuestro autor. Ni siquiera tenemos la absoluta certeza de que acompañara a su padre en esos traslados.
Con el viaje a Italia de finales del 1569 se inician las peripecias de una vida difícil y ajetreada, llena de adversidades. En Roma entra al servicio del cardenal Acquaviva. Sigue luego la carrera de las armas. En 1571 toma parte en la batalla de Lepanto, donde pelea valerosamente y recibe una herida que le deja inútil el brazo izquierdo. Siempre recordará con orgullo este episodio. Tras restablecerse, se incorpora de nuevo al servicio. Cuando en 1575 regresa a España, su nave es apresada por los corsarios berberiscos, que lo llevan a Argel, donde sufre cautiverio durante 5 años.
Tras muchas penalidades, es rescatado por un fraile trinitario. Ya en España, se casa con la joven Catalina de Salazar y Palacios. En 1587 se marcha a Sevilla para encargarse del suministro de la Armada Invencible. Ciertas irregularidades administrativas dan con él en la cárcel de esta ciudad. Cuando en 1604 se traslada a Valladolid, donde está la corte, ya tiene terminada la primera parte del Quijote. Su publicación en 1605 es una auténtica revelación: a sus 57 años cumplidos, al autor se le consideraba un fracasado. En 1606 vuelve a Madrid con la corte. En sus últimos años se concentra su mayor actividad literaria. Muere el 23 de abril de 1616.
Se ha supuesto que Cervantes era de origen converso, pero no disponemos de pruebas documentales. Aunque probablemente no llegó a cursar estudios universitarios, era un hombre muy culto, con extraordinaria afición a la lectura. En su juventud fue discípulo en Madrid del humanista Juan López de Hoyos, que imprimió en él la huella del erasmismo. Destacan, por encima de todo, su talante paciente y bienhumorado, lleno de comprensión y tolerancia con la criatura humana, su escepticismo y el humor y la ironía que presiden su visión del mundo, rasgos todos ellos que se traslucen claramente en sus obras.
2. EL QUIJOTE.
2.1. Circunstancias de la publicación:
La obra se publicó en dos partes. Al aparecer la primera en 1605, hubo un considerable revuelo en el mundo literario. Con algunas voces discordantes, como la de Lope de Vega, la opinión general proclamó que se trataba de una obra de excepción. El éxito fue inmediato. En vida del autor se realizaron 16 ediciones y se tradujo al inglés y al francés.
La segunda parte (1615) tuvo que ser concluida precipitadamente porque un tal Alonso Fernández de Avellaneda, cuya identidad se ignora, había publicado en 1614 en Tarragona una continuación de las aventuras de don Quijote. Todo parece indicar que se trata de un seudónimo. Debe de ocultarse tras él un rival del autor, ya que en el prólogo lo insulta y denigra. Se piensa que quizá pertenecía al círculo de Lope. Cervantes se vio obligado a modificar el plan de su obra para no coincidir con su imitador.
2.2. Estructura narrativa:
El argumento del Quijote se organiza en torno a tres salidas de los personajes: dos en la primera parte y una en la segunda. Cada una de ellas tiene un movimiento circular: partida, aventuras y vuelta a casa. Es una novela itinerante, en la que los protagonistas se van perfilando a través de las peripecias que les sobrevienen en su recorrido por tierras de la Mancha, Aragón y Cataluña.
Parece que Cervantes tuvo ciertas dudas sobre la organización y estructura de su obra. Los primeros capítulos (hasta la aventura del vizcaíno, cap. VIII) pueden hacernos pensar en una novela corta: no hay digresiones, los episodios se suceden con rapidez. Sin embargo, el autor se percató pronto de que el tema que había concebido merecía un desarrollo más amplio. Al cambiar de plan, abandonó la economía con que hasta ese momento había llevado el relato. Combinó las aventuras de don Quijote y Sancho con excursos narrativos (historia de Marcela, de Cardenio y Dorotea, del cautivo, novela del curioso impertinente…) y discursos (sobre la edad de oro, de las armas y las letras…).
Aunque cada una de estas digresiones es una pequeña obra maestra, los lectores se apasionaron por las andanzas de los protagonistas y sintieron los episodios marginales como un estorbo. Las críticas debieron de ser cierto relieve porque el autor se vio obligado a disculparse en la segunda parte y se centró exclusivamente en las figuras de los protagonistas.
Podemos decir, a tenor de lo dicho, que el Quijote de 1605 es una historia de historias. Se van intercalando en esta obra historias que nada tiene que ver con el hilo principal. El Quijote de la primera parte es, por tanto, manierista. Cada texto intercalado es una modalidad distinta de texto intercalado y un modo distinto de intercalar historias. Así, hallamos un amplio muestrario de los géneros novelísticos contemporáneos (recuérdese que hay también abundantes poemas dentro de la novela). Ejemplo de novela pastoril es la historia de Grisóstomo. Para la historia del cautivo Cervantes está tomando como modelo la novela morisca y concretamente el Abencerraje, y está creando un subgénero, la novela corta de temas de cautivos. La novela de “El curioso impertinente”, con su ambiente italiano, los nombres de sus personajes y su conflicto psicológico nos lleva a un tipo de relato muy diverso de aquel en el cual está intercalado. Recordemos también el discurso de la Edad de Oro y el de las Armas y las Letras, excelentes muestras de estilo oratorio.
Hemos visto hasta ahora las distintas modalidades de texto intercalado. Veamos ahora algunas formas posibles de interpolar empleadas por Cervantes:
– Relato secundario (Grisóstomo): el narrador es un personaje que cuenta una historia que no le afecta a él, sino a otros personajes invocados, mencionados y que incluso están muertos. Es una historia ajena al texto del Quijote, que no influye para nada en la historia principal.
– Relato subordinado-afluyente (El curioso impertinente). Es un personaje afectado por la trama principal y es un relato que está íntimamente ligado a algo que ocurre en la historia principal. Hay una subordinación a la trama principal. En este capítulo hallamos como cosa curiosa conversaciones de crítica literaria.
– Relato curricular (El cautivo): El grado de subordinación es mayor porque lo que cuenta el personaje es su propia vida.
En la segunda parte hay una casi total ausencia de relatos interpolados. El único existente es “Las bodas de Camacho”. Es un relato de tipo secundario. Pero en la segunda parte abunda otro tipo de interpolación: la epistolar. Se introducen muchas cartas. Son cartas que no se desvían de la trama sino que están subordinadas e integradas en la trama principal.
En lo que a la estructura de la obra se refiere, la segunda parte (la publicada en 1615) es más compacta y unitaria. La genialidad espontánea de 1605 ha sido sustituida por una reflexiva, pero fresca y jugosa, creación sin altibajos.
No hay un punto de vista único en nuestro relato. Hasta la aventura del vizcaíno, Cervantes narra directamente la acción; actúa como un narrador omnisciente, que extrae los datos de diversas crónicas, aunque a veces los presenta de forma inexacta y nebulosa. A partir de ahí, finge que está traduciendo la historia de un sabio moro, al que burlescamente llama Cide (“señor”) Hamete Benengeli (“berenjena”). De vez en cuando, habla de los problemas que tiene para traducir el texto o de lo inverosímil de algunas aventuras. La interposición de esta figura es un recurso literario que le permite distanciarse del relato y aportar comentarios, entre humorísticos y escépticos, que, de contarlo él mismo, no habrían tenido cabida.
La segunda parte abre una nueva perspectiva. La historia de Cide Hamete Benengeli, ya dada a la imprenta, es conocida por los personajes que en ella intervienen, que opinan acerca de los descuidos e inexactitudes del cronista y conocen perfectamente las andanzas de don Quijote y Sancho. De este modo, el texto novelesco de 1605, con su enorme fama, gravita sobre el de 1615.
2.3. La parodia y el equívoco cómico.
El Quijote nace como una parodia de los libros de caballerías. La intención del autor está claramente expresada en el prólogo. Para conseguir su propósito, recurrirá a contraponer la realidad con las fantasías alucinadas del protagonista, que interpreta los datos de los sentidos con la clave de las novelas caballerescas. Así, al ver la mole de los molinos de viento, cree que son gigantes; al sentir el vino que destilan los cueros agujereados, imagina que es la sangre de sus enemigos; al notar las miradas maliciosas de Maritornes, le vienen a las mientes las tiernas doncellas que se enamoran perdidamente de los caballeros andantes…
A veces los personajes con que toma deciden seguirla la corriente. Don Quijote ve confirmado su juego y sigue fabulando y superponiendo a la dura y mezquina realidad de la España barroca las fantasías que ha asimilado en sus lecturas.
La comicidad surge del violento contraste entre los delirios del hidalgo y lo que realmente ocurre a su alrededor. A lo largo de la obra, va cambiando la actitud del novelista. Primero solo se propone ridiculizar a un loco que se cree caballero andante en pleno siglo XVII; pero, a medida que avanza la acción, le toma cariño y va dibujando los aspectos positivos del loco idealista que es don Quijote.
2.4. La caracterización de los personajes.
Nuestro protagonista es un hidalgo que goza de un mediano pasar. “Los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año”, los dedicaba a leer libros de caballerías. Poco a poco ese mundo fantástico va apoderándose de su cerebro y cae en la locura de interpretar lo que ocurre en la realidad como si se tratara de una de esas novelas. En ellas encuentra justamente lo que a él le falta: acción, aventuras, amor…
Si don Quijote no tuviera más trasfondo, sería simplemente un figurón cómico. El acierto de Cervantes consiste en haber pintado una criatura sumamente compleja, en la que alternan los disparates caballerescos y la reflexión sensata. Cuando no trata de asuntos relativos a su monomanía, admira por su cordura y agudeza.
La hondura del personaje se acrecienta con su bondad. Aunque yerre y resulte ridículo, vemos que todas sus aventuras se encaminan a lo que él considera la práctica del bien y la justicia.
Al principio está convencido de su misión como caballero andante; pero en la segunda parte, precisamente cuando los demás siguen su juego, empieza a agrietarse su fe. La duda da paso al desengaño y, con él, a la muerte.
La técnica narrativa empleada por Cervantes para la configuración del Quijote como personaje no se diferencia en absoluto de las técnicas empleadas por el resto de la narrativa de los Siglos de Oro. En la narrativa del siglo XVII la construcción del personaje está muy cerca de la configuración del personaje en la literatura popular. Tenemos que tener en cuenta que la técnica de configuración del personaje no ha llegado a su madurez. La madurez le llega en el siglo XIX.
La similitud con la literatura popular se basa principalmente en la definición apriorística del personaje y en el mantenimiento de un decoro, decoro en el sentido de la preceptiva clásica (coherencia entre lo que los personajes son y lo que parece), es decir, en toda la narrativa barroca tenemos un protopersonaje.
En lo que se refiere a la configuración física del personaje, la construcción del personaje teatral y del personaje novelesco son similares, parten de la misma técnica, de la misma intención. En este sentido, tenemos que recordar que el personaje teatral en el siglo XVII se construye a partir de una idea clara y fundamental: la configuración metonímica. Con esta configuración lo que se pretende es que el personaje, a partir de un solo dato, por ejemplo, sea reconocible. Estos datos se refieren a la vestimenta y al gesto. El personaje del teatro y el de la novela es reconocible inmediatamente con su sola aparición por todos los receptores, que están inmersos en un código de signos gestuales y físicos que permiten reconocer a los personajes.
El personaje de don Quijote responde básicamente a esta construcción. Pero hay una variante, un matiz original en Cervantes y que da sentido a la obra. Don Quijote no es don Quijote durante toda la obra. Hay un personaje que se llama Alonso Quijano, que ocupa las primeras líneas de la novela. Luego está el nudo novelesco, donde el protagonista es don Quijote. Y al final vuelve a aparecer Alonso Quijano. Podemos decir, por tanto, que don Quijote muere dos veces. Muere cuando se vuelve Alonso Quijano y muere después, cuando muere Alonso Quijano.
Alonso Quijano es sólo un tipo social. Cervantes lo dice muy claro y lo dibuja en las primeras líneas de modo metonímico. Es un tipo social prácticamente anónimo. No se sabe ciertamente su apellido. Con esto está realzando su calidad de tipo novelesco. No lo individualiza. Puede ser cualquier hidalgo de mediana edad con algo de hacienda, que llevó una vida vegetativa y mantiene la apariencia de clase social que se impone en la época. Ahí aún no existe don Quijote. La novela comienza cuando nace don Quijote. Es decir, comienza como el Amadís, como el Lazarillo, etc., con el nacimiento del protagonista. Cervantes sigue, punto por punto, el Amadís. Está tomándolo como modelo. Ya hemos visto como cuando el cura y el barbero queman los libros de caballerías de don Quijote, no queman el Amadís al considerarlo el mejor de todos los libros de caballerías que se ha compuesto y único en su arte. Don Quijote no nace en el momento de ser engendrado en un lugar convencional y significativo ni tiene unos padres convencionales y significativos. No sucede como con Amadís, que cumple el mito según el cual el bebé, por el lugar en que nace y por los padres que tiene está predestinado a ser un héroe. Cervantes crea un nacimiento artificial. El personaje nace porque un hidalgo anónimo, entradísimo en años, decide en un acto de libertad, en un acto voluntario y gratuito, ser personaje, ser caballero andante. Según Avalle-Arce la existencia de don Quijote es la consecuencia de que una persona anónima decida hacer de su vida una obra de arte. Lo que hace Alonso Quijano es lo mismo que haría un pintor de la época, imitar. Así como el arte es mimesis de la naturaleza, así don Alonso Quijano quiso hacer mimesis de las novelas de caballerías. Alonso Quijano se comporta como un presunto artista que imita, no ya la naturaleza, sino otra obra de arte, las novelas de caballerías y, fundamentalmente el Amadís, en varias dimensiones:
– En el espíritu (valeroso con los enemigos, generoso con los pobres…).
– En la conducta (acciones).
– En la configuración física. Cervantes sigue usando la configuración metonímica. Pero lo original aquí esta en que es el propio hidalgo quien se define a sí mismo con una configuración metonímica. Alonso Quijano se construye las armas, se hace con un caballo tardando 4 días en ponerle nombre, se pone nombre a sí mismo tardando 8 días en hacerlo. Y por último, piensa en quién será su dama. Tenemos, por tanto, una construcción absolutamente convencional (la configuración metonímica) y, sin embargo, está rompiendo toda la configuración tópica del género porque no es Cervantes, no es el escritor quien configura al héroe (que es lo que sucede en las novelas de caballerías) sino que es el propio hidalgo quien lo hace. Cada una de las acciones de don Quijote se manifiesta como un acto de voluntad gratuita, como un acto de libertad. Imita a Amadís, pero lleva a cabo sus acciones de modo gratuito. En Amadís hay una causa, una experiencia que provoca una acción. Por ejemplo, Amadís hace penitencia por el desamor de Oriana, pero don Quijote hace penitencia en Sierra Morena porque cree que es el momento adecuado y porque así lo hizo Amadís. Dulcinea no ha causado ese desamor. Vemos las mismas acciones que en el Amadís, pero sin causas previas. Aquí reside la parodia.
Por lo que a Sancho se refiere, tradicionalmente se ha visto en él un contrapunto de don Quijote, tanto en lo físico como en lo moral. Eso es una simplificación de un personaje mucho más rico y complejo. Cierto que se muestra más realista y materialista que don Quijote, pero en ocasiones es también ingenuo y se ilusiona con las mismas fantasías que el hidalgo.
Cervantes en un principio se propuso pinta un buen hombre, “con muy poca sal en la mollera”; pero, lo mismo que ocurrió con don Quijote, fue ahondando progresivamente en su talante y descubriendo nuevas perspectivas. Sancho no es arrojado, pero tiene el valor suficiente para no dejarse atropellar. Es iluso, pero, al mismo tiempo, escéptico y realista. Las quimeras de su amo lo tienen en un constante titubeo: tan pronto piensa que son sandeces como cree en los beneficios que le van a reportar. En estas facetas contradictorias se refleja con singular acierto la condición dual del ser humano.
A lo largo del relato, Sancho se va contagiando de la mentalidad de don Quijote y de su forma de hablar, fenómeno que también se produce en sentido inverso. Al final, cuando el hidalgo está ya desengañado, es su escudero quien lo anima a segur sus aventuras.
2.5. Lengua y estilo.
Una parte del Quijote ridiculiza el estilo pomposo y altisonante de los libros de caballerías, amontona retruécanos, arcaísmos… Se trata de una parodia. Pero, en general, como suele ocurrir en la prosa cervantina, es un prodigio de equilibrio y naturalidad. Aunque nuestro autor usa a menudo periodos largos, tienen siempre un desarrollo lógico, armónico y sin mayores complicaciones sintácticas. Su estilo es cuidado y elegante, pero no vacila en dar cabida a las expresiones propias del lenguaje coloquial.
Cada personaje presenta unos rasgos lingüísticos que lo definen. Especialmente interesante resulta la caracterización de los protagonistas. Don Quijote emplea distintas jergas según la circunstancias. Cuando se encuentra en su papel de caballero andante, usa un lenguaje arcaico y disparatado, aprendido en las novelas; si la conversación no roza temas caballerescos, se expresa en la lengua coloquial de su tiempo. El habla de Sancho, salpicada de refranes y dichos populares, es expresiva y vivaz, como la del resto de los personajes realistas de la obra. La de los que intervienen en las historias marginales es más artificiosa.
2.6. Valor y sentido.
Sus contemporáneos vieron en el Quijote una novela eminentemente cómica y divertida en la que el autor ridiculiza el género caballeresco. Con el Romanticismo, llegaron las interpretaciones trascendentes, que ven al protagonista como un símbolo. El ingenioso hidalgo pasó a representar el heroísmo, la entrega, la generosidad sin límites e incluso, según ciertas lecturas, el espíritu español en su vertiente idealista. Se le ha rodeado de un halo mesiánico, de forma que el que nació como personaje desmitificador se ha convertido en mito, y con ello corremos el riesgo de perder el placer esencial de la lectura directa.
No creemos necesario recurrir a esas interpretaciones para comprender la grandeza de la creación cervantina. Basta como atractivo la comprensión de unos seres tan complejos y entrañables como don Quijote y Sancho. Nada más jugoso que vivir los mil matices de su psicología. Lo verdaderamente nuevo y revolucionario es ese acertado juego de ironía y simpatía en que se sustenta la más genial creación humorística de todos los tiempos.
A ello hay que añadir la extraordinaria pintura de la España contemporánea y la incomparable riqueza lingüística del texto.